Recordando a Luis Mariano en su centenario
Era tal la cercanía y la familiaridad con Luis Mariano —así nos referíamos siempre a él en la casa— que, de forma en cierto modo semejante a lo sucedido con mi abuelo, no me permitió apreciar la excepcionalidad de la figura artística con la que tenía el privilegio de interactuar.
A Luis Mariano lo conocí en La Habana, desde mi niñez. Era para mi abuela otro hijo; para mi madre, un hermano. Ambas mantenían con él largas, frecuentes y divertidas conversaciones telefónicas. Él tenía un gran sentido del humor. La gracia que colmaba sus populares estampas tenía que ver con los textos, pero también con su fino y agudo sentido del humor. En el caso de mi madre, era un antecedente de esa cercanía, su amistad con Clara Elsa Carbonell Pullés, compañera de estudios por muchos años y su amiga inseparable.
La gracia que colmaba sus populares estampas tenía que ver con los textos, pero también con su fino y agudo sentido del humor.
Al resto de la familia la conocí en mi primer viaje a Santiago de Cuba, creo que en 1963. Viajé en el auto familiar con mis padres y fuimos directo a la casa de los Carbonell, que nos acogieron para nuestra estancia allí. Tal vez debiera decir la casa de los Pullés, porque el centro de esa familia era Amalia Pullés Pérez. Ya era mayor, pero conservaba la energía y desde que crucé el umbral de la puerta supe que era alguien a quien debía respetar mucho. Emanaba autoridad, que era reconocida, no sólo por sus hijas e hijos, sus nietas y nietos, sino también por todos los que llegaban a esa casa, cualquiera fuese la razón que les llevara hasta allí. Toda la familia fue muy hospitalaria, Olga, Silvia, cuyo hijo fue mi compañero de andanzas por esos días, Noel, que me asombró con sus extraordinarias capacidades manuales y su habilidad para ejecutar con la trompeta china, y Ligia, de belleza y dulzura singulares.
Amalia presidía en aquella casa. Había sido maestra, imprimió en sus hijos elevadísimas normas éticas, con la integridad y la decencia en el centro de su conducta, una auténtica educación que marcaba su conducta desde adentro y afirmaba que el único camino que podían transitar en sus vidas era el del trabajo, de la perseverancia y el esfuerzo. Amalia legó una generación de maestros. Creo que todos sus hijos lo fueron en algún momento, incluyendo a Luis Mariano, que lo fue la mayor parte de su vida. Silvia Carbonell Pullés fue una destacadísima profesora, maestra en toda la extensión que pueda tener la palabra. Creo incluso que algún salón de la Universidad de Oriente lleva su nombre.
En los rasgos esenciales de Luis Mariano, tanto en su vida personal como en su ejecutoria artística, veo presentes las lecciones de Amalia Pullés. Aunque ella se opuso todo lo que pudo a que él o cualquiera de sus hermanos se dedicaran profesionalmente al arte. Quería algo más seguro para ellos.
No sé si la historia de la familia Carbonell Pullés haya sido objeto de la atención de los historiadores locales en Santiago. Debería serlo. Ejercieron desde el magisterio una enorme influencia beneficiosa sobre la espiritualidad de innumerables personas; es decir, sobre la vida espiritual del entorno y la ciudad donde vivieron.
Con el paso del tiempo y especialmente luego de iniciar mi trabajo en la Fundación Nicolás Guillén, comencé a distinguir la dimensión artística de Luis Carbonell, su estatura intelectual y lo que significaba para la cultura cubana.
Era una persona de una inteligencia excepcional y una gran cultura. Son innumerables los saberes que adquirió por su cuenta, estudiando y trabajando, con tesón, rigor y disciplina paradigmáticos y, por supuesto, aprovechó magníficamente los profesores que pudo tener a su alcance. Así se convirtió en un intérprete muy profesional del piano y un gran conocedor de la música, no sólo cubana, que conoció como pocos, sino también caribeña, latinoamericana y universal.
En los rasgos esenciales de Luis Mariano, tanto en su vida personal como en su ejecutoria artística, están presentes las lecciones de Amalia Pullés [su madre]. Aunque ella se opuso cuanto pudo, a que él o cualquiera de sus hermanos se dedicaran profesionalmente al arte.
