Para Lillian Manzor y Alberto Sarraín, con quienes tanto toqué a su puerta

La muerte de Antón Arrufat me ha hecho volver a tres textos sobre él que publiqué a lo largo de los últimos 22 años. No llegaron de golpe, los fue devolviendo, poco a poco, la memoria. Aquí los organizo de manera cronológica.

El primero es el elogio que leí al entregársele el Premio Nacional de Literatura de 2000 en la Feria Internacional del Libro de La Habana 2001. El segundo, una mini entrevista a propósito de sus ocho décadas de vida en 2015. El tercero es un esbozo de retrato por sus 86 años en 2021.

“Para Antón cuenta más enfrentarse a la página en blanco como a un lienzo donde, más allá de géneros, puede crearse lo deseado, viajar, ser otros”.

Son pocos y breves, pero signos de otros tantos toques reales a su puerta en Trocadero o en Refugio. Ninguno de ellos del valor de la mejor prenda que pude regalarle en vida: la reedición, 33 años después de la maculada edición príncipe, de Los siete contra Tebas, por Ediciones Alarcos, el sello editorial que fundé y dirigía.

Cada uno de estos aldabonazos lo son de admiración y respeto, junto al recuerdo jocoso de no pocos divertimentos. Quiero que permanezcan inscritos como privilegio de la memoria, y de la vida, al escritor tan fiel a Tebas y a sí mismo.

El ejército enemigo que asedia a la ciudad nunca le perdonó, ni aun en la hora de su muerte, su coherencia. Yo quiero dar, por el contrario, testimonio de esa fidelidad con mis toques a su puerta.

Páginas, diálogos, puertas

“Una sombra, una ficción” observa, bajo la tenue luz de una farola, la conversación que sostienen Actité, Licino, Filonús, Jenofonte en una larga noche habanera. Quizá esa figura irreal acompañaba, tras sillones y arecas, vitrinas y muebles antiguos a Eulalia, Amelia, Matilde, Ramad, Poldo, Delia, Elvira, Alejandrina, etc., algunos de los protagonistas del teatro de Arrufat de los 50 y 60.

Unos y otros, y muchos más, se adentran en diálogos que intentan vencer la incomunicación humana, una de las caras obsesiones de Antón.

“En el autor hay un afán por definir cierta ontología, cierta circunstancia de lo cubano”.

Los procedentes de su primera dramaturgia son víctimas de relaciones muertas, hechas de prevenciones, formalidades, estereotipos y aburrimientos, síntomas de un estancamiento social, de la parálisis de un país. Un país que, sin embargo, no es reducido a su estado político o económico, sino que es penetrado en su instancia humana, moral. Porque en el autor hay un afán por definir cierta ontología, cierta circunstancia de lo cubano.

Entra así, siguiendo a su amado Virgilio, en nuestros particularísimos absurdos, sinsentidos, nimiedades, repeticiones, ceremoniales, melodramas, gestos, frases… No los ve Antón acríticamente, mas su inteligencia está en no evidenciarlo, sino a través de la construcción estética que nos propone su lenguaje.

Un realismo erosionado, ante todo, por una ironía que se instala como segunda naturaleza del texto, y además por recursos del absurdo, situaciones grotescas, toques expresionistas, juegos y rituales.

Como catarsis de ese primer teatro, la sangre expresará un momento de máxima oposición en el conflicto pasado/presente inscrito en su poética. Conflicto que solo tendrá solución en la orgía de las armas de Los siete contra Tebas. Las fuerzas, diametralmente opuestas, deberán abrir paso a una nueva condición, la cual estallará como símbolo en la muerte de ambos hermanos: cada uno ha matado lo peor del otro, mientras Tebas se salva.

“Se comienza a producir un cisma, un abismo, cuyas consecuencias más conocidas para Antón serían la maldición sobre su mejor pieza dramática”.

