La cerveza y las Parrandas contra el ciclo de Sísifo
La relación entre el mercado y las fiestas populares tiene su origen en la propia naturaleza de ambos fenómenos. Se hicieron conglomerados de personas desde tiempos inmemoriales bajo cualquier pretexto ritual y ello conllevaba una ganancia extra para la ciudad sede. De hecho, en la antigüedad ya se expendían bebidas y alimentos específicos en una determinada etapa del año y con esto se celebraban las cosechas, la abundancia, el traspaso de una estación a otra… Nada hay en ello de herético, ni de perturbador. Unidas a esa compraventa estaban las bellas artes como esa esencia creativa, ese ente de la imaginación colectiva que se paseaba por las calles y que era parte del universo representado. De allí provienen las tradicionales fiestas cubanas, en especial las Parrandas, declaradas desde el 2018 Patrimonio de la Humanidad. Aunque su aparición hace 200 años se debió a la propia dinámica interna del criollismo y su acrisolamiento; se puede hacer un rastreo de cómo la actividad comercial estuvo presente en los primigenios brotes de este festejo. De hecho, la presencia de los parranderos en la calle, con sus famosas salidas llenas de ruido para despertar a las barriadas vecinas; dieron paso a la venta de artículos y alimentos que son propios de los meses más fríos del año, tales como chocolate caliente, pan, mantequilla, galletas. Los dos presidentes que estructuraron a los bandos de El Carmen y San Salvador eran propietarios de establecimientos comerciales, quienes sin dudas se beneficiaron de alguna manera del auge de todo este fenómeno.
“El fenómeno cultural, en el siglo XXI, vuelve a necesitar de sus resortes comerciales para buscar una vía de sustento que no maltrate la esencia de la cultura que lo mueve”.
Desde que se instituyeron las pautas de lo que son hoy las Parrandas modernas, existe el sistema de apadrinamiento de los barrios. Fortunas privadas, negocios particulares, familias pudientes y demás emprendimientos, les daban sus dineros a los artesanos para sufragar los gastos. La inversión estaba en que las fiestas eran un pico de ventas como no lo había en todo el resto del año. A la altura de la primera mitad del siglo XX, Emilio Roig de Leuschering escribía en la revista cubana Carteles una crónica sobre su viaje a Remedios y ponderaba el fomento del turismo para beneficio nacional, pero además narró cómo la fonda La Joven China, situada frente al parque, se transformaba en un hervidero de prosperidad con clientes de todo el país. Ahora bien, esa relación orgánica entre el mercado y la cultura fue establecida a partir de las propias circunstancias. No hubo una regulación legal, no se escribieron pautas, nadie quiso ni pensó siquiera que debía establecerse una frontera racional por el propio bien de ambos fenómenos. A la altura de 1959, las Parrandas pasaron a ser subvencionadas por el Estado y con esto se fueron enriqueciendo y tomaron gran volumen. Pero la relación entre la compraventa y el festejo sufrió transformaciones que aun la determinan en el presente. De entrada, la actividad particular, si bien se mantuvo, no fue hasta muy entrada la década de los noventa el sostén principal. Aun así, las Parrandas mantuvieron su potencial como plataforma para la economía local y siguieron creando empleos, generando oficios y maneras de vivir. El retorno de la precariedad de recursos ha dado sitio a una nueva crisis que, en el caso de pequeños poblados del interior, eliminó incluso la realización de festejos. Son ejemplo de ello puntos rurales como Falcón. En otros casos se ha reducido el tamaño y la naturaleza de los elementos artísticos. El fenómeno cultural, en el siglo XXI, vuelve a necesitar de sus resortes comerciales para buscar una vía de sustento que no maltrate la esencia de la cultura que lo mueve. ¿Cómo lograrlo?
Las iniciativas han sido muchas, pero hasta el momento no han dado el resultado que se espera. En el 500 aniversario de la ciudad de Remedios se trazó una ruta turística a partir del florecimiento de varios hoteles de lujosa construcción en el centro urbano y de más de cien hostales; pero no se estableció una vía para que al menos una parte de estas ganancias fueran a dar a una cuenta de festejos, como era el reclamo de los artesanos y los directivos. La subordinación nacional de las empresas estatales de turismo hizo que en buena medida los dineros no quedasen en la localidad. La recogida de impuestos a la actividad privada para engrosar la cuenta del 1 por ciento dedicado al desarrollo local, no cubre todas las necesidades de un fenómeno cada vez más caro. La llegada de la inflación ha hecho que el camino para la hechura de las fiestas se ponga cuesta arriba y han aparecido maneras de hacer las Parrandas que involucran inevitablemente capital privado proveniente de donaciones del extranjero. Todo apunta hacia una necesaria transformación en cuanto a la mentalidad de los decisores que siguen gestando oficialmente este fenómeno, para asumir los cambios que la economía requiere.
