20 de mayo de 1902: la nación de rodillas (V parte y final)
El 25 de abril de 1901 el secretario de la Guerra de Estados Unidos, Elihu Root, recibió en su despacho a los cinco delegados de la Asamblea Constituyente cubana. El intercambio sostenido giró en torno a los artículos III y VII de la Enmienda Platt. Root disertó: “La cláusula tercera es una extensión de su Doctrina” —en referencia a James Monroe—. “Es la Doctrina misma como principio internacional. La tercera cláusula encarnando la Doctrina permitirá que las potencias no pongan reparos a nuestra intervención para sostener la independencia de Cuba. Más aún, la tercera cláusula, combinada con la primera, impedirá que se nos juzgue por usurpadores violentos al desnudar la espada […]” (Márquez, 1941: 217, t. II).
Domingo Méndez Capote observó que la Enmienda Platt aludía al derecho que suponía tener Estados Unidos de intervenir en Cuba y solo deseaba la aquiescencia de los futuros Gobiernos cubanos al ejercicio de ese derecho que ellos ignoraban: “Pues bien, ¿al interpretar así el texto no equivocamos la verdadera idea de la cláusula?” —inquirió—. Root confesó: “Para mí, el supuesto es indiscutible. Hace tres cuartos de siglo que proclamó mi país ese derecho a la faz de los dos mundos; y prohíbe a otras potencias, en ultramar, no ya la intervención armada sino la sencillamente amistosa en los negocios de Cuba” (Márquez, 1941: 222, t. II). En contestación a otra interrogante acerca de por qué solicitaban consentimiento cubano si Estados Unidos se creía con derecho a intervenir y tenía la fuerza para hacerlo, precisó: para facilitar “la realización de sus anunciados propósitos con respecto a las demás naciones”. Méndez Capote objetó que de nada valdría tal consentimiento si Estados Unidos no pudiera imponer su voluntad, ya que, por desgracia, en cuestiones internacionales era la fuerza la ultima ratio. El secretario de la Guerra ahondó entonces con cinismo:
La fuerza es la última razón; pero la fuerza no informa, no inspira el Derecho Internacional. Si algunos derechos no se hicieran respetables por su propia eficacia ¿existirían Suiza, Bélgica y Holanda? El derecho es la fuerza de los débiles porque, de otro modo, los grandes poderes, dominando con sus armas, resultarían los más cruentos enemigos de la especie humana. El pequeño Estado que se atrinchera detrás de un derecho universalmente reconocido, impone sus consecuencias a los grandes imperios. Señores, los Estados Unidos, a pesar de ser fuertes […] buscan en la plenitud del derecho la fuerza moral incontrastable […] si por desgracia se hiciera indispensable alguna vez nuestra intervención, los Estados Unidos no quieren que nadie la discuta (Márquez, 1941: 223-224, t. II).
Y sobre las estaciones carboneras remató: “¡Esencialísimas […]! Los Estados Unidos indagan sin descanso en el más allá de sus responsabilidades y desean obtener posiciones que sirvan a la defensa estratégica de ambas repúblicas” (Márquez, 1941: 224-225, t. II).
En la jornada siguiente se volvieron a reunir en el Departamento de Guerra. “Señores: la Enmienda perseguirá siempre el afianzamiento de la independencia de Cuba, aunque la intervención sea provocada por el fracaso sustancial de los patriotas en el ejercicio libre del gobierno propio” —intentó sermonear Root—; sin embargo, cuando el general Pedro Betancourt insistió en revisar la tercera cláusula, lo interrumpió con brusquedad: “Imposible general Betancourt. La Enmienda votada por el Congreso y sancionada por el presidente, constituye una solución inalterable. No podemos retroceder” (Márquez, 1941: 233-234, t. II).
“Esta humillante y férrea camisa de fuerza constituía (…) el sustitutivo de la anexión y la garrocha del ulterior salto predatorio del imperialismo yanqui en el mar Caribe y en el sur del continente”.
