Los silencios quebrados de San Lorenzo: un libro oportuno e imprescindible
Despierta con jaquecas ligeras, el abuso del café le desvela y apenas atina a tomar pequeñas dosis de bicarbonato. Frío en las noches, acompañado de lluvias que, cuando amainan, le permiten visitar a sus vecinos de San Lorenzo, mientras que los vendedores de cocos pululan con información sobre el enemigo emboscado. Amanece el viernes 27 de febrero y otra vez la tormenta le hace aguardar en casa para luego pasar al bohío de Panchita Rodríguez. Transcurren así las últimas horas en la vida de Carlos Manuel de Céspedes plasmadas en su diario[1].
Horas después, aquel que echó sobre sus espaldas la responsabilidad del levantamiento armado por la independencia de Cuba, emprende la fuga por la cima de la montaña perseguido por fuerzas del batallón Cazadores de San Quintín. El hombre del 10 de octubre llegaba al borde del barranco, justo al límite entre la vida y la gloria, no para experimentar el acto romántico del suicidio, sino para caer derribado por bala enemiga en desigual contienda.
Era el fin de un itinerario vital donde la muerte dejaba de ser enigma para descubrirse a cada paso entre las sombras del agravio. Esa vía crucis entre Bijagual y San Lorenzo, encrucijada de caminos, no menos intrincados, que llevarían al Zanjón, ha sido recreada por cronistas, estudiosos, literatos e historiadores durante dos siglos. Algunos interesados en la búsqueda del dato preciso para la reconstrucción exacta del 27 de febrero; otros, en la valoración del impacto del infausto hecho en los destinos de la Guerra Grande. Esta última línea habría de ensancharse entre las décadas de 1960 y 1970, en modo alguno desligada de los intensos debates en los que se inscribía la reescritura de la historia en los años que siguieron al triunfo de la revolución de 1959.
La relación del liderazgo del 68 con temas como la nación, la anexión, la esclavitud y las clases sociales, entrarían a formar parte consustancial del universo conceptual y simbólico de lo que el historiador Jorge Ibarra Cuesta acuñó como “ideología mambisa”.
En diálogo con la poética de Cintio y Fina, escruta los códigos de la escritura lezamiana para advertir la carga simbólica de los pasos del hijo de Céspedes entre los riscos ensangrentados y las huellas de los mechones de cabello del padre muerto a tiros.
En este escenario de polémicas y provechosos debates en torno al centenario de Demajagua, la publicación de las obras de Céspedes por Hortensia Pichardo y Fernando Portuondo, precedido de un sustancial prólogo, así como las enjundiosas tesis sociológicas de Ibarra sobre la “discontinuidad ideológica de la vanguardia del sesenta y ocho”, y el no menos sugerente enfoque de Raúl Aparicio acerca de la “estructura psicológica inalterada” de Céspedes, contribuirían a cuestionar los criterios que validaban la “discontinuidad” del carácter del bayamés y el invariable conservadurismo asociado irremisiblemente a su procedencia clasista.
Heredero de esta tradición renovadora, Rafael Acosta de Arriba, graduado de la carrera de Matemáticas, publica en la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí su artículo “El señorío de la imagen”, texto en el que el joven autor se acerca a la recepción de la muerte de Céspedes en la obra de José Lezama Lima.
En diálogo con la poética de Cintio y Fina, escruta los códigos de la escritura lezamiana para advertir la carga simbólica de los pasos del hijo de Céspedes entre los riscos ensangrentados y las huellas de los mechones de cabello del padre muerto a tiros. Imagen en movimiento que prefigura, en interpretación de Acosta de Arriba, el acto de germinación del hombre fundante, y afirma: “[…] con la sangre se ha sembrado una semilla impredecible, la historia de Céspedes”[2].
Pocos días nos separan del sesquicentenario de la destitución del primer presidente de la República en Armas, y todavía son apreciables algunos vacíos e incomprensiones acerca de su pensamiento.
Más que el misterio de la muerte, atrapado en la poética lezamiana, a Rafael Acosta le interesa aprehender y revelar la razón de la vida; o, mejor dicho, las razones que llevaron al terrateniente oriental y, a los que como él concurrieron al levantamiento armado, a desafiar las bases ideológicas que sostenían a la “siempre fiel isla de Cuba”. Y lo hace desde la imagen, “causa secreta de la historia”, en términos de Lezama, para entender la herejía cespedista de la violencia, aquella que martillaba el pedestal sacrosanto de las propiedades, en la misma medida que contribuía a transformar, en la cotidianidad del mambí, la distinción del ancestral señorío por el de la “pobreza fecundante”.
Con este texto inicia Acosta de Arriba el imprescindible libro Los silencios quebrados de San Lorenzo, publicado por vez primera en 1998 y reeditado, en matemática perfecta, cada diez años: 2008 y 2018. La cuarta entrega que hoy presentamos, aunque rompa con la exquisita secuencia editorial, llega en un momento muy oportuno.