Hace unos meses la empresa productora de la cerveza Parranda se ha marcado como destino la región central, ya que consideran que en dicha zona geográfica existen potencialidades de mercado a partir del florecimiento de una fiesta tradicional que demanda de esta bebida. El pensamiento resulta válido, ya que se retoman las lógicas que antaño vieron en el fenómeno cultural una manera de sustentar determinada economía. A la par, los especialistas y antropólogos del Museo de las Parrandas presentaron al gobierno local de Remedios un esquema de viabilidad para sostener económicamente el festejo. Ambas iniciativas se dieron en un punto en el cual aparecieron problemas para la habitual subvención estatal, que finalmente se otorgó aún en medio de limitaciones nacionales producto de los efectos post pandemia. Pero la coincidencia quiso que se pensara que en ese esquema pudiera caber una empresa de gran envergadura que, además de hacer enormes ganancias con el mercado de las fiestas, de alguna manera tributara a la hechura de las mismas ya fuese a partir de donaciones o de impuestos. Lo cierto es que la marca se beneficia del fenómeno cultural, tomando el prestigio que por siglos ganaron los parranderos; a la vez que la cultura pudiera poseer una parte de los recursos que participan en estas operaciones de mercado. Todo está por definir y es un suceso sin precedentes en la historia en ocasiones accidentada y dolorosa de las Parrandas.
Ahora bien, es loable —y así lo expresaron los representantes de la marca en una entrevista concedida para este artículo— que la cerveza vea en las fiestas un nicho comercial; pero mejor aún que no sea solamente un tema de beneficio simbólico y se establezcan vías para que las Parrandas tengan una sustentabilidad auditable. En otras palabras, la experiencia con el turismo no debería ser el patrón que se vuelva a manifestar en este caso y si la marca participa del prestigio de las Parrandas, debería haber una relación donde estas últimas obtuvieran una parte de lo que necesitan para existir. Hasta ahora no está claro cómo sería el esquema en el cual entren grandes empresas como la cervecería, pero sí es vital que ello ocurra y que sea una ventanilla para que otros inversores se interesen y vayan a Remedios. A fin de cuentas, no hay una forma mejor para sustituir la subvención estatal que resulta cada vez más difícil y menos operacional en materia de gestión de recursos. De eso hay que concientizar además a los propios empresarios.
Pero hay otros elementos que debemos tener en cuenta. Las Parrandas pueden ser un nicho comercial y una plataforma para generar empleos y prosperidad, pero siguen actuando como fenómeno del patrimonio y de la cultura; un detalle que le da entidad a cualquier análisis que se haga al respecto. Durante décadas se defendió que el turismo y las actividades económicas se imbricaran en lo que ya existe y no viceversa, aunque no siempre fue así. Hay códigos en los cuales los empresarios deben capacitarse para no herir sensibilidades locales, sino que, al contrario, trabajen en potenciar el orgullo, el prestigio y el alcance del fenómeno Parrandas. De la existencia de esta fiesta dependen los planes de expansión del mercado que se trazaron los ejecutores de la marca. Por ende, una postura inteligente es indagar en qué pueden ayudar a los artesanos, qué elementos sobre todo materiales pudieran gestionarse por la vía ya sea de la colaboración o del padrinazgo. Retomando la vieja filosofía de financiamiento de las fiestas, resulta totalmente funcional que la marca haga estas tareas en el orden de preservar un recurso determinado que fomente el bienestar del núcleo parrandero. Y no se trata de malbaratar dineros, ni de sostener cadenas de inversiones que no den un beneficio directo, sino de hacer auditable, sostenible y real la economía que hay detrás de los festejos. Precisamente en aras de que las Parrandas sobrevivan a la actual crisis y no se sigan reduciendo.
“La cerveza Parranda pudiera ser la acción iniciática para que estas cuestiones se clarifiquen y en ello poseen un gran peso el gobierno local y sus formas de gestión”.
Pero hasta el momento hay que esperar. A la altura de todas estas gestiones el modelo de financiamiento de las fiestas sigue siendo el mismo con unos precios mucho más inflados en la realidad nacional. Los barrios tradicionales han aumentado la dependencia hacia sistema de donaciones, lo cual hace vital la necesidad de acciones que auditen los gastos y establezcan rendiciones de cuentas de los directivos hacia los simpatizantes. La cerveza Parranda pudiera ser la acción iniciática para que estas cuestiones se clarifiquen y en ello poseen un gran peso el gobierno local y sus formas de gestión. También, la entidad de Cultura y la Oficina del Conservador pudieran hacer para que esto no se quede solo en un acto de marketing y que tanto la empresa como la ciudad salgan fortalecidas a partir de contratos y de rutas fiables de colaboración.
