El dios de dos caras en un museo moderno de bellas artes
Acabo de ver la serie española Bellas Artes, que versa sobre los avatares de un director de un prestigioso museo de Madrid en torno al concepto del arte y de sus imbricaciones con el ejercicio de la crítica, la curaduría, la democratización del consumo y su relación con los públicos. La producción audiovisual es una bocanada de aire en medio de la asfixiante e imparable metralla de productos que salen del seno del decadente mundo occidental, que se ha empeñado no ya en hacer series y películas, sino en enjuiciarlo todo a partir de narrativas tendenciosas y puestas en función de crear una conciencia a la justa medida de las intenciones de una élite manipuladora y perversa.
Bellas Artes comienza con un señor y dos muchachas que se presentan al concurso de oposición para ocupar la plaza de dirección, pero mientras ellas son un batiburrillo de todo lo que significa la corrección política en el plano de lo cultural hemisférico (mujeres, feministas, una de ellas racializada, jóvenes), él es todo lo opuesto que ya se considera pasado de moda, prohibido, mal visto, sospechoso (hombre, heterosexual, de ascendencia europea, mayor de edad). Con esa tesis tan interesante que remueve los cimientos de lo que hoy se debate en torno a la cultura de la cancelación y el derecho o no a manejar el pensamiento de otros en función de determinadas pautas supuestamente inclusivas, se inicia un material que puede catalogarse como de consulta.
Quiso la casualidad que, junto a la serie, cayera en mis manos el ensayo La religión woke, del filósofo francés Jean Francois Braunstein, una pieza literaria que he degustado con el placer de la libertad. No es un secreto para nadie que el pensamiento unívoco que hoy se quiere establecer en Occidente en torno a la inclusión pasa por unas pautas catalogadas por el sentido común como irracionales y que ello ocurre porque todo lo que sale del capital en materia de producto para la cultura se construye a partir de las pautas neoliberales de sus relaciones de poder.
El ensayo de Braunstein, sin dejar de ser ameno y en ocasiones irónico (no hay otra forma de establecer un análisis en torno a tales cuestiones), forma un coro perfecto con la serie española. En ambos existe el intento, desde el aparato categorial de la razón, por desmontar lo que pudiera catalogarse como “ideas virus” dentro de la cultura y del arte. Por siglos, la producción espiritual y simbólica de la humanidad ha tenido una relación tensa con el poder político y las formas de producción y de reproducción de sentido. Los escritores de las cortes a menudo acababan guillotinados o presos, producto de su cercanía tormentosa con quienes sancionaban lo correcto. La cultura de la cancelación hunde en esos sucesos su genealogía y posee la misma fuerza en materia de borrado de los nombres, de las obras y de la propia savia intelectual de la humanidad.
Y es que aparte de las cuestiones nacidas en el seno de lo que pueden, con racionalidad y sentido del humanismo, llegar a ser causas justas, existe la ingeniería social de la discriminación como núcleo propio de las relaciones de poder y ello determina que se proyecten matrices y prejuicios de “nuevo tipo” que afectan a millones de personas. Bellas Artes nos enseña cómo en nombre de la lucha contra el sexismo, se es sexista a la enésima potencia, hasta casi rayar el ridículo y la crueldad.
No bien es nombrado director del museo, Antonio Dumas comienza a enfrentar una serie de conflictos relacionados a su condición de ser humano del género masculino, de las cuales le es imposible escapar. De entrada, el saboteo a la estatua que encabeza la entrada de la institución arrecia y la ministra de Cultura española deja caer que la causa de eso es que el jefe del sitio, o sea Dumas, es hombre. Dentro de la lógica de pensamiento woke, catalogada por Braunstein como de “religiosa” en el sentido más elemental del asunto, tales avatares sufridos por un hombre son “nimios” y simples daños colaterales, discriminación “positiva” que es necesario arrostrar. Un pensamiento la mar de hipócrita e inmoral, que no merece nadie, ni hombre ni mujer, pero que es impulsado por el nuevo entendimiento neoliberal y egoísta de la inclusión desde el sistema categorial capitalista del consumo.
“… existe la ingeniería social de la discriminación como núcleo propio de las relaciones de poder y ello determina que se proyecten matrices y prejuicios de ‘nuevo tipo’ que afectan a millones de personas”.
¿Por qué es grave que el capital determine desde el egoísmo el debate de la inclusión? En primer lugar, porque lo que debería ser una cuestión abierta, justiciera y democrática, queda cosificada en función de los intereses corporativos para los cuales es más funcional y orgánico sustituir una discriminación por otra o ejercer ambas a la vez. Tal cosa genera división en la clase trabajadora y la debilita, haciendo que las verdaderas reivindicaciones no tengan lugar.
En la serie española se ve, en un momento determinado, cómo en el trasfondo del debate en torno a la cultura de la cancelación y del derecho a pensar y ser diverso, está el tema de los líos laborales de la masa de trabajadores del museo. Unos problemas que van desde la subcontratación al subempleo y los bajos salarios que precarizan y no satisfacen lo básico. En el ensayo de Braunstein se reconoce la necesidad de que las cuestiones específicas que constituyen asuntos sociales irresueltos reciban una adecuada atención desde la academia, pero sin renunciar a dos núcleos que conforman el pensamiento complejo: el humanismo como punto de partida ético y la razón como soporte metodológico. Lejos de esas categorías solo se conduce hacia el descalabro moral y el desastre en materia de construcción de poder una vez que se llega a la concreción de una política pública.
