Cuba y Estados Unidos: ni contigo ni sin ti (IV)
14. La escena
En los primeros años de la república de 1902, Cuba vivió un período de cambio hacia la comunicación moderna. Las transformaciones incluían el desarrollo de las artes escénicas. La zarzuela española fue perdiendo popularidad y las revistas musicales o comedias pícaras de variedades, como las promovidas en la cultura popular estadounidense y su industria del entretenimiento, fueron desplazando la preferencia de las anteriores. El teatro Alhambra y las obras de Jorge Anckerman mantuvieron una enorme aceptación artística e impacto sociológico entre los ciudadanos habaneros hasta 1935, fecha en que su edificio se derrumbó; esta proyección teatral fue asumida con identidad propia, siguiendo la tradición del teatro popular cubano, alejándose del legado de la escena española. No pocas de las academias y proyectos teatrales creados por los años 40 tenían una influencia notable de la dramaturgia en Estados Unidos, independiente del fomento paralelo del teatro de arte, poético, ensayístico, social y político cubano, de variadas raíces.
“No pocas de las academias y proyectos teatrales creados por los años 40 tenían una influencia notable de la dramaturgia en Estados Unidos”.
En las artes escénicas se había recibido un legado importante del siglo XIX con las periódicas visitas de compañías norteamericanas de baile y se construyeron grandes teatros. Había surgido un público conocedor de manifestaciones de la escena como el arte lírico y el ballet de Europa; se registraron presencias en Cuba de importantes artistas como la bailarina austriaca Fanny Elssler, la sueca Marie Taglioni, o la legendaria rusa Anna Pavlova en siglo XX, así como estrenos de diversos ballets como Giselle, Coppelia, La bella durmiente del bosque o Romeo y Julieta, entre otros. Diversos espectáculos de la escena se promovieron en el teatro Tacón y el Payret de La Habana; en el Teatro Oriente de Santiago de Cuba; el Principal o el Sausto de Matanzas, etc. Estas actuaciones hicieron posible la formación de una crítica que había evaluado estas presentaciones.
En 1931 se creó la Escuela de Ballet en la Sociedad Pro Arte Musical de La Habana, una aristocrática institución que contaba con el soporte financiero de un sector de la alta burguesía habanera. Su sede en el teatro Auditorium, inaugurado en 1928, incluía una Escuela de Guitarra y un cuadro de declamación. Desde los primeros momentos ingresó en la Escuela de Ballet Alicia Martínez y muy pronto tomó papeles protagónicos. En 1933 ingresó el primer varón, Alberto Alonso, y en 1935, Alicia y Alberto obtuvieron un éxito rotundo y compartieron papeles protagónicos en el ballet Coppelia. En 1937 Alicia estrenó con Robert Belsky El lago de los cisnes, con la dirección musical de Amadeo Roldán, y un año después, junto a Fernando Alonso —hermano de Alberto—, iniciaron vida profesional y marcharon a los Estados Unidos para realizar una gira que incluía comedias musicales en Broadway.
En 1941, Alberto, ya como director de la Escuela de Ballet de Pro Arte, amplió el repertorio danzario, afianzando la tradición romántica y clásica; logró estrenar Preludios, la primera coreografía nacional, y después continuaría con otras. Alicia Alonso, casada con Fernando, realizó en la década del 40 una exitosa carrera como bailarina y logró un éxito total junto a Anton Dolin en el Ballet Theatre de Nueva York, en el papel de Giselle. En 1948 se presentó una función en el Auditorium, donde se proclamó el Ballet Alicia Alonso, primera agrupación danzaria profesional del país: Fernando llevaría la dirección, Alberto sería el coreógrafo y lo integrarían bailarines cubanos y extranjeros. Estados Unidos fue el país donde triunfó el Ballet Nacional de Cuba. Una larga y bella historia de intercambios en el arte danzario entre los dos países, incluye la danza moderna.
“Estados Unidos fue el país donde triunfó el Ballet Nacional de Cuba”.
