María Elena Llana agujerea los tiempos. En su imaginación —y en sus libros— habitan seres acrónicos, que desandan al azar. Son, a la vez, la ubicuidad y la lógica de sus personajes dos portes de su literatura, bordada con manos hábiles, sin zurcidos. Narraciones, hiladas con exquisitez, estructuradas sobre la elocuencia y la naturalidad de lo cotidiano.

A sus 88 años María Elena tiene una agilidad quimérica que esgrime como un lance del envejecimiento. No afloran estos dolores del cuerpo cuando se le anima a contar su vida; entonces, y sin edad pensada, se desliza hasta la raíz de sus días entre espirales extendidas en la largura de una existencia pródiga.

Es una tarde fresca de fines de diciembre, a pocas horas de que María Elena recibiera la noticia de su nombramiento como Premio Nacional de Literatura. En las paredes de la sala de su casa, a pocos metros del malecón de La Habana, es tenue la huella que dejan las partículas del salitre en todo cuanto se asientan.

De pie, en medio de la estancia —amplia, ocupada por una mezcla de muebles contemporáneos y de época— ella se enorgullece de su árbol de navidad, que no deja de poner, afincada en una costumbre familiar que sostiene sin fanatismo. No es por devoción —dice—, pero desde mi infancia lo disfruto.

—Aprendí a leer a los cinco o seis años y ya fui una lectora incansable, y de ahí empecé a escribir y siempre lo he seguido haciendo; también pintaba: estudié en San Alejandro, pero no terminé. Nunca tuve hermanos, era asmática, muy sobreprotegida, tenía una soledad tremenda. Le tengo mucho miedo a la soledad.

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Su familia paterna, los Llana, a la que siempre la vincularon, era adinerada en Cienfuegos. Tuvo una finca en las montañas del Escambray hasta que la perdió en la crisis económica del ’30, en el siglo XX. Pero la “pobreza” de su parentela nunca llegó al río, mantuvo prestigio (sobre todo su abuela, una de las mujeres más bellas de la ciudad, según se decía) y propiedades. En el 40, se radicaron en La Habana.

María Elena tenía cuatro años en esa fecha y recuerda el viaje en autobús: “imaginaba que mis muñecas vendrían sentadas en el asiento de atrás de la guagua, pero me las trajeron en una maleta”. En su memoria guarda, además, una escena más antigua, la del tercer cumpleaños, cuando la retrataron con su prima Carlotica, de la misma edad, quien todavía permanece en Cienfuegos.

Los orígenes de sus fantasías y pasión de contar se hallan en el curso de la vida de esta periodista que desde muy temprano hizo literatura.

María Elena y sus padres —que mantuvieron su matrimonio toda la vida— convivieron durante muchos años “con los abuelos y una tía. “Siempre fueron muy protectores conmigo, aunque el mayor cariño lo recibí de mi mamá”.

Su tío, el más joven de los hermanos de su padre, recuperó aquí en La Habana la economía raigal de su progenie y en 1946 —“yo tenía diez años”—, se casó con una muchacha algo más joven que él, Bertha: “un regalo que me dio la vida”.

—Él, mi papá y mi abuelo, hicieron negocios de automóviles, por eso me regalaron uno cuando me gradué de periodista. Empezaron poniendo una ponchera en Luyanó, en plena Segunda Guerra Mundial. Todavía no existían la Vía Blanca ni el Circuito Sur, entonces todo el que entraba a La Habana por la parte oriental de la ciudad, lo hacía por allí.

“Cuando Estados Unidos se involucró en la guerra y paró la industria ligera, aquí en Cuba había escaseces; se hacían colas y todas esas cosas, no venían gomas ni había repuestos para los carros. Fue cuando mis tíos, mi papá y mi abuelo pusieron la ponchera.

“Entonces toda la gente que venía por la carretera cogía el ponche ahí. Luego mejoraron el negocio y añadieron una recapadora de gomas; después un taller y más tarde cuatro talleres de compraventa. Cuando terminó la guerra y volvió a llegar a Cuba toda la industria ligera estadounidense, entonces ellos iban allá, compraban automóviles en subastas, los traían por el ferry y los vendían aquí.

“Había automóviles que los estrenaban en Cuba para probar su aceptación. Comprar un auto que todavía no estuviera a la venta en Estados Unidos era una vanidad en ese país. Mi tío, mi papá y mi abuelo nunca se metieron en política, pero ya te digo, tuvieron casas y todas esas cosas, y yo viajé a España, Estados Unidos y México.

