La poesía, como revela Franco Loi, tiene una función poderosa e importante: revela el ser y evidencia la relación que guarda el ser con el mundo, con los demás, y también profundiza la relación de nuestra conciencia con nuestro ser. La poesía, por tanto, es una de las artes que trabaja sobre la materia. Pruebas de ello me fueron entregadas mientras leía el poemario A mí también me olvidarán[1] de la autoría de Maylan Álvarez, en el que se recrean las vicisitudes que enfrenta la mujer como ser privado de su condición legítima:

Yo era niña,
pero bien pude ser niño
y jugar a la pelota con mi padre
los domingos,
cuando los locales no practicaran en el terreno
y el eco de las voces
de otros niños
competían con el mugido de las vacas.
Yo nací como niña,
pero bien pude ser niño
y vestir solo pantalones
y pulóveres
y no usar moñitos,
ni cintas,
ni lazos
y subirme en la cerca del vecino
a robar las guanábanas
con las piernas bien abiertas
y un tira flechas
y una bolsa de piedras del río
para cazar gatos
y gorriones
o cualquier otro bicho sabanero.
Yo era una niña.
típico ejemplar de niña pueblerina,
desabrida,
sin domingos de pelota,
sin tiraflechas,
con moñitos
y cintas
y lazos,
degustando una guanábana
que le regaló el vecino.
Yo crecía como niña
y dejé de serlo
cuando ya nadie me regañó
por las piernas abiertas.
(pp. 11- 12)

Ese libre albedrío, esa voluntad es castigada con una educación que es símbolo de quietud y no es sinónimo de riesgo, novedad, y mucho menos de aventura, y, dada la crudeza del mundo, lleva a la mujer a madurar con violencia. Contra la educación prejuiciosa de la mujer se levantan muchas de las páginas de este libro donde el ser femenino se muestra osado, aún en las maneras más discretas que se le disponen, hasta lo desafiante:

Con una cuchilla que desechó mi padre,
me afeité las piernas por primera vez.
A escondidas de todos,
como todas las cosas imborrables
en la infancia de alguien.
Me afeité las piernas con la certeza
de una adultez cercana,
encerrada en el baño
bajo la excusa
de un vulgar dolor de barriga.
Del tobillo al muslo,
unida a la suavidad con que mi madre,
a la vista de todos en el patio
se afeitaba los sábados en la mañana.
Del tobillo al muslo,
desdeñando los pelos largos y negros,
casi masculinos en la blancura de una piel
de once años.
Del tobillo al muslo,
en un acto desvirgador,
consciente de que hasta con una cuchilla oxidada,
en esta vida puedo amputar
todo lo que me molesta.
(p. 13)

En el poema se oponen los semas oculto/conscientemente descubierto, como sinónimos de las maneras femeninas y masculinas en la vida. Aquí también “se asume una de las maneras de enfrentar la invisibilización, la violencia sicológica y mediática que acompaña la existencia: la ironía, un lenguaje acerado y amargo con el que también enarbola, desde el fondo, su vapuleada identidad”. Estos temas de la mujer como un ser despojado de su condición legítima ya habían sido abordados por Maylan en su libro anterior, cuando descubre las grandes diferencias que existen entre la apariencia y las esencias de la mujer:

Yo quería tener las tetas grandes
(como mis otras primas)
y lucirlas bajo la camisa blanca de la escuela.
Yo quería usar ajustadores
como mi madre.
Talla 30.
No corpiños,
ni blusitas
debajo de la camisa blanca de la escuela
para disimular los huevos fritos,
dos puntas que presagiaban
unas tetas comunistas.
por lo caídas.
Sobre lo pequeñas.
Desnudamente infantil frente al espejo
vigilaba su crecimiento
como las matas del patio,
esperando que florecieran
para que todos pudieran admirar
los frutos del tiempo.
Dos transgresoras de la fuerza de gravedad.
Dos compañeras para el goce,
para sentir todas las miradas sobre mí
y la certeza de ser una mujer en plenitud.
Yo quería tener las tetas grandes.
Yo quería.
(pp. 16 – 17)

Se nos muestra cómo existe un estereotipo de mujer hacia el que las jóvenes avanzan ciegamente o con sufrimiento, al ver que no se cumplirá lo preconcebido sobre ellas, sobre sus cuerpos. El tema de la mujer como ser privado de su condición legítima, que es el que parece primar en el cuaderno, se une, no siempre de manera ingeniosa, a la memoria familiar con emociones evocadas y recientes no tamizadas por la luz que teje el arte, donde falta el salto del relato de la vivencia cotidiana a la trascendencia que teje el hecho estético, pues decir, contar, no es sobrepasar la vivencia.

Contra la educación prejuiciosa de la mujer se levantan muchas de las páginas de este libro donde el ser femenino se muestra osado, aún en las maneras más discretas que se le disponen, hasta lo desafiante.

En esa evocación del recuerdo puede faltar dominio de la expresión a la hora de concebir el poema, distancia o magnitud artística. Recordamos aquí que la fuente del arte es la experiencia, el producto final es la verdad, y el artista, mientras evalúa lo actual, constantemente interviene y administra, miente y borra, en servicio a la verdad.

