Septiembre es el mes que marca el nacimiento y la muerte de un singular músico cubano, Víctor López, más conocido como Pucho. Nacido en Placetas en 1956, para muchos de sus contemporáneos y para mi generación, Pucho era visto como un renovador, una especie de estudioso sacerdote —a la vez que transgresor— en aspectos concernientes al jazz. Y así fue su vida: un pleno aquelarre de emociones latentes desde su espíritu musical con raíces cubanas hasta llegar al cénit —como pocos, eso sí— de la consagración estilística y morfológica del género que le acompañaría siempre. Su visión, su estilo, su olfato como productor y arreglista, además de su concepto de entronización jazzística como elemento fundacional y creativo, hicieron de Pucho uno de los músicos cubanos más referenciales en cuanto a esos aspectos.
A raíz de su huella y también de las deudas que se tienen con su legado, surgió hace pocos días un festival que intenta, desde su propia concepción y nombre, recordarlo: el Puchísimo Jazz. Una idea y proyecto a cargo del músico y promotor cultural santaclareño Eliot Porta, quien a su reconocida carrera en estas lides le suma este encuentro de peregrinaje sonoro y teórico a su paisano Pucho. Una larga idea que fue creciendo en proyección y madurez, y que tuvo feliz acogida en instituciones regionales y nacionales al punto de ser instituida como festival con luces propias, aunque puedan establecerse alianzas, articulaciones y colaboraciones con otros eventos del país como el Jazz Plaza, lo cual no descartan Eliot ni los que acompañan esta genial idea.
Puchísimo Jazz: un convite generacional que extiende vasos comunicantes con el pasado a la vez que posiciona su labor como parte de la vanguardia musical de estos tiempos.
Quizás existan dudas sobre la pertinencia de un evento así, pero es válido recalcar la simbiosis resultante de un país con honda herencia bailable pero también jazzística, y de la cual Pucho fue un exponente brillante: se puede hacer buen jazz y buena música cubana, no existen antagonismos conceptuales al respecto. Si hurgamos brevemente en parte del trabajo de Pucho, hallaremos profundos recursos sonoros volcados en extraordinarios arreglos, producciones discográficas y conciertos en vivo para trovadores como Polito Ibáñez, Sara González o Lázaro García por mencionar algunos. En ellos, supo mantener la matriz de cada tema en cuestión pero con un sólido ropaje jazzístico casi único en Cuba, aunque su diversidad estilística le permitió rodearse de otros recursos expresivos sin reiteraciones ni falsos códigos miméticos.
Durante dos días se respiró jazz en Santa Clara y Placetas, y nos reunimos amigos, colegas, familiares, periodistas y hasta estudiantes de música para debatir sobre la vida de Pucho. Son indudables los aportes de esa región a nuestra música desde figuras como Enrique González Mántici, Alejandro G. Caturla, Ernestina Trimiño, Emilio Martiní, Enrique Plá, José Luis Cortés y muchos más, y por eso el elenco escogido para esta primera edición estuvo a la altura del mismo: Roberto Fortún, Liane Pérez (también conocida por su trabajo con el Trío Palabras) y Raptus Ensemble.
El repertorio escogido para ambas galas fue bien equilibrado. Fortún es un guitarrista con una amplia gama de posibilidades técnicas y una expresividad fuera de lo común, que lo lleva a poder asumir posturas muy flexibles dentro del lenguaje del jazz más ortodoxo e incluso en derivaciones posteriores como el latin jazz, el free jazz o en el debatido jazz cubano. De cada uno de estos estilos sonoros hay influencias en su trabajo y, lógicamente, venía como anillo al dedo para el homenaje al inquieto Pucho. Un paseo por algunos conocidos standards bastó para sentirnos atraídos por la sinergia musical que nos propuso, y, en franco ejercicio de abstracción podíamos por momentos estar en un club de los 70s escuchando a Felipe Dulzaides, Miles Davis o al mismísimo Pucho. A este trabajo de trío hay que sumarle la voz de Liane Pérez, carismática intérprete que conocemos por su trabajo a dúo con Vania Martínez en el Trío Palabras, el cual es uno de los mejores formatos de reconstrucción de la trova cubana en toda su dimensión. Liane sin embargo es capaz de desdoblarse fonética y musicalmente e incursiona con pasos firmes en la complejidad armónica del jazz como elemento vocal integrador, en una atípica formación que aun así logra una resultante sonora muy interesante. Destacar el abordaje del clásico “Debí llorar” (Piloto y Vera), desde el arreglo y la poderosa voz de la cantante.
Y todo ello, cual dramaturgia en ascenso, fue escalando con la entrada poco a poco de instrumentistas del Raptus Ensemble hasta tenerlos a todos en el escenario: trombón, fagot, fliscorno y dos oboes. Una mixtura de estilos y temas pudieron integrarse entre ellos y el trío base, donde la amplitud de músicos ya podía asumir distintas combinaciones tímbricas y lograr una apoteosis necesaria por la calidad de cada integrante. Raptus logra mezclar parte de la poética contemporánea basada en estilos como el expresionismo y el atonalismo, para atemperarla al arquetipo musical de los quintetos de viento tradicionales, y de esa forma ser capaces de emitir un discurso diferente, audaz, irreverente y fresco. De esta unión musical creo vale la pena destacar la versión de “Momo”, de Ernán López-Nussa, sin dudas un clásico del jazz cubano.
Un convite generacional que extiende vasos comunicantes con el pasado a la vez que posiciona su labor como parte de la vanguardia musical de estos tiempos fue el escogido para recordar a Pucho, como si se tratara de un recordatorio de su obra musical; fue también este quien reconocería desde muy joven a los clásicos del jazz norteamericano y cubano, además de plasmar una obra propia resultado de todo el brebaje estilístico circundante. Nos toca cuidar este recién nacido encuentro de —y para— jazzistas cubanos, así como dotarlo de todos los apoyos posibles para su consolidación como una tarja musical que siempre nos conduzca, y recuerde, a Pucho López en su natal Placetas y en Santa Clara. ¡Enhorabuena!