Cuba y Estados Unidos: ni contigo ni sin ti (V y final)
17. Periodismo y literatura
La comunicación lograda entre cubanos y estadounidenses tiene un fuerte componente histórico-cultural que incluye de manera notable el intercambio cultural y la espiritualidad cimentada por cada pueblo. En los primeros meses de 1899, con la intervención de Estados Unidos, se organizó la comunicación pública en Cuba, con los mecanismos de dominación imperial. Como se implementó la enseñanza bilingüe en las escuelas, comenzaron a circular diarios en inglés. El mayor exponente fue The Havana Post, fundado ese año, que circuló de manera ininterrumpida hasta 1958. Otros se publicaron: The Havana Telegram, The Havana Evening Telegram, The Evening News, The Havana American, The Havana Telegraph y The Havana Daily Telegraph. Se conservan 19 series de revistas publicadas en inglés que tuvieron presencia en Cuba entre 1903 y hasta los años 30.
Posteriormente, los modelos de hacer periodismo se conformaron en la Isla bajo el fotorreportaje y el aumento de la gráfica, especialmente la fotografía y la caricatura, típicos de la modernidad que lideraban los vecinos. Los temas cubanos en la prensa norteamericana fueron cuantiosos y diversos en su temática, diseminados por diferentes Estados, polémicos en sus enfoques, persistentes en el tiempo e intensos según la época. Dentro de esa presencia, vale la pena destacar la gráfica visual ya mencionada. Mientras la prensa cubana destacaba el progreso norteamericano, la de allá resaltaba los temas de la guerra, y cuando manifestaron el interés de entrar en ella por razones imperialistas, se reproducían las dantescas escenas de la reconcentración ordenada por Valeriano Weyler. En la caricatura, Cuba estaba representada generalmente en esta prensa por una niña mayor o el niño más travieso entre las repúblicas hispanoamericanas. El Tío Sam y Liborio fueron los personajes más populares aquí, con sus mensajes de crítica, dependencia y frustración.
El periodismo y la literatura han desempeñado un papel esencial para dar a conocer el temperamento y la naturaleza de ambos pueblos, según las visiones de autores y las versiones de los dueños de publicaciones. La icónica influencia literaria de Ernest Hemingway y su presencia en La Habana dejó huellas profundas, leyenda para algunos cubanos, y no solo por su escritura o por haber situado algunos escenarios en la Isla, sino también por las relaciones forjadas entre el escritor, personas del pueblo y lugares habaneros. La literatura del sur de Estados Unidos, como la de William Faulkner, contribuyó a la construcción de ambientes o atmósferas literarias en la escritura de la Isla, debido a escenarios y conflictos sociales semejantes o equivalentes. Mark Twain despertó simpatías entre lectores con personajes populares y divertidos. El realismo social más crítico fue expuesto por escritores de ambas naciones en su orgánico vínculo con el periodismo. Autores como Langston Hughes legaron un rastro perdurable, especialmente en la poesía. La generación beat, siguiendo su ritmo coloquial, también dejó un influjo hasta los 60. Escritores cubanos en Estados Unidos han sobresalido y han sido estudiados en sus universidades, entre ellos Alejo Carpentier y Nicolás Guillén.
18. Temas diversos
Quedan incompletos o sin abordar muchos temas. Es imposible mencionarlos todos en un trabajo de esta naturaleza. Es leyenda el beisbol cubano en los Estados Unidos desde mediados del XIX. Los hermanos Nemesio y Ernesto Guilló, alumnos del Springhill College en Mobile, Alabama, y Emilio Sabourín, estudiante de Washington D. C., se registran como los primeros cubanos que hacia 1864 trajeron el beisbol a Cuba. No se puede citar a todos los protagonistas cubanos del beisbol hasta la fecha. El equipo de los Cuban Giants de Nueva York, en 1885, figura entre los primeros equipos de las legendarias Grandes Ligas. Después han sobresalido centenares de peloteros: Adolfo Luque, Conrado Marrero, Napoleón Reyes, Orestes Miñoso, Willy Miranda, Camilo Pascual, así como entrenadores y mánager, etc. En el boxeo son recordados triunfadores como Eligio Sardiñas, Kid Chocolate,y Gerardo González, Kid Gavilán, entre otros muchos. El beisbol y el boxeo, deportes que en la Isla han sido asimilados dentro de la cultura nacional, se trataban como prácticas espectaculares del profesionalismo. En el mundo brilló en el ajedrez nuestro José Raúl Capablanca, con triunfo en los Estados Unidos.