Cuando en el año 2022 se produjo una crisis con el financiamiento subvencionado, hubo una ola de personas espontáneamente preocupadas que se expresaron en las redes sociales. Ello demuestra que las Parrandas mantienen vivo el fenómeno de la participación y el sentido de pertenencia. Hay que mirar hacia esas zonas con una postura inteligente y verlas como una ventaja más que como un demérito. Todo el que vaya a invertir en las fiestas tendrá que tomar en cuenta que se trata de algo que le pertenece a una colectividad histórica y que esa ancestral naturaleza le imprime a las relaciones entre el mercado y la cultura una determinada complejidad. Los choques, las contradicciones, son parte del proceso. No hay desarrollo sin que acontezcan los socorridos procedimientos de intereses. La empresa está en la línea de la factibilidad y las Parrandas piensan como suceso creativo. Entre ambos extremos hay puntos de conexión que sirven como horcones para el trabajo en común y la salvaguardia del patrimonio cubano.
Un buen detalle ha sido la asunción de las Parrandas no solo como mercado, sino por su esencia popular y lo que ello significa para el alma del cubano. La forma seria y responsable en el estudio del mercadeo ha establecido que se respeten los símbolos, los colores y la historia de cada barrio. Es loable que la operación comercial mantenga esa línea en la cual la cultura es el centro. A fin de cuentas, beber cerveza es también un acto que pertenece al entorno creacional. Pudiera decirse que no se concibe una Parranda sin esa bebida y como tal he ahí la fortaleza en común. En toda acción hay un riesgo que correr y esta no es la excepción. Las Parrandas requieren dinero y la empresa necesita de un mercado y de una marca con prestigio. La relación dual establece dependencias que deberán manejarse y para ello las autoridades cubanas tendrán que estudiar formas de negociación. A la identidad criolla le va una parte esencial de sus elementos más constitutivos. En el caso de Remedios, ciudad con más de 500 años de existencia, basa casi toda su producción simbólica en este fenómeno que apenas aparece alrededor de 1820. La antigüedad no es el único criterio que lo avala sino el poder popular que sustenta la permanencia, que le da entidad y que cada año le otorga creatividad, brillo, vida. Las Parrandas son un acto de fe en que el pueblo es quien posee las riendas de una realidad hecha por los ancestros y conservada hasta el presente en todo su sabor y ahínco, en la inmensidad de su naturaleza propia y originaria.
“No hay sostén del presente, sino se garantiza el futuro”.
No se trata solo de que se trabaje codo con codo junto a la empresa por la rentabilidad de una marca, sino de que esta última entienda que las Parrandas son de por sí una marca con el prestigio suficiente para seguir sobreviviendo, aunque no haya dineros. El fenómeno nos ha antecedido por siglos y en su propia sustancia está el porqué de su poderío. Si se quiere participar de estas fiestas populares, habrá que comprender estos detalles y potenciarlos de forma tal que en lugar de ser obstáculos se transformen en oportunidades para el desarrollo. Ello requiere niveles de madurez en la toma de decisiones por parte de los gobernantes locales y regionales, así como en el caso de los especialistas que se encargan del área de patrimonio. No hay en las Parrandas nada más orgánico que el padrinazgo y las oportunidades de mercado, pero sin que se lastre la esencia limpia del proceso creativo. Hay que conservar más que nada el entorno patrimonial tangible e intangible y que la actividad de comercio no dañe, sino que sea un apoyo más.
Cuando los especialistas presentaron la ruta para la sustentabilidad tuvieron en cuenta una porción que resulta vital: la trasmisión generacional. No hay sostén del presente, sino se garantiza el futuro. Tal visión, que va más allá de la ganancia inmediata, es la que se desea que tengan los empresarios que participen del fenómeno. Ojalá y que los planes establecidos no queden en metáforas y hallen la concreción en caminos bien legislados. Cada año las Parrandas atraviesan un vía crucis para su hechura y esa crisis literalmente no da más. Toda una región, la central, depende de los empleos, de las actividades artesanales, de la economía que arrastra el fenómeno consigo. Sociológicamente, lo que está pasando con la búsqueda de nuevas rutas económicas posee una resonancia y habrá que determinarla y aprobar políticas públicas que le otorguen entidad.
Que el buen deseo no sea una metáfora, ni una figura imaginaria; sino que vaya a correcto recaudo y dé paso al anhelado ejercicio ciudadano de poder y de participación en torno a las Parrandas. Solo así se salvará al fenómeno del ciclo de Sísifo en que se halla desde hace más de tres décadas.
Excelente artículo. Gracias Mauricio por tu intervención a favor de una festividad de tanto arraigo popular no sólo para los remedianos sino también para los cubanos en sentido general. Ahora sería importante que los llamados decisores lean y concienticen este trabajo que con tanta pasión periodística y parrandera tú nos ha regalado.