Notas para el aniversario 101 de Ramiro Guerra
Año 1922. Día 29 de junio. Nace Pedro Ramiro Guerra Suárez, de nombre artístico Ramiro Guerra. En agosto, Luis Casas Romero realiza la primera transmisión de radio, y el 20 de diciembre de ese propio año Julio Antonio Mella funda la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU).
Hablar del maestro Ramiro Guerra es hablar de la danza cubana. En 1959 fue nombrado por la Doctora Isabel Monal como director del Departamento de Danza del Teatro Nacional que ella dirigía. Ramiro fundó, ideó y construyó las bases estéticas del Conjunto Nacional de Danza Moderna (hoy Danza Contemporánea de Cuba); generó un movimiento en la Isla desde su escuelita de danza; fue el pionero de la enseñanza de esta manifestación, e inició sus estudios teóricos. Ramiro nos enseñó a “apreciar la danza”.
Según Ramiro, era “un muchachito universitario cuando empezó a interesarse en la danza”. Como estudiante se vinculó estrechamente a la FEU y desarrolló un trabajo muy notable en función de promover la cultura y al referido género en particular. Tuvo que enfrentarse a los prejuicios de la época, y venciendo las trabas familiares una vez graduado de la Escuela de Derecho, ingresó en la Sociedad Pro-Arte Musical, donde ya habían recibido formación los Alonso y Luis Trápaga, entre otros. Su estancia fue corta, y en breve entró “en el mundo de los que él consideró sus maestros”, iniciándose con Nina Verchinina, figura importante del ballet ruso del Coronel de Basil.
A finales de los años 40 del pasado siglo viaja a los Estados Unidos y toca las puertas de quien sería su segunda gran maestra, Martha Graham. Allí se nutrió de otros grandes de la danza moderna como Doris Humphrey, Charles Wiedman, José Limón y Catherine Dunhan, entre otros. En más de una ocasión Ramiro ha señalado que con la técnica de Graham se identificó y enriqueció su cuerpo.
Regresa a Cuba y comienza a enseñar en la Sociedad de Artistas, adquiere la membresía del Instituto de la Danza, dirigido por Cuca Martínez del Hoyo, y es un activo participante de las Misiones Culturales creadas por Raúl Roa, con las cuales recorrió la Isla. Ello contribuyó a cambiar su idea de que la danza solo podía ser representada en grandes teatros, pues vio, experimentó, creó y acumuló experiencias para sus futuros trabajos de maestro, coreógrafo, promotor y gestor.
Los años 50 enriquecieron y consolidaron su labor como gestor y maestro, y tuvo que enfrentar su desarrollo como intelectual de la danza desde diferentes ámbitos. Estuvo en Colombia, donde impartió clases; viajó a España cuando comenzó a surgir en el mundo “aquello de la danza y el teatro”, y allí hizo un pequeño espectáculo denominado Drama-Danza, que se presentó en diferentes ciudades de la península.
La experiencia española fue importante para su trabajo, ya que le permitió adentrarse en una de nuestras raíces, lo que experimentó y corroboró cuando regresó a Cuba. Allí entró en contacto con nuestra cultura mestiza y comenzó a interesarse por las raíces del cubano. Poco a poco se fue dando cuenta de la calidad y atipicidad de nuestro movimiento, de nuestra expresividad, y se percató de nuestras características identitarias físicas cuando asumimos y nos expresarnos en el mundo de la danza. Así comenzó a conformarse su cosmogonía de que la danza podía ser moderna y a la vez cubana, lo cual lo llevó al estudio de las investigaciones de Don Fernando Ortiz. Ramiro declara que tanta ha sido la huella de Don Fernando en él, que su obra más emblemática y representada, Suite Yoruba, está inspirada en sus investigaciones y en el mundo de los orishas. Ahí está el germen de la danza de temática cubana con Sensemayá, inspirada en el poema de Nicolas Guillen; La Orientalita, Son para turistas, con música de Juan Blanco; y posterior a 1959, Mambí, Mulato, La Rebambaramba, El milagro de Anaquillé, Suite Yoruba, Liborio y tantas otras, centradas en lo cubano.
Significativa en su formación fue la Sociedad Nuestro Tiempo, donde se aglutinaron los artistas que tenían inclinaciones contra el estatus de la cultura cubana del batistato. Como creadores tenían la necesidad de buscar su propia manera de decir, ya fuera en el cine, la literatura, la música o la danza. Para dar respuesta a sus investigaciones, funda un grupo de danza moderna con el cual da recitales en las pequeñas salas de teatro de la época.
Regresa a Cuba pocos días antes del triunfo de la Revolución. Con el surgimiento del Teatro Nacional se le confiere el cargo de asesor del Departamento de Danza Moderna, y posteriormente de director. Funda el grupo que inicia la historia de la danza moderna en Cuba, con apoyo económico y un sueldo para los bailarines. Tiene que construir un repertorio, y a la par de las coreografías comienza a impartir clases y a formar a los futuros bailarines que deben satisfacer las demandas creativas de Ramiro y Lorna, los primeros maestros.