El coloquio entre Etéocles y Polinices revela una clara superposición de lo artístico sobre el discurso ideológico de la nación. Como en una perfecta analogía, entre la legítima autonomía de lo estético y la ideología política de aquel momento, se comienza a producir un cisma, un abismo, cuyas consecuencias más conocidas para Antón serían la maldición sobre su mejor pieza dramática, el manto de silencio alrededor de su obra y los largos años de bibliotecario. Sin más palabras que las merecidas en día como hoy, justo es señalarlo.

“Su poesía, huyendo de lo lírico, acusa una fuerte narratividad y una gran carga dramática”.

Me he detenido en el teatro de Arrufat porque es el género fundacional de su literatura, no solo en términos cronológicos. Su poesía, huyendo de lo lírico, acusa una fuerte narratividad y una gran carga dramática, al tiempo que nos llega atravesada de fragmentaciones, asperezas, sarcasmos y disquisiciones cercanos a lo ensayístico. Llena de preguntas, inquiere al lector, exigiéndole un diálogo más común en el teatro, del cual también asume una distanciación, que nada le debe a Brecht, sino a ese carácter reflexivo y lúdicro a la vez.

Su prosa se cincela con la voluntad de la poesía, se detiene en las pequeñas cosas, junta lo trascendente y lo cotidiano, lo grande y lo pueril. Personalísimo como articulista, recuerda a Casal, el hijo de un siglo cubano que tan bien conoce. Agudo ensayista, creador de inéditos nexos y relaciones insospechadas sobre pasajes o figuras de nuestra historia literaria, casi siempre acudiendo a una conversación entre esos personajes o tiempos y él.

En definitiva, para Antón cuenta más enfrentarse a la página en blanco como a un lienzo donde, más allá de géneros, puede crearse lo deseado, viajar, ser otros. En la página, pues, gracias a la palabra, dibuja, pinta, construye espacios, crea planos sonoros para legar una literatura cósmica, abarcadora y, paradójicamente, sintética.

La página en blanco es el trapiche donde se exprimen las palabras, para luchar contra la muerte, otra de sus presencias constantes, y donde, sobre todo, encuentra la puerta para dialogar con sus lectores.

Por eso, Aristarco Valdés está sentado allí desde el principio, escapando de la falsa festividad, cerca de lo trágico, creyendo en la fiesta de la palabra como vehículo encamado para la creación de ficciones no menos reales y germinativas.

Afincándose en su tierra permanente, es capaz de trascender sobre lo mezquino, es capaz de ser cotidiano y extrañamente universal.

“Agudo ensayista, creador de inéditos nexos y relaciones insospechadas sobre pasajes o figuras de nuestra historia literaria”.

Antón es un escritor. Ve siempre desde el presente. Se parece mucho a ese Aristarco suyo.

Lo mejor de este Premio Nacional de Literatura para ambos es que los ha sorprendido en plenitud de diálogo a través de puertas cada vez más abiertas.

No sé si ambos me perdonarán —o no— la brevedad. Evité traicionar su cada vez más denodada síntesis.

Y ahora los despido con una “Canción” de resonancias martianas:

No palpo mis heridas
ni el dolor reverencio.
Donde hubo saña,
donde hubo rabia,
algo crece sereno:
mi carne en la piedra,
mi nombre en el agua,
mi tiempo en la yerba.

(Revista Unión, no. 1/2001)

Siete preguntas a las puertas de los 80

En realidad, el lector que conozca a Antón Arrufat (Santiago de Cuba, 14 de agosto de 1935) verá que sigue siendo el mismo: veraz, sarcástico, hondo, preciso. A quienes no lo conocen, este pequeño diálogo puede invitarlos a entrar en su obra, mediante los nuevos libros aquí anunciados o de clásicos como los mencionados. Así como yo toqué a su puerta por sus magníficos 80, usted puede traspasar el umbral. Con seguridad, nada dará más alegría a nuestro autor que su entrada al convite.