El mundo del espectáculo moderno, incluso el más antiguo como el teatro, siguieron en la Isla diversos modelos norteamericanos muy atractivos y activos que se consolidaron hasta el presente. Dramaturgos, directores y actores cubanos han bebido de esa enorme fuente dramatúrgica, representativa de conflictos individuales, familiares y sociales que el teatro norteamericano tuvo en su época de esplendor después de la segunda guerra mundial. También esta manifestación cultural ha tenido una historia compartida. Durante el siglo XIX, en teatros de Cayo Hueso, Filadelfia, Tampa, Nueva York, etc. se representaron obras de Francisco Valdés —Dos cuadros de la insurrección cubana—; Luis García Pérez —El grito de Yara—; Diego Vicente Tejera —La muerte de Plácido—; Francisco Sellén —Hatuey—, y otros. Este crecimiento se vivió entre artistas, escritores, directores teatrales y público de ambos países. En el siglo XX se amplió y diversificó con el estreno de obras de teatro cubano en Estados Unidos; entre de los primeros se encuentran Juan C. Rivera, Alberto O’Farril, Arquímedes Pous, entre otros. Esta presencia cubana se extendió a varios estados y ciudades como Kentucky, Massachusetts, Nueva Jersey, Nebraska, Utah, Miami, etc. De igual manera, dramaturgos como Tennessee Williams, Arthur Miller, Edward Albee, etc., fueron muy famosos en Cuba por la década del 50 y 60, y se estrenaron sus obras en teatros cubanos. La cercanía geográfica y la estable comunicación contribuían al intercambio de compañías teatrales. Más allá de lo que hemos esbozado en el teatro y la escena, la radio y el cine, con la llegada de la televisión, la cultura moderna de Estados Unidos se mezcló con la de Cuba, no solo en su contenido, sino en su forma y técnicas para realizarla.
15. La televisión
El medio ideal para llevar a la casa cualquier información y noticias, espectáculo musical o escénico, deporte y entretenimiento, así como la cultura en general, ha sido la televisión. El contexto de la llegada de la televisión a Cuba desde Estados Unidos fue diferente a la época del arribo de la radio por los años 20. En 1948, la competencia en las industrias y el comercio nacional estaban en auge bajo el capitalismo dependiente ya establecido. Los principales interesados en competir fueron Goar Mestre —propietario del poderoso Circuito CMQ S.A.—, Amado Trinidad —dueño de la emisora radial RHC Cadena Azul— y Gaspar Pumarejo—dueño de Unión Radio—: con la alianza entre estos dos últimos contra el primero, comenzó la contienda para librar la batalla para traer la televisión a Cuba.
Se consideraba un riesgo financiero el negocio de la televisión y se creía que solamente era posible por la vía comercial, pues la ineficacia e ineficiencia del sistema neocolonial del gobierno cubano se desentendió de un sistema público de televisión nacional, contrario a algunos países europeos —el Reino Unido de la Gran Bretaña con la British Broadcasting Company, la BBC, contrajo una responsabilidad estatal para defender su comunicación pública—. Mestre, quien tenía negocios con la compañía norteamericana Dumont, construyó Radio Centro —hoy cine Yara, más el edificio del ICRT—, un complejo de cine, radio y con la futura televisión, con diferentes tipos de comercio, semejante al Radio City de Nueva York. Pumarejo, que había concertado con la RCA-Víctor la adquisición de equipos para lanzar la señal televisiva y desesperado por ganar la primacía, improvisó unos estudios de televisión en su casa de Mazón y San Miguel.
El 12 de octubre de 1950, Pumarejo, con Unión Radio y Televisión, lanzó al aire las primeras ondas electrónicas de la televisión comercial en Cuba, como prueba por los canales 2 y 4; así lo dio a conocer oficialmente desde Palacio Presidencial el presidente Carlos Prío Socarrás, convirtiéndose Cuba entre los primeros países de la región en tener televisión. Radio Progreso tramitó adquirir el Canal 7, respaldado por General Electric. Otras radios intentaron participar en el negocio de la televisión: Manolo Alonso, cineasta y propietario de los mejores estudios cinematográficos, pretendió asociarse a la industria y arte televisivo sin resultados; Amado Trinidad prometió la televisión en colores. Fue evidente la falta de técnicos, productores, directores y artistas apropiados para el nuevo medio. Las firmas norteamericanas Colgate and Palmolive Peet —aquí, Crusellas y Cía, S.A.— y Procter & Gamble —aquí, Sabatés S.A.—, entre otras, patrocinaban a unos y otros.
“Uno de los primeros éxitos comerciales de la televisión cubana fueron las telenovelas”.
En 1957 funcionaban en la Isla unos 200 000 telerreceptores, el sexto lugar del mundo. Uno de los primeros éxitos comerciales de la televisión cubana fueron las telenovelas, una herencia de la radio; se conformó la estética esencial de este género y tuvo un reconocimiento popular, partiendo de temas cotidianos representados en pantalla; en la trama se incluían varios sectores sociales, pobres y clases adineradas, claves del melodrama, y se hicieron famosas en América Latina. El derecho de nacer, novela de Félix B. Caignet, radiada en 1948 por el Circuito CMQ, constituyó un éxito televisivo y se trasladó hacia otros medios como el cine, convirtiéndose en una de las telenovelas más famosas del mundo.