“El beisbol y el boxeo, deportes que en la Isla han sido asimilados dentro de la cultura nacional, se trataban como prácticas espectaculares del profesionalismo”.
La ciencia cubana tuvo afinidades y conflictos con la norteamericana. Muchos cubanos estudiaron en universidades de Estados Unidos y recientemente otros norteamericanos han venido a estudiar a la Isla. Dos ejemplos pueden ilustrar lo positivo o negativo de estas relaciones. Enrique José Varona trajo para Cuba el llamado Plan Varona, un proyecto de enseñanza moderna de la escuela estadounidense que adaptó a la realidad cubana con muy buenos resultados durante casi un siglo. Carlos J. Finlay, descubridor del agente transmisor de la fiebre amarilla (identificándolo en una especie de mosquito, un hallazgo de importancia mundial), mantuvo un litigio con el científico Walter Reed, quien pretendió apropiarse del descubrimiento. Al final, Finlay fue reivindicado y reconocido, no sin un largo litigio.
Actualmente las relaciones entre científicos de los dos países abarcan un campo amplio, especialmente en las ciencias médicas, y resulta ridículo sesgarlo, detenerlo o politizarlo. Otros muchos temas diversos de la vida cotidiana o la moda quedan por examinar, desde los más complejos y profundos hasta los más sencillos y naturales. La lotería cubana interesó mucho en Delaware y Kentucky; allí se organizaron para recaudar fondos estatales. En la gastronomía llamó la atención desde finales del siglo XIX una especie de natilla cubana llamada “havana butter”. Otras recetas aumentaron en la centuria siguiente: Blachie Zacharie de Baralt fue una de las primeras cubanas en destacarse con diversos platos. Hoy existen restaurantes cubanos en todos los Estados de la Unión, menos en Montana, según ha comentado Emilio Cueto en Cuba en USA, publicado en 2018.
La poderosa industria norteamericana del entretenimiento tuvo a Cuba como ensayo para el mundo latino. La sociedad Pro Arte Musical contrató el primer espectáculo de patinaje sobre hielo en los años 50. Dentro de las variedades de esos años y como parte de las diversiones, se incluían magos, hipnotizadores, sainetes, etc. Las fiestas se patrocinaban por empresas y comerciantes con reiterada publicidad. En La Habana se consolidó el cabaré y el night club como show; el más famoso desde 1939 ha sido Tropicana, que no solo ha perdurado, sino que se estableció dentro de la cultura popular cubana con la inclusión de vedettes y como parte de la identidad. Hábitos y costumbres, formas de vestirse y consumo de “comidas rápidas” y otras golosinas pronto pasaron al gusto popular. Fiestas populares callejeras como carnavales, parrandas, charangas y ciertas festividades patronales, de gran arraigo popular, con comparsas, carrozas y juegos pirotécnicos, eran financiadas por marcas de productos con gran despliegue publicitario. En algún momento tuvo la mirada alerta de Fernando Ortiz para advertir en algunas sobre la banalización, falta de autenticidad o deformación de las genuinas manifestaciones populares de la Isla.
“Las fiestas se patrocinaban por empresas y comerciantes con reiterada publicidad”.
