Evocando al hermano Félix Masud-Piloto.

“Casi todo lo que decidimos hacer está inspirado —digamos francamente, copiado— de modelos célebres”. Julio Cortázar en Historias de cronopios y famas.

Casi medio siglo después de haber admirado al Minnie en su juego, me vi compartiendo con él comidas (“asere, ya está el arrocendo”); partidos de dominó —como buen criollo negado a perder— o de béisbol, en el café-restaurante Slugeers Club, frente al mítico terreno de los Cachorros, el Wrigley Field, restaurante donde existe un mural que recuerda su impresionante historial deportivo: “Seis décadas: Esta pared está dedicada a un ídolo de la niñez, amigo de mucho tiempo y leyenda de Chicago” —evocando el haber jugado, aunque fuera de forma intermitente, durante esas fechas.

“Esta rica trayectoria deportiva tiene sus antecedentes en las ligas amateur y profesional de su patria, y en las ligas negras norteamericanas”.

Muchas y amenas conversaciones tuve con el hijo ilustre del pueblo matancero de Perico. Le llevamos desde su patria las memorias que de él se conservaban y no se habían borrado, o el destino de algunos de sus amigos (Celeste Mendoza, Moraima Secada, Rubén Rodríguez, Asdrúbal Baró o Juanito Izaguirre), y fuimos correo diligente de cartas o encargos para su hermana mayor y su sobrina, que seguían viviendo en su “antigua casita, cerca de Columbia”, como me decía. Él me regalaba fotos y pelotas dedicadas para cuanto amigo le pedía, o un pulóver con su monograma, o una gorra con la serie de su retiro, y que tiene inscrita ese récord insólito, que figura en el libro oficial del Big Show, de haber jugado pelota como profesional durante seis décadas:Baseball´s 6 decades placer —first at bat 5-4-49; last at bat 6-30-93”. Estas reapariciones del Minnie tiempo después de haberse retirado, con indiscutibles fines publicitarios, explotando su gran popularidad e innegable longevidad como jugador, acuñaron la definición pull a Miñoso,[1] que podía traducirse, mal y pronto, como «halar o tirar de Miñoso.

Minnie Miñoso joven, con el uniforme del equipo Ambrosía. Miñoso jugó 14 temporadas en la Liga Cubana Profesional, de la cual fue Novato del Año en 1946 y ganó el premio de Jugador más Valioso en 1953 y 1957. Imagen: Cortesía del autor

Esta rica trayectoria deportiva tiene sus antecedentes en las ligas amateur y profesional de su patria, y en las ligas negras norteamericanas, donde jugó antes de ser admitido en Grandes Ligas en el 49. En los torneos que organizaban los promotores afroamericanos, el experimentado manager Alejandro Pompez “inteligentemente […] asignó a Silvio García como compañero de cuarto de Miñoso. Silvio, el cubano que había sido demasiado feroz para los planes de integración de Rickey, fue una guía perfecta para Miñoso. García, comentaba Miñoso: me enseñó a vivir, comer y jugar en Nueva York”.[2] En cierta ocasión Orestes Miñoso comentó:[3]

Cuando llegué a los Estados Unidos, me sorprendió y me divirtió un poco oír a los peloteros negros decirme que no comprendía el prejuicio y la discriminación porque era cubano no negro, ¡qué tontería! Les pedía que me miraran y me dijeran si yo no era negro. Cuba no era el paraíso racial que tal vez muchos querían hacerles creer. Al igual que en los Estados Unidos, había muchos sectores en Cuba, y muchas barriadas, en que solo se veían blancos. Y aquí, en este país, los letreros de los restaurantes y autobuses en que se decía que no se dejaba entrar negros, tenían tanto que ver conmigo como con ellos.