“La ideología es un terreno en pugna en el cual se ejerce de forma política el poder ya sea mediante la hegemonía o la dominación y en cuanto al arte y las nuevas cuestiones de la cancelación cultural tenemos que hablar de formas de colonialismo que vienen con el ropaje de luchas sociales”.
¿Qué relación tiene todo esto con el arte?, o más aún, ¿cómo influye este debate en la consecución de más justicia social verdadera? El hilo que guía la miniserie Bellas Artes es precisamente esa búsqueda de la libertad en un entorno hipócrita, donde las luchas por las reivindicaciones se han cosificado en el marco de la política oficial socialdemócrata de la península y ello redunda en una carencia de debates sobre lo que implica la condición humana. No solo por la estatua de Celso Santoro a quien se le quiere hacer un juicio de cancelación histórica por parte de un grupo de grafiteros llamado Destaparte, sino por otras causas que están presentes en la obra y que se manifiestan en un tono de sutil sátira. Un artista sudamericano, hijo de papá, que es capaz de pagar la exposición de su mediocre discurso visual en el museo; reivindica una falsa conciencia ecológica y trae un ballenato muerto para dejarlo podrir semanas enteras en medio de la vida cotidiana de la institución. Las personas enferman, el lugar casi hay que cerrarlo y se genera, contradictoriamente, una contaminación y una agresión al entorno de la ecología. Antonio Dumas no tiene forma de colocar las cosas en su sitio, sin caer en la cancelación que se le vendría encima si saca el cadáver de las salas expositivas. El ridículo fuera absoluto, de no ser por la nota trágica que en materia de crítica de arte esta ola nos trae. Nada ya puede evaluarse por su propio peso estético, sino que está tasado de antemano por la cuestión social y el discurso de propaganda al servicio de la corrección woke.
Dice Braunstein en su libro que la nueva religión se distancia de los primeros gnósticos en el hecho de que en su seno no existe una búsqueda de la verdad, ni siquiera en forma de revelación. Mientras que para los primeros fundadores de las comunidades eclesiales había todo un proceso de construcción del sentido del mundo que dispone una complejidad cosmogónica, para el woke el orden ya viene dado de una forma y en esa cosificación se mueve. A la vez, para el woke no existe una expiación posible ni una reivindicación ya que el sujeto no tiene que hacer nada para ser pecador, sino que vale con nacer dentro de una identidad condenada como ser hombre, blanco o europeo. Queda cerrado el camino a la resolución de conflictos, ya que en la reescritura de la historia que se desprende del proselitismo woke, no hay dialéctica porque no existe el movimiento. La categoría de lo activo dentro de la historia es una entelequia que ni se menciona y las citas de Marx que se usan para apuntalar un discurso metafísico, van en contra del método abierto que fuera propuesto por el pensador alemán. Pero entre otras cuestiones, el woke quiere que su conciencia más reducida del universo sea la ley universal. Salvando las distancias, se trata de un reduccionismo del imperativo categórico kantiano que establecía unos límites al movimiento del ser en la historia al suponer una existencia a priori de unas categorías y un universo —lo noúmeno— inaccesible al conocimiento racional y empírico. En otras palabras, es como una Edad Media, pero sin la riqueza compleja del pensamiento que reúne lo mejor de Platón y Aristóteles, con las escuelas interpretativas posteriores.
“Lo que el wokismo ha hecho es hackear el proceso de liberación y actuar a manera de un virus infectando las mentes individuales para lograr un efecto colectivo”.
La ideología es un terreno en pugna en el cual se ejerce de forma política el poder ya sea mediante la hegemonía o la dominación y en cuanto al arte y las nuevas cuestiones de la cancelación cultural tenemos que hablar de formas de colonialismo que vienen con el ropaje de luchas sociales. En otras palabras, lo que el wokismo ha hecho es hackear el proceso de liberación y actuar a manera de un virus infectando las mentes individuales para lograr un efecto colectivo. Ese resultado no es otra cosa que el pensamiento único, que una vez establecido frena los debates sociales y los reconduce por los derroteros del poder oficial del sistema neoliberal. Por eso se da una articulación, por ejemplo, entre formas de pensamiento neomalthusianas y corrientes irracionales antinatalistas que reivindican la no reproducción de la raza humana. Y es que del capital no puede nacer una variante liberadora, sino que tendríamos que servirnos de la contradicción que este engendra para dar a luz a lo nuevo y lo mejor, que en materia de dialéctica ello implica tener en cuenta lo fundamental en la esencia del fenómeno. Eso es, las luchas obreras contra la apropiación del trabajo. Por eso, el choque esencial de la civilización moderna queda atenuado, hipostasiado e inane en medio del panorama de la cancelación woke. Es más importante, en materia de parecer cool y en la onda, el género, que la apropiación de la plusvalía y la esclavitud de generaciones de personas.