19. Martí y los Estados Unidos
José Martí, el mejor cronista social en idioma español de Estados Unidos por los años 80 del siglo XIX (género satanizado muchas veces por sus contenidos frívolos, aunque los textos martianos lo desmienten), fue el más completo defensor de los derechos económicos, políticos, sociales y culturales de los pueblos hispánicos de nuestra América en la década siguiente, con gran eficacia comunicativa para dar a conocer su prédica de cautivante impacto en el lenguaje nuevo del modernismo. Penetró con su aguzada vista en la sociedad y cultura estadounidenses, más allá de los temas económicos, comerciales y políticos. Los no publicados en su época, sino escritos en su libreta de apuntes o en anotaciones, descubren y señalan simpatías a figuras del país en que vivía, y aversiones para ciertos mecanismos perversos en esa misma sociedad. Admirando y queriendo al pueblo de los Estados Unidos, tuvo ojo crítico, alerta y previsión para lo que sería la realidad política dirigida hacia la hegemonía de una plutocracia imperial que sojuzgaba a su pueblo y a otros.
En sus últimos años de vida, el Apóstol de la independencia y la libertad de Cuba estuvo al tanto, con una visión asombrosa para su época, de la voracidad del imperio yanqui para proclamarse dueño de otros países, y en primer lugar, de los antillanos y los latinoamericanos, por la justificación del monroísmo, imponiéndose con los atractivos de su progreso. Aunque el esplendor de su cultura y el ruido de su propaganda influyeron, lo esencial consistía en que consolidó una dictadura económica y comercial, conseguida por las ventajas que arrebataba, la imposición de su moneda y la explotación de las riquezas de otros países con sus monopolios, ante oligarquías serviles o ciegas.
Ralph Waldo Emerson fue uno de los más admirados norteamericanos del Apóstol, por su pensamiento y vida pura, combinación de ternura y cólera en su filosofía expresada en el libro Naturaleza. Se asombró ante la oratoria de Henry Ward Beecher, el gran predicador protestante, con “sombrero de castor y zapatos de becerro”, que estuvo en el bando de colonos antiesclavistas, defendió la dignidad humana y el corazón de la libertad, y recordó que no se había atrevido por su ancianidad a defender a los pobres. Distinguió a Peter Cooper, creador de un instituto con una biblioteca para que “los pobres lean libros y periódicos, y tengan cátedras de bien sentir y bien pensar”. Estuvo atento a la oratoria de Wendell Phillips, que mereció fama, destacando que “caminó del lado de los humildes”.
Apreció en su justa medida las complejas personalidades de diversos generales. Diferenciaba a Ulysses S. Grant, nombrado General en Jefe de la Unión por Lincoln (decimoctavo presidente de Estados Unidos entre 1869 y 1877), quien se había opuesto a la guerra con México, y de Philip Henry Sheridan, militar de rápido ascenso hasta el rango de General, con gran afinidad con el primero. Recordaba el aniversario de la muerte de ambos: de Grant, quien había nacido pobre, subrayaba que “gustó más de caballos que de libros”; y de Sheridan, célebre por su táctica de “tierra arrasada” en la guerra, lo tuvo en cuenta en un artículo como noticia de su muerte, para destacar que cuando ofendía en las filas sin razón a un oficial subordinado y valiente, después iba a pedir perdón en las mismas filas con el sombrero en mano, y porque Sheridan se negó a participar en la vida civil después de la guerra: “Lo que en el militar es virtud, en el gobernante es defecto”.
Uno de los mayores elogios de Martí se lo dedicó a Walt Whitman, bajo el entusiasmo de la vejez patriarcal del poeta y su paradigmático elogio a Lincoln; se atrevió a celebrar desmesuradamente su obra poética que proclamaba la felicidad del cuerpo humano, y la libertad total y desnuda de un libro obstaculizado por su canto a la homosexualidad. El Apóstol notó que muchos norteamericanos, cuando llegan a sus últimos años de vida, se ennoblecían haciendo el bien público. Por tal razón, destacó las actuaciones de William Corcoran, David Locke, Asa Gray, Amos Bronson Alcott. Amplia reflexión dedicó a la muerte del poeta Longfellow o del notable orador negro Henry Garnet. Reseñó el carácter del gran bandido Jesse James, y de hombres y mujeres diversos. Lo mismo hacía elogios a los ingenieros del puente Brooklyn que desentrañaba las contradicciones entre Blaine y Tilden. Relataba la vida de Buffalo Bill con las escenas del Oeste; las intrigas de la política con su acumulación de especuladores, corrupción, escándalos y planes sombríos; el carácter de algunos políticos en medio de las maquinaciones eleccionarias, y las complejas historias de no pocos y poderosos. Estuvo al tanto de cómo contaba la Historia el historiador George Bancroft, de cómo se desarrollaban las fiestas por la Constitución en Filadelfia, y las realidades que parecían fantásticas sobre las contiendas electorales.
