Con su cuerpo pequeño y su andar ligero —ya no así con el bastón de los últimos años— se le recordará a Tomasito inquieto por los salones de la Biblioteca Nacional “José Martí”, donde selló su obra como bilbliógrafo y referencista.

Tomás se definía a sí mismo como “un cimarrón”.

Licenciado en Bibliotecología e Información Científico-Técnica, nació en el barrio habanero de San Isidro el 7 de marzo de 1941, y a los 83 años de intensa existencia deja de estar rompiendo formalidades y acentuando irreverencias para situarse definitivamente en el recuerdo y el alma de la nación que defendió hasta su último aliento.

Miembro de la Asociación de Escritores de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) lega, al presente y al futuro, textos de obligada consulta que nunca envejecerán, como no lo hizo su espíritu y su pensamiento: Recuerdos secretos de dos mujeres públicas, El negro en Cuba (1902-1958): apuntes para la historia de la discriminación racial, Historias de mujeres públicas y Misa para un ángel, bastarían para caracterizar sus múltiples visiones hacia la segregación, la humillación, la discriminación y las desigualdades sociales, pero la realidad es que suman decenas sus libros y artículos.

Tomasito lega, al presente y al futuro, textos de obligada consulta que nunca envejecerán. Imagen: Tomada de Claustrofobias

Se autodefinió públicamente como “un cimarrón” y no tenemos derecho a negarle esa condición, y es que siempre estuvo rebelde y apalencado, su vida fue un palenque y los rancheadores que le persiguieron con rabia no lograron en más de ocho decenios de sueños y respiros, alcanzarlo con sus perros, aunque siempre le lanzaron dardos de odio y resquemores.

“(…) cuando de Revolución se trataba, no titubeó en sentarse al lado de Fidel y los agradecidos”.

Cuando tuvo que ponerle “los puntos en las íes” a algo se lo puso, y a la pregunta sobre de qué lado estaba cuando de Revolución se trataba, no titubeó en sentarse al lado de Fidel y los agradecidos.

Miembro activo de la Comisión José Antonio Aponte de la Uneac y profesor universitario, pero sobre todo y ante todo, bibliógrafo, según sus propias palabras. No hay lugar para despedirlo. Sus condecoraciones por sus aportes a la cultura cubana nos estarán diciendo a cada momento que aquí está, entre nosotros, y para siempre, reconocido y premiado. Ni siquiera cabe un ¡hasta luego!, te mereces diariamente tus “Buenos días”.

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