La televisión comercial cubana absorbió la cultura televisiva norteamericana en su variada programación, según las demandas inducidas a los telespectadores. Goar Mestre, convertido en el zar de la televisión con el Canal 6, fue el empresario mejor preparado para organizar el medio: su canal tuvo programación estable; predominaron los formatos culturales con amplia representación artística y temática diversa; se seleccionaron los espectáculos musicales y dramáticos de mayor fama, escogiéndose con profesionalismo los mejores espacios de orientación pública. El Canal 4 tuvo muchos cambios que afectaron la programación, disminuyendo sus seguidores; aunque presentó algunas figuras internacionales y nacionales de importancia, no fue sistemático; hubo predominio de espacios de participación popular y promovió concursos; comenzó a ser líder en espectáculos deportivos; mantuvo un eficiente y rápido servicio de noticias. El Canal 2 logró encaminar programas con menor presupuesto; funcionó más bien como plataforma de propaganda política movida por Pumarejo; obtuvo cierto éxito con espacios instructivos bajo un patrocinio de evidente publicidad.
En todos los casos, el modelo esencial de los canales televisivos cubanos fueron los programas de Estados Unidos. Incluso, hubo transmisiones de la televisión norteamericana a Cuba. Un ejemplo fue I love Lucy, producción de la CBS que se transmitió traducida en la Isla entre 1951 y 1957. Diversos contenidos de programas de la televisión cubana comenzaron a incluirse allá desde muy temprano. Dangerous Assignment con “The Havana Microfilm Story”, de 1952, de la NBC, es uno de los primeros ejemplos. Private Secretary, con “Havana or Bust” al año siguiente, de la CBS, y The Pepsy-Cola Playhouse, con “Wentto Havana”, de la ABC, le continuaron en 1954. A partir de entonces, siempre Cuba ha estado presente en la televisión norteamericana y sus modelos han continuado influyendo en la Isla, a veces con demasiada obviedad a pesar de los esfuerzos continuados por adaptarlos a nuestra cultura y estimular la creación nacional.
16. La religión
En los primeros siglos formativos de la nación, los criollos cubanos se mostraron favorables hacia una mayor flexibilización en las creencias religiosas traídas por la heterodoxia católica popular española a la Isla. Esta tolerancia no estuvo presente bajo las primeras enseñanzas de la doctrina cristiana de la Iglesia Católica. Al menos en dos momentos del siglo XVIII existió una práctica fuera del catolicismo, aunque no masiva ni regular, con feligreses del culto anglicano en Cuba durante el asentamiento de Cumberland en Guantánamo, una base inglesa instalada en 1741 por el almirante Edward Vernon, establecida para atacar Santiago de Cuba. Durante la permanencia de 11 meses de las tropas inglesas en La Habana, entre 1762 y 1763, también estuvieron presentes esas prácticas. Se ha comprobado que la iglesia de San Francisco de Asís fue usada para efectuar servicios religiosos de soldados y oficiales protestantes, incluyendo casamientos entre criollas e ingleses en el ritual anglicano.
Aunque no hubo labor misionera en la población, el pueblo habanero se puso en contacto con otro tipo de cristianismo para aumentar en la población su carácter ecuménico. Parte importante del ejército británico en la Isla procedía de las Trece Colonias Inglesas en Norteamérica, la gran mayoría con filiación protestante. Posteriormente, y a pesar de la vigilancia por la alta jerarquía del catolicismo en Cuba, que había establecido a la religión católica apostólica y romana como oficial, la influencia protestante creció, especialmente cuando aumentó el intercambio comercial con los Estados Unidos con la presencia de empresarios protestantes. Cuáqueros, anglicanos, presbiterianos y metodistas llegaron fundamentalmente a La Habana desde la Unión con biblias; algunos de ellos eran negros y se oponían a la esclavitud.
En la década de 1820 viajaron más misioneros protestantes estadounidenses, a partir del llamado “segundo gran despertar” o reavivamiento evangélico en la Unión, en su mayoría partidarios de la abolición de la esclavitud, e iniciaron una limitada influencia entre algunos cubanos descontentos con el catolicismo. Los esclavos, practicantes de religiones de origen africano sincretizadas en rituales católicos, tenían una irremediable tolerancia. Hacia fines de la década del 60 de ese siglo, algunos cubanos independentistas residentes en Estados Unidos se afiliaron al protestantismo histórico o a las nuevas iglesias evangélicas. Esta influencia se recibía también de algunas colonias inglesas del Caribe, y en sentido general, entre sus fieles había un sentimiento abolicionista.