“América Latina tuvo sus primeras informaciones de Estados Unidos a través de Martí”.
Nada esencial escapó al sociólogo y al estadista, nada importante dejó de mencionar para los diarios latinoamericanos sobre la nación norteña, y tampoco olvidó determinados detalles que complementan sutilmente lo fundamental. América Latina tuvo sus primeras informaciones de Estados Unidos a través de Martí. Bartolomé Mitre, propietario de La Opinión Nacional de Buenos Aires, o Domigo Faustino Sarmiento, uno de los más grandes pensadores latinoamericanos, quedaron admirados en sus Escenas norteamericanas. La muerte del presidente Garfield y los detalles del proceso de su asesino Guiteau; la extensa historia de la caída del Partido Republicano y el ascenso al poder del Demócrata; el cisma de los católicos de Nueva York y la excomunión del Padre Mc Glynn; la guerra social en Chicago concluida en la conmemoración por el Primero de Mayo; la creación del pueblo nuevo en los Estados Unidos partiendo de un estudio de su población, etc. Escenas norteamericanas, como si fuera una presentación teatral, incluía las reacciones sociales de noticias como el terremoto de Charleston, las fiestas de la Estatua de la Libertad, un funeral chino o el asesinato de los italianos.
Martí vio en Estados Unidos a un pueblo laborioso y amable, y también, violento y ostentoso, amante del progreso y demasiado empeñado en la conquista de la fortuna como enfermedad de su grandeza. Lo observó desde adentro y lamentó su deformación pasando por alto su noble condición. Vio una carcoma que crecía sin atender los deleites de la espiritualidad, bajo un empeño demasiado sistemático e intenso por alcanzar riqueza personal. Algunos norteamericanos vieron a Martí por esta razón como un espíritu débil o “femenil”. El Apóstol sabía que esa proyección exclusiva degeneraba el temperamento, potenciaba en demasía el egoísmo y conducía a una indiferencia por las cuestiones públicas o sociales. Frente a cada campaña presidencial norteamericana, con la obsesiva aplicación de la ciencia y la técnica para asegurar más votos al partido y a un candidato como único interés, denunciaba que en los discursos políticos aún olía a pólvora de los disparos de las armas por los conquistadores del oeste, cuando debía esperarse equilibrio para asegurar un programa de buen gobierno.
Veía brotar otra zarza, la perniciosa esclavitud, y sabía que no se podía hablar de libertad cuando quedaban tantos rezagos pendientes del racismo. El silencio cómplice para prolongar la esclavitud en el odio racial había sido el germen de la “odiosa guerra de secesión y el fracaso probable de su república oligárquica e injusta”. Que el Norte triunfara sobre el Sur no resolvía ese problema. Martí estaba al tanto del peligro de la necesidad del “derecho bárbaro” típicamente “yanqui”, proclamado por algunos poderosos cuando triunfan, ese que postula: “Esto será nuestro, porque lo necesitamos”.
“El robo, el abuso, la inmoralidad están debajo de esas fortunas enormes”.
No podía haber sorpresas para el Apóstol en el desarrollo posterior de una sociedad creída que poseía un destino superior; había vigilado y combatido esa creencia, manifestada abiertamente en declaraciones de superioridad anglosajona sobre la latina, o en una supremacía sobre negros que habían esclavizado o de indios que casi habían exterminado. Esas historias estaban cerca y presentes. Había vivido los contrastes en ciudadanos que defendían la naturaleza y en otros que la explotaban hasta la saciedad; no podía ser propiedad de unos cuantos lo que era de todos, eso provocaba la ira de los más necesitados. Estuvo al lado de los defraudados y se opuso a los privilegiados. Nunca entendió la apropiación de elementos naturales como el agua y la tierra con provecho para unos cuantos y no al servicio del bienestar común. Martí, por su cuenta, y probablemente sin leerse a Marx, escribió: “Con el trabajo honrado jamás se acumulan esas fortunas insolentes”. Estaba convencido de que “el robo, el abuso, la inmoralidad están debajo de esas fortunas enormes”. De ahí que el cubano en su vida en los Estados Unidos comprendió que, para la construcción de una sociedad justa que evitara esos excesos, se necesitaba de gobiernos que atendieran mucho más a la justicia social.