En su estancia de 72 horas en Washington, McKinley los recibió tres veces; en una de ellas les ofreció un banquete en la Casa Blanca en el que participaron varios senadores con protagonismo en el impulso a la iniciativa en el Congreso, pero esquivó hablar sobre la Enmienda Platt y condicionó evaluar la concesión de tarifas preferenciales a los productos cubanos a que se constituyera la República.
Los cubanos partieron el 27 de abril a Nueva York, donde el 29 se entrevistaron con Tomás Estrada Palma, destacado ya por la prensa norteamericana como el candidato grato a Estados Unidos para presidir el nuevo Gobierno de Cuba. Estrada Palma los conminó a transar. Según dijo, con la Enmienda Platt no se realizaba el ideal revolucionario, pero rechazarla ponía en peligro el nacimiento de la República. Resignados, excepto el santiaguero Rafael Portuondo, arribaron el 6 de mayo a La Habana. Al día siguiente cerraron las puertas del Teatro Martí y Méndez Capote presentó el informe de la visita a Washington. A partir de ese instante un aciago debate a espaldas del pueblo —pretextando no generar alarma—, terminó el 12 de junio de 1901 con la aprobación de la Enmienda Platt, 16 votos contra 11, y su deshonrosa adición como apéndice a la Constitución de la República de Cuba. La balanza se inclinó definitivamente cuando Sanguily cambió su voto. Entonces no se sabía que su hermano, el mayor general Julio Sanguily —por quien sentía una mezcla de cariño y lástima: debido a su adicción al alcohol, el juego y las francachelas— vendió el levantamiento del 24 de febrero y andaba por La Habana con una maleta de dólares que le entregó Wood para adquirir almas patrióticas. No compró a Manuel —resultaba imposible—; pero no tengo duda de que influyó en él hasta hacerle creer que Estados Unidos no les dejaba otra opción.
Wood escribió en una carta a Theodore Roosevelt ponderando el resultado:
Por supuesto que a Cuba se le ha dejado poca o ninguna independencia con la Enmienda Platt […] y lo único indicado ahora es buscar la anexión. […]. No puede hacer ciertos tratados sin nuestro consentimiento, ni pedir prestado más allá de ciertos límites. […] es evidente que están en lo absoluto en nuestras manos. […]. Con el control que tenemos sobre Cuba, un control que pronto se convertirá en posesión, en breve controlaremos el comercio de azúcar en el mundo. Creo que es una adquisición muy deseable para Estados Unidos. La Isla se norteamericanizará gradualmente y a su debido tiempo contaremos con una de las más ricas y deseables posesiones que hay en el mundo (Vitier, 2008: 116).
La Enmienda Platt llevaba en su cuerpo el espíritu de la Doctrina Monroe y sentó el precedente de la intervención de Estados Unidos en América Latina, con el supuesto consentimiento de las naciones intervenidas, procedimiento que puso en práctica una y otra vez a todo lo largo del siglo XX. No hay más fiel descripción del efecto que provocó en nuestro pueblo este apéndice y su alcance en la región, que la del inolvidable Raúl Roa, el Canciller de la Dignidad:
Su texto contiene un preámbulo y ocho artículos, y aún hoy, cuando ni para papel higiénico sirve por las ronchas que levanta, su lectura incita a la mentada de madre. […].
[…]
Esta humillante y férrea camisa de fuerza constituía, como se ha dicho, el sustitutivo de la anexión y la garrocha del ulterior salto predatorio del imperialismo yanqui en el mar Caribe y en el sur del continente. Corolario de la Doctrina Monroe, la Enmienda Platt le imprimiría fuerza internacional a este instrumento de hegemonía norteamericana en América (Roa, 1970: 286-287).
