En el año 2016 la rumba fue declarada por la Unesco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por iniciativa de instituciones cubanas afines al tema, siendo avalada y ampliamente argumentada gracias a las investigaciones que diversos expertos aportaron al proceso.
Luego de varios meses de preparación de la documentación requerida por el organismo internacional, la rumba tuvo una coronación más dentro de su camino hacia una mayor visibilidad internacional y que, como forma activa de identidad musical y danzaria cubana, la merecía como necesidad desde todo punto de vista para nuestra cultura. En primer lugar, ello significó un acto de entera justicia hacia una honda expresión popular nacida en zonas portuarias de La Habana y Matanzas pero que, obviamente, abarcaría todo el archipiélago cubano poco tiempo después. Su génesis se remonta a aquellos espontáneos convites de negros y mulatos humildes, obreros o capataces, que entre diarias faenas iban dándole forma al género cantando y percutiendo todo lo que tenían a su alrededor con utensilios de cocina o herramientas de trabajo. De esa manera cucharas, tenedores, una pata de cabra mediana o un antiguo gancho para estibar sacos en los puertos cubanos de la época colonial, serían los instrumentos ideales que utilizarían para acompañar sus cantos mezclados de español, carabalí o yoruba, y así lograr un colorido sonoro único.
La declaratoria de la rumba como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad significó un acto de entera justicia hacia una honda expresión popular.
El resultado ritmático sería gracias a todo lo que el puerto proveía: las famosas cajas de bacalao, raíles de ferrocarriles (y las ruedas de estos), botellas de ron, aguardiente y más. Es sabido que en La Habana predominaban los carabalíes, siendo el grupo de origen africano mayoritario en esa urbe que más rápido encontraba trabajo en los muelles locales por diversas razones, sobre todo como resultado de las disímiles relaciones sociales en estos espacios como la rumba —obviamente— aunque la más notoria y fuertemente influyente fue la creación de la Sociedad Secreta Abakuá; como consecuencia de esa interacción diversos ritos y expresiones culturales han estado vinculadas a los hombres del puerto y se mantienen hasta hoy casi íntegras, con la oralidad de antaño y los códigos fundacionales casi intactos de los Abakuá primigenios.
Un dato interesante y que ha sido vital para la consolidación y permanencia del elemento musical desde entonces, es que los carabalíes tenían casas propias de sus cabildos frente a la zona de la Muralla del Poniente, y si vemos la ubicación geográfica del puerto y la arteria mencionada en aquella Habana decimonónica, la misma estaba bordeada por un cinturón carabalí que marcaba su impronta étnica y social, la cual ha llegado hasta hoy aunque con las lógicas adaptaciones surgidas con el paso de los años y los aportes del mestizaje social capitalino y de otras regiones del país.
Para entender parte del gran y magnífico universo de la rumba creo obligatorio mencionar a Amadeo Roldán, compositor que llevó por primera vez instrumentos afrocubanos a formato sinfónico en muchas de sus obras (sus “Rítmicas” son un ejemplo más que notorio de esa hibridación autoral), logrando desde un novedoso y personal lenguaje académico la ruptura del formalismo compositivo tradicional europeo, desterrando también tabúes sobre ritmos y cánticos imperantes en Cuba conectados directamente con la rumba, considerada vulgar y en buena parte profana por una parte de la aristocracia de la época. De la vanguardia musical cubana de la primera mitad del siglo XX la obra de Roldán se vislumbra como la más visible expresión del elemento negro afrocubano, directamente enfocado en el aspecto más identificativo de ese legado: la percusión. Aunque no debemos restar importancia al canto, cuyo desarrollo en el universo académico vendría poco después desde la mirada de los grandes compositores nacionalistas —a mi juicio Prats, Roig, Caturla, Lecuona— que incluirían y mezclarían diversos motivos de esa índole. Obras como las zarzuelas Cecilia Valdés, Amalia Batista y otras son muestra de ello.
También es imperativo destacar el legado de Matanzas y su zona portuaria como epicentro cronológicamente casi paralelo a lo que sucedía en la capital. La huella de grandes cultores que heredaron la tradición de sus padres, tíos o abuelos se notó rápidamente en grupos como Los Muñequitos de Matanzas (1952) y sus inolvidables fundadores: Juan y Pablo Mesa, Ángel Pellado (Pelladito), Esteban Lantrí (Saldiguera), Hortensio Alfonso (Virulilla), Esteban Vega (Chachá) y Florencio Calle, entre otros. ¡Cómo no recordar y reverenciar a Virulilla y Saldiguera como los grandes rumberos que hicieron época y marcaron pauta en nuestra música!
Obligatorio también recordar a Francisco Zamora (Minini), fundador de Afrocuba de Matanzas, al gran Luciano “Chano” Pozo, a Arístides Soto “Tata Güines”, a Giovanni del Pino, Gregorio Hernández (El Goyo), a la gran dinastía de los hermanos Luis, Ricardo, Jesús y Alfredo Abreu conocidos como Los Papines. A Miguel Angá, al Chori, Carlos Embale, Ignacio Piñeiro, Oscar Valdés, Amado Dedeu, Diosdado Ramos, Wilmer Ferrán y a muchos otros. Gracias a todos ellos la rumba cubana existe y podemos celebrarla y exhibirla hoy al mundo con indescriptible orgullo.