“Sorpresas te da la vida”, esta frase, convertida en expresión popular, que se hizo célebre a finales de los años setenta, por la muy repetida y coreada canción “Pedro Navaja”, interpretada por sus creadores Rubén Blades y Willy Colón, me vino a la mente cuando por azar descubrí la muestra Espacio de cimarronas, del joven fotógrafo santiaguero Renato Alejandro Arza en la Casa de África, en los primeros días de enero.

Había acudido a ese museo por otra muestra, Ofrendas, de los artistas del lente Julio Larramendi y Roberto Chile, pero esperando por el comienzo de la inauguración, al deambular por los salones, me encontré frente a unas fotografías que me engancharon en el acto. Esas imágenes componen una muestra que sería inaugurada al día siguiente y Alberto Granados, director del museo, me explicó su origen y me anunció que el autor estaría presente esa tarde. De manera que, poco después, en medio del tumulto que asistió a Ofrendas, conocí a Renato Alejandro. Conversamos, le pedí que me enviara más imágenes y su Currículum Vitae, cosa que hizo, y que aumentó la sorpresa.

“La fotografía en Cuba, desde su temprano arribo en 1840, no tuvo mucho que ver con lo racial hasta la década de los 90 del pasado siglo. Es decir, casi 150 años en que el negro y mestizo no tuvieron espacio considerable en la imagen fotográfica”.

Desde que conocí hace unos años las obras de Lisandra López Sotuyo y Roberto Méndez Jr., dos jóvenes artistas que trabajan la fotografía, ella de Sancti Spíritus, él de La Habana, no había visto una obra emergente tan original como esta. La sorpresa, pues, era auténtica y me propuse redactar algunas impresiones. Antes de referirme a su trabajo, motivo de estas líneas, deseo remontarme un poco atrás en el tiempo para mencionar, brevemente, la historia de la fotografía cubana sobre la cuestión racial.

La fotografía en Cuba, desde su temprano arribo en 1840, no tuvo mucho que ver con lo racial hasta la década de los 90 del pasado siglo. Es decir, casi 150 años en que el negro y mestizo no tuvieron espacio considerable en la imagen fotográfica. A grandes trazos pudiera citar los hitos de dicho itinerario. Las investigaciones etnográficas y clínicas de Henry Dumont sobre los esclavos africanos y sus descendientes en la segunda mitad del siglo XIX. El fotógrafo norteamericano Walker Evans con su extraordinario ensayo visual de la Cuba en época de Gerardo Machado. Es decir, dos miradas foráneas marcando el rumbo. Después, un gran impasse hasta los inicios de la etapa revolucionaria con dos exposiciones fundacionales y de excepcional valor antropológico, me refiero a Alberto Díaz (Korda) y Roberto Salas, en los mismos inicios de los sesenta. Korda abrió el camino con su reportaje fotográfico Bembé, y le siguió Salas con el suyo: El último cabildo de Yemayá, sobre la que sería la última salida pública de ese cabildo acompañando a la Virgen de Regla, patrona de la bahía de La Habana, y que solo se pudo visionar en 2008, cuarenta y siete años después. Otro ensayo fotográfico de este artista: Tumba, bembé y batá, también, como los dos anteriores, de 1961, insistió en ese examen visual de los negros y mestizos asociados a su ferviente religiosidad y su amor por la música ritual en los tempranos sesenta. Años más tarde, ensayos fotográficos de Raúl Corrales y María Eugenia Haya “Marucha”, volvieron a poner la atención en nuestra pluralidad étnica.

“Los cuerpos son reducidos en sus capacidades emisoras de signos eróticos, para convertirse en puro símbolo alegórico del mundo de los sueños”.

