Han pasado 266 años desde que vio la luz en la ciudad francesa de Lyon el célebre texto Carta sobre la danza y los ballets, de Jen Georges Noverre, legendario bailarín, maestro, coreógrafo y teórico francés justamente considerado “el padre del ballet de acción y del ballet moderno”. Entre las muchas enseñanzas que podemos extraer de tan imprescindible texto, hay una cuya increíble actualidad me devolvió una reciente experiencia.

Convocados por el talentoso artista plástico Carlos Rafael González Barbán, un grupo de artistas de la danza participaron en una hermosa y plural reunión creadora. El sitio escogido fue el conocido Museo Bodega de Don Pancho, en la ciudad de Santiago de Cuba, que atesora la rica historia del ron cubano, uno de los productos derivados del azúcar de caña que constituye no solamente una gran fuente de divisas para la economía del país, sino que también es mundialmente valorado como una de las riquezas culturales de nuestra nación. Siglos enteros de tradición se atesoran en esa famosa bodega situada casi en los bordes mismos de la bahía santiaguera.

Desde hace algunos años “Los saberes de los maestros roneros cubanos” han sido universalmente reconocidos como Patrimonio Cultural Inmaterial de la nación cubana. Los visitantes recibieron de primera mano de esos sabios especialistas las peculiaridades históricas técnicas y publicitarias de nuestra historia ronera. De manera sabia pero llena de modestia, con un lenguaje fluido y asequible, tres de ellos nos adentraron por esos caminos.

El acto de sinergia de estas expresiones artísticas ocurrió en el Museo Bodega de Don Pancho, a unos metros de la rada santiaguera. 

Ese fue el preámbulo para la acción conjunta que vendría después en los predios de esa famosa Bodega, escenario donde el autor de esta crónica vivió una de las más grandes experiencias en su trabajo de divulgación masiva del arte en nuestro país. Con la colaboración de la pedagoga Zuria Salmón, actual directora de Ballet de Santiago de Cuba, y un grupo de bailarines de esa compañía, se desarrolló el espectáculo didáctico titulado Un encuentro con la danza, la técnica, la expresión y los estilos, ilustrado con la preparación física y técnica de los bailarines de ballet, su entrenamiento académico en barra y centro, las pantomimas y luego del trabajo de dúos o pas de deux con ejemplos de baile en el Renacimiento, del segundo acto de Giselle, representativo del estilo romántico, el adagio del segundo acto de El lago de los cisnes, como ejemplo de clasicismo académico y ritmos criollos como un ejemplo de la cubanía y la modernidad.

De manera simultánea a esta acción escénica, el artista plástico fue creando sobre un lienzo, inicialmente todo en blanco, la figura de una bailarina con su tutú apresando los colores de nuestra bandera y coronando su cabeza con un tocororo, nuestra ave nacional, que tiene en su plumaje los mismos colores. Hermoso fue ver la magia del arte ronero, con el arte de la plástica y el arte de la danza. La reacción de público fue totalmente emocionante y todos los participantes en esa muestra colectiva de arte experimentamos la sensación de haber logrado una rica y profunda comunicación con el auditorio.

“Hermoso fue ver la magia del arte ronero, con el arte de la plástica y el arte de la danza. La reacción de público fue totalmente emocionante…”

Al escribir esta crónica no puedo dejar de pensar que hace más de dos siglos Noverre supo definirnos lo que acabamos de experimentar. Él nos dijo: “Todas las Artes están cogidas de la mano y son la imagen de una numerosa familia que busca ilustrarse. Su utilidad para la sociedad excita su emulación, la gloria es su meta y se facilitan mutuamente ayuda para alcanzarla. Cada uno de ellas toma caminos opuestos, del mismo modo que cada una de ellas tiene principios diferentes, sin embargo, se encuentran algunos rasgos notables, ciertas semejanzas que revelan su íntima unión y la necesidad que tienen unas de otras para elevarse, embellecerse y perpetuarse. De esta relación entre las artes y de la armonía que reina entre ellas, debe deducirse que el maestro de ballet cuyos conocimientos sean más extensos y que poseen mayor genio e imaginación, será el que ponga más fuego, más verdad, ingenio e interés en sus composiciones”. En Santiago de Cuba volvió a repetir emocionado que allí se produjo ese histórico milagro.