La música es parte esencial de la mirada plástica de Alberto Lescay. Solo hay que recorrer su obra para percatarnos de que este santiaguero nacido en 1950 y reconocido con el Premio Nacional de Artes Plásticas 2021, es un apasionado de la música, sobre todo del jazz y sus posibilidades de improvisación, las mismas que vemos “surgir” en sus lienzos e instalaciones. “Yo creo que no hay nada más poético que la música”, ha afirmado el también escultor que trabaja —ha contado— escuchando música, porque cree que no hay nada así de elevado y que comunique más. Por eso, la libertad y las posibilidades creativas del jazz le interesan a Lezcay con el particular énfasis en que asume una improvisación impresionista, caribeña, en sus propias piezas.
El Festival Jazz Plaza 2019 tuvo un cartel realizado a partir de una pieza suya, “Jazz=Libertad”, que se exhibe, junto con otras de esta temática, en el Iris Jazz Club, en Santiago de Cuba. De la misma manera que el Premio de Honor Cubadisco 2011 fue realizado a partir de otra obra suya: la escultura de un músico, acaso callejero, que, guitarra o tres en mano, viene a sintetizar una tradición tan raigal en Santiago de Cuba y en nuestra identidad: la trova tradicional y el son.
La música es, precisamente, la temática sobre la que se articula la más reciente muestra de Lescay, Notas del tiempo, exhibida en la Casa del Caribe e inaugurada en la cercana edición 43 del Festival del Caribe. En esta exposición —que posee un promedio de 10 pinturas y esculturas— a Alberto Lescay le interesa la música como elemento identitario y unificador, parte de la esencia de una región y sus tradiciones, y homenaje a esa evolución sonora con la que está, de alguna manera, en deuda, pues componen los elementos de la espiritualidad de un pueblo que ha hecho, precisamente del ritmo y la melodía, un sello, una manera de afrontar la vida.
Notas del tiempo arma su propuesta curatorial —realizada por Maciel Reyes, de la Fundación Caguayo— a partir de esa “mezcla” de matrices y culturas variadísimas en el crisol santiaguero y cubano, desde la incorporación de sonoridades de origen africano, cuya esencia pervive en esta parte del país como en pocas, y la suma de instrumentos y melodías europeas —no olvidemos que el llamado padre de la música cubana, el presbítero Esteban Salas, realizó su obra en esta ciudad— con los posteriores acordes del jazz y otras expresiones sonoras más contemporáneas; parar formar así un arco sonoro que nos permita acercarnos al alma de la Nación.
Las piezas de Lescay —creadas desde inicios de siglo hasta la actualidad— realizan un recorrido plástico por parte de la tradición sonora insular, pero no es un recorrido solo temático: Lescay intenta atrapar el ritmo y el “color” de la música, los compases visuales que podrían acompañarla, las formas en que estas se “desprenden” del instrumento y se impregnan en el lienzo. Hay una sinergia, un diálogo, una búsqueda tan personal como lo es la improvisación jazzística. Y al mismo tiempo, palpamos una evolución, pero en ella una identidad, una manera de apropiarse de elementos variados y formar las células sonoras básicas, como sucedió con el son.
Tal como apuntó Rafael Acosta de Arriba en la entrega del Premio Nacional: en la obra de Lescay se aprecia una “sustancia abstracta en la que se conjugan, visceralmente, una simbología oscura e impresionista, con fuerte presencia del rojo sanguinolento, así como el impulso de bruscos trazos que caotizan las imágenes y revelan las profundas implicaciones de lo étnico, lo religioso y lo cultural que convoquen en sus cuadros”. Y como escribió el ya fallecido crítico de arte Juan Sánchez: “Sus cábalas profundas en pintura y dibujo hallan parentescos estilísticos en surrealistas como Wifredo Lam y en expresionistas como Antonia Eiriz”.
Las obras de Alberto Lescay están abiertas a los sentidos y a su exploración. No nos invitan a un recorrido superficial, sino al contrario: abren puertas a interrogaciones, diálogos y a mucha música. De la misma manera que abre sus trazos al Caribe mítico y sonoro, cálido y fecundo, en piezas donde la abstracción señorea libre o en instalaciones que son fruto de búsquedas y técnicas; en otras obras predomina una figuración igualmente álgida y sensitiva (como en la que dedica al famoso violinista cubano Claudio Brindis de Salas, conocido como el “Paganini negro”). Sus obras son notas del tiempo, es cierto, pero notas musicales y plásticas que han trascendido al paso de las horas para abrirse, sonora y plásticamente, paso a un tiempo mucho mayor, el que va trazando, como rasguño en la roca, una obra en el cuerpo artístico de su Nación.