Shakespeare está de moda: La pasión King Lear
27/1/2017
La muestra del pasado Mayo Teatral tuvo felices coincidencias en cuanto a que redundó en la revisitación a Shakespeare. A La Habana llegó el grupo Los Colochos, de México, que con su espectáculo Mendoza imbricó la historia de Macbeth con la sangrienta Revolución Mexicana. Por otra parte, la agrupación Viajeinmóvil, de Chile, nos regaló una adaptación de Otelo para teatro con animación de objetos, donde se desplazaba la balanza hacia el lado más kitsch de la obra del Cisne de Avon, equiparando la historia de celos a la más anodina telenovela del corazón.
Mientras, Teatro D´Dos culminaba exitosamente una temporada de la “fiesta documental” Deseo Macbeth, de Agnieska Hernández, obra que representó un giro particular en la estética de trabajo del grupo, que recientemente cumplió 26 años de labor teatral. Sumado a la pesquisa practicada en la obra a la realidad económica cubana, con sus guiños a la escalada del poder y los juegos intertextuales con la Historia como cosmos contentivo del individuo, fue creada una gran expectativa respecto a cuál sería el siguiente paso del grupo liderado por Julio César Ramírez.
Un performance en escena como Deseo Macbeth, con público ligado al espacio de representación, rompía rotundamente con el costumbrismo y el realismo de autores que han caracterizado el trabajo del grupo, como Héctor Quintero o Abelardo Estorino; así también se alejaba de la manera tradicional de representación ligada al resguardo de la cuarta pared.
Esta vez ha sido un nuevo eco shakesperiano el seguido por el grupo. La Pasión King Lear es el texto escrito por el dramaturgo cubano Yerandy Fleites, quien se ha erigido en una de las voces más poderosas y centradas de su generación. Suya es también la Antígona que, de la mano del matancero Pedro Franco, se convirtió en un éxito de público de Teatro El Portazo.
Coincidentemente, tanto su Antígona —perteneciente a su tetralogía Pueblo Blanco— como esta versión de El Rey Lear, ahondan en la subversión del poder, la imposición de nuevos sobre viejos órdenes políticos y los conflictos familiares ligados a los destinos de un país, de una región. Han obsesionado al dramaturgo los radicales cambios que de una generación a otra, de un poder a otro, se constatan como evidencia de una “evolución”.
La Pasión King Lear resulta un texto solemne, que se mueve de manera inteligente entre la creación ficcional del traspaso de poder de Lear a sus hijas y la fabulación de tres actores que, sobre el escenario, recrean nuevamente la conocida fábula. Justamente, la historia comienza con un trabajo de mesa, donde tres actores irán decidiendo los destinos y características de sus personajes. A partir de la animación de objetos, de manera casi imperceptible la acción se traslada a los cuerpos, y la mesa de trabajo será convertida en mesa de reuniones, espacio donde se discuten los destinos de un país. Acusan a los personajes a su vez una conciencia de su ficcionalidad que resulta interesante, pues les permite discurrir desde esta conciencia de su papel tanto histórico como teatral. Y resulta este justamente uno de los aspectos más interesantes de la obra, que se constituye, a la vez, historia sobre la escena y revisión “moral” de los protagonistas. Por su parte, el público queda como mudo juez ante los infortunios políticos del viejo rey.
Aparejado a ello, Julio César Ramírez ha puesto nuevamente en jaque al espectador, como antes hiciera con Deseo Macbeth. Con esta puesta, su provocación sensorial al público alcanza altos quilates, al colocarle en el escenario, convirtiendo la platea vacía en atrio, en espacio político desde donde se defiende —o no— una democracia. La sensación de sobrecogimiento es total cuando tras los actores se abren las cortinas y quedamos como espectadores invadidos por el espacio vacío, por la quietud de las banquetas, donde se dibuja la masa. Ramírez también ha cometido un acto de “rebeldía”, subvirtiendo el orden preestablecido dentro de la convenida arquitectura teatral. Así, este, uno de sus mejores montajes, se convierte en orgánico complemento del texto.
A pesar de las comunes obsesiones de dramaturgo y director por la historia cubana y el costumbrismo, La Pasión… resulta para ambos una de sus obras más diferentes. Para Fleites es una pieza que acusa una estilización nueva para su cosmogonía; para Ramírez, en cambio, es un montaje que pudiera ser abstraído de la realidad cubana con perfecta funcionalidad en cualquier otro contexto. En la misma, sin embargo, son innegables los guiños a la Historia de Cuba, presentes en elementos como la antigua división de la Isla en Occidente, Centro y Oriente. El Himno Nacional que cierra la obra junto a la bandera, deja en los espectadores un auténtico regusto a patriotismo.
El elenco, formado por una nueva generación de actores de Teatro D´Dos, destaca por su estilo naturalista, en el que a propósito se confunden cotidianidad y actuación. Los actores, con vestuario y accesorios propios de la calle, se irán transmutando en los personajes, sin abandonar su manera de hablar cotidiana. Irina Davidenko, quien ofrece una de las actuaciones más seguras, navega de un personaje a otro con organicidad que no da lugar a confusiones. Fabián Mora presume de un estilo contenido de actuación, mientras Edgar Medina aún opta por la simulación en un falsete de voz y afectación de sus maneras para asumir un personaje femenino, con lo que su desempeño total se ve manchado. Esto último, amén de que aún es perfectible dentro de la obra, la hace resentirse en cuanto a las actuaciones, pues resulta el único de la tríada que trabaja en una cuerda completamente diferente a la del resto.
La Pasión King Lear es una propuesta teatral capaz de conmovernos por su tema patriótico, ajustable a cualquier geografía humana, como ya nos han demostrado las innumerables adaptaciones existentes. El crescendo de esta conocida obra a manos de Ramírez, se traduce en ingeniosas soluciones escénicas que —a pesar de conocer la historia— nos irán sorprendiendo y sugiriendo otra vuelta de tuerca a esa propuesta sustentada sobre los pilares del texto de Yerandy Fleites, la puesta en escena y la eficaz dirección de actores. Por ello constituye una de las más atractivas propuestas del Circuito Teatral de Línea.