Siempre he sentido particular respeto por los teatristas, por el teatro. Actuar es un arte para escogidos: exige un torcimiento público, una desnudez interior, un ser el otro sin dejar de ser uno. Que cada puesta sea única, sobrecoge. Los que viven en el teatro son gente recia, son gente auténtica.

El Festival Máscara de Caoba convirtió a Santiago de Cuba en capital del teatro los últimos días de marzo, con dedicatorias especiales del encuentro a los 90 años de Raúl Pomares, los 70 de Ramón Pardo —ambos lamentablemente desaparecidos—, así como al medio siglo del estreno de una pieza emblemática, De cómo Santiago Apóstol puso los pies en la tierra, y a los 60 de la sala Van Troi, con su larga escalinata, donde suben y bajan los grandes sucesos en el corazón de la ciudad.

Un arte sin registro, se seca. Carlos Padrón ha entendido eso hace mucho y nos entregó Lo que fuera sonará, un título que respalda su enjundiosa investigación sobre el teatro en Cuba, desde 1511 hasta los inicios del siglo XIX. Al mismo tiempo, prólogo y amistad por medio, nos recomendó las memorias de Pomares (Solavaya), aquel narrador Ño Pompa antológico, aquel señor que encarnaba con el mismo fulgor cualquier papel principal, secundario o episódico, y que cuando ya no pudo con la voz, actuó hasta con los ojos.

La puesta en escena de Teatro Icarón sumerge en la persistencia y las angustias de la matancera Emilia Teurbe Tolón, la bordadora de la bandera cubana. 

Por su parte, Norah Hamze ―sin sacudirse el polvo del camino― presentó Teatro de Relaciones. Dramaturgia de Oscar Vázquez (Tablas-Alarcos), fruto de muchos desvelos, para atrapar (casi exhumar) obras de la autoría de un dramaturgo inolvidable, que marcaron la ciudad, sus barrios y teatros, con el gracejo, la historia, la identidad característica de este tipo de teatro.

No me será posible comentar cada una de las acciones de esta fiesta, mas las imágenes de una fotógrafa de talla como Belice Blanco Garcés y estos breves apuntes llevan la difícil encomienda de que, la parte escogida, hable por el todo.

Los organizadores se la arreglaron para reunir puestas notables, demostraciones de primer nivel, como Emilia habla con los que no la escuchan (Teatro Icarón). Texto de Ulises Rodríguez Febles, diseño general de Rolando Estévez y música original de María de los Ángeles Horta, se funden para entregarnos una atmósfera que se sumerge en la persistencia y las angustias de la matancera Emilia Teurbe Tolón, la bordadora de la bandera cubana, la primera exiliada por razones políticas. Miriam Muñoz bordó su personaje como ella sabe, con los hilos del tiempo y la maestría, en el escenario del café teatro Macubá.

Teatro de las Estaciones presentó la obra Flores de Carolina y Ajonjolí.

Rubén Darío Salazar me ha confesado que cada vez que entra al Teatro Guiñol Santiago ―al que asistía cuando era niño― no puede evitar el salto, el estremecimiento. En ese pequeño escenario, trajo esta vez desde la dramaturgia y puesta en escena la obra Flores de Carolina y Ajonjolí.

Por supuesto, hablamos de Teatro de las Estaciones. Y dicho el nombre del grupo, ya se sabe que nos sumergiremos en la excelencia, en una fantasía exuberante y polícroma, como la que rezuma Zenén Calero desde el diseño de vestuario, los muñecos, las luces y la escenografía. La historia del abuelo, de Payasín y Payasa, deviene tributo a la experiencia, reflexión sobre el respeto al legado de quienes han aportado tanto, tierno regalo hacia las personas de la tercera edad.

Bajo la dirección del energético Freddys Núñez Estenoz, To’ Ta’ Bien llevó al teatro Martí una inmersión en la compleja realidad cubana (las reuniones inútiles, la emigración, la decepción profesional, las esperas infinitas), desde una estética que parte del teatro abierto, una dramaturgia fragmentada y la exploración vivencial de los propios actores.

La obra To’ Ta’ Bien llevó al teatro Martí una inmersión en la compleja realidad cubana.

La puesta suma momentos hilarantes y picos dramáticos de alta cala en varios de sus cuadros. Sus actores ponen cuerpo y voz y más en el compromiso, hasta el desborde. El riesgo es marca de Teatro del Viento, y uno de ellos radica en buscar el equilibrio entre mensaje subrayado y narrativa escénica, entre el proceso de construcción-deconstrucción y su implicación-provocación con el público.

Frijoles Colorados (Trotamundo-Mefisto Teatro), obra de la polifacética Cristina Rebull, permite ver a una leyenda en la puesta, la incombustible Verónica Lynn, que ya nonagenaria sube a las tablas para asumir a Matilde. En dueto con Jorge Luis de Cabo (Federico), afloran las angustias, los olvidos, los amores de la pareja, mientras los frijoles se niegan a ablandarse, en un rejuego de teatro del absurdo.

Las relecturas marcaron el aporte de agrupaciones de casa.

Estudio Teatral Macubá repuso De Moliére y otros demonios (dirección y texto de Fátima Patterson, Nieves Laferté en el diseño de vestuario y escénico). Una puesta demandante, inspiración en un autor clásico, acaso un encuentro entre la comedia del arte y el carnaval santiaguero. En exitoso trabajo colectivo, la pieza revisita la avaricia y la simulación; devela —desde un tono irónico, carnavalesco, de reflexiva fiesta― las máscaras con la que más de uno enfrenta la vida.    

Grandes personalidades prendieron las luces de la fiesta teatral, como Verónica Lynn, Dagoberto Gaínza y Nancy Campos.

El Grupo de Experimentación Escénica La Caja Negra, bien entrada la noche, mostró la obra Luces de Neón, texto y puesta en escena de Juan Edilberto Sosa Torres ―en la búsqueda perpetua que marca su línea creativa―, concepción de gran formato de una serie que metamorfosea los personajes shakesperianos y “rearma” un reino danés en el Caribe.

El Festival, naturalmente, también fue un espacio para el reencuentro, el intercambio, la crítica, el goce. Grandes personalidades prendieron las luces de la fiesta, entre ellos los ya mencionados Verónica Lynn, Rubén Darío Salazar, Zenén Calero y Fátima Patterson, así como Dagoberto Gaínza, todos distinguidos con el Premio Nacional de Teatro. Y, por supuesto, damas de la escena que lo merecen largamente, como Miriam Muñoz y Nancy Campos.

El público siempre ávido, siempre cálido, respaldó el Festival, desarrollado en medio de no pocos avatares y en un mes cargado de jornadas sobre la prensa, los libros, el documental, la trova, el humor gráfico y los medios audiovisuales.

Son apenas algunas de las marcas que dejó el XXII Festival de Teatro Máscara de Caoba, celebrado del 23 al 27 de marzo en el telúrico Santiago de Cuba. Que cada puesta sea única, sobrecoge; mas el teatro nunca acaba cuando cae el telón. El teatro es la vida.

2