“… en esa época, las mujeres que estudiaban periodismo hacían crónicas y eso, pero no iban a trabajar a un periódico como los hombres”.

“Pero me quería independizar, porque chocaba con todos ellos; eran muy tradicionalistas. Yo era la niña de la casa, la loca, fíjate que me corté el pelo cuando se empezó a usar la lloviznita. Mi abuelo (español), me dijo: ‘Con ese pelado y manejando…’ Yo le respondí: ‘No, Papo, conmigo no hay equivocación’. Además, en esa época, las mujeres que estudiaban periodismo hacían crónicas y eso, pero no iban a trabajar a un periódico como los hombres”.

A su abuela materna, la conoció de mayor: “la persona más dulce que he tenido en mi vida; un día, no hace tanto, estando en una duermevela, vi que entraba a mi cuarto y se inclinaba sobre mí, como para ver si yo estaba bien. Fue algo en extremo real para mí. Parte de mis cuentos misteriosos son experiencias que he vivido: ¿A qué se deben? ¿Es psicológico? ¿Qué es? No lo sé; no especulo con eso, no soy médium ni nada…”

— Así fue mi familia. Tuve todo lo material, pero espiritualmente nadie me entendió, salvo Bertha. Ella fue el oasis, y ya después tomé mi vida y todo lo que te digo; no me fue bien en los matrimonios, qué vamos a hacer, pero tampoco le soporté una pesadez a nadie, que va, a nadie. Y tuve mis dos hijos con Aroldo Wall, mi segundo esposo, un periodista brasileño que conocí en Prensa Latina.

***

Por el asma no pudo terminar el bachillerato. Antes había estudiado secretariado comercial en un colegio de monjas. Entró en la Escuela de Periodismo a los 18 años, mediante examen. “El periodismo me permitía escribir y por eso lo elegí”.  

—Terminé la carrera y me vi en la calle y sin llavín porque mi familia no tenía fuste en el medio periodístico. Entonces me entero de que otros compañeros estaban haciendo prácticas en el Diario Nacional, y mediante un contacto empecé allí sin ganar sueldo.

“Yo tenía 22 años, y en aquel medio hice de todo, esencialmente títulos, una especialidad que se ha perdido y que requiere una técnica muy precisa: verbo en activo, tipo y puntaje de las letras y nunca en pasado.

Una parte de sus libros.

“Después de mucho insistir con un conocido del Diario Nacional, María Elena Llana fue a trabajar, ya profesionalmente, al recién fundado periódico Revolución.

“A la semana de estar allí yo estaba haciendo todo lo que se hace en la redacción de mesa: recibir y redactar lo que mandan los corresponsales, titular, hacer entrevistas…

“Recuerdo que, en aquella época, cuando Fidel llegaba al periódico empezaban a aparecer gente de todas partes, ministros, fotógrafos…, Korda y Corrales acudían cámara en mano.

“Un domingo por la noche yo llego y estaba todo oscuro en la entrada. Cuando miro, veo a Fidel parado en la puerta, de espaldas a mí. Dije buenas noches y seguí caminando hasta mi buró y, a punto de llegar a mi puesto Fidel me llama: ‘María Elena’. Pensé que era idea mía y no me detuve. Y de nuevo escuché: ‘María Elena’.

“Me volví y veo a Fidel con las manos abiertas: ‘oye, ven acá, ¿qué te he hecho yo?’ ‘¿Usted a mí?, nada’. ‘No, pero es que has entrado así sin mírarme, como ofendida’ ‘No, no, no, yo lo saludé’ ‘Sí, sí es verdad, pero, a ver, ¿qué tú haces aquí?’ ‘Yo soy periodista’, ‘Ahhhh, no sabía que aquí había periodistas tan jóvenes’. Asentí y él pareció recordar algo: ‘Ven acá, ¿tú eres de las que haces mis discursos?’ ‘Sí’ ‘Con razón, todo me lo cambian’. Entonces se me ocurre decirle: ‘Bueno, pero es que si usted va a leer lo mismo que dijo no tiene gracia’. Todos los que estaban en la redacción, los mismos que le habían dicho mi nombre, soltaron la risa; él pareció desconcertado, pero al instante reaccionó y muy sonriente me dijo: ‘Bueno, bueno, está bien, no te molesto más’; me dio la mano y me fui.

María Elena narra sus encuentros con Fidel en el periódico Revolución, “de Fidel mano a mano”.