En unos días cumplirás ocho décadas sobre la Tierra. ¿Cómo observas, desde esa altura, tu vida, tu literatura, tu tiempo?

Sería excelente que la vejez fuera una torre desde la cual juzgar o contemplar el mundo y lo que se ha escrito. Pero la vejez es un asunto de los demás. Los otros la imponen. Quieren que el llamado viejo se vista de una manera, le ponen barreras y cortapisas. “Eres viejo, esto no es para ti”.  Pero si no está enfermo, apenas la vejez existe para él.

¿Te molestaría trascender —por culpa del incidente en torno al Premio Uneac de Teatro 1968— solo como el autor de Los siete contra Tebas?

Desgraciadamente, para quienes crearon ese incidente, seguí escribiendo. Si sobrevivo a mi propia muerte, estas salvarán a Los siete…

Virgilio Piñera y Lezama Lima no solo siguen siendo figuras tutelares para la cultura nacional, sino presencias imborrables en tu propio ámbito personal. ¿Cómo crees que pesan hoy sus respectivas poéticas en el mapa literario y artístico de la Isla?

Creo que sus críticos, muy numerosos, responderían mejor que yo a esta pregunta. Sin embargo, algo puedo decir, en primer lugar, no sobre su influencia “en el mapa literario y artístico de la Isla”, sino en un aspecto más restringido y pobre, en aquel que tiene que ver con lo que he escrito. Ambos fueron para mí ejemplos. Tanto en la escritura como en el compromiso del escritor con la sociedad. Aprendí de Piñera a no comprometerme en falso, a decir lo que pensaba y pienso. A no aceptar falsos compromisos. De Lezama, a decirlo lo más hermosa y auténticamente posible. ¿No son por esto verdaderas figuras tutelares? En segundo lugar, sus poéticas, muy diferentes y diversas, incluso contradictorias, inauguran un campo de posibilidades para la literatura nacional, no solamente para seguirlas, también para negarlas.

“Sus poéticas, muy diferentes y diversas, incluso contradictorias, inauguran un campo de posibilidades para la literatura nacional”.

Eres un autor de un amplio diapasón de géneros, ¿dialogas todavía con cada uno?, ¿cómo detallarías tus intereses en ellos con respecto a los caminos que siguen en la literatura cubana de hoy?

Pregunta complicada de responder. Quise ser un escritor de un sistema relacionado, donde los géneros dialogaran entre sí. Ignoro si pude conseguirlo. Pero suele ocurrir en la historia de la literatura que un autor permanezca por lo que quiso hacer más que por lo que consiguió. Los proyectos son a veces más interesantes que las realizaciones.

La fecha te servirá para dar a conocer nuevos libros, ¿qué traen?, ¿se trata de una reorganización o reubicación definitiva de tu obra desde tu perspectiva?

Habrá dos títulos nuevos: La ciudad que heredamos, un libro en el que cuento el modo en que dos provincianos, abuelo y nieto, se hicieron habaneros; y el otro, una recopilación realizada por Cristhian Frías, El convidado del juicio, de numerosos ensayos no recogidos hasta ahora en libro. Una larga entrevista los vertebra. Sigue a estos dos una curiosidad bibliográfica, En boca de otros, selección de críticas acerca de cuanto he escrito, realizada por Cira Romero. Son más de 60 trabajos. Suman más de 400 páginas. Delicioso licor para mis fans y puro vinagre para aquellos que no me soportan.

Sin embargo, desde finales de 2014 circula Vías de extinción (Premio Nicolás Guillén 2013), donde pruebas, entre otras cosas, que también la vejez es materia de poesía. ¿Ese libro es una despedida, un testamento?

Es poesía, como tú dices, de senectud. Tanto personal como de la naturaleza. Vejez del cuerpo y cambio climático. No es una despedida, no aprendí a despedirme ni a redactar testamentos.

Me tienta, para finalizar, una pregunta de comunicadores al uso: ¿Qué se siente al llegar a los 80 años?

