Todavía teníamos presente la agradable noticia que nos deparó mayo, al proclamar la Unesco al cartel cubano de cine Patrimonio Documental de la Humanidad, cuando junio dio inicio con otra igual de importante para nuestra cultura: el trovador Silvio Rodríguez recibía el título Doctor Honoris Causa en Ciencias Sociales y Humanidades por la Universidad de La Habana, a propuesta de las facultades de Filosofía, Sociología e Historia.
“Si realmente existe un nombre que resume con su obra la poesía de la Revolución Cubana, ese es el de Silvio Rodríguez”.
Al conocer del acto efectuado en el Aula Magna, la mañana del pasado 2 de junio, no pude menos que recordar mi atareada juventud entre la Campaña de Alfabetización en el Escambray, el primer llamado del Servicio Militar Obligatorio y, por supuesto, los conciertos de los jóvenes trovadores, sin coste alguno, bajo la luz de las estrellas y el piso por asiento del Parque de los Cabezones, en la Colina universitaria —así llamado por los grandes bustos de figuras ilustres de la cultura nacional.
Pertenezco a la misma generación de Silvio, por lo que a estos recuerdos pronto se allegaron otros más recientes, en particular, dos artículos de mi autoría: “A propósito del Nobel” y “De poesía, poemas y canciones”. El primero lo escribí para La Jiribilla en 2016, motivado por el Premio Nobel de Literatura concedido al músico estadounidense Bob Dylan; el segundo, lo publiqué en La Gaceta de Cuba (No. 6, nov-dic., 2018). En ambos la obra de Silvio Rodríguez está entre los asuntos centrales. Sirva de ejemplo la siguiente cita perteneciente al artículo de La Jiribilla: “Como es notorio, la Revolución Rusa tuvo su poeta en la figura y obra de Vladimir Maiakovski. La Revolución Cubana, sin embargo, no ha tenido un poeta, sino poemas. (…) Si realmente existe un nombre que resume con su obra la poesía de la Revolución Cubana, ese es el de Silvio Rodríguez, reconocido cantautor y fundador del movimiento de la Nueva Trova”. Y teniendo como referente el Nobel de Dylan, concluía: “Nadie se extrañe si un día el Premio Nacional de Literatura se le concede a él”. (1)
Pues, bien, estuve cerca… Aunque el hecho de ser doctor no quita la posibilidad de obtener el otro título, pienso, más en consonancia con las motivaciones y proyecciones de su ya vasta obra musical. A propósito, con otro Nobel de Literatura, el poeta chileno Pablo Neruda, comparto el criterio de que la lengua que hablamos, es el mayor legado de la cultura española a los pueblos de Nuestra América; el otro, a mi entender, es la guitarra. En Silvio, ambos se volvieron a reencontrar a inicios de la Revolución Cubana, en el movimiento de la Nueva Trova, así bautizado no para marcar una ruptura con la nunca Vieja Trova, sino más bien para precisar su continuidad a un nuevo nivel histórico de desarrollo poético-musical. La coherente relación entre poesía y música presente en sus composiciones, en permanente acuerdo con respecto a la novedad y actualidad de sus contenidos, siempre evidenció que la fuente de donde bebía el entonces joven trovador y seguidores, era de las más potables de nuestra herencia literaria y musical pasadas. Martí, Vallejo, Villena, Miguel Hernández y el propio Neruda, entre otros grandes poetas de la lengua, a la par de músicos como Sindo Garay, Matamoros y demás cantautores de la primera trova, dejaron su impronta en aquellas canciones, siempre bien asimiladas por nuestro trovador, sin asomo de copia o impostada cubanía. Desde un inicio entre Silvio y su público —mayoritariamente, de su propia generación y con inquietudes culturales iguales o parecidas—, se estableció una comunicación sincera, al comprender que estaba en presencia de uno de los suyos, que sabía de sus inquietudes, problemas y aspiraciones, y los manifestaba con la misma honestidad y pasión que se los haría saber una persona amada…, pero, con una forma de hacer y decir la canción acorde con una sensibilidad propia de los nuevos tiempos que corrían, su tiempo.
De los sesenta en adelante, pocos han hecho tan buena literatura desde la música como Silvio, y viceversa. Su música a guitarra limpia, es música y letra; interpretada por una orquesta sinfónica, es decir, a pura música, es de la mejor. Un buen ejemplo: Te amaré, en versión de la Orquesta de Música de Cámara dirigida por Guido López Gavilán. No exageró el trovador José Pepe Ordaz, cuando en una entrevista que le hiciera el también cantautor Amaury Pérez, le dijo: “Todos tenemos una Yolanda, excepto Silvio, que todas sus canciones son Yolanda”.
“Ser doctor no es ser mejor músico, ni poeta. Pero, ahora, en un músico nuestro, por primera vez, se conjugan estas tres condiciones”.
En un contexto tan complejo para la cultura cubana como el presente, exaltar a la categoría doctoral a un músico cubano nacido de las entrañas del pueblo, fiel a sí mismo, y nunca al margen de la política al uso, es un acto de clarividencia histórica, que apunta a esclarecer dimensiones socioculturales y estéticas más allá de la música de moda, bailable o no, porque su real importancia radica en lo que le aportó —y le aporta— en calidad y belleza a la mejor música latinoamericana de todos los tiempos. Ser doctor no es ser mejor músico, ni poeta. Pero, ahora, en un músico nuestro, por primera vez, se conjugan estas tres condiciones. Aunque a la primera ha llegado por ser lo que es en las dos últimas, las mismas que ya le habían hecho un lugar para siempre en nuestra cultura, al lado de tantos otros grandes músicos nuestros. ¡En buena hora, Silvio!
Notas:
“A propósito del Nobel de Literatura”, en La Jiribilla, nov. 2016.