Su conocimiento de la poesía en lengua española era también extraordinario, como fruto de sus interminables lecturas, o debería decir de su estudio sistemático de los textos poéticos y la vida de los poetas. Eso explica su inigualable acierto para trasmitir en sus declamaciones lo que el autor quería decir.
Mencioné su inteligencia. Un aspecto muy especial de esa inteligencia era su capacidad para relacionar cosas que aparentemente no lo estaban o no estaban destinadas a relacionarse. Esa cualidad es especialmente valiosa para la creatividad. Carbonell fue muy creativo e innovador. Lo fue en la música y lo fue con creces en las artes escénicas. Los vínculos que estableció con la música y la danza revolucionaron la declamación y junto a todo lo demás que era capaz de aportarle, la convirtieron en un arte mayor.
Muchos artistas supieron, experimentaron y han hablado de la generosidad de Luis Carbonell. Él manifestó en más de una ocasión que la música era su pasión. Pero también expresó que lo apasionaba enseñar, y de eso fui testigo. Entre esas dos pasiones no sabría decir cuál era más fuerte. Era excepcional, muy difícil, que al llegar a su casa no hubiese alguien recibiendo lecciones de música, de gestualidad, de movimientos escénicos, de dicción, de lo que fuese. Y siempre con el rigor, la disciplina, la exigencia, la dedicación que caracterizaba todo lo que hacía.
En la Fundación Nicolás Guillén le agradecemos muchas cosas a Luis Carbonell. En primer lugar, su larga dedicación a la difusión de lo mejor de la obra poética de Guillén, y hacerlo sin excepción al más elevado nivel artístico. Pero, además, desde la creación de la Fundación, no hubo ocasión en que solicitáramos su presencia, su contribución artística, que no acudiera y no como una presentación más. Siempre se empeñaba en trabajar durísimo, para sorprendernos con una nueva muestra de su extraordinario talento.
En lo personal, le debo el momento más emotivo que me ha tocado vivir al frente de esta institución. Ocurrió en ocasión de celebrar nuestro Coloquio Festival. Luis Mariano quiso declamar y declamó en esta misma sala la “Elegía a Jesús Menéndez”. En la sala, completamente llena, todos estábamos sobrecogidos ante la dimensión colosal del empeño, afectada su salud ya por un accidente cerebrovascular que limitaba su movilidad y que le hubiera limitado también el habla a cualquier otro que no fuese él. Cuando después de una declamación de 45 minutos de duración, perfecta hasta en los más mínimos detalles del largo y difícil texto, lo escuchamos pronunciar los versos finales de la “Elegía…”, la emoción nos sobrepasó a todos. Sabíamos que habíamos tenido el privilegio de asistir a una hazaña artística irrepetible.
La obra de Luis Mariano Carbonell Pullés es un patrimonio cultural, no sólo de Cuba, diría al menos que del Gran Caribe, como le llamaba Juan Bosch.
A Luis Carbonell le tocó vivir una época de muchos y diversos prejuicios, pero fue una persona de muy firmes convicciones, de una gran integridad y valor moral. Así pudo ser lo que quiso hasta el final de su vida. En alguna entrevista expresó y ahora cito: “Crecí en medio de muchos prejuicios, pero nunca me importó”. Creo que eso también debemos agradecérselo.
Sus contribuciones a la difusión de nuestra literatura y la de otras naciones de habla hispana de nuestro entorno son notabilísimas, como lo son también sus contribuciones al enriquecimiento y la difusión de nuestra música y la de muchas naciones hermanas. Me gustaría pensar que cuando llegue un día la tan ansiada integración de las naciones del Caribe y la América Latina, se recuerde que Luis Carbonell contribuyó también en ese empeño.
La obra de Luis Mariano Carbonell Pullés es un patrimonio cultural, no sólo de Cuba, diría al menos que del Gran Caribe, como le llamaba Juan Bosch, y seguramente me quede corto en la apreciación. En cualquier caso, en Cuba, es imprescindible que actuemos para reconocer, exaltar, preservar y difundir su extraordinario legado.
Gracias otra vez, Luis Mariano.