Pocos días nos separan del sesquicentenario de la destitución del primer presidente de la República en Armas, y todavía son apreciables algunos vacíos e incomprensiones acerca de su pensamiento.
Es como si dentro del proceso de liberación decimonónico, que él inició, la construcción de otras imágenes alusivas a la vertiginosa radicalización del movimiento independentista, se ajustaran más a la legitimación de las narrativas fundacionales de la nación y a sus procesos políticos.
Los veintiún ensayos que integran la obra dan fe del gusto refinado y de la sagacidad del autor al escrutar en los entresijos de una trama novelada o de un poema, rasgos, sentimientos, modos de pensar del líder revolucionario.
La imagen de mayor connotación es Baraguá; símbolo de la intransigencia que “borra” la mancha del Zanjón, y, junto con la “protesta”, la prevalencia de un liderazgo popular y de clase media antiesclavista y radical que tendría en Maceo, Gómez y Martí a sus exponentes principales.
Mientras tanto, los enfoques estrechos que insisten en asociar la procedencia social del terrateniente con su ideología, y que confunden la mesura táctica con los principios democráticos del abogado bayamés, identifican en Demajagua la imagen del inicio; la leyenda del despertar, de la eclosión del independentismo como corriente, pero no siempre atisban la connotación del 10 de octubre, en tanto sentido del pensamiento de un hombre que rompe con la noción excluyente, blanca y culta del liberalismo reformista insular; de aquel “embrión abigarrado”, como él se autodenominara, en modo alguno concebido, predestinado para una criatura hecha, sino en capacidad para elegir su crisálida.
De ahí la validez de este primer ensayo del libro de Acosta de Arriba, publicado en 1992, donde es manifiesto su interés por el acercamiento a la historia en diálogo siempre complejo pero fructífero con la literatura.
Los veintiún ensayos que integran la obra dan fe del gusto refinado y de la sagacidad del autor al escrutar en los entresijos de una trama novelada o de un poema, rasgos, sentimientos, modos de pensar del líder revolucionario.
Belleza y rigor adornan una obra que permite también aprehender los derroteros intelectuales del autor.
Basta repasar los títulos de algunos de los ensayos del libro para percatarnos de este acierto: “Una escritura íntima y fundacional”, “Céspedes, hombre de letras”, “La biografía, búsqueda del ausente”, “Entre el hombre, su imagen y la historia” y “Biografía, novela y Carlos Manuel de Céspedes”. Una poética de la historia que cruza cada página del libro y le impregna la esencia del poeta y crítico de arte, tanto por el objeto de estudio seleccionado, como por la composición de la obra y el exquisito cuidado de la escritura que deleita al lector.
Belleza y rigor adornan una obra que permite también aprehender los derroteros intelectuales del autor. En su armazón estructural aparecen textos escritos, la mayoría de estos publicados entre 1992 y los años más recientes, lo cual obliga, por una parte, a contextualizar las propuestas y los aportes de Acosta de Arriba, atendiendo al nivel de conocimiento, metodologías, presupuestos teóricos y fuentes existentes en cada entrega.
Por otra, a entender que, quien escribe, está inserto en un proceso de formación y madurez académica. He aquí su confesión profesional en el ensayo “El hidalgo liberal”, leído en el acto de defensa de la tesis para optar por el grado de Ciencias Históricas en 1998: “[…] desde que Clío susurró en mis oídos sus encantamientos no he podido acceder a las fuentes y meandros de la historia sin adoptar siempre una actitud de completa responsabilidad ante sus preceptos teóricos […] si hay déficit en el aparato conceptual, en la apoyatura teórica o en cualquier aspecto metodológico, les sugiero no buscar las causas en mi procedencia de los números y la abstracción, sino en carencias propias de mi trabajo y capacidad intelectual”[3].
Para entonces el licenciado en matemática había consultado y procesado un voluminoso material bibliográfico y documental relativo a la vida y obra de Céspedes, el cual le permitió sacar a la luz su Biobibliografía de Carlos Manuel de Céspedes (1994) y los Apuntes sobre el pensamiento de Carlos Manuel de Céspedes (1996), presentada la primera por el Dr. Eusebio Leal Spengler en este mismo lugar, hace casi treinta años.
La llegada de Los silencios quebrados de San Lorenzo tenía lugar en una década en la que, a excepción del libro de Rolando Rodríguez Bajo la piel de la manigua, el ensayo introductorio de Leal al Diario perdido, y algún que otro artículo en revistas especializadas, las ausencias de títulos dedicados a Céspedes eran notables.