“A partir de entonces, cada vez que él llegaba al periódico me buscaba, me miraba y me decía: ‘Tú eres la que no me saluda’. En ese momento tres o cuatro personas hacíamos versiones de sus discursos; nos turnábamos en el despacho del director con una máquina de escribir frente al televisor e íbamos cogiendo ideas. Así cada cual redactaba su versión, terminábamos junto con él y el periódico podía salir a tiempo.

“Otro día, Fidel llega al periódico y Norka, la esposa de Korda, le dice refiriéndose a mí: “Doctor, se nos casa”. Y él respondió: ‘Claro, esta mujer tenía que tener un novio muy celoso que no la deja ni saludar a la gente’. Mira todas las cosas que recuerdo de Fidel, de Fidel mano a mano. Pasaron los años y nunca más hablé con él, aunque reportaba sus actividades”.

De Raúl Castro, María Elena Llana guarda en su memoria dos momentos. Uno, cuando a principios de la Revolución se perdió en la Ciénaga de Zapata la avioneta en la que él viajaba. Apareció y convocaron a la prensa en Ciudad Libertad.

—Recién había terminado la Escuela de Periodismo, y una de las cosas que aprendí allí es que cuando fuera a una reunión donde hubiera otros periodistas, hiciera una pregunta propia para el medio que representara. Me acordé de eso cuando ya estábamos saliendo y Raúl venía detrás de los periodistas con otras personas.

“Entonces me viré y le pregunté: ‘Dígame una cosa, ¿en algún momento sintió miedo?’ Me miró como si yo fuera un gusarapo, y pensé que había ‘metido la pata’. Hice un ademán de irme, y me detuvo: ‘No, no, espérese, estaba pensando. Sí, tuve miedo, tuve miedo de caer en el mar, y le dije al piloto: tírate en tierra’. Quedé impresionada por su sinceridad.

“Mucho tiempo después, en una recepción en el Hotel Habana Libre, yo estaba con un grupo de periodistas, pero me acerqué a una mesita para poner el vaso que tenía en la mano. Raúl venía conversando con unos militares peruanos muy entorchados y veo que todos se paran al lado mío. Me sentí fuera de lugar, pero no me podía ir en ese momento, y él fue tan gentil que comenzó a dirigirse a mí igual que lo hacía con los demás. Nunca voy a olvidar que tuviera esa delicadeza con una desconocida”.

—Todos aquellos años los dedicó al periodismo, pero antes ya había empezado a escribir literatura…

— Sí, yo ya tenía muchos cuentos escritos que no mostraba a nadie. Roberto Branly, mi primer esposo, periodista y poeta, a quien conocí en Revolución, logró que yo le dejara verlos y me animó a presentarlos al Premio Casa de las Américas en 1964. Hice una selección de todo lo que tenía y conformé un libro en el que mezclé realismo con fantasía, y como es natural… no gané nada.

“Pero a uno de los cuentos fantásticos que integró esa selección —“Nosotras”— le debo mi entrada en la literatura. Porque Ambrosio Fornet, que había sido jurado del Premio, se había entusiasmado con el libro y al saber que yo era la esposa de Roberto, quiso conocerme.

“Así que, a instancias de Ambrosio La reja fue publicada por Ediciones R en 1965. Yo seleccioné más cuentos y, cuando ya trabajaba en Prensa Latina, se hizo la presentación; no pude asistir porque estaba muy apretada con los horarios. Pero entonces incluyen a “Nosotras” en la primera antología que se hace del cuento cubano y también lo traducen. Y así entré en la literatura.

“En esa época me preguntaban: ‘¿y qué autor influyó en ti?’ Yo creo que ninguno realmente; los leí a todos, pero si algún agradecimiento tengo es a Félix Pita Rodríguez. Porque yo creía que la escritura fantástica era muy superficial, hasta que leí un cuento de Félix que se llama “Alarico alfarero” y supe que esa forma de contar era realmente válida.

“Me publicaron La reja en 1965 y en diciembre de 1983 Casas del Vedado, que fue Premio de la Crítica al año siguiente, hace ya cuarenta años”.

“Luego, cuando me casé con Aroldo, el papá de mis hijos, volví a empezar a escribir cuentos fantásticos. Se los enseñé a él, como había hecho con Roberto; yo creía que la vida continuaba tal cual, pero no: se había partido. Él lo leyó, y al otro día le pregunté qué le parecía. ‘Ay Mell, es lo mismo. Tú no tienes nada que decir’. Me decía Mell, que son mis iniciales, pues así se firmaba en Prensa Latina.

