Siempre quise hacer una revista. Primero, en 1974, solo unos años después de entrar a la Editorial Arte y Literatura, propuse una con el nombre de Lea, que no gustó, entonces propuse Lee, con un sello que iba a tener un fondo de mezclilla, pero tampoco gustó. Eran revistas para fomentar el hábito de la lectura y para promocionar los libros, con reseñas, entrevistas, fotos, etc. Porque también creía en la necesidad de la editorial de tener una revista, cuando no se usaban las redes sociales y escasamente la prensa plana, la radial y la televisiva.

Tiempo después, ya siendo directora en 1986, la editorial tenía un gran problema, realmente dos: la capacidad en la imprenta y el derecho de autor. En especial para publicar la literatura contemporánea que era un reclamo a toda voz, sobre todo entre escritores y un público entendido.

Y se me ocurrieron dos soluciones: una fue dedicar todo el plan de publicaciones de un año a la literatura contemporánea, sin tener en cuenta el balance entre clásicos de la antigüedad, la Edad Media y siglos posteriores hasta el XIX y la contemporaneidad, que siempre se trataba de hacer en la medida de las posibilidades y de la carga de imprenta asignada. Además de considerar las diferentes áreas geográficas y las diferentes disciplinas artísticas y literarias. Hubo que hacer un gran trabajo con el derecho de autor mediante correspondencias, mensajes con viajeros, no sé si hasta botellas en el mar, sobre todo, a los propios autores, pues las editoriales que detentaban los derechos eran más reacias a cederlos sin ninguna remuneración o con el ofrecimiento en pesos cubanos, pero se logró.

La revista Opción “iba a estar dedicada a la literatura contemporánea y a los autores más importantes dentro de ella”.

La otra fue la revista Opción. Lo más importante, lo que le dio su valor y aceptación mayoritaria, fue su concepción central: iba a estar dedicada a la literatura contemporánea y a los autores más importantes dentro de ella, con obra reconocida, premios, consagrados por la crítica especializada, pero también autores emergentes con una obra de calidad literaria ya aquilatada. Autores que no se conocieran en Cuba por no estar publicados aquí o sí conocidos, pero con obras importantes desconocidas, es decir, no publicadas entre nosotros. En este sentido, también algunos no tan contemporáneos, de épocas anteriores. La nota de contracubierta que aparecía en los diferentes tomos de la revista lo definía muy bien: “Opción es el título que la Editorial Arte y Literatura ofrece al público lector como una solución ágil a la creciente demanda de la vasta literatura universal, preferentemente la contemporánea, con variadas alternativas temáticas y genéricas de muchos países para distintas preferencias y diferentes tipos de lectores”.

El derecho de autor no iba a constituir un problema, pues casi se podía considerar una promoción lícita al solo publicar de los autores algunos poemas, o un cuento, o fragmento de novela, un artículo, una obra de teatro…

Nunca tuvimos una reclamación, ni de los autores, ni de las editoriales, ni de los traductores, aunque también encargamos primeras traducciones, algo que les añadió valor a los textos. Y solo iba a asumir la capacidad de imprenta de un libro cada vez, ya que su concepción de diseño y volumen iba a ser como la de un libro, como las revistas Cuadernos Americanos o Cuadernos Hispanoamericanos, lo cual facilitó su aceptación en el plan editorial. Su paginación varió entre las 200 y 350 páginas en el formato de 6×9 pulgadas.

Propuse el título de Opción y a todos los especialistas principales o jefes de redacción (como se llamaban entonces) que iban a participar en el proyecto les pareció bien, ya que era, efectivamente, una opción. El título se diseñó (por el diseñador Ernesto Joan) con diferentes tipos de letras para reforzar esta idea.


Fotos de las páginas de distintos números de la revista

La primera revista se hizo en 1987, aunque realmente se publicó en febrero de 1988. Comenzaba con “Al lector”, donde se explicaban sus propósitos y ya se exponían las diferentes secciones que se mantendrían a través de los únicos diez números que se lograron publicar: “El arte de narrar”, “Obra poética”, “La escena”, “Pensamiento”, “Valoraciones”, “Fichas de autores” y “Libros de próxima aparición”. Curiosamente se incluyó un pequeño segmento en “Valoraciones”, dedicado a Palestina: “Palestina, la literatura y la revolución”, cuya actualidad está hoy vigente.

Los próximos números fueron: 1988-1 (publicado realmente en diciembre de 1989); 1988-2 (sin pie de imprenta); 1989-1 (publicado en marzo de 1990); la revista número 5, ya que a partir de esta se decidió no poner los años, sino numerarlas, debido a las demoras en la impresión, y en este caso hay un copyright de 1989, pero no tiene pie de imprenta; la número 6, sin pie de imprenta ni año en el copyright; la número 7 (publicada en agosto de 1993); la número 8, con copyright de 1993, pero sin pie de imprenta; la número 9 (publicada en septiembre de 1993) y la número 10 (publicada en noviembre de 1993).