En 1866 el reverendo de origen cubano Joaquín de Palma fundó la parroquia episcopal Santiago Apóstol en Nueva York, la primera de habla hispana en ese país; otras iglesias episcopales, bautistas o metodistas se fundaron por cubanos en ciudades como Filadelfia, Nueva Orleáns y Cayo Hueso. En 1868 llegó a Cuba el primer misionero episcopal estadounidense, el reverendo Milo Mahan, quien ofició cultos en privado en contra de las leyes imperantes en la Isla. Hay noticias de la celebración de oficios de Oración Matutina y Vespertina en algunas casas en Matanzas, especialmente por comerciantes norteamericanos radicados en la ciudad. Mahan fue rector de la Iglesia St. Paul’s, de Baltimore, y tenía vínculos con el General Theological Seminary de Nueva York; informó sobre su viaje a la Isla y contribuyó a la visita posterior del obispo Henry Benjamín Whipple a La Habana, después de obtener autorización por el Ministerio de Colonias de Madrid.
En 1871, Whipple, obispo de Minnesota, visitó la capital cubana después de contactos con personal consular y celebró sacramentos en residencias para varias familias extranjeras en la Isla; se comenta que también lo hizo a bordo de la fragata norteamericana Swatara, anclada en el puerto habanero. Además, ofició cultos en casas de diplomáticos. A instancias de Whipple, Edward Kenny, un reverendo muy estimado entre los cubanos, viajó a La Habana y realizó servicios religiosos anglicanos para marinos y oficiales extranjeros en la capital y en Matanzas, evangelizó a los “negros de nación” —expresión que afirmaba la pertenencia del negro cubano y desmentía la propaganda integrista de la época, pues los negros eran considerados por los colonialistas españoles como foráneos— y a peones chinos o culíes. Kenny se acercó a las religiones cubanas de los yorubás y a la sociedad Abakuá, se identificó con ellos en su religión y cultura, se sensibilizó con su pobreza y humanidad en una sociedad brutalmente esclavista, racista y xenófoba; atendió enfermos en un hospital para extranjeros y fundó un cementerio protestante en 1877. Con su trabajo abnegado y modesto desde su capellanía, fue realmente el pionero del protestantismo y el evangelismo en Cuba desde Estados Unidos.
Entre 1881 y 1883 completó misión el sustituto de Kenney, Edward A. Edgerton, el primer reverendo episcopal en hacerlo en la Isla, quien desempeñó su labor fundamental en Occitania, cerca de Los Arabos, Matanzas. Por otra parte, a este ministerio iniciado por Joaquín de Palma en Estados Unidos se habían sumado allí los predicadores cubanos Juan Bautista Báez, Manuel F. Moreno, Emilio Planas, Alberto J. Díaz, Pedro Duarte, etc., y casi todos posteriormente tuvieron una relación directa con la iglesia de Matanzas. Los predicadores cubanos Duarte y Díaz llegaron de Estados Unidos a Cuba en 1883 y fundaron las primeras congregaciones: en Matanzas, Fieles a Jesús, y en La Habana, Getsemani. En 1886 se realizaron bautizos por inmersión en el litoral habanero. Duarte extendió a Puerto Rico el culto protestante y con ellos, se inició una nueva etapa religiosa en Cuba y el Caribe.
“La Iglesia Episcopal de Estados Unidos decidió preparar misioneros y enviarlos a Cuba para comenzar la evangelización en la Isla”.
La pasión religiosa de Duarte data desde joven junto a la simpatía por la causa independentista, por lo que tuvo que abandonar la Isla hacia Estados Unidos a los 16 años de edad debido a la represión colonialista; en ese momento conoció las iglesias episcopales; en la de Cayo Hueso se unió a la congregación de San Juan y tuvo un papel protagonista como lector laico de la parroquia San Pablo. La Iglesia Episcopal de Estados Unidos decidió preparar misioneros y enviarlos a Cuba para comenzar la evangelización en la Isla; Duarte y Díaz fueron escogidos y viajaron a Pueblo Nuevo, Matanzas, para desarrollar cultos episcopales con la Iglesia Fieles a Jesús, congregación insignia del protestantismo cubano. A finales del siglo XIX las iglesias episcopales cubanas se fueron extendiendo y fortaleciendo