Donde estén los latigazos que se quiten los abrazos
El nuevo faszzzismo brota del capitalismo con varias capas de protección, a partir de su idea principal.
— ¿Qué puede usted quitar a un moribundo pobre?
— El último suspiro en la agonía.
— ¿Pero la agonía es la puerta del fin, no es un bien?
— ¡Sí! ¡En ella hay resistencia! ¡El suspiro! ¡Vivo muerto! ¡Vivo muerto! ¡Hay resistencia! ¡Hay que apropiarse de ese bien! Y ya, después, entonces, soltamos la carcajada hasta que nos duela el pecho, hasta que la escuchemos rebotar, macabra, espeluznante. Nos reímos todos, yo el amo y mis servidores, hasta hartarnos; después les ordeno: “hagámonos los trágicos, ¡ay!, ¡ay!”, y seguimos, robamos y engañamos. ¡Quiero esos aplausos! ¡Y vuestros suspiros!
(Mark Twain anunciaba lo que veía que el imperio mesiánico iba a hacer en el siglo XX: “Ama los bienes de tu prójimo como a ti mismo”, y más ahora que el mundo abandona el dólar).
Los asaltantes vacían los bolsillos del que agarran en la calle, “¡tercer mundo!, tú, ven aquí, tercer mundo”, ellos le dicen “tercer mundo”. Y le cachean teniéndolo manos arriba recitándole: “ama los bienes de tu prójimo como a ti mismo”, una enseñanza liberal, ¿de dónde vendrá?, ¿dónde he leído algo parecido?, para mí que forma parte de una filosofía apasionada. Ya lo creo, le sacan la manteca al pobre y si rechista le hacen que entregue su último suspiro, ahora han puesto de moda la frase “hasta el último ucraniano”. Oigo que hacen gritar a esos que hacen esclavos antes de dejarles ir: “¡Donde estén los latigazos que se quiten los abrazos!”. Sabed que esas palabras escritas están en el frontispicio de la casa del caballero Rochild…, atención: latigazos y abrazos, en lugar de una z tienen dos zetas cruzadas.
Dejemos de hablar para leer el cuento, solo el cuento, a los niños y niñas.
“La familia Rochild hace ‘panecicos de Hellín’”, una fritura de miga de pan con huevo y canela que se mezcla hasta conseguir una masa blanca y espesa, se coge una cuchara tras otra y se echa a una sartén con el aceite caliente. Una vez que se han frito los “panecicos” se ponen en un puchero, se le echa más canela, una cantidad de azúcar equivalente al peso del pan que se ha puesto, unos pocos piñones, y se echa agua hasta cubrirlo todo. Se pone a cocer durante una hora y cuarto más o menos, y cuando se comprueba que los “panecicos” están tiernos se retira la olla del fuego y se dejan enfriar para comer al día siguiente…, que se dará uno por uno a los que al final del día le llevan hasta el último suspiro.”
“Un piso más abajo de donde habita se encuentra la obediente familia Bidé, que hace unos aparatos cerámicos parecidos a un cuenco y los vende para sentar el trasero en el baño. Uno de sus antepasados elaboraba vasos y más vasos de barro y él lo transformó en asiento, Banco, donde acular, el diccionario dice de esa acción ‘arrinconar, acosar a alguien’, no sean sucios. Los Bidé pensaron, ‘si no quieres mi vaso para tu boca será para tu…’, y en el torno de alfarero, la máquina del barro, dio forma a aquella pieza que se arrima por detrás, traseramente pensada, el Banco prestamista hace eso.
Pegado a la flaca pantorrilla de Bidé va un tipo llamado ‘Shunak’, en castellano ‘altar’, en el que se adora ‘la city de Londrés’. Fíjense, ‘Bidé, el Banco traseramente pensado, y el altar donde se adora la city’.
“El más destacado hijo de ellos dos es el mercenario conocido como Satanyahu. Imaginen cómo será que en la puerta tiene escrito ‘Dèjá vu’, le sirve para aludir a un pasado mesiánico queriendo significar que vuelve del pasado. La expresión de su rostro deja ver su propio infierno. Estos tres son los preferidos de la familia Rochild.
“En otro piso del edificio vive un tipo ruidoso que se pretende romántico, Sholz, viste de verde, alemán, desde la ventana, calvo como una rodilla, grita de forma trágica ‘¡va a doler!, ¡va a doler!’, es como su madre, ansiosa de fama, ha llegado a confesarse mentirosa, mano de obra de Bidé y ‘altar’, ‘Shunak’. Cuando Sholz sale a la ventana a gritar su madre le dice ‘Werther estás loco’, Werter el personaje romántico de Goethe, y él grita más fuerte ‘¡Sííí!’. Tiene subida la irracionalidad y pasa horas llevando mercadería a Satanyahu.
“El más destacado hijo de ellos dos es el mercenario conocido como Satanyahu. Imaginen cómo será que en la puerta tiene escrito ‘Dèjá vu’, le sirve para aludir a un pasado mesiánico queriendo significar que vuelve del pasado”.
“Ya en la calle, los que dicen al que pasa ‘¡tercer mundo!, tú, ven aquí, tercer mundo’, ellos le dicen ‘tercer mundo’, permanecen apostados en las dos esquinas, un bandido en cada una, los dos han barrido en la oficina de Rochild y ahora limpian los bolsillos al que pasa, cuarentones, acicalado el cabello, cortado a navaja y raya clásica, el uno llama a quien pasa ‘tercer mundo, oui’, y vaciados los bolsillos despide al pobre con voz de desprecio ‘au revoir’. Últimamente, en el barrio de al lado, los africanos le han hecho correr y le han dicho que no vuelva, y ya se ha quedado en la esquina. Suena mal su nombre francés, se traduce como ‘marrón’. Yo, que me intereso por las interioridades del lenguaje, he leído con sorna que ‘marrón’ en francés es ‘macrón’ y se llama así a quien hace malas pasadas o resulta molesto.
Su par, el bandido de la otra esquina, está en la última capa de protección del faszzzismo, cortadito el pelo a navaja, diría que es a puñal, deja ver su diente de oro que brilla cuando uno se acerca a su esquina, ahí va con las manos en los bolsillos del gabán, ¿en cuál tiene el arma afilada Pedro?
Al final del día el amo Rochild les pide cuentas de los suspiros, de las agonías, de las resistencias vencidas, y a sus personajes, mercenarios, les brillan los ojos mientras entregan su botín, el amo suma, y después da a cada uno un ‘panecico’”.
Posdata: Algún “Tercer mundo” ha cruzado hoy las capas de protección del nuevo faszzzismo, y ha pasado sin decir “donde estén los latigazos que se quiten los abrazos”.