Desconexión en Movimiento: Reflexiones sobre el Mondo humano en la era digital
En un mundo cada vez más tecnológico, la dependencia a dispositivos electrónicos y redes sociales ha transformado la forma en que nos relacionamos con los demás. Las interacciones cara a cara se ven reemplazadas por pantallas frías y distantes, donde las personas se esconden detrás de perfiles virtuales y filtros digitales. La comunicación se ha vuelto superficial, limitada a mensajes cortos y emojis que no transmiten la complejidad de las emociones humanas.
En este contexto, Mondo hizo su debut en el Teatro Martí. La obra fue creada por la coreógrafa Susana Pous junto a MiCompañía y se presentó los días 23, 24 y 25 de febrero del presente año. El diseño estuvo a cargo de Guido Gali, la música fue creada por Eme Alfonso, y el elenco lo conformaron Lisset Galego, Laura García, Jara Fonseca, Elizabeth Aday Cantero, Héctor Rodríguez, Leandro Tomás Montero, Víctor Varela y Eglier Morales Alfonso.
Mondo no pretende ser más de lo que es, no contiene rarezas, pero sí actúa como un espejo que refleja la deshumanización en la que están viviendo las nuevas generaciones. La puesta en escena, con su iluminación sutil, su diseño minimalista y su historia fácil de seguir, contribuye a la experiencia sensorial y envolvente de la obra. La coreografía, impecablemente ejecutada por los bailarines, explora la frialdad y la desconexión emocional que caracteriza a muchos en la actualidad. Es como si cada movimiento y cada expresión transmitieran un mensaje profundo sobre la condición humana en la era moderna.
La coreografía alterna fluidez y energía, con momentos de quietud y contemplación, creando un contraste que subraya la dualidad entre la vida real y la virtual, entre la intimidad y la distancia.
Los bailarines, mediante movimientos emotivos pero precisos, comunican la alienación presente en la obra. Cada gesto, postura e interacción entre los intérpretes reflejan la frialdad del mundo tecnológico. Estas luchas internas y externas que enfrentan los personajes en su búsqueda de significado son fácilmente identificables por el público.
La coreografía subraya la dualidad entre la vida real y la virtual, entre la intimidad y la distancia.
La alusión a los muñecos inflables aporta originalidad a la técnica de baile en Mondo. Los bailarines evocan esta imagen gracias a su fuerza y flexibilidad, que les permiten adoptar posiciones extremas con una facilidad que recuerda a estos elásticos muñecos.
La duración de la obra demuestra una cuidadosa planificación por parte de los creadores, para asegurar que cada momento sea significativo, y que la narrativa se desarrolle de manera fluida y coherente. Gracias a esto, aunque toda la obra gira alrededor de la misma idea, el espectador nunca sentirá que es partícipe de una experiencia monótona.
Las composiciones musicales de Eme Alfonso nos sumergen de forma muy orgánica en este mundo. No solo complementan a la perfección los movimientos de los bailarines, también refuerzan la narrativa emocional de la obra.
Aunque Mondo aborda temas muy actuales, mantiene cierta tradicionalidad en algunos aspectos, lo que tal vez la haga destacar menos en un panorama artístico cada vez más exigente. En la escena artística actual, donde la experimentación y la innovación son valoradas, Mondo no intenta romper con las convenciones establecidas en términos estéticos o narrativos. Uno se queda con la impresión de que hubieran podido usar un enfoque más audaz en el diseño de vestuario, o profundizar más en el juego con las proyecciones.
En la escena artística actual, donde la experimentación y la innovación son valoradas, la obra no intenta romper con las convenciones establecidas.
Sin embargo, es importante considerar las limitaciones de esta Cuba del 2024. Es difícil y costoso acceder a tecnologías avanzadas como proyectores y especialistas en videomapping. Esta realidad puede haber influido en las decisiones de producción y diseño de la obra, limitando las posibilidades de experimentación con ciertos elementos escénicos.
Mondo es un llamado a reconectar con nuestra esencia humana en un contexto donde la superficialidad y la artificialidad parecen dominar nuestras vidas. En este entorno, la capacidad de empatizar y comprender a los demás se ve comprometida, dando lugar a malentendidos, conflictos y soledad. La falta de contacto físico y de expresión emocional genuina dificulta la construcción de relaciones significativas y auténticas, dejando a las personas atrapadas en un ciclo de aislamiento y alienación.