Lecturas de un libro sobre un artista encantado y un hombre fidelísimo
Me siento profundamente honrada de comentar para los asistentes al evento teórico Freddy Artiles, del 15 Festitaller Internacional de Teatro de Títeres, Festitim [1], la edición del libro Fiel a sí mismo. 30 años de Zenén Calero con Teatro de las Estaciones [2], y es un privilegio que se suma al de ser parte de este 15 Festival y Taller Internacional de Teatro de Títeres que, contra apagones y otras adversidades, están haciendo realidad nuestros anfitriones y por estos días, ellos, junto con infinidad de asistentes, ellos y nosotros, calentamos las redes con imágenes coloridas de los títeres desde Matanzas y Cuba. De modo que comienzo diciendo: Gracias, en primer lugar, en nombre de los espectadores teatrales, de los cuales soy parte privilegiada.
Fiel a sí mismo. 30 años de Zenén Calero con Teatro de las Estaciones, editado por Yudd Favier, con diseño de Frank David Valdés y con más de un centenar de fotos de una docena de artistas del lente de otros oficios escénicos —Xavier Carvajal, Sonia Almaguer, Jorge Luis Baños, Juan José Palma, Ramsés Ruiz, Sergio Martínez, Julio César García, Alfonso Lou, Manolo Martínez, Nicolás Ordoñez y Carolina Vilches, María Laura Germán y Rubén Darío Salazar—, no podría tener mejor nombre. La trayectoria de este artista, que se abre para la escena con la etapa formativa del Teatro Papalote, bajo el magisterio y la guía comprometida de René Fernández Santana, en la cual descubrió la manera de trabajar las técnicas del diseño en diálogo vivo con la acción dramática, los objetos animados y el vasto universo que representa la herencia cultural africana, alcanzaría la plena madurez en el Teatro de las Estaciones, de cuya visualidad es responsable y generador de la Belleza —con mayúscula—, pues la poética del grupo, en el que caben los más diversos estilos y corrientes estéticas, está definida por la impronta de este matancero, cardenense para más señas, con pinta de lord inglés, pero cubanísimo raigal, que sabe convertir en hermosura todo lo que pasa por sus manos.
Por si fuera poco, la primera parte del título de este volumen expresa la consecuencia ética y estética de Zenén Calero, artista-investigador que aúna con el talento la laboriosidad emprendida por sus propias manos, la curiosidad y la inocencia de niño, que él conserva vivas, con la resolución de hurgar en tradiciones culturales, teorías y técnicas para encontrar, con muy poco, restallante expresividad, afín a la línea directriz de su par, el infatigable Rubén Darío Salazar, enriqueciéndola y retándola desde la imagen colorida, rica en curvas y formas superpuestas.
Como admiradora ferviente de Zenén, no puedo sustraerme a la tentación de recordar el encanto subyugante de un telón que la luz modula y transforma, al fondo de la escena de Todo está cantando en la vida, para transportarnos con la materialidad de puros objetos de desecho a ensoñaciones mágicas a tono con las melodías y metáforas de Teresita Fernández; o la sobriedad surrealista del vestuario y los objetos de los paseos de Buster Keaton, o el colorido de La Virgencita de Bronce, que me retrotrae al puro callejeo bajo el sol por La Habana Vieja, tan querida de mi infancia. Pero me toca hablar del libro, que es un hermoso homenaje colectivo al Mago, o al Príncipe, noble ciudadano de la ciudad de poetas y de esta Isla, y a quien yo prefiero decirle, cariñosamente, El Rubio, en antigua complicidad con el inefable Rubén Darío.
Las páginas de Fiel a sí mismo. 30 años de Zenén Calero con Teatro de las Estaciones, componen un acercamiento múltiple y complementario de catorce voces, en el cual se combinan las reflexiones con perspectiva teórica e historiográfica, la poesía, la semblanza y el diálogo directo con el artista.
Yudd Favier, en la presentación, evoca el significado del Teatro de las Estaciones como protagonista del teatro cubano de figuras, que articula creación de un amplio repertorio y pedagogía, en los cuales Zenén concreta la realización corpórea, generadora de emociones inolvidables.
El propio artista, en conversación con Norge Céspedes, pondera el material pobre, porque, como afirma pleno de lucidez, “El arte no está en el material sino en el artista”, y cuando no dispone de medios sofisticados, se las arregla para “a partir de elementos comunes de nuestro mundo, hacer un mundo nuevo”. Así desmonta cualquier pretensión de fastuosidad barata, para defender su derecho a remontar vuelo desde la teatralidad más honda.
No hay mejores elogios para Zenén que los de su maestro, René Fernández Santana, en “La impetuosidad de las líneas, los colores y la luz”, que encomia desde la suerte, el talento y la inteligencia de este muchacho, y pondera la imaginación, laboriosidad y sensorialidad del artista, capaz de captar iconos, de mezclar recursos y de integrarlos a la teatralidad y al movimiento de la escena, bajo su luz singular de la mirada.