Agotar todas las posibilidades que le permite su formación multifacética he ahí la apuesta de Acosta de Arriba para descifrar las claves que llevan a la ruptura ideológica de Céspedes, y con ella a la creación, en palabras de Fina García Marruz citadas por Rafael, de “una familia más misteriosa y definitiva que la de la sangre”
Irrumpía, además, en la palestra historiográfica un libro sugerente, atractivo, de exquisita factura y amena lectura. No le asistía a su autor la pretensión objetivista de perseguir errores de fechas, edades o cuanta información requiera de la precisión y fidelidad numéricas, a tono con su perfil de graduado, más bien, prefería asirse a la lógica de los complejos procesos históricos en los que se inscribía la eclosión de las luchas independentistas y el pensamiento cespedista.
De ahí que, en el transcurso del libro, entiéndase en el desarrollo del quehacer profesional del autor, sin que se abandone en modo alguno los temas relacionados con la literatura, bien como representación del líder o como oficio intelectual del biografiado, afloren capítulos enmarcados en diferentes campos de estudios, en particular los concernientes a la historia de las ideas, del pensamiento político y de la biografía intelectual, con la consecuente ampliación del instrumental teórico y metodológico del autor.
Agotar todas las posibilidades que le permite su formación multifacética he ahí la apuesta de Acosta de Arriba para descifrar las claves que llevan a la ruptura ideológica de Céspedes, y con ella a la creación, en palabras de Fina García Marruz citadas por Rafael, de “una familia más misteriosa y definitiva que la de la sangre”[4].
Una familia, añadiría este comentarista, igualada en el sacrificio, no en los bufetes de los encumbrados abogados ni en la filarmónica de los inquietos jóvenes liberales, tampoco en los opulentos salones del oriente colmados del refinamiento y confort decimonónicos. Entiéndase con esta oblación, la renuncia a bienes y derechos considerados hasta entonces inalienables, incluyendo el siempre espinoso tema de la esclavitud.
Esperemos que pronto algún guionista escuche atentamente este llamado necesario, más que nunca necesario, y tengamos la dicha de compartir todos los cubanos un filme sobre el Padre de la Patria, subráyese el epíteto y los comentarios sobran
He aquí al propio Céspedes dirigiéndose al presidente de la Junta Revolucionaria de La Habana, a mediados de 1871, increpándole: “Querer es poder, sobre todo para los pueblos viriles. Resuélvanse los ricos a sacrificar sus fortunas, los acomodados a renunciar al bienestar, los negros a conquistar su libertad natural, todos a exponer sus vidas, si preciso es, como culto debido a la Patria[5]”.
Nadie mejor que el Dr. Eusebio Leal, quien, junto con Ibarra, Hortensia Pichardo, Moreno Fraginals y Le Riverend, incidiera, a mediados de los ochenta del pasado siglo, en la orientación investigativa de nuestro autor, para sintetizar en frases hermosas el valor de esta obra.
Leal, quien estuvo a cargo de la presentación de este libro en sus anteriores ediciones, afirmó: “Céspedes se nos aparece y nos inclinamos reverentes tú, yo y todos los cubanos al verlo. Y es que se ha logrado superar la tentación simple de lo anecdótico, sin despojar a la historia real del velo que el culto legítimo de los seguidores del héroe tendieron, como un sudario piadoso, sobre el hombre ya de por sí mármol, bendito por José Martí en discurso memorable”[6].
Coincido con la inquietud de Rafael expresa en el capítulo “La sangre memoriosa como lente”, reseña de la novela El camino de la desobediencia, de Evelio Traba, al advertir que la vida azarosa y atormentada de Carlos Manuel de Céspedes no ha sido llevada al cine.
Esperemos que pronto algún guionista escuche atentamente este llamado necesario, más que nunca necesario, y tengamos la dicha de compartir todos los cubanos un filme sobre el Padre de la Patria, subráyese el epíteto y los comentarios sobran.
Eso sí, en el prólogo, el autor también afirma que es hora de que él comience a escribir la biografía de Céspedes. Tengo el placer de compartir la mesa con el biógrafo. Gracias Rafael, por quebrar los silencios, gracias Boloña por esta nueva entrega. Enhorabuena.
* Presidente del Instituto de Historia de Cuba, Miembro de Número de la Academia de la Historia de Cuba.
Notas:
[1] Carlos Manuel de Céspedes. El diario perdido, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1994.
[2] Rafael Acosta de Arriba: Los silencios quebrados de San Lorenzo, Ediciones Boloña, La Habana, 2023, p. 16.
[3] Ibídem., p. 82.
[4] Ibídem., p. 73.
[5] Carlos M. de Céspedes: Ciudadano presidente de la Junta Revolucionaria de La Habana, 29 de agosto de 1871, en Carlos M. de Céspedes. Escritos, t. II, p. 237.
[6] Rafael Acosta de Arriba: Ob. cit., p. 9.