Solo tú, Ericka; solo tú y la amistad (“Amigos. Nadie más. El resto es selva”, según Guillén, Jorge, el español). Solo tú y la amistad, y la poesía. Estoy leyendo tus versos en medio del apagón. Tú eres mi cocuyo, mi pequeño relámpago. Y es justo viernes y es mayo y son las diez y cincuenta de la noche. Ando germinando, Ericka, al lado tuyo “para no sentir la pena del escarnio en nuestros nombres / para no sentir el emblema sobre los hombros”.

Hay una chica que puede hacer la guerra y hace la paz; una chica que puede ser la cobija perfecta o la teja arrancada de un desgarro. “Cierra tus piernas, madre”, que tengo ganas de gritar; pero aquí los gritos son rosas moribundas, profundos como los huecos negros, sinceros como un orgasmo solitario. Tengo ganas de gritar, pero la poeta escribe, pero la poeta dice: “En vez de salir corriendo / cenaremos de la mano de la muerte, es nuestro pacto”.

Quiero gritar, repito; pero lamo el costado de mi perro viejo, donde ha mordido el mundo. Se están muriendo las torcazas y las cartacubas, Ericka. Hay un Sandy en miniatura, un huracán de fuerza cinco, devastando las carnes y la ciudad, y tú muchacha haciendo versos, es decir sembrando ángeles; es decir, levantando metáforas, columnas aferradas; rearmando un país, un gran banco de arena, apagando o encendiéndolo, no sé; levantando sus auroras, sus cotidianos purgatorios, “sus anclas luminosas”.  

Estoy escribiendo en medio del apagón. Tus versos incandescentes me guían. Estoy quemando grasa de las evocaciones; maldiciendo lo que hay que maldecir, corriendo el horizonte, contigo Ericka. Veintiséis poemas, veintiséis disparos, con esta tu-nuestra “introspección agónica”. Agónica cierto, pero espesa como el borboteo de la herida, pero tibia como el sexo, pero larga como la esperanza.

La agonía es el deber sangrante.

Si hubiera sido Orpí, si hubiera sido Oscar, si hubiera sido Demián (los jurados de los Juegos Florales de 2022), yo también te hubiera premiado. Dicen que los Juegos Florales vienen de lejos, vienen del tiempo, y que nada hay en este mundo como una flor, o acaso sí: un libro.

“Este libro me recuerda el kintsugi, el arte milenario del Japón, aquel que recompone los pedazos de las vasijas rotas, que se esfuerza con primor en hallar sentido a lo que parece pasado, olvidado, perdido”.

Los rostros de un país (Ediciones Santiago, 2024) de la doctora Ericka Castellanos Abad, sus versos, se sumergen, ungen, urgen, hunden la palabra en la brasa, soplan en el rescoldo, prenden las cenizas. Los rostros de un país ―¿cuáles rostros?, ¿cuál país?―, no es un manojo de treinta y nueve páginas, es un géiser que Ericka hace emerger, una caricia que Ericka hace asomar. Es el país poético que Ericka va a recorrer, el país al que nos empuja, desmandada, sedienta, al borde.

Tal vez sea una idea peregrina, una asociación insólita, un juntar de universos; mas ahora mismo voy a nombrarlo. Este libro me recuerda el kintsugi, el arte milenario del Japón, aquel que recompone los pedazos de las vasijas rotas, que se esfuerza con primor en hallar sentido a lo que parece pasado, olvidado, perdido.

Este libro ha tenido la magia del mil veces artista, Carlos René Aguilera, en la ilustración de cubierta: el surfing tropical, el surfing ardoroso entre las cañas. Y la mano siempre ennoblecedora de Noel Pérez en el diseño; y la de Oscar Cruz (el poeta), digo el terrible, en la edición. Y la de sus amigos y la de sus amores y las de sus efluvios y la de sus rincones.

Yo, Doctora Ericka Castellanos Abad, amiga, tengo un grito sordo en medio del apagón, voy leyéndote y volando. Voy muriendo. Como dices, muy bien: “Hay palomas tanto para la aventura como para la calma”. Yo también me postro, me aprieto, me caigo, elevo una oración para salvar almácigos, “almácigos copudos”. Que sea metáfora y que sea látigo, que sea aguacero y que sea fuego, que sea otra vez almácigo y que sea lo que Dios quiera, lo que tenga que ser.

Yo, a estas horas, con estas notas redactadas en las sombras, nada voy a decir que no se sepa. No se me pida más, cuando estoy rompiéndome los ojos con estos gajos secos, atravesando la pequeña oquedad del porvenir, poniendo letras en el milagro del papel, y en ti. ¡Poesía o muerte!

(10.50 p.m., 24, mayo, en 2024, en Santiago de Cuba)

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