José Manuel Espino poetiza en torno al alma volandera del Mago. Y no es casual que también Joel Cano, a caballo entre el drama y el verso, y Alfredo Zaldívar, asentado en la territorialidad que comparte con “El artista” —así se llama su poema—, hayan elegido la poesía, arte de la representación de sentimientos e ideas, para devolverle al artista la que él les prodiga en formas, plagados de sutilezas y figuras del lenguaje. También en clave poética, María Laura Germán invoca al niño de alma clara, juguetón y soñador que es Zenén, maestro que ha contribuido a su propia formación artística como dramaturga, actriz y directora. Y el autor teatral Salvador Lemis versifica la labor del diseñador en personal lectura de su vida y creación, como un hermoso viaje.
Del gran maestro Armando Morales, también avezado diseñador escénico, el tomo recoge su valorización de la ruta profesional de Zenén, en la que revela claves de las aproximaciones a los procesos creativos, como la preferencia en conocer la nueva obra a través de la lectura, no en solitario, sino en la voz de quienes serán sus intérpretes. Y reafirma el papel del diseñador como artista que concretas ideas y contenidos desde el trabajo de mesa. Reconoce también la brillantez de Calero al retomar la herencia de Pelusín legada por Pepe Camejo.
Otra figura emblemática como Carlos Pérez Peña, actor que se formara bajo la tutela de los Camejo y también versado en el universo visual de las tablas, retoma el diálogo con la herencia, examina los códigos de títulos memorables de Zenén desde Nokán y el maíz con Papalote pasando por El guiñol de los Matamoros, La niña que riega la albahaca, Pedro y el lobo y La caja de los juguetes, muy diferentes en poéticas y procedimientos, y para alguno de los cuales él mismo serviría de referente vivencial y memorioso, a instancias de Zenén, desde su faceta de artista-investigador. Refulge el análisis de Los zapaticos de rosa, como modelo de ejercicio crítico fraterno y envidiable.
Norge Espinosa desmonta el clasicismo caleriano, a lo largo de las representaciones de cuentos tradicionales, de las fábulas míticas occidentales a los patakines y loas que vienen de África y el Oriente, revela grandes referentes visuales y se detiene en las brillantes soluciones del artista a lo largo de numerosas puestas en escena. Al crítico y dramaturgo correspondió también la nota de contracubierta, en la que reconoce: “Un títere es algo más que papel, madera y retazo de tela. Un títere es un alma dispuesta siempre a ser despertada. Y tiene su carácter, su biografía, su sentido del humor y del drama. Como cualquier ser humano. Eso lo aprendí con Zenén Calero”.
El libro se completa con dos entrevistas, una de Marilyn Garbey sobre el valor del diseño en el teatro de figuras, en la que Zenén hace gala de sus convicciones estéticas, genio y figura del cuidado que no baja jamás la guardia —Zenén y Rubén saben cuánto, curiosísima como soy, me gusta registrar lo oculto y mirar de cerca los reveses de un vestuario o la factura de una escenografía, sin que nunca haya podido descubrir una chapucería o un remedio de última hora—. El otro intercambio lo propicia el nicaragüense David Rocha, a cuatro manos con Rubén incluido, provocador de la revelación de los pormenores del intercambio profesional entre los miembros de un binomio indestructible.
Al cierre, una cuidadosa cronología con fichas de espectáculos diseñados por Zenén para las Estaciones, 38, que dan cuenta de la diversidad de autores, modos, y estilos trabajados, completan el libro, junto con las compilaciones de premios y reconocimientos obtenidos junto a su grupo, y de las direcciones artísticas realizadas para el mundo audiovisual tecnologizado.
El lector, enterado o no de la trayectoria de Zenén Calero, puede constatar por sí mismo en cada segmento del libro, la riqueza y la valía de su obra para las Estaciones gracias a las imágenes fotográficas, que recogen al artista en su taller y un amplio muestrario de las innumerables marcas de su impronta. De entre ellas resalto el retrato de cubierta de Sergio Martínez, fiel a la estirpe de hombre bondadoso y sensible, de mirada noble y sonrisa franca del homenajeado.
Si no fuera por la envidia que podría rezumar, diría sin sonrojarme que a este libro sólo le falta que yo hubiera aportado al menos alguna nota. Pero con esta oportunidad para difundirlo en su primera presentación pública, Rubén se reivindicó con creces. Si bien él dice —como cita Yuddalis— que sin Zenén no habría Teatro de las Estaciones, lo complemento diciéndole a Rubén, que tampoco sin Zenén, él sería el mismo director, ni nuestro teatro para niños y de títeres nos proporcionaría a los pobres mortales que acudimos en busca de una realidad otra, de belleza, utopía y bondad, tantas satisfacciones.
Notas:
[1] Celebrado en Matanzas del 14 al 19 de mayo de 2024.
[2] Teatro de las Estaciones, Matanzas, 2023. Impreso por Selvi Artes Gráficas, Valencia, España, gracias a la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación, COSUDE.