En mi caso, una alegría tremebunda.

(“El Tintero”, Juventud Rebelde, domingo 2 de agosto de 2015)

El caso se investiga

Mañana es el cumpleaños 95 de Fidel; pasado mañana, el 86 de Antón Arrufat. Pareciera imposible religarlos, porque los carroñeros de nuestros cadáveres, ciertos o inventados, no perdonan al escritor cubano haber permanecido en su patria y participar plenamente de la vida cultural de la Revolución, cuando su trayectoria fue de las perfectas para convertirse en un “caso”.

“Arrufat ha sido un protagonista legítimo del proceso triunfante en Cuba desde enero de 1959”.

Pero he aquí que, a su alta edad, Arrufat ha sido un protagonista legítimo del proceso triunfante en Cuba desde enero de 1959. Así fue reconocido, una vez más, el 28 de junio pasado, cuando el presidente Miguel Díaz-Canel colocó en su pecho la Orden Félix Varela para distinguir el valor de su aporte a la cultura nacional. Tuve el privilegio de estar presente y me emocionó, en particular, ese “cortocircuito” entre el discurso que pretende a Antón situado en otra parte y el gesto limpio de su Isla que lo magnifica.

Ocurrió en la misma Biblioteca Nacional adonde acudió 60 años antes a participar de los encuentros de Fidel con escritores y artistas, que culminaron con el discurso del líder revolucionario luego conocido como “Palabras a los intelectuales”, nunca tan analizado como en esta celebración de sus seis décadas.

Antón estaba por cumplir 26 años, un mes y medio después del 30 de junio de 1961; Fidel, 35. La vorágine del tiempo de la Revolución los hizo contemporáneos. Sobre aquellas jornadas y acerca del sagaz y joven estadista que encara un gran desafío, Arrufat rinde un estupendo testimonio en Cuba, caminos de Revolución, la serie documental de Rebeca Chávez.

Porque Antón es un pensador. Esa cualidad atraviesa su obra en cualquier género y salta en su lengua filosa con sus punzantes latigazos. Si usted lo quiere comprobar, busque su ensayística, en general de textos breves, sobre literatura y teatro cubanos, o sus insoslayables aproximaciones a Virgilio Piñera. Más poético en la ficción, como es lógico, la fuerza de ese pensamiento resplandece en su mítica Los siete contra Tebas —premiada y desaprobada al mismo tiempo en 1968—, renovada a la luz de las recientes y sostenidas andanadas de adversarios y enemigos a las puertas de nuestra Tebas.

“Antón es un pensador”.

El gran poeta de El viejo carpintero y Vías de extinción, el narrador, ensayista y dramaturgo aspiró siempre a trascender los géneros en sí y crear un sistema entre ellos, como me respondió en una entrevista para Juventud Rebelde a propósito de sus 80 años. Allí también me confesó: “Aprendí de Piñera a no comprometerme en falso, a decir lo que pensaba y pienso. A no aceptar falsos compromisos. De Lezama, a decirlo lo más hermosa y auténticamente posible”.

Antón, que vivió en carne propia tanto las contradicciones y errores de la política cultural como sus grandes contribuciones al perfil de la nación, me dijo, sabiamente, al enfermar el Comandante en Jefe en 2006: “No volverá a sus cargos porque Fidel siempre gobernó con el cuerpo”. Brotaba el conocimiento de un itinerario compartido, esa presencia física del líder de la Revolución, con su vigorosa mente en efervescencia, allí donde había que hacer algo o se presentaba un problema. A pesar de sus diferentes barricadas, pues no todas son iguales y todas tienen su importancia, el tiempo los unió mucho más allá de un signo del zodíaco. Sirvan estas líneas, sencillamente, de salutación a ambos.

A Antón, sarcástico siempre, le gustaría decir que mi retrato no tiene explicación, que, como en el título de su primera pieza, el caso se investiga.

(Granma, 12 de agosto de 2021)

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