Una sucesión de hechos llevó al 20 de mayo de 1902, cuando la entrada en vigor de la Enmienda Platt, impuesta mediante coacción a un país ocupado militarmente, mutiló los atributos de soberanía de la República que nació aquel infortunado día. En un acto simbólico ondeó por primera vez su bandera en el mástil del Morro de La Habana. Hubo quienes vieron en ello la posibilidad de continuar los sueños frustrados por la “gestión salvadora” de Estados Unidos. Estremecidos por la presencia de su estandarte, algunos habaneros le pidieron proteger a un pueblo “libre, virtuoso, fuerte”; mas el país fue invadido por una mezcla de incertidumbre y aflicción; no pocos sintieron amargura o rabia. Ya nada podía hacerse…
En diciembre, en su mensaje anual al Congreso, Theodore Roosevelt, quien asumió la presidencia tras el asesinato de McKinley por un anarquista, enunció:
Cuba queda a nuestras puertas y cualquier acontecimiento que le ocasione beneficios o perjuicios, también nos afecta a nosotros. Tanto lo ha comprendido así nuestro pueblo, que en la Enmienda Platt hemos establecido la base, de una manera definitiva, por la que en lo sucesivo Cuba tiene que mantener con nosotros relaciones políticas mucho más estrechas que con ninguna otra nación […] (Roosevelt, 1910: 621, t. 2).
Instaurada la República, asumió su presidencia Estrada Palma, después de resultar electo en unos comicios unilaterales por el forzado retraimiento del general Bartolomé Masó. Un tratado suscrito por Estrada Palma el 16 de febrero de 1903, y por Roosevelt el 24, a fin de poner en ejecución el artículo VII del apéndice a la Constitución —con lo cual el convenio adquirió una validez incompatible con principios elementales del Derecho Internacional—, dejó la bahía de Guantánamo al servicio de la proyección imperial estadounidense, al arrendar a su Departamento de Marina una extensión de tierra y agua de la rada “por el tiempo que las necesitaren”, precepto empleado para disfrazar la cesión territorial mediante la perpetuación del arrendamiento —cuya naturaleza es temporal—, cuando la práctica jurídica de potencias como Alemania, Gran Bretaña, Francia y el imperio Austro-Húngaro, e incluso de Estados Unidos, fijaba un término de 99 años.
A las 12:00 horas del 10 de diciembre de 1903, en Playa del Este, bajo el impresionante estruendo de 21 salvas de artillería, a manera de botín de guerra el contralmirante Albert S. Baker recibió 591 662 caballerías de tierra pertenecientes a la bahía de Guantánamo, incluidos sus 24 cayos, mientras una banda de música interpretaba The Star-Spangled Banner y dos infantes de Marina izaban la bandera de las barras y las estrellas. Sobre el suelo anegado en sangre de una nación que por tres décadas ofreció la vida de sus hijos en prenda a la libertad, se consumaba un anhelo que se remonta al siglo XVIII, cuando Benjamin Franklin, padre fundador y firmante de la declaración de independencia de Estados Unidos, unió al destino del futuro coloso norteño la idea de la ocupación de Cuba.
La generación nacida en Cuba a principios del siglo XX creció en un clima marcado por la confusión y la incertidumbre. No pocos cubanos creyeron que el 20 de mayo de 1902 había llegado la libertad y la concreción del anhelo martiano de una República en la que su ley primera fuese “el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”. Pero la mayor parte de los hombres y mujeres de aquella República cuya soberanía castraron la Enmienda Platt y el tratado de supuesta Reciprocidad Comercial con Estados Unidos, fue abandonada a su suerte.
