Bicentenario del primer poema independentista de la literatura cubana (II)
“La estrella de Cuba”, primer poema independentista de la historia de la literatura cubana, de la autoría de José María Heredia, nuestro primer poeta nacional, nace a raíz de la abortada conspiración independentista de los Soles y Rayos de Bolívar. A pesar de la frustración que recorre al poema, en el mismo se pone de manifiesto la exaltación romántica de dos elementos constitutivos de la futura identidad visual e ideológica del independentismo cubano: la estrella y la libertad.
La “estrella” le da título a la composición poética, porque al influjo y semejanza del legado simbólico de la cultura judeo-cristiana en la occidental, de la cual es parte la cubana, su luz es —y será siempre— guía esperanzadora de toda causa justa. Mientras que ante la transitoria derrota de los conspiradores independentistas, podría decirse que de manera intuitiva, Heredia reconoce en la estrella de cinco puntas la imagen otra para desmarcarse del “sol” bolivariano, por demás, símbolo lógico del independentismo suramericano con fuerte raíz en las culturas ancestrales del continente.
No es solo pura inspiración la que mueve a Heredia decir: “Y la estrella de Cuba se alzaba / más serena y ardiente que el sol”. Asimismo, y a diferencia de los cubanos que aún esperaban ser libres con la ayuda solidaria de los ejércitos de Colombia, entiende que la libertad ha de ganarse con el esfuerzo propio de sus mejores hijos, porque “si un pueblo sus duras cadenas / no se atreve a romper con sus manos / bien le es fácil mudar de tiranos, / pero nunca ser libre podrá…”, aun cuando consciente de la magnitud de la empresa libertadora profetice: “y la estrella de Cuba eclipsada / para un siglo de horror queda ya”. No obstante, convencido de que el sacrificio no sería en vano, exclamará: “¡Libertad! A tus hijos tu aliento / en injusta prisión más inspira…”.
José María Heredia fue para los independentistas cubanos del siglo XIX lo que José Martí para los revolucionarios del primer período republicano y, consecuentemente, para los de la llamada Generación del Centenario.
Y a esa capacidad inspiradora de la Libertad proclamada en el poema, debió de referirse José Martí, en su apología a Heredia en Hardman Hall, Nueva York, el 30 de noviembre de 1889, cuando expresó: “…despertó en mi alma, como en la de los cubanos todos, la pasión inextinguible por la libertad…”. Por su parte, Enrique José Varona, en víspera de la frustrada Revolución del 30, sería enfático al decir: “Ni Saco ni Luz, Ni Del Monte ni Varela (…) le habían dado un sentimiento tan lúcido y penetrante de la patria, como la poesía de Heredia”.[1] Mientras que para el patriota y crítico literario Manuel Sanguily, Heredia no solo era el poeta de la libertad, sino del Panamericanismo, es decir, “…de ese sistema de ideas cuyo término es Federación, cuya base es la Autonomía, cuya forma es la República y cuya esencia es la Democracia”.[2]
Sobre esta base, a dos centurias de la escritura del poema “La estrella de Cuba”, bien puede afirmarse que José María Heredia fue para los independentistas cubanos del siglo XIX lo que José Martí para los revolucionarios del primer período republicano y, consecuentemente, para los de la llamada Generación del Centenario.
II
De esta entraña histórica nacerá y se desarrollará la poesía herediana de contenido patriótico, y de su importancia referencial en el modelo comunicativo de la época se construirá la idea de la estrella solitaria. La misma encontrará razones para permanecer sobre el rojo triángulo equilátero de nuestra enseña nacional, al ser enarbolada por los cubanos en los enfrentamientos armados contra el ejército colonial español que precedieron al de Yara, en particular, el de Joaquín de Agüero en Camagüey, en 1851. Concebida por el general Narciso López a fines de la década del cuarenta, y levantada por primera vez en la ciudad de Cárdenas, el 19 de mayo de 1850, la estrella sobre campo rojo no solo será el principal factor de cualificación y comunicación de su diseño de vanguardia, sino también de reconciliación ideoestética con la bandera de Céspedes dieciocho años más tarde.
La intervención de Agramonte no solo mantuvo a la bandera con su inigualable diseño original y condición de primer pabellón oficial de los independentistas cubanos, sino que dio lugar a una nueva propuesta igual de justa: la bandera de López y la de Céspedes estarían por siempre presidiendo las asambleas de la República de Cuba en Armas.
El 11 de abril de 1869, en la última sesión de la Asamblea de Guáimaro, las dos banderas quedarían unidas para siempre por la estrella, cuya rebeldía también se pondría de manifiesto al representarse en ambos pabellones sobre campo rojo, y no sobre campo azul como la lógica y las leyes de la heráldica lo establecían desde siglos atrás. Este punto fue el centro de un debate propiciado por los patriotas asambleístas más ortodoxos, quienes propusieron invertir los colores de la bandera para cumplir con la sagrada ley de la heráldica. Propuesta que fue rebatida por Ignacio Agramonte, ya que si bien tales leyes “arreglaban los blasones y los timbres de los reyes”, la República podía “gloriarse en desatenderlas intencionalmente”.[3]
La intervención de Agramonte no solo mantuvo a la bandera con su inigualable diseño original y condición de primer pabellón oficial de los independentistas cubanos, sino que dio lugar a una nueva propuesta igual de justa: la bandera de López y la de Céspedes estarían por siempre presidiendo las asambleas de la República de Cuba en Armas. Nunca antes ni después, la imagen poética de una estrella llegó a propiciar hermanamiento simbólico tan sincero y bello. Así la sintieron y vieron los cubanos que lucharon en tres guerras por la independencia de la patria. Así, también, la sentimos y vemos hoy.
El 14 de noviembre de 1823, parte Heredia de Matanzas disfrazado de marinero a bordo del bergantín Galaxycon destino a Boston. A inicios de 1824, con el verso “Desde el suelo fatal de su destierro”, da inicio a su poema-epístola “A Emilia”, dedicado a Josefa “Pepilla”de Arango, hija del aristócrata matancero José de Arango, en cuya casa el poeta encontrara refugio en espera de una ocasión propicia para salir de Cuba, cuando ya se había ordenado su detención como miembro de la Conspiración de los Soles y Rayos de Bolívar. En razón del carácter autobiográfico de este poema, Heredia nos entrega la más bella explicación —si es que este término cabe en poesía— de por qué se sumó a la conspiración que a la postre lo llevaría a huir de su patria como un réprobo. Hela aquí, a manera de despedida, para todos los tiempos:
De mi patria
bajo el hermoso desnublado cielo,
no pude resolverme a ser esclavo,
ni consentir que todo en la Naturaleza
fuese noble y feliz, menos el hombre.
Notas:
[1] José María Chacón y Calvo: Estudios heredianos. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1980, p. 164.
[2] Ibídem.
[3] El Cubano Libre, segunda época, Camagüey, 15 de julio de 1869.