“Aquella respuesta me dejó muerta y volví a escribir en secreto, pero decidida a hacer el tipo de literatura que yo quería. Y un día, ya divorciados, estando él de corresponsal en Portugal, vio en una librería un libro de autores cubanos en portugués y descubrió que había un cuento mío fantástico. Me mandó el libro y me escribió que le había dado mucha alegría. Yo pensé, ‘Dios mío, tú que me dijiste que no escribiera eso’. Era 1967 o 1968, luego ya empezó a vislumbrarse el camino del Quinquenio Gris, cuando todo era literatura de combate y el resto, pecado.

“El cuento fantástico tiene que tener una base lógica creíble, porque cuando algo falla se destruye. Eso a mí me lo fue dando la praxis; a medida que escribía, me planteaba un problema y su solución”.

“Me publicaron La reja en 1965 y en diciembre de 1983 Casas del Vedado, que fue Premio de la Crítica al año siguiente, hace ya cuarenta años. En este reflejé la vida de los burgueses que no se fueron de Cuba, por viejos o por otras razones, pero que de hecho ya sus vidas se habían destruido. Entonces enfoco esos ambientes, esos interiores, esas casas, esas gentes, incluso a algunos que yo conocí, sin elogiarlos, pero sin zaherirlos. En uno de los cuentos hay un homosexual, porque como yo escribía para mí no me preocupé de lo que estaba marginado por el canon del momento. Después seguí escribiendo ya sin problemas, pero mi trabajo era el periodismo; además, de verdad que me interesaba mucho”.

— Cuando usted va a escribir periodismo, ¿tiene alguna influencia de la literatura? ¿Cómo se junta el oficio de la escritora y el de la periodista?

—Están juntos dentro de mí. Yo no siento que confluya uno de un lado y otro del otro; es una simbiosis. Claro, mis cuentos son bastante sintéticos y eso se lo debo al periodismo. En ellos hay personalidades, psicología; yo me cuido de todo eso. El cuento fantástico tiene que tener una base lógica creíble, porque cuando algo falla se destruye. Eso a mí me lo fue dando la praxis; a medida que escribía, me planteaba un problema y su solución. Hubo uno que lo estuve haciendo como diez años; se me ocurrió en la Unión Soviética.

“Yo iba caminando por Moscú y estaba cruzando una calle, de esas calles inmensas, y de pronto veo un edificio con una cúpula. Lo miré y dije: que ciudad entrañable. Y pensé: ¿por qué es entrañable para mí si yo no he vivido aquí? Y se me queda aquello en la mente, pero no podía hacer el cuento porque esa idea no tenía nada que ver con mi realidad —años y años dándole vueltas, hasta que lo hice—, y es uno de mis cuentos preferidos, se llama ‘Alondra pasa’. Está publicado en el libro Castillos de naipes”.

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Llevó al mismo tiempo —durante cuatro años— la Escuela de Periodismo Márquez Sterling y la Academia de Bellas Artes San Alejandro. En el ’58 terminó periodismo y empezó el quinto año de artes plásticas. Pero en enero del ’59, cuando triunfa la Revolución, tiene que dedicarse solamente al periodismo.

—De todas maneras, Yo estaba segura de lo que escribía, pero no de lo que pintaba. En San Alejandro, solo era buena en retrato, en su componente psicológico, pero en general no era creativa.

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“Mira, yo he estado siempre muy sola para hacerlo todo y todavía no lo sé digerir. Quizás por eso soy tan fantasiosa. Por ejemplo, en una ocasión en que debía consultar a un médico y no tenía a mano ninguno de confianza venía caminando por la calle y me dije, ‘qué sola estoy’. Y en eso oigo una voz en mi interior: ‘No estás sola, estamos nosotros’. Eso me molestó y la desafié. ‘Bueno, está bien, ayúdenme’. Al punto, me contestó: ‘Mañana a las doce del día en el Sagrado Corazón’. Creí que era un disparate, pero estuve allí a esa hora. Y yo que me lamentaba de no tener un médico de confianza, justo en ese momento me encuentro con una conocida, cuyo nombre ni siquiera sabía, que me saluda afectuosa.

“¿Premoniciones? Sí, también. Las he tenido muchas veces”.