Estas últimas cuatro o cinco revistas las dejé preparadas antes de 1991, cuando pasé a dirigir Revolución y Cultura, al principio ocupándome de las dos instituciones, y fue Armando Cristóbal Pérez, entonces director de Letras Cubanas, a la que se había incorporado Arte y Literatura por la poca producción que se podía hacer, casi ninguna —“recordemos que era “el período especial”—, quien las entregó a imprenta en 1993, conservando todos los créditos, en un gesto de profesionalidad y ética que siempre admiraré.

“Fue una revista que todavía se recuerda (…) en especial en el medio intelectual y afín a la literatura y el arte (…) cruzó las limitaciones que nos imponía el entorno”.

Revisando ahora las revistas, después de todos estos años pasados, no puedo dejar de expresar, sin falsa modestia, su valor literario, su ajuste a los propósitos de su fundación, la excelente calidad de los textos reunidos e incluso de la información sobre autores o movimientos literarios o contextos epocales y de país que se incluían. Su concepción integral. Y puedo decirlo porque el mérito no es personal, sino del equipo que trabajó en la revista, en especial de las personas que integraron el consejo de redacción, quienes eran los que mayormente proponían a los autores y sus textos, en base a sus investigaciones, en el conocimiento que tenían y en el asesoramiento que buscaban entre diferentes especialistas externos de diferentes áreas.

El primer consejo de redacción estuvo integrado por Víctor Malagón (todos los números), Daniel García (todos los números), Justo Vasco (un número), Romualdo Santos (un número), Juan N. Padrón, que era el subdirector editorial en ese momento (tres números); a ellos se sumarían después Jorge Pomar (tres números), Alfonso Quiñones (nueve números), Rinaldo Acosta (nueve números), y más tarde Vitalina Alfonso (siete números); Daysi Valls estaría presente en el último. Viera Piñón sería la editora de prácticamente todos los números. Los diseñadores fueron Roberto Artemio, Enrique Lucio y Carlos Rubido. Y se incluían ilustraciones de diferentes artistas plásticos o incluso de escritores como Federico García Lorca y Rafael Alberti. Se publicaban entre 8000 o 10 000 ejemplares.

Jorge Luis Borges (Sonetos), Isak Dinesen (El anciano caballero), Yukio Mishima (Patriotismo), Salman Rushdie (Los hijos de la medianoche, Los versos satánicos), Marguerite Duras (El amante), Constantino Cavafis (Piimata), Evgueni Evtushenko (poemas), Manuel Vázquez Montalbán (Cuarteto), Graham Greene (El ídolo caído, No hay culpable), E. L. Doctorow (El libro de Daniel), Günter Grass (El poeta), Anaïs Nin (En una campana de cristal), Nizar Qabbani (Diario de una ciudad que se llamaba Beirut), Carlos Fuentes (El Día de las Madres), Jacques Prévert (Contra las conciencias satisfechas de sí mismas), Patrick Süskind (en sección “Valoraciones”) , Oe Kenzaburo (La captura), Frederick Forsyth (Chantaje), Adolfo Bioy Casares (Dormir al sol), Emily Dickinson (Cartas abiertas al mundo), Thomas Stearns Eliot (La tierra baldía), Woody Allen (Un escritor llamado Woody Allen), Marguerite Yourcenar (Ana, soror y ensayos), Luis Buñuel (Mi último suspiro), Dylan Thomas (En mi oficio o arte huraño), Josef Brodsky (poemas), Umberto Eco (Apostillas a El nombre de la rosa), Peter Handke (El momento de la sensación verdadera), François Truffaut (El cine según Hitchcock), Anna Ajmátova (valoración en su centenario), Nadine Gordimer (La gente de July), Andreas Huyssen (Guía del posmodernismo), Darío Fo (Un muerto en venta), Dino Buzzati (cuentos), Michael Ende (El espejo en el espejo), Tahar Ben Jelloun (El discurso del camello), Yunyi Kinoshita (La grulla crepuscular), Anthony Burgess (Releyendo a Conan Doyle), Patricia Highsmith (El cementerio misterioso), Alejandra Pizarnik (Entre el silencio y la muerte), William Joyce (El estado actual de la poesía norteamericana) y tantos, tantos otros poetas, narradores, teatristas, críticos y ensayistas que es imposible mencionarlos todos, brillaron en las páginas de la revista Opción.

Fue una revista que todavía se recuerda, que tuvo una gran repercusión, en especial en el medio intelectual y afín a la literatura y el arte, una revista que cruzó las limitaciones que nos imponía el entorno, que publicó por primera vez entre nosotros a muchos escritores y sus obras, aunque fuera a través de una muestra.

Corren rumores de una próxima segunda época en la Editorial Arte y Literatura, y desde ya siento alegría y esperanza porque se materialice esa aventura del espíritu, que sin dudas contribuirá a un acercamiento a la literatura que se está haciendo en el mundo y a un mayor conocimiento de ese universo creador.


Fotos de las portadas de distintos números de la revista

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