Se hizo evidente entonces que el negro en la sociedad cubana colonial y poscolonial no representó jamás un ideal de reconocimiento digno de ser admirado, puesto que nunca pudo consolidar posiciones de poder o riqueza. Visualmente siguieron predominando los negros y mestizos como cantantes, las estrellas de cabaret, espiritistas, limpiabotas, vendedores de periódicos, prostitutas, peleadores de gallos, proxenetas y pordioseros. El cambio radical en la visualidad que produjo la revolución, fue el inicio de un nuevo estado de cosas en la fotografía insular. Sin embargo, el punto de inflexión ocurrió entre finales de los ochenta y la década siguiente en que se articuló un pensamiento visual acerca de la racialidad, con artistas de Cuba y cubanos residentes en otros países, como nunca antes. Ideas como repensar la existencia de los negros desde perspectivas distantes de lo caricaturesco y el folklore, es decir, desde la voluntad de escapar de una condición racial estereotipada; la convicción de que la identidad racial constituye un refugio que puede resultar celda; la búsqueda desmitificadora de los caminos de la identidad racial y nacional; marcar la constante condición de alteridad atribuida a lo negro en la sociedad, la denominada “cicatriz dormida” de lo que en realidad son heridas dolorosas, fueron recreadas artísticamente. No dejaría nunca fuera de este recuento rápido y sintetizado, a la muestra Eros y Thanatos, de 2014, que se expuso en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, exposición del artista pinero Jaime Prendes, quien mostró imágenes de una belleza perturbadora y además crítica, sobre lo racial y utilizando modelos negros y negras. René Peña, Jorge Luis Pupo, René Pacheco, entre otros artistas, conformaron en los años noventa y en lo adelante, una iconografía de la cuestión racial y una reconstrucción de modelos que ha tenido gran repercusión en los centros de arte dentro y fuera de Cuba.

“El arte no es tanto para entenderlo como para sentirlo y en ocasiones basta con experimentar su fuerza en los sentidos”.

Hecho este apurado preámbulo, me ocupo a continuación de la muestra del joven santiaguero Renato Alejandro Arza, de profesión actor de radio y televisión, es decir un fotógrafo no a tiempo completo.

La exposición Espacio de cimarronas, que se exhibe en Casa de África es una muestra sorprendente para un fotógrafo sin demasiadas horas de vuelo en el oficio. Lo primero que llama la atención es la atmósfera de opacidad que caracteriza a las imágenes, también, y de manera fundamental, los elementos ornamentales de las modelos, los que se convierten en rasgos que estructuran la fuerza simbólica resultante. Pero es llamativo que los mismos crean un sello o estilo reafirmado cuando pude ver las fotografías que integraron las dos primeras muestras de Renato Alejandro, Oníricas y silentes y Desajustes del alma. Con ellas, se nutrió mi sorpresa.

“Las atmósferas de oscuridad y lo ornamental, junto a las poses de las modelos, producen un efecto enigmático”.

En todos los casos los cuerpos desnudos o semidesnudos de las modelos ceden la primacía del signo erótico y lo desplazan a un segundo plano. Es lo ornamental de sus bizarras vestiduras y decoraciones la característica principal del efecto visual logrado, un misticismo extraño, si es que se le puede decir así. Las atmósferas de oscuridad y lo ornamental, junto a las poses de las modelos, producen un efecto enigmático que se corresponde con lo que el fotógrafo quiso lograr. Los cuerpos son reducidos en sus capacidades emisoras de signos eróticos, como ya dije, para convertirse en puro símbolo alegórico del mundo de los sueños. Lo esencial en estas obras es la búsqueda de las connotaciones culturales que residen en los cuerpos negros y mestizos, que son muchas, como se sabe. Es notoria la pregnancia de algunos de los maestros mencionados en algunas de las imágenes, pero estamos sin dudas ante una propuesta autónoma y auténtica, con identificables valores propios.

Quizá en algunas imágenes se sienta un exceso de objetos en la escenificación, pero estas fotografías son un golpe visual enigmático y placentero. Como se sabe, el arte no es tanto para entenderlo como para sentirlo y en ocasiones basta con experimentar su fuerza en los sentidos, estas cimarronas se nos presentan como una evocación hermosa de aquellas mujeres que vivieron en los palenques buscando su libertad individual en bosques y cuevas. Esa capacidad de construir lo inescrutable de la imagen, identifica a la muestra de Renato Alejandro, por cierto, un tema —el del cimarronaje—, que posee una vasta presencia en la cultura afrodescendiente en Cuba.

“Los elementos ornamentales de las modelos, se convierten en rasgos que estructuran la fuerza simbólica resultante”.

No deseo ser sobreabundante ni excederme en la ponderación de una obra emergente, pero sí puedo decir que es un fotógrafo que tiene muchas cosas que decir y que se debe atender por la crítica especializada, al menos el que esto escribe lo hará. Los que visiten la Casa de África lo podrán comprobar.

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