“…somos todos africanos emigrados…”[1]
Eduardo Galeano
Los hombres maduran cuando comprenden cuánto les deben a sus madres. Así mismo, la humanidad habrá alcanzado la mayoría de edad el día en que reconozca cuánto de África lleva en sus genes, en su cultura y en su alma. Ese día no habrá razas, ni sexos, ni religiones, ni naciones, ni lenguas: ese día seremos la especie humana.
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Con espíritu semejante se inauguró la exposición de artes visuales Mírame, madre. Herencia africana y arte contemporáneo cubano, el pasado 23 de mayo en el Centro de Prensa Internacional, en pleno Vedado. Pinturas, grabados, esculturas, fotografías y carteles conforman el homenaje de 12 artistas cubanos, así como de coleccionistas, diseñadores, fotógrafos e instituciones como el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA).
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El hombre que ha esculpido al Che más impactante, como saliendo incólume de las llamas, Alberto Lescay, aporta un cuadro abstracto (“Perdón”, 2020) y la escultura en bronce “Regreso de Aponte” (2020), que transmuta la crudeza del dolor en el vigor de la fuerza.
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Con un dibujo siempre envidiable por su limpieza, hallaremos dos acrílicos de gran formato sobre papel de oro, de Santiago Olazábal, “El guardián” y “El rey se transforma, el rey nunca muere”, ambos de 2021.
La mirada de Belkis Ayón, poderosa y mística, sigue viva en sus colagrafías “La sentencia” #1 y #2, que no precisan del color para despertar en nosotros un arcoíris de sensaciones.
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Bedia, el gran Bedia, que viaja sin miedo la cultura hasta la raíz, tiene dos lienzos al acrílico, de formato incómodo: “¿Kindiambo cuenda munanso?” y “Sol negro”.
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Grabador que esculpe colores y escultor que graba texturas, “Choco” (Eduardo Roca) participa con una cabeza esculpida, a través de cuyos ojos vacíos el espectador avispado puede ver su “Cabeza de piña”, así como el “Sol negro” de Bedia.
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El cuadro de Finalé “La fiesta de las máscaras” (2020), que mide 197 x 270 cm, cita a personajes diversos en torno a un remo doble…
La instalación “Todavía vive”, compuesta por cuatro fotografías de 60 x 50 cm cada una, y la escultura “Garabato”, son las piezas de María Magdalena Campos-Pons.
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Las tres fotografías de Marta María Pérez, hechas en plata sobre gelatina, siguen sobrecogiendo por su hábil combinación de devoción, belleza y oficio.
Un ejemplar de la serie “Energías vitales” (2010), escultura concebida con técnica mixta, caracoles policromados y metal, así como la serie “Paño”, en acrílico sobre tela, trajo el maestro Mendive, que narra sus sueños con voz de arcilla, fluidez de río y frescura de árbol.
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Una cartulina trabajada con técnica mixta y un busto de bronce sin nombre que minimaliza los rasgos humanos, dan fe de la obra de Roberto Diago.
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Con “Milk I” (2018), una impresión digital sobre lienzo, René Peña ironiza sobre el “blanqueamiento” del negro y desmonta el prejuicio racial de manera admirable.
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Jesús González de Armas completa la nómina de artistas, con cinco dibujos sobre cartulina, uno de ellos —“Diablito”— tan sugerente como hermoso.
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Redondean la muestra una serie de carteles de la OSPAAL, propiedad de Pepe Menéndez y Damián Viñuela, así como fotografías que testimonian los lazos históricos entre Cuba y el continente originario.
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Los seres humanos, que ya sumamos más de seis mil millones sobre la Tierra, somos multicolores, practicamos varias religiones o ninguna, hablamos más de mil lenguas y dialectos, pertenecemos a 200 naciones diferentes, asumimos estéticas divergentes y tenemos gustos disímiles. Sin embargo, todos compartimos un origen y un destino comunes. Hay un Génesis, no escrito en la Biblia del pueblo hebreo, sino inscrito en nuestro ADN.
Del continente con piel de noche y rostro de arena, partieron las huestes trashumantes a conquistar el planeta. A él hemos de volver, una y otra vez, para honrar la raíz del hombre.
Nota:
[1] “Caminos de alta fiesta”, Espejos. Una historia casi universal, Fondo Editorial de Casa de las Américas, La Habana, 2011, p. 11.