Blackumer habla de esto: “la vida que vivimos” dice “no es en sí misma el tema de un artista serio; tiene que ser una vida con una inclinación, vida con una tendencia a plasmarse en ciertas formas, a ofrecer sus revelaciones más lúcidas solo bajo cierta luz[2].” 

Un ejemplo de poema evocativo logrado lo constituye “A mi madre le pedí un hermano” donde, sin alejarse de la revelación de las esencias del destino femenino, ocurre el vuelo de la vivencia y la emoción para llegar a esa calma centelleante que es la poesía:

A mi madre le pedí un hermano.
A mi padre le pedí un hermano.
Prefirieron complacerme con juguetes:
una bicicleta verde,
la muñeca Llorona,
una alfombra rusa
para el piso de mi cuarto,
un juego de tacitas
y cucharas
y terrones de azúcar por comida
para entretener.


A mi madre le pedí un hermano
y acarició mis brazos
y acarició mi rostro
y nada dijo,
a excepción de un crujido
proveniente de los ojos
o del lado izquierdo de su vientre.


A mi padre le pedí un hermano
y solo respondió
con la atenuada respuesta
de poco tiempo,
mucho trabajo,
casa pequeña,
salario de maestro.


Con el paso de los años.
yo,
con más de un hijo,
aprendí a dar
más que a pedir.
Aprendí que hay cosas que nunca te llegarán.
Aprendí que se vive sin hermanos:
entre juguetes,
con abuelos matándose a silencio.
Porque entre cosas inanimadas vive también.
Aprendí que nadie nunca me tomará por tía
y que solo estoy yo
para cerrar ojos
y llevar flores al cementerio.
(pp. 43 – 44)

En los marcos del develamiento de las esencias de la mujer clasifica también el poema “¿Y cuándo sabe una?” (p. 63), donde se develan aspectos de la “filosofía femenina”, del maltrecho destino femenino, que van de convertirse en un ser seductor, con el placer que el hecho tiene en sí para la propia persona, a llegar a ser un ser que sirve, como castigo, eterna e inevitablemente a los otros: el contrastante y eterno binomio de la seductora y la esclava, anudado en un solo ser, con los consiguientes conflictos y desgarramientos.

Pero aún así no faltan los momentos de osadía femenina marcados por la coacción que se opera sobre su ser donde da pruebas de ser un individuo con voluntad, independencia emocional, e identidad definida y encauzada. Véase el poema “A nadie le pedí permiso…” (p. 60)

Los poemas que asumen el tema de la mujer como ser privado de su condición genuina, con el consiguiente sacrificio de su existencia, y el desafío de asumir su identidad, más allá de los estereotipos con que la sociedad conforma lo femenino, son los más logrados de este libro.

Se aborda aquí algo tan especial como la educación de los sexos, y se junta a las esencias y apariencias, al ser y al deber ser a través de cuidados que significan opresión y hasta prisión. Consúltese el poema “Si necesitara esos” (p. 25). En tal sentido, la relación entre los sexos se ha convertido en un juego entre maldad, astucia e inocencia que alguien manipula. Entonces se comprende que la belleza o delicadeza femenina está unida, sin dudas, a un desafiante destino donde vive privada de su condición legítima, lo cual confirma una parábola condenable, y se manifiesta en el texto “A mí también me olvidarán” que da título al libro, y que debió ser el que cerrara el poemario:

A mí también me olvidarán,
me dije fregando el último plato del almuerzo
(o de la comida)
y la trascendentalidad del oráculo ocupó
un espacio entre la masa encefálica.
la glotis
el hueso lagrimal.
Y lloré
(como cuando era niña
y mi madre me regañaba por la mala ortografía)
ante la indiferencia del fregadero
que todo lo engulle,
que todo lo arrastra.
Lloré ante el silencio
y la hondura de cada plato limpio,
ante la quietud de las cucharas,
los tenedores
de mi delantal con flores rojas
y solo el cuchillo mostró su faz,
con un leve centelleo,
recordándome lo emocionante
que puede ser vivir al filo,
siempre al filo de la vida.
A mí me olvidarán…
me dije,
y a los demás también.
(p. 45)

Se refleja allí el drama humano y anímico femenino, contado en el marco de su espacio más doméstico, más desgastante y efímero, con la corriente común del fregadero, que en su ignominia anula a las otras existencias como respuesta ante un crimen o abuso.

Los poemas que asumen el tema de la mujer como ser privado de su condición genuina, con el consiguiente sacrificio de su existencia, y el desafío de asumir su identidad, más allá de los estereotipos con que la sociedad conforma lo femenino, son los más logrados de este libro. Muestran a una mujer reflexiva e irónica que mira por sus ojos, y desde una legitimidad que siempre le va a pertenecer. Maylan Álvarez ha pronunciado como Eavan Boland[3], yo no encontré mi femineidad en las servidumbres de la tradición, pero si vi que mi humanidad me miraba desde allí.      


Notas:

[1] Maylan Álvarez. A mí también me olvidarán, Ediciones Matanzas, 2022, Matanzas. Este cuaderno obtuvo el Premio Fundación de la Ciudad de Matanzas en 2021.

[2] Louise Glück. “Contra la sinceridad”, Hablar de poesía, n. 40. 2019, p. 2.

[3] Poeta irlandesa. (1944- 2020).

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