Aníbal De la Torre Cruz expone en la Sala Electa Arenal del Centro Provincial de Arte de Holguín Muda desesperación, una muestra marcada por el tránsito consciente y coherente hacia los terrenos de la abstracción, que permite que, en la naturalidad lógica de su evolución, esta gane autonomía y refuerce las búsquedas que identifican al joven pintor en sus diálogos entre la religión yoruba y el arte, entre la vida y los caminos de la fe.
Lo que más me interesa de Muda desesperación es, precisamente, como Aníbal se desprende, para sumarse al goce abstracto, de los elementos figurativos, al menos los morfológicos, cuando el retrato y el autorretrato han sido recurrentes en su trabajo, incluso en su anterior exposición Diálogos, inaugurada en el propio Centro de Arte, en las XXIX Romerías de Mayo. Al revisar su obra notamos que Aníbal hizo suyos, en un primer período, ciertos elementos arquitectónicos de la ciudad; luego el rostro humano ocupó el lienzo; rostros —de familiares y amigos, y también autorretratos— que nos interrogan y resultan una especie de puente entre quien nos observa desde la obra y quienes, desde este lado del umbral, intentamos comprenderl(n)os. Ahora, Aníbal enrumba su mirada hacia la abstracción, desprendiéndose de lo «circunstancial circundante» para internarse en lo «circunstancial metafísico», en la esencia de ciertas formas.
“A pesar de esto, el artista, aun en la desilusión diaria, no calla, sino crea”.
Aníbal explora nuevas búsquedas, es cierto, pero como bien apunta la curadora y artista visual Annia Leyva en el catálogo de la exposición, en él lo abstracto ha sido parte de la evolución y uno de los senderos al que la propia vida (y las circunstancias) ha conducido su creación reciente. Es como si la realidad fuera cada día más abstracta, más incierta e indefinible, incluso más oscura, sin que ello signifique (no siempre) más pesimista. A pesar de esto, el artista, aun en la desilusión diaria, no calla, sino crea; aunque la incertidumbre, la búsqueda de respuestas a un futuro inmediato, la frustración, la desesperanza y por qué no, también la esperanza, sobrevuelen las diferentes piezas (la que le da título a la muestra, la obra de mayor formato, abarcadora y abrumadora en sus posibilidades, podría funcionar como una especie de resumen del resto).
En la obra de Aníbal, como signo identificativo y pretexto, encontramos al caracol cauri, instrumento de comunicación entre lo terrenal y lo espiritual. En la religión yoruba, el Oráculo del Diloggun es la “boca” de los orishas. A través de los caracoles y los igbos, estos hablan y nos enseñan de humildad, caridad y amor al prójimo. Nos ayudan a vencer los obstáculos en la vida. Hablan y explican, expresan y describen estados de desarrollo de cualquier proceso, fenómeno o circunstancia de la vida. Integran el Oráculo del Diloggun veintiún caracoles cauris, de ellos se utilizan solo dieciséis con una de sus partes abiertas —cada uno con dieciséis signos más— para pronosticar el futuro. Cuando en la estera la parte abierta cae bocarriba, habla uno o varios orishas. Las combinaciones pueden poseer disímiles significados (todo esto Aníbal lo deja entrever en el video que se proyectó el día de la inauguración de la muestra).
Estos —comenta Annia— “se organizan en momentos de angustia e inestabilidad para poner a prueba el margen vital del artista, reelaborando, en consecuencia, el análisis y reinterpretación de su contexto. Por ese rumbo, van sus Odu, procurando abrir los caminos al triunfo, senderos a la prosperidad como aspiración en esta muestra cargada de sombras, pero también de esperanzas”.
Los caracoles cauri recorren también, como signos y marcas del discurso, las obras de Muda desesperación. Se integran (elementos figurativos reconocibles, como lo han sido en su obra los clavos de línea, los garabatos, herraduras y girasoles) como objetos deconstruidos que ganan fuerza en lo abstracto y que se mantienen vigentes en la amplitud de sus significados, en lo abarcador de sus sentidos.
Ya desde Diálogos —enfatiza Annia— Aníbal “dejaba bien delimitado el espacio para las zonas con manchas incipientes, que ahora abarcan todo el formato con el sentido de enmascarar sucesos y disfrutar el proceso creativo con la reiteración de un molusco”. Ahora la imagen queda “minimizada a un trazo, a unas manchas de tonos blancos, negros, grises, ocres, sienas y pequeños matices rosas, igualando solicitudes de esperanza que se superponen ante afanes frustrados, voces en el aire, chispa que deviene en llama malograda, todo resumido en colores, pero al igual que su fe, siempre encuentran la luz al final del túnel”.
El molusco es sugerencia y al mismo tiempo permanencia y vitalidad; es síntesis (y así podemos ver la muestra) de todo un proceso de crecimiento artístico (y espiritual) en la obra constante y fecunda de Aníbal De la Torre.
Aníbal asume la abstracción plenamente y lo hace luego de un recorrido en el que ha aprovechado disímiles experiencias que, como toda creación auténtica, fruto de la evolución y del trabajo, termina por desembocar en piezas como las de esta exposición, inaugurada como parte del XXX Salón Provincial de Artes Visuales Calendario 30 ¿Te acuerdas de…? Llega a ella —nos subraya Annia Leyva— como ejercicio paulatino: “Sin proponérselo ha transitado por la representación de las figuras en apego a la realidad morfológica, luego transformada a su antojo, hasta llegar a descomponerla, minimizarla y camuflajearla”.
Todo esto es precisamente lo que emana la exposición de Aníbal de la Torre: un juego desde la forma y su descomposición, desde el dominio de sus elementos hasta la libertad de expansión y posibilidades que ganan sus caracoles cauri, que siguen, como lo han hecho, guiando la mirada y los caminos en su creación visual.
Me interesa la obra de Aníbal por sincero y sistemático; por intentar superar las pautas y crecer desde ellas; por coherente consigo, con su trabajo y con su tiempo bajo el sol. Él ha ido consolidando su mirada —fraguándola, mirándose a sí y encontrándose en las posibilidades de esta mixtura— luego de las indagaciones que han reforzado su estilo: la simbiosis fe/arte; los colores y tonalidades, que en esta muestra se vuelven más elementales; las propias posibilidades de la abstracción; la cosmovisión yoruba… da cuerpo y voz a la investigación sobre la que sostiene su mirada, a los estados (físicos, mentales y artísticos) en los que la “muda desesperación” nos mira de frente y nos habla.