“Crea centros para la enseñanza de la danza moderna en otras ciudades del país”.
Ramiro funda su famosa escuelita de danza. Junto a Irene Relova al frente del Departamento de Extensión Teatral del Teatro Nacional de Cuba, crea centros para la enseñanza de la danza moderna en otras ciudades del país, y atiende la superación técnica de los aficionados de la manifestación, que se concreta en el Primer Festival Obrero campesino en marzo de 1961. Comienza a formar maestros como Eduardo, Patterson, Gerardo y Ernestina, entre otros, y trabajan en función de conformar un público heterogéneo desde la labor de promoción desarrollada en la televisión, la radio, centros laborales, educacionales, cooperativas, y de extensión universitaria, etc., con el objetivo de formar un público que nunca antes había conocido la experiencia de la danza moderna.
El repertorio estaba vinculado a temas nacionales, condicionados por el desarrollo técnico y apegados al folclor, y con el decursar de los años fue definiéndose en etapas. De la primera etapa son Mulato y Mambí, hasta Liborio y la esperanza; las dos primeras piezas inician la danza cubana. Acerca de ellas el compositor y critico José Ardevol, a raíz de la premier, señaló:
Estoy convencido de que las funciones de danza moderna, presentadas el viernes y el sábado pasados en la Sala Covarrubias del Teatro Nacional por su Departamento de Danza, señalan una fecha muy importante en lo que respecta a la conquista de la expresión nacional en lo danzario. Que yo sepa, por primera vez se montan dos ballets que contengan tantos elementos de cubanía como Mulato, sobre los “Tres pequeños poemas” de Roldán, y Mambí, con la “Elegía” de Juan Blanco. Y debo decirlo inmediatamente: el mérito estriba no en haber usado elementos estilísticos cubanos, sino en haberlos tratado como es debido, con imaginación, sin concesiones en busca de un arte grande más allá de lo meramente pintoresco y anecdótico. Desde este mismo momento Ramiro Guerra, el creador de ambos ballets, ha adquirido un enorme compromiso: seguir por el camino emprendido con tan buen pie, contribuir decisivamente a la formación y enriquecimiento de nuestro patrimonio danzario.
La segunda etapa, desde Orfeo Antillano hasta Medea y los negreros, con un mayor desarrollo técnico, le permitió lograr un mejor trabajo de los bailarines, siendo imprescindible el trabajo de Elena Noriega, la China Noriega, su amiga y colaboradora, que junto a él, Lorna y Manuel Hiram, unificó y le dio gran fuerza al movimiento y a la enseñanza de la danza, lo cual fue plasmado por Elena en Técnica de un bailarín.
La tercera etapa, marcada por la presencia de Elena, comienza con Impromptu galante y finaliza con el Decálogo del Apocalipsis, un título muy importante en la historia de la danza cubana, porque fue principio y fin de muchas cosas. El propio autor señala que esa obra planteó una cantidad de innovaciones tan grandes, que los que dirigían nuestra cultura no la pudieron o quisieron entender, no estaban aptos para ello, y arbitrariamente decidieron que la obra no se estrenara.
El montaje del Decálogo… duró un año. Se cuenta que todos los equipamientos de la Isla fueron llevados hacia el Teatro Nacional para ser utilizados en su puesta en escena. El público debía seguirla durante dos horas, sin receso, por doce escenas de sentido lúdico, burla y humor. “Corrió el chisme, se dijeron muchas cosas. El día del ensayo general cayó un diluvio, lo cual fue aprovechado por los funcionarios de Cultura para posponer la premier. Ramiro, ante esta afrenta se marchó, y no se llegó a estrenar”, recuerda Isidro Rolando.
Desde su posición de investigador exhaustivo y transgresor, trabajó más tarde con el Conjunto Folclórico Nacional, incursionó en nuestras raíces con la conciencia de que ya no estaba haciendo danza moderna, y aportó todos sus criterios sobre la teatralización de esta manifestación.
“Ramiro le impuso a la danza nuestro carácter”.
Según Ramiro, y no todos tenemos que coincidir con él, no existe una escuela cubana de danza: más que escuela, “tenemos un estilo”, como bien señaló en “una declaración de principios” referente a este tema.
Ramiro le impuso a la danza nuestro carácter, el disfrute del cuerpo por lo vernáculo, lo típico de la gesticulación, el sentimiento que nos caracteriza, nuestro apego a la tierra, y el desprendimiento del alma. A través de la danza nos hizo concientizar el espíritu de nuestra nación, de nuestra América mestiza, como sacrificio para la creación.
Es nuestra obligación dar a conocer su obra monumental, de transmitir su heredad, de salvaguardar toda su obra, que es patrimonio de la nación cubana.