Técnica mixta

Y ahora yo estoy mirando un cuadro de Belkis Ayón donde aparecen hermanos blancos y negros, pero los dos de figuras idénticas y en la conformación de una misma obra, la Gran Obra, dirían los místicos, en una formulación del magister, el maestro y hacia los acentuados ritmos que conforman la identidad nacional, vamos ahora, como si nos adentráramos en el cuadro de esta cubana de resonancias bien marcadas.

En la Cuba de Martí y Guillén, que lucharon con su obra por desdibujar los factores discriminantes, sobre todo en cuestiones de racialidad, creo que aún le debemos atención a sus pensamientos, es que ha de resultar difícil pulir las estructuras sin dañar los cimientos. En nuestra Cuba, la Cuba del siglo XXI, dicho a manera de canción trovadoresca, con las suspicacias de la guaracha:

—Cómo ser negro y no morir en el intento… si pa’ esa raza hay un secreto reglamento…

Estas líneas de Frank Delgado provocan la jocosidad, pero si nos detenemos por solo un instante, resonará como trompeta de juicio divino el pensamiento de estos dos cubanos que establecieron el filo de una punta de lanza contra la discriminación.

Martí y Guillén, entablan nuevamente una gesta en consecuencia de aquellos que exponen una igualdad inexistente. Aunando las ideologías de estos hijos de la patria, de singular autenticidad, pero que comparten la sapiencia de los creadores, estos poetas que confluyen en defensa de la identidad, sobre todo en el afán de que cualquier estigma sea arrancado de raíz, las injusticias que provocara la esclavitud en su momento y que persisten más allá de los hombres y las épocas.

En los últimos días he tenido contacto con algunos representantes de la Comisión Aponte en defensa de la negritud y pienso que la sinergia de Martí y Guillén se establece aquí, sobre todo aquí, en enaltecer al hombre por su actuar como hombre, sea blanco o sea negro o posea algún otro factor discriminativo, al fin y al cabo la defensa de la identidad nacional es, a mi modo de ver, el punto clave para que salgamos indemnes en el decurso del tiempo, en lo que se recordará de nosotros luego.  

“…la sinergia de Martí y Guillén se establece aquí, sobre todo aquí, en enaltecer al hombre por su actuar como hombre”.

Somos hijos de la tierra del vino agrio y tenemos una encomienda como parte del macrocosmos que es la nación, como parte de su corpus.

¿Cortará el brazo derecho al izquierdo? O el pensamiento les dirá:
—Junten las energías para levantar y sostener las columnas de la patria.
Le dice Guillén a Rosa Portillo:
—Antonia te recuerda con gran cariño, buena parte de la velada se la dedicamos a la negra, como te dicen.
Y si Rosa, a quien le decían la negra, hubiera sido blanca y dijeran la blanca, ¿sería entonces visto como un factor discriminante?
Dice Guillén:
—Mira lo que te digo del librito de Rómulo: Manual de Santería.
La santería, cuánta discriminación causa esta palabra, es como un insulto a oídos de católicos y protestantes, a oídos de ateos y dialécticos materialistas. Santería suena a barracón, a esclavitud, a cosa que no se debe y, sin embargo, forma parte del cuerpo nacional, es ingrediente de nuestro ajiaco, como dijera Fernando Ortiz.

“Reconocerse en el otro, aunque el otro tenga características distintas, pero que en esencia se nos parece”.

Y si Guillén le hubiera mandado a pedir a Rosa una Biblia, o un Corán. ¿No sería tan mal visto? ¿O sería discriminado entonces por la otra cara de la moneda?
Frases y decires como:
—Eso es cosa de negros, o, eso es cosa de blancos.
Dice Guillén:
—Hoy vine con un amigo mío alemán de donde te estoy escribiendo. Es una familia hebrea que tiene un piso donde alquilan algunas habitaciones.
¿Se imaginan la multiplicidad de identidades, credos y razas, reunidos en un diálogo homogéneo, coexistiendo? Hebreos dándole cobijo a un alemán, quién les hubiera dicho esto a los oficiales de las SS.
El hombre como ser genérico debe olvidar, y olvida, las peculiaridades de cada individuo, para las inserciones en la cofradía de lo humano sobre todas las cosas.
Reconocerse en el otro, aunque el otro tenga características distintas, pero que en esencia se nos parece. Dicen las filosofías orientales que todo es pensamiento, ha de educarse entonces el pensamiento porque toda obra, antes de manifestarse, ha sido un divagar en nuestra mente, luego esas ideas sueltas se unifican, se transforman en palabra y a su vez, y casi siempre, en materia viva, actos que parecen poco calculados, pero que han dormido por algún tiempo en nuestras cabezas.
Dice Martí:
—Mientras haya obra que hacer, un hombre entero no tiene derecho a reposar.
Y ha dicho Martí: un hombre, trascendiendo los exclusivismos de este. Sea nuestra obra dirigida a borrar las impiedades de lo discriminatorio, imbríquense en la pasión de la existencia, la aceptación de lo diverso.
Dice Martí:
—Deja que la gente vanidosa e infeliz se entretenga royendo los huesos del mundo.
Esto me aproxima a uno de los acuerdos toltecas que se refiere a la impecabilidad de la palabra, nuestras palabras, que son el recubrimiento de lo pensado, deben consecuentemente seguir los caminos del hombre bueno, del hombre que no anda repitiendo lo que dicen otros sin antes haberlo analizado con sensatez. Hombres sensatos eran Martí y Nicolás, que enrumbaron su obra literaria hacia los derroteros de la verdad y es que la verdad es simple para poder acercarse a todos. Ambos se sumergen tanto en lo culto, como en las cosas más comunes.
Dice Martí:
—El fundador de la familia no es responsable de los delitos que cometen los hijos de sus hijos.
El Maestro se adentra aquí en las directrices de los gobiernos, en la política cultural que, a fin de cuentas, es solo un escalón, pero paso a paso es como se desandan los largos caminos.

Nicolás, que fuera merecedor de la Orden José Martí, la más alta condecoración del Estado cubano, dice en el prólogo de Sóngoro cosongo:
—Estos versos le repugnan a muchas personas porque ellos tratan asuntos de los negros y del pueblo… y del espíritu hacia la piel nos vendrá el color definitivo. Algún día se dirá: color cubano.
Dice Martí:
—Todo el progreso consiste acaso en volver al punto de que se partió, se está volviendo al Cristo, al Cristo crucificado, perdonador, cautivador, al de los pies descalzos y los brazos abiertos.
Sencillos y misteriosos son los cauces que trazan los poetas. Martí, mi abuelo blanco, Nicolás, mi abuelo negro, como en un cuadro de Belkis Ayón.