La increíble historia de Norah Jones y los zombies cubanos
La carismática cantante norteamericana Norah Jones había anunciado varios conciertos en La Habana para febrero de 2024. Para ello, y muy típico en este tipo de eventos, se activaron pasarelas de reservas y pagos vía online para quienes, desde Estados Unidos u otros países, quisieran viajar a disfrutar de sus presentaciones en suelo cubano. Y en este contexto del entertainment business, ya se sabe que son mecanismos bien probados y expeditos en cuanto se facilitan —aún más— las posibilidades para muchas personas que acceden a estos eventos por todo el planeta, lo cual permite acelerar no solo las transacciones monetarias sino que desde la simple comodidad de un teléfono o un dispositivo con acceso a Internet podemos sustituir la compra física por la digital de un boleto, lo mismo a teatros, cines, vuelos o a cualquier mecanismo de interacción en estos tiempos.
“Para Cuba, más allá de todo el estrangulamiento económico tangible, causado por el bloqueo y que incide directamente en nuestra vida diaria, existe desde hace varios años una nueva modalidad de extorsión: atacar directamente a la cultura”.
Pero eso aplica para un entorno regido por normas coherentes y ventajosas para todos. Para Cuba, más allá de todo el estrangulamiento económico tangible, causado por el bloqueo y que incide directamente en nuestra vida diaria, existe desde hace varios años una nueva modalidad de extorsión: atacar directamente a la cultura. Si nos remontamos a parte de esa historia más reciente, podríamos recordar las campañas feroces contra músicos como el venezolano Oscar D’León, quien cometió el “sacrílego” crimen de visitar Cuba y actuar para nosotros, incluso de besar nuestra tierra al bajarse del avión. Los mercaderes del odio no lo perdonaron.
El boricua Andy Montañez fue víctima de ataques, humillaciones y chantajes por subirse a un escenario a cantar junto a Silvio en Puerto Rico, y diversos cantores como Mercedes Sosa, Alberto Cortés y otros fueron víctima de censuras y cierres de contratos por venir a actuar a Cuba. Las listas y menciones serían largas, quizás interminables.
“Las amenazas no son aisladas, ni tampoco sencillas (…) Lógicamente, quienes diseñan estas macabras campañas saben qué zonas pueden accionar para doblegar a algunos artistas”.
Cuando analizamos un antes y un después a estas acciones, podemos concluir que las amenazas no son aisladas, ni tampoco sencillas. ¿Cómo lograr neutralizar la proyección de determinado artista sobre su visita a Cuba? ¿Cómo se logra que antes esté feliz de actuar aquí y luego diga “con convencimiento” que somos una cruel dictadura? Lógicamente, quienes diseñan estas macabras campañas saben qué zonas pueden accionar para doblegar a algunos artistas, y sin temor a equivocarnos podríamos afirmar que apuntan a temas relacionados con presentaciones a cancelar si por supuesto “cruzan la línea”, rescindir contratos discográficos o de distribución (física y online) de contenidos, influir para bloquear todo tipo de patrocinios que puedan tener esos artistas con marcas importantes de la industria musical o externas (firmas deportivas, canales de TV y otras modalidades de sponsors); o presiones a empresas de colocación de contenidos para segregar la obra de esos artistas sobre la base de que apoyan a un Gobierno que “patrocina el terrorismo”. Como parte de todas esas acciones de extorsión, también se insta a campañas de desprestigio en las redes sociales de esos artistas, exacerbándose así un discurso xenófobo sobre bases ideológicas infundadas o negándoles su participación en eventos culturales o certámenes fonográficos en determinadas ciudades.
Todos esos mecanismos (incluso otros, pero no alargar este texto más de lo necesario) fueron puestos rápidamente en función apenas la cantante norteamericana hizo pública la noticia de sus conciertos en Cuba con fechas, horarios y con la mención a prestigiosos artistas cubanos con los cuales había ya agendas coordinadas. Una milimétrica incisión de odio y radicalización, basada por un lado en el desgastado tema del (supuesto) empoderamiento para los cubanos y, por el otro, en la marcada retórica de separar y segmentar cada día más nuestra cultura desde la propia verdad que dicen defender quienes entretejen toda esta madeja de ataques. Todo ello estirado a tal punto que la empresa encargada de las reservas y la logística para las presentaciones de Norah en Cuba debió cerrar el sitio digital habilitado para tales fines, creando de esa forma una incertidumbre que se traduce en celebraciones para quienes chantajearon con todos los medios a su alcance a la cantante, o esperanzas para quienes aún aguardan un comunicado oficial sobre el tema.
“Más allá de cualquier escenario que se derive al final de este nuevo capítulo de terrorismo musical contra un artista que decide visitar y actuar en Cuba, siguen siendo evidentes las infinitas maneras de mutilar cualquier atisbo de acercamiento o de exposición de nuestra realidad cultural y social”.
Más allá de cualquier escenario que se derive al final de este nuevo capítulo de terrorismo musical contra un artista que decide visitar y actuar en Cuba, siguen siendo evidentes las infinitas maneras de mutilar cualquier atisbo de acercamiento o de exposición de nuestra realidad cultural y social. “¿No es acaso Cuba un país derruido por la miseria y el hambre, con su población deambulando como zombies buscando la libertad, abriéndose paso entre miles de militares armados que disparan a matar?” ¿No son esas las imágenes y las noticias que “emanan” de nuestra cotidianidad, “reflejada” así por una parte de la prensa internacional? Aunque parezcan exagerados, esos (y otros) argumentos son usados para acusar a Norah Jones de ser “cómplice del régimen cubano” pues los mismos que apoyan el bloqueo, que piden intervenciones militares contra Cuba o aplauden la masacre israelí al pueblo palestino, ahora no conciben que la cantante norteamericana actúe en nuestro país porque los cubanos supuestamente no desayunamos, almorzamos ni comemos. No, no es broma: ese y muchos otros pretextos infantiles son esgrimidos como lanzas para evitar la visita de cualquier artista de renombre a nuestro país.
Y como decimos de este lado, “allá quien se chupe el dedo” y se crea el cuento.