“‘María Elena, ¿qué tú haces aquí?’ ‘Ay, chica, vengo a ver a un médico, pero no conozco a nadie’ ‘No te preocupes, ven, que yo te llevo a que te vea el mejor que tenemos’ (era la esposa el subdirector del hospital, nunca más la vi). ‘Mire doctor, ella es como mi hermana, usted me la atiende’. ‘Sí, cómo no’. Él me consultó, y ya. Ahora te pregunto, ¿esto no es algo fuera de lo común?

“¿Premoniciones? Sí, también. Las he tenido muchas veces. Una de ellas fue cuando era muy jovencita. En esa ocasión, un día pensé que me gustaría tener un pañuelo de cabeza color azul vitral. Dos días después, recibí por correo el regalo de una amiga cienfueguera, justo un pañuelo azul vitral.

“Igual me pasó en Madrid, donde estaba con mis abuelos. Dos veces me desperté angustiada por mi mamá y resultó que en esos días ella había estado a punto de morir.

“Con mi hijo Ernesto, el mayor, tuve una experiencia similar. Él estaba con mis padres, un domingo y yo en casa me quedé dormida al mediodía y soñé con un muelle, el mar y a mi hijo en un barquito, diciéndome adiós. Pero advertí que el barquito iba bajo el agua y me desperté asustada. Después pensé: ‘era solo un sueño’

“A los dos o tres días, mi mamá me cuenta: ‘Mira, no quería decírtelo, pero el domingo fuimos a la playa’… La miro y la interrumpo: ‘Y Ernesto por poco se ahoga’. Ella pareció molesta: ‘¿Él te lo dijo?’ Le contesté que no, que yo lo había soñado. Entonces me lo contó todo: ‘El niño entró al agua, nadó un poquito, se alejó, pero no pudo seguir, y como a tu papá no le daba tiempo a llegar hasta él, le dijo: ‘Nada hacia el muelle’. Él lo hizo y de allí tu papá lo pudo alzar’”. Eso había ocurrido a la misma hora de mi sueño”.

— ¿Y por qué usted cree que es fantasiosa, si me está diciendo que son cosas que ha visto?

—Bueno, porque yo escribo fantasías también, que tal vez sean parte de las mías, que proyecto. ¿Tú crees que lo que te estoy contando pueda ser verdad?

— Son sus vivencias, su realidad…, aunque también pueden ser ideas que tomó de su familia.

—No, en mi familia a nadie le ocurrían esas cosas. Ellos solo eran católicos de nombre, nadie practicaba, aunque había santos en la casa.

Es este uno de sus ambientes preferidos de su casa.

Recorremos la casa. En su cuarto de lecturas, además de sus libreros, ocupan espacio algunas obras pictóricas y una enorme y antigua lámpara estilo Art Nouveau que lanza una luz perpendicular sobre una mesita redonda. De un closet saca algunas de sus obras y me las dedica. Al volver hacia la sala, nos detenemos en su habitación y me abre el escaparate. Dentro no hay ropa: está su computadora sostenida en un escritorio, lista para sentarse a trabajar.

—Si no la guardo ahí, no sobrevive al salitre, dice, y seguimos camino.

 Trabajó en los periódicos Revolución y La Tarde, en el Noticiero Nacional de Televisión, Radio Reloj, Prensa Latina; en las revistas Cuba y Prisma Internacional. Escribió guiones para la radio como adaptaciones de novelas y cuentos famosos, originales de teatro, dramatizaciones históricas e hizo y dirigió programas periodísticos. Tiene numerosos premios de la radio y de la Unión de Periodistas de Cuba.

 La reja (Ediciones R, 1965), fue su acceso al mundo de la literatura. Casas del Vedado (Editorial Letras Cubanas, 1983), su segundo libro, obtuvo el Premio de la Crítica (1984). Le siguen Castillo de naipes (Ediciones Unión, 1999); Ronda en el malecón (Ediciones Unión, 2005); Apenas murmullos (Editorial Letras Cubana, 2005); En el Limbo (Editorial Letras Cubanas, 2009); De pájaros invisibles y otros cuentos (Editorial Popular, Madrid,2009); Domicilio habanero (Cubanabooks, EE.UU.,2014); Tras la quinta puerta (Ediciones Unión, 2014), El cristal con que se mira (Ediciones La luz, 2016). En la literatura para niños y jóvenes, las novelas Sueños, sustos y sorpresas y Desde Marte hasta el parque, publicadas por la editorial Gente Nueva en 2012 y 2015, respectivamente. Cuentos de viejos (Ediciones Aldabón, 2024). En 2023 obtuvo el Premio Nacional de Literatura.

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