Al jugar en las Ligas Negras con los New York Cubans, en los años 1946 y 1947, se reía cuando decía: “Yo nunca he visto tantos negros juntos en toda mi vida como en este juego”. Miñoso es el primer negro al sur del Río Bravo en continuar la senda integracionista de Robinson. Su explosividad en el terreno, tanto corriendo, bateando, fildeando, golpeado por el pitcher —me decía que lo recibía a propósito, enseñándome algunas cicatrices, pues era el equivalente a un hit—, como reclamando al árbitro una jugada en home, contribuyó a ganarse la simpatía de las multitudes. Su desempeño dinámico y original, que le ganó el apelativo de “Cometa Cubano”, queda en la memoria de quienes lo vieron jugar.[4]

Saturnino Orestes Armas Miñoso Arrieta fue seleccionado a nueve Juegos de Estrellas y ganó tres Guantes de Oro. Imagen: Tomada de Internet

A lo que sumó su don de gente y su jovialidad, como se le puede ver en las filmaciones de la época, haciéndole bromas a su gran amigo y coequipero, el venezolano Chico Carrasquel. O ya al final de su vida, gozando como el que más durante los festejos organizados en La Romana, cuando fue exaltado al Salón de la Fama del Béisbol Latino; entonces se le podía ver tirando un pasillo al ritmo contagioso del “perico ripia’o” o disfrutando de la estatua que le dedicaron. En ese mismo recinto de La Romana, recreado como espacio generoso para los inmortales del béisbol latino, se le puede imaginar feliz con sus colegas más jóvenes y que tanto le debieron. El puertorriqueño Peruchín Cepeda, integrante junto a él de ese templo de ilustres, confiesa que su sueño era ser como el Minnie, la primera estrella negra latina en las Grandes Ligas. Miembro del Salón de la Fama de varios países, sería exaltado al de su patria cuando este es reinstalado, después de un paréntesis de más de medio siglo, en noviembre de 2014, y con carácter posmortem en diciembre de 2021 en el del Cooperstown, cuando se hizo por fin justicia histórica, pues en vida le fue injustamente esquivo, y así entró al recinto de los eternos junto a otro estelar compatriota, Tony Oliva, quien sí pudo celebrarlo con un emotivo discurso.

“Su explosividad en el terreno, tanto corriendo, bateando, fildeando, golpeado por el pitcher, como reclamando al árbitro una jugada en home, contribuyó a ganarse la simpatía de las multitudes”.

Cuando murió en las primeras semanas de 2015, me llegaron correos de puntos tan disímiles como San Francisco, Chicago, Nueva Orleáns, Caracas, Santo Domingo, Bogotá, Barcelona, Tokio, Pinar del Río o la muy oriental Baracoa. Mensajes personales y condolencias que me reconocían como su admirador e imaginario amigo, mezclados con crónicas, artículos, obituarios. Hasta el final de sus días lo acompañó un aura mítica, desde la polémica que generó en torno a su edad real, hasta la manera singular en que ocurrió su deceso. Venía del cumpleaños de un amigo, manejando su carro como hizo, invariablemente, pese a su longevidad (¿sería el eterno Cadillac en que lo conocí, y que siempre prefirió, tanto en La Habana como en Chicago?); sintió un dolor que le atravesaba su herido, pero animoso corazón, y aún tuvo reflejos para estacionarse y cerrar los ojos para ¿siempre?

“El equipo de los Medias Blancas jugó la temporada de 2015, iniciada a unas semanas de su deceso, con el número 9 añadido en sus uniformes, en tributo póstumo al legendario pelotero”.

Por eso la primera noticia que tuve de su deceso en la mañana del domingo primero de marzo de 2015 fue un lacónico mensaje con un llamado del Chicago Tribune: “White Sox great Minnie Minoso found dead in car”. Traducido otra vez mal y pronto: “El famoso Medias Blancas Minnie Miñoso fue encontrado muerto en su auto”. Al parecer se sintió mal y detuvo su carro cerca de una gasolinera del barrio de Lakeview, por más coincidencias cerca de la casa de los amigos comunes María y Félix Masud, donde varias veces compartimos con él. Fallece, según el reporte del periódico, a causa de la rotura de una arteria, como consecuencia de una obstrucción pulmonar crónica, y al sorprenderle el accidente vascular apenas atina a estacionar su auto, que manejaba sin compañía.[5] Creo que llegó al fin de sus días como hubiera deseado, pleno y tranquilo, ahorrándose y así también a sus seres queridos, cualquier agonía, como el eterno y esforzado jugador que fue.

