“Todo lo que quiero es trozos de beicon frito
pegados con cinta adhesiva a la pared,
porque la mayoría de las películas no hacen eso”.
Gummo (1997) continúa la línea temática desarrollada una vez por Larry Clark en Kids (1995). La exhibición de la marginalidad en la adolescencia resulta un tema cotidiano en la narrativa de Harmony Korine. El director de Gummo y una vez guionista novel en Kids, es un artista que encuentra la perfección dentro de la crueldad de la realidad aparente.
Dedicado a su persona y a su obra está diseñado el ciclo “Harmony Korine: De la polémica a la excelencia”, el cual se exhibirá en la Sala 3 del Multicine Infanta, en su horario habitual de las 5:00 p.m.
Gummo se hace enrevesada desde su título que tiene una concepción filosófica oscura, dada a las situaciones que diseñó Korine a sus 23 años en su obra predecesora Gummo Marx. Este filme experimental dramático, con tintes de comicidad por el absurdo orquestado en su trama, representa una visión cruda de un mundo alejado de la sociedad conocida, fundamentada por el estilo de vida de la white trash norteamericana.
La película cuenta las aventuras de varios muchachos destructivos, que se ven tentados a infligir daño y autolesionarse para su diversión o intento de compresión de sí mismos. Jóvenes que, como un retrato turbio de Peter Pan y los niños perdidos, tantean su entorno, a la vez que se redescubren entre la toxicidad, comprenden su mente y conocen sobre la vida a partir los vicios y males que les rodean.
Gummo se confecciona en Xenia, Ohio, tras la catástrofe del tornado Teddy. La devastación solo dejó un pueblo olvidado en el que viven seres invisibles, dados enteramente a la supervivencia. Humanos convertidos en alimañas para vivir, en el que interiorizan su contexto según pueden, o más bien, según les da la gana.
El tornado Teddy demolió la tierra, como también arrasó con el rastro humano que quedaba. Las lacras sobrevivientes intentan mantenerse activos en un mundo sin valores, sin control y sin una percepción real de su situación.
Entre las casuchas y las fiestas improvisadas de los muchachos, se aviva y propaga un universo de marginalidades en la que las drogas parecen ser el menor de los problemas y los gatos las mayores víctimas.
Korine desarrolla un argumento morfológico de la sociedad. Su profundidad, que resulta fantástica y confusa, por su tratamiento cruel e injustificado, yace en la muestra de la honestidad, la exploración constante y las incoherencias en el comportamiento que suelen darse a edades tempranas del crecimiento. Esto funciona como catalizador de todos los acontecimientos y respuestas inmediatas de los jóvenes, ante lo que creen foráneo, a su entender.
El largometraje tergiversa todos los temas universales en busca de distorsionar la realidad. El amor, la soledad, la muerte y el sexo son mostrados como motivos perversos de la psiquis íntima de los personajes. Dichos temas son perseguidos, pero desde una disfuncionalidad corrompida en la psiquis del humano, debido al cercenamiento del correcto aprendizaje que se halla en los jóvenes protagonistas.
Los filmes de Korine, siguiendo esta línea narrativa, suelen ser fuertes, de cara a la pantalla. La traducción realizada por la imagen suele incomodar y empañar las percepciones de los espectadores. Figuradamente, el objetivo que se persigue es componer una conexión intrínseca entre el manejo de la realidad y su representación ruidosa, excéntrica y alterada.
Una mirada pop sobresale en el largometraje a pesar de que su discurso se mantenga entre los márgenes del cine independiente, el cual sustenta un diálogo radical con la historia que muestra.
Gummo es una fotografía inmersiva de la sociedad abandonada, en específico, en la adolescencia maleada. Recae en la exhibición del desastre al otro lado de la moneda americana, en la naturaleza de los desamparados que tienen pocas alternativas de escape más allá de la imaginación, los vicios y el comportamiento errático atestiguado en cada ser que toma parte en su trama.