Por Frank
25/7/2017
I
Frank nació en Santiago,
en la Ciudad,
un siete de diciembre.
Su padre era un pastor evangelista
que a los setenta años
se bañaba en el mar con los muchachos,
que detuvo un tranvía con el cuerpo
y le dijo a la muerte que ahora no,
que ya habrá tiempo después para esas cosas;
y entonces,
como la Ciudad estaba triste
y ya ni siquiera se oían los tambores,
se montó con un órgano en un camión
y se fue, por todas las calles de Santiago,
sin sombrero,
asustando con su bastón el aire,
llenando de música las plazas.
Supo entonces que a la Ciudad
se le habían muerto todos los héroes,
y fue a Doña Rosario y la tocó en el vientre
y Frank nació en Santiago, en la Ciudad,
un siete de diciembre.
Dibujo: Sigfredo Ariel
II
Si hablas con Rosario
hallarás vivo al Señor País;
es un recuerdo, una secreta rebeldía,
una mano abriendo las ventanas
y ofreciendo el pecho como la casa más segura.
Todo es su consecuencia,
y todo llegó a Frank desde la cuna,
porque para el niño de cinco años
no hubo muerte,
su padre se lo bajó del hombro,
lo puso sobre la tierra,
lo empujó suavemente
y se sentó a la orilla del camino.
III
Por eso hablar de Frank,
del hijo del pastor,
del maestro,
del joven capitán que un día vistió
de comandante a la Ciudad,
y se fue con ella hecho un grito ronco por las calles
hasta el mar,
hasta más allá del mar
y las montañas.
Hablar de Frank,
del organista que una tarde cualquiera de Santiago
hizo su comunión con el heroísmo.
Hablar de Frank,
del poeta empujado hacia los techos de la Ciudad
por los sonidos de las balas del Moncada.
Hablar de Frank,
del jefe de acción y sabotaje
que recogía violetas en las calles
después de haber hecho que la muerte muriera otro
poquito.
Hablar de Frank
y luego de David
y siempre de Frank
es saber hasta dónde su padre y la Ciudad
le llenaron de fuego el corazón.
IV
Al entierro de Frank fue toda la Ciudad
habían clavado un puñal en la ternura de la tierra.
V
Hoy Frank es un país,
su corazón es un camino por donde andan los niños
con los ojos abiertos.
Hoy Frank es una Isla violenta
un surco
el canto de una semilla reventando la tierra;
porque Frank está ahí, encima de la muerte
montado sobre una muerte que solo logró regarlo
por la Isla, convertirlo en escuelas,
repartirlo en la risa de los niños
que andan tocándole el corazón caliente todavía.
La muerte nos lo puso más cerca, más adentro;
ya no anda su cuerpo por las calles
pero el sonido de sus pasos golpea todas las puertas;
ya sus dedos no son una rebeldía sobre el órgano,
pero el mar está lleno de música
y en las tardes violentas de Santiago
se oye una melodía que nos hace abrirnos la camisa.
Ya sus pies no son una angustia sobre los techos,
pero aún están sonando las balas del Moncada
y Frank sigue naciendo de la Ciudad,
saliendo de las calles,
creciendo de los techos,
repartiendo el corazón
como único pan posible para matar la muerte.