Al Minnie, un ídolo de mi niñez, amigo en la distancia, y leyenda de Chicago y de Cuba —parafraseando lo escrito en aquella pared que le dedicaran en el Slugeers Club—, también quiero recordarlo fuera del terreno, jovial y cubano a tiempo completo, acompañado de sus amigas Celeste y Moraima, “esa trigueña era muy celosa” —me confesó una vez, con una mezcla de afecto y admiración—, o en la foto donde la estrella criolla aparece firmándole una pelota a otro icono de multitudes como Nat King Cole; o en otra imagen que me regala con sus recomendaciones el amigo y sabichoso de la “filosofía de la basebola” Félix Julio Alfonso López, jugando al cubilete, donde se le ve disfrutando con tal vez entusiastas admiradores, en la bodega de un barrio cualquiera de La Habana, la ciudad que hizo suya y lo adoptó como uno de sus hijos que fuera leyenda viva.

Miñoso jugó 12 de sus 17 campañas en las Ligas Mayores en Chicago, bateando 304, con 135 jonrones y 808 empujadas para los Medias Blancas. Imagen: Tomada de Internet

El equipo de los Medias Blancas jugó la temporada de 2015, iniciada a unas semanas de su deceso, con el número 9 añadido en sus uniformes, en tributo póstumo al legendario pelotero, cuyo sepelio se realizó el sábado 7 de marzo en Chicago, acompañado por su gente que tanto lo quiso y admiró, esa misma gente que también él quiso y bendijo en unas palabras que se escucharon a manera de testamento. Su compatriota, el campo corto Alexei Ramírez, nacido en el pueblito pinareño que tiene el pintoresco nombre de Taco Taco, rindió emotivo tributo al Minnie al inicio de la campaña de 2015, pidiéndole autorización a la familia para llevar su número 9 en su camiseta de los White Sox.

Siempre atesoraré, entre otras anécdotas, aquellos encuentros de dominó junto a las fotos que los registran, donde se le ve concentrado frente a su data igual si fuera el cajón de bateo, en el que como buen cubano no se quiere dar por vencido. Me parece oírlo rezongar, porque la suerte nos favorecía a Félix y a mí —sin dudas, inferiores a él en el juego—, y al filo de la madrugada, cuando denodadamente se adelantaba en el acumulado, poner las fichas sobre la mesa, y dar por terminado el torneo, con un “es muy tarde”, acompañado con una expresión de gozosa complicidad.


Notas:

[1] Víctor M. Ortega.  Diccionario Inglés / español del béisbol. 2.a ed., Editorial La Ciénaga, 2014, p. 221.

[2] Juan A. Martínez de Osaba, Félix Julio Alfonso y Yasel Porto. Enciclopedia biográfica del béisbol cubano, Tomo II, Ob. cit., p. 179.

[3] Lisa Brock y Otis Cunningham, “Los afroamericanos, los cubanos y el béisbol, culturas encontradas: Cuba y los Estados Unidos”, Compiladores Rafael Hernández y John H. Coatsworth, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello y Universidad de Harvard, 2001, pp.203-227.

[4] Peter C. Bjarkman, Cuba’ baseball defectors.The Iniside Story, Rowman & Littlefield, New York, 2016, p. XXVII

[5] Peter C. Bjarkman y Bill Nowlin, Baseball´s Alternative Universe: Cuban, baseball leyends, Society for American Baseball Research, Inc. 2016, p. 288.