20. Colofón
La historia de las relaciones culturales entre los pueblos de Cuba y Estados Unidos está colmada de elementos comunes esenciales; solamente hemos esbozado una parte conocida o visible de esa historia, teniendo en cuenta la naturaleza y la formación de ambos pueblos y su posterior desarrollo cultural. Después de 1959, si bien han existido prolongados alejamientos y enfrentamientos militares por los empeños imperiales de doblegar a la Isla, según las antagónicas divergencias de los respectivos sistemas económicos y regímenes políticos establecidos por ambos países, ha quedado pendiente destacar el reconocimiento y la actualización de la existencia de una cultura común.
Independientemente de las contradicciones derivadas de los poderosos temas divergentes, resulta imposible no tener en cuenta la identificación de cuestiones de interés común para convenir, incluyendo el comercio y los negocios; incluso, la posibilidad de la ejecución de algunas políticas públicas comunes que seguramente serán beneficiosas para ambos pueblos, más allá de cualquier contradicción económica y política entre gobiernos. Solo hay que respetar cada posición sin injerencia. Hay que volver a recordarle a los gobiernos de Estados Unidos que Cuba es otra nación y no admite legislaciones para ella dentro de aquel Congreso; es un país soberano que no acepta intrusión extranjera en sus asuntos: eso es una realidad cimentada ya en generaciones de cubanos. Parece que esta evidencia no se comprende en la paranoia obsesiva de algunos.
Ante la actual turbulencia pospandémica mundial y frente al desastre ecológico del cambio climático, que ha acentuado el caos económico y el casino financiero agravado por las nuevas guerras, las civilizaciones se recomponen. Como postuló Martí, Cuba está en el fiel de América y por el equilibrio del mundo; insertado en su tercer mundo, en América Latina y el Caribe, con un sistema para servir al bien público bajo el apotegma de “con todos y para el bien de todos”. Hay una cultura compartida con el pueblo de los Estados Unidos, y quienes defendemos la palabra estamos obligados a defender la paz, la convivencia y la soberanía de cada una de las civilizaciones, y la decisión de los pueblos del planeta de llevar su identidad cultural sin hegemonías. Hacer causa común con los pobres de la tierra y mantener el histórico legado cultural con particularidades propias en medio de todas estas y otras alianzas con el planeta, como isla de espíritu abierto, es el ciclópeo desafío de los cubanos que aman a Cuba, vivan donde vivan y piensen como piensen.
Para la Isla los límites han sido trazados en hipotética y artística muralla poetizada por Guillén (y cantada por la española Ana Belén), que se cierra o se abre según quien toque a su puerta. Los cubanos reconocemos y amamos la nobleza y generosidad de muchos estadounidenses; y a la vez, rechazamos con enérgica respuesta la prepotencia y los intentos hegemonistas de algunos de ellos. Los propósitos emancipadores que unen a los cubanos dignos, dondequiera que se encuentren y con diferentes colores o matices políticos, son muy fuertes. La herencia y el legado, por todas las cercanías explicadas, nos reclama un acercamiento impostergable y una negociación que nunca termina, pues ni los de allá ni los de aquí podemos mudarnos hacia otro lugar del planeta, y ninguno de los dos países puede olvidarse o sacar de su agenda que existe el otro, donde hay familias y amigos comunes, historias y culturas admitidas. En cualquiera de las dos naciones, en última instancia, sus respectivos ciudadanos tendrían que decir: ni contigo ni sin ti.