TerrorMx: ¿Cómo se ha transformado el horror mexicano?
El cine de terror mexicano es tan viejo como el cine mexicano. Las leyendas de espantos acompañan las tecnologías maravillosas de finales de siglo XIX y los sueños europeos de progreso que acabaron con desgarradoras revoluciones. Nuestros campos siempre se alzaron con muertos inquietos; nuestras madres siempre lloraron por sus hijos; nuestra tierra siempre fue fértil para las fosas.
El imaginario mexicano es cercano a la muerte. Ahí están los sincretismos culturales, remanentes imprecisos de tradiciones prehispánicas y nuevos dioses que se levantan de sus tumbas. ¿Pero qué sucedió con el cine de terror mexicano en los albores del siglo XXI? ¿Qué cine de terror se hace en la actualidad? ¿Tenemos las mismas preocupaciones? ¿Seguimos persiguiendo las mismas leyendas?
En este ciclo de cine de terror mexicano queremos mostrar dos grandes clásicos que cambiaron la mirada del horror entre los años setenta y ochenta: Alucarda: la hija de las tinieblas, de Juan López Moctezuma (1977) y Veneno para las hadas, de Carlos Enrique Taboada (1986). Dos películas irreverentes, contraculturales, que cambiaron la forma en que se veía el cine de horror en México: una factura seria, mucho más apegada a las grandes producciones norteamericanas, pero con una profunda consciencia idiosincrática.
Para compararlas con lo que se ha hecho en los últimos 40 años, decidimos presentarlas junto a dos largometrajes únicos en su tipo, de factura mucho más reciente: Las tinieblas, de Daniel Castro Zimbrón (2016) y Huesera, de Michelle Garza Cervera (2023) además de intercalar estas presentaciones con el trabajo de jóvenes cineastas mexicanos recientemente reconocidos internacionalmente con selecciones y premios en festivales como Annecy y Sitges (Trasiego, de Amanda Woolrich y Unheimlich, de Fabio Colonna). Finalmente, completamos esta breve, pero nutrida selección con cortometrajes de dos grandes directoras mexicanas consagradas en el género y la fantasía dentro de la animación con stop motion como lo son Sofía Carrillo y Karla Castañeda.
Este recorrido delicioso, aunque insuficiente, debería mostrarnos la riqueza histórica del género de horror como un reflejo siempre intrigante, de los cambios políticos, sociales y culturales en un mundo cada vez más rápido, cada vez más pequeño, cada vez más amenazado.