Sin que caigamos en los reduccionismos de que el arte es mímesis de la realidad y que toda propuesta que se distancie es algo degenerado; la serie española lo que intenta decirnos es que en la banalidad del falso activismo solo se esconde un esnobismo barato que posee fines perversos. La libertad de pensamiento y la posibilidad del error, la reivindicación y la resolución de contradicciones, son obviadas. En su lugar, están el silencio, el miedo, la violencia mediática, la cancelación, la discriminación en forma “positiva”, el egoísmo y formas de eticidad de tipo neoliberal que se trasmutan en inclusión, en posturas chic y de salón. Mientras que Antonio Dumas es un hombre imperfecto que solo quiere trabajar y darle al mundo una parte de su experiencia en el arte; lo que se exige en el examen de admisión está lejos de todo ello y se proyecta hacia una dimensión antihumana e irracional que clasifica a las personas a priori y las encierra en estancos de comportamientos y prejuicios.
“… del capital no puede nacer una variante liberadora, sino que tendríamos que servirnos de la contradicción que este engendra para dar a luz a lo nuevo y lo mejor…”
El arte tiene que ser un discurso rompedor que no se quede constreñido en las categorías que define un grupo de poder ya sea académico o político. La libertad de pensamiento es incompatible con el no entendimiento de espacios abiertos en los cuales no se cancele el debate y haya siempre margen al error, a la reivindicación y la reconstrucción, al avance y el retroceso, al movimiento dialéctico de la historia y el papel de lo activo como elemento sustancial propio del ser. Según Braunstein el peligro de la cancelación es que niega cuestiones que son avances objetivos en materia de ciencia, que constituyen pilares del trabajo creativo y que permiten el progreso en las investigaciones puestas en función de necesidades reales. Para Bellas Artes, la cancelación hace una relectura totalitaria de la historia de la creatividad y de la estética y la emprende con monumentos, obras, piezas musicales que no tienen en sí una carga de culpabilidad ni de pecado, sino que son la documentación del movimiento de lo real dentro de la historia. Para los woke lo que debería haber pasado y no pasó es lo esencial, en ese sentido tienen una visión milenarista de la historia y creen en un mundo utópico sin asideros reales ni racionales. Lo que les interesa son las interpretaciones y no los hechos, con lo cual el borrado de los artistas, la sustitución de los mismos, la destrucción de documentos, acercan al wokismo no a la libertad, sino a la visión estrecha y dañina de los totalitarismos del siglo pasado que quemaron libros y desmontaron exposiciones por considerarlas “arte degenerado”.
En materia de crítica, lo que se deriva de ese ejercicio cancelador a priori no puede tomarse en serio. Como mismo el curador y el director de la galería deben acatar un conjunto de normas correctas en torno a lo que es “bueno”, el crítico no debe salirse del guion y hará referencia al aparato categorial fundado en la teoría de la raza y del género; sin que sea verificable que cada uno de los juicios poseen un correlato en la verdadera dimensión estética de la obra. Eso es precisamente lo que vemos en Bellas Artes, cuando una performance de unos artistas africanos termina convirtiéndose en una protesta de los mismos para no ser devueltos a su país de origen. Sin dudas el drama de la diferencia entre el norte y el sur está presente en la pieza, así como el realismo de la trasposición de ese escenario al entorno de la emigración; pero si el crítico no sanciona como válida la pieza en tanto obra con una belleza más allá del discurso, caerá en un agujero negro de cancelación y de ser liquidado. La trampa de que el arte dependa de un aparato categorial que lo valide y le otorgue entidad reside en que nada que carezca de fuerza propia, de actuación activa y sincera en la historia, podrá jamás ni ser arte ni cambiar la conciencia en torno a cuestiones duras de la realidad. O sea, el dios de dos caras termina siendo invidente por ambas.
“… El borrado de los artistas, la sustitución de los mismos, la destrucción de documentos, acercan al wokismo no a la libertad, sino a la visión estrecha y dañina de los totalitarismos del siglo pasado…”
Pero no hay que cancelar a los canceladores, la solución del arte solo reside en el arte en tanto forma de expresión en sí misma que vive de la contradicción dialéctica entre la forma y el contenido. Por ende, exponer el mecanismo y apelar al pensamiento crítico y al papel de la crítica como tal siguen siendo las vías más expeditas para ganar el debate. En la propia serie, que pareciera hecha a contrapelo de todo lo que se financia en el primer mundo neoliberal e imbuido en las narrativas alienantes, se está apelando a la voluntad de pensar, de sopesar, de hacer de este planeta un espacio no para el silencio, sino para el aprendizaje.
La estatua de Celso Santoro canibalizada en medio de destrozos es la expresión con la cual los escritores de una pieza nos dieron las claves de una obra maestra, una que tiene que evidenciar con ironía cuán equivocados estamos como personas al imponer una forma única y unívoca de pensar y de accionar. Pero quizás seguimos lejos de entenderlo de forma colectiva y quedan, aquí y allá, luces que en medio de la noche nos dejan entrever que la realidad no está tan perdida.