“Teniendo en cuenta la macabra permanencia del bloqueo, propongo que nuestras crisis sean nombradas al estilo de las depresiones tropicales, que también auguran no dejar en santa paz a esta isla hermosa de ardiente sol”. Eso dije cuando me reuní con Hilda la investigadora, con Víctor y su prima Brígida Sepúlveda, y con Cándida, ese día triste porque María E. y Fefa se negaron a participar en el encuentro, aduciendo que el asunto era excesivamente iluso. No obstante, me parecía cuerdo y hasta sensato que, a partir de ese momento, dejáramos de hablar de “crisis” como si fuera algo que no mereciera nombre propio.

—“Vamos a ver”, empecé, “hace un tiempo se hablaba de cierta coyuntura, y ahora mismo, se dice que tenemos una contingencia. Me pregunto, por qué, si disponemos de veintiséis letras en el abecedario, tengamos obligatoriamente que ceñirnos a la letra C”.

—¿“Veintiséis letras”?, dijo Cándida, “¿contando la eñe y la doble ele? No, a mí me parece que son más. Aunque claro, decir que una crisis, por ejemplo, es Ñoña, sería casi una burla, digo yo”.

—“No hay que ser tan precisos”, agregó Brígida. “La idea me parece excelente. Por ejemplo, a partir de ahora deberíamos empezar, como es lógico, con la A. Angustia me gusta. Imagínense: “Compañeras y compañeros, atravesamos una difícil Angustia, y la consigna es Apriétense las Almas. Para que sea pegajosa la crisis, se podría resumir como la A al cubo: Angustia/Apriétense/Alma. ¿Qué creen?”

—“Muy complicado eso”, dijo Cándida, “muy difícil. Los mensajes tienen que ser breves, contundentes, nada de repetir letras ni de extenderse, tenemos experiencia suficiente para saber que en todas las crisis hay que apretarse el zapato, el alma, el bolsillo, el calor, unos contra otros, unas encima de otros, otros debajo de unas…”

—“¡Basta!”, bramó Víctor. “Nos estamos yendo por la tangente, queridas. Estoy de acuerdo con el planteamiento inicial, pero sin lemas ni estribillos. Solo señalaría que para ser consecuentes, también deberían tener categorías las crisis. Yo recuerdo, por ejemplo, que Gustav tuvo categoría cuatro, al igual que el huracán Ike, y sin embargo el Katrina alcanzó la cinco, sobre todo por allá por Nueva Orleans…”

—“Ay, Víctor, no compliques tanto la cuestión”, señaló Hilda. “Sería muy difícil para los historiadores plasmar, por ejemplo: “En el año 2029 tuvimos un episodio nombrado Debacle, de nivel tres, seguido de otra crisis llamada Estrujamiento que escaló a categoría seis, o si no, durante el período comprendido entre los años 2023 y 2033, la isla atravesó sucesivas vicisitudes nombradas Fatalidad, Guardería, Hacinamiento, Inopia”.

—“Una preguntica”, solicitó Cándida, “una preguntica. ¿Ustedes no vislumbran nada halagüeño? Porque noto cierta pesadumbre, determinado pesimismo, una cosa así como eternidad en las crisis, y eso, compañeros y compañeras, no me parece adecuado ni conforme con nuestro espíritu”.

—“Es solo una propuesta, muchacha, un planteamiento para elevar a las instancias correspondientes”, aportó Víctor. “A Rubiera, por ejemplo, agregó Brígida Sepúlveda, ese señor que explica tan maravillosamente y con tanto entusiasmo la llegada de huracanes. Rubiera podría, por ejemplo, anunciar “Buenas noches, estimados televidentes, se acerca la tormenta tropical Kirenia, con K, que viene pegadita a Lucy, con L, amortiguada por la crisis económica Membrillo, nombrada así porque nos va a dejar adosados al pan, pero no se asusten, no hay nada que temer, el escenario no es catastrófico, tenemos alternativas, como siempre, tenemos pan suficiente”.

—“Lo ideal sería”, dijo Hilda, “que pudiéramos llegar a la letra N. Una depresión llamada Nimiedad no asusta a nadie, por ejemplo”.

—“¿Económica o tropical?” Preguntó Víctor “¿Depresión económica o depresión tropical? No es lo mismo, no es ni siquiera parecido. Aclara, aclara el punto, por favor”.

—“Bueno… ninguna nimiedad asusta, Víctor”, respondió Hilda, “ninguna. Otra cosa sería si la crisis económica se llamara Oscuridad, Penuria, Quietud o Resignación”.

—“Malas palabras no, por favor, malas palabras no”, rogó Cándida.

—“Dije Resignación, re-sig-na-ción. Y con esto concluyo mi participación, porque si hay que poner categorías, como dice Víctor, me rindo. De verdad que me rindo”, dijo Hilda.

—“¡Salación debería ser la próxima!” Dijo súbitamente eufórica Brígida Sepúlveda, “me encanta ese vocablo, porque deja a la interpretación de qué hablamos, si la salación de un ciclón, de una contingencia o de un bacalao”.

—“Y luego toca el turno a Tremenda”, añadió Cándida, “y más adelante llega Úrsula, tan bonita Úrsula. ¿Qué les parece Compatriotas: Úrsula no podrá vencernos? ¿Eh?”

—“Me perdí, me perdí”, confesó Hilda. “¿Hablamos de depresiones tropicales?”

—“Da igual”, señaló Víctor, “da igual. ¡Ni Valentina, ni Xiomara, ni Yaité ni Zulema, ya sea con fuertes ráfagas de viento y baja presión en hectopascal o con falta de combustible, de harina y de leche en polvo podrán con nosotros! Que venga la bestia, que la estamos esperando”.

—“¿Qué le pasa a Víctor?” Preguntó Brígida. “Primo, primo…que te faltó La letra K. ¿Estás bien?”

La pregunta quedó en el aire, que justo en ese instante, se hizo fuerte, como si Contingencia subiera de categoría, y se llevara la electricidad. Quedamos en vernos al día siguiente, con nuevas propuestas, porque hablando en plata, cuando de vicisitudes se trata, no tienen fin las cosas del abecedario. 

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