Los campesinos, base combatiente del Ejército Mambí, quedaron desamparados. Las mujeres fueron relegadas a la servidumbre del hogar, sin derechos civiles ni políticos, y el racismo se afianzó: fueron prohibidas las comparsas y la policía secuestró los tambores rituales; se satanizaron las religiones de origen africano, corrían a los cuatro vientos leyendas atroces en torno a los abakuá. Los negros y mulatos que cargaron sobre sus hombros el peso de nuestras gestas independentistas devinieron parias en la tierra anegada con su sangre. Se hicieron cotidianas las tragedias: en 1906 el ejército republicano asesinó a machetazos al general Quintín Banderas, quien en la miseria se enroló en la “Guerrita de Agosto”; ciega y desamparada a los 80 años agonizó la pinareña Paulina Pedroso, la madre negra de Martí —que tanto auxilio le prestó en Tampa—; varios emigrados le enviaron un proyecto de Ley a Estrada Palma para votar un crédito por 3 000 pesos en donación a la veterana, pero engavetó la petición. En 1912, en el año del centenario del levantamiento encabezado por José Antonio Aponte, el presidente José Miguel Gómez ordenó la masacre contra los Independientes de Color…
En poco tiempo el capital yanqui se hizo del control de la economía cubana. Al dominio sobre el azúcar y los minerales se sumó el imperio sobre el 90 % de las exportaciones de tabaco torcido. Para 1905 trece mil colonos estadounidenses poseían tierras por valor de 50 millones de dólares y en 1906 ya eran dueños del 75 % de las haciendas ganaderas. Tres lustros más tarde las inversiones norteñas sobrepasaban los 1 000 millones de dólares. Su banca penetró por la vía de los empréstitos: en 1925 apenas el 22,4 % de los depósitos del país estaba en bancos cubanos; el resto se alojaba en las bóvedas de sucursales estadounidenses. La miseria se enseñoreó con particular crudeza del campo; mientras un tropel de generales y doctores se rajaba la piel en jirones en las pugnas por el poder. La administración pública quedó a merced de los rejuegos de la corrupción política…
“Casi 60 años se mantuvo la República de hinojos ante Estados Unidos, que utilizó, según las circunstancias y los sujetos, mecanismos más o menos burdos, más o menos sutiles de dominación. La maldición no terminó hasta el 1.º de enero de 1959…”.
El 29 de mayo de 1934 el coronel mambí Carlos Mendieta Montefur, un individuo sentado en la poltrona del Palacio Presidencial por el embajador yanqui en La Habana, firmó con Franklin D. Roosevelt el Tratado de Relaciones Cuba-Estados Unidos en sustitución del Tratado Permanente de 1903. Y en vez de requerir que se derogara la Enmienda Platt, negoció suprimir el artículo que refrendaba la intervención de Estados Unidos en los asuntos de Cuba cuando lo estimaran conveniente, por la aceptación del statu quo en Guantánamo. Sin contar que la cláusula IV de su articulado —destinada a validar “los actos realizados por los Estados Unidos en Cuba durante la ocupación militar” entre 1898 y 1902—, solo sufrió ligeras modificaciones. El apéndice espurio impuesto mediante el chantaje y la coacción no se abrogó. La causa del vicio jurídico no cesó… Waldo Frank, escritor, hispanista y activista político estadounidense, lo describió así:
Franklin Delano Roosevelt canceló la Enmienda Platt, pero retuvo la base naval de Guantánamo. Si se vierte substancia blanda en un molde y se endurece, puede quitársele el molde y la substancia conservará su forma. La Enmienda Platt ya no era necesaria: la dependencia de Cuba de los Estados Unidos era una realidad estructural, que solo un golpe contra la estructura misma podía destruir (Taibo II, 2009: 334).
Por supuesto que aquel gobierno de muñecos de papel ataviados de patriotas tenía absoluta claridad de que Cuba seguía a los pies de Estados Unidos.
Casi 60 años se mantuvo la República de hinojos ante Estados Unidos, que utilizó, según las circunstancias y los sujetos, mecanismos más o menos burdos, más o menos sutiles de dominación. La maldición no terminó hasta el 1.º de enero de 1959, cuando desde un balcón en el parque Céspedes de Santiago de Cuba Fidel proclamó al pueblo el triunfo de la Revolución. Ese día por su voz hablaron los mambises humillados, las mujeres relegadas y los negros masacrados; los cubanos dignos que vieron “irse a bolina”, entre el entreguismo y la corrupción, las esperanzas anidadas en los corazones cubanos desde el Grito del Demajagua.
Bibliografía
Márquez Sterling, Manuel (1941): Proceso histórico de la Enmienda Platt, La Habana, Imprenta “El Siglo XX”, t. II.
Roa, Raúl (1970): Aventuras, venturas y desventuras de un mambí, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales.
Roosevelt, Theodore (1910): Presidential Addresses and State Papers, New York: The Review of Reviews Company.
Taibo II, Paco Ignacio (2009): Tony Guiteras. Un hombre guapo, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales.
Vitier, Cintio (2008): Ese sol de mundo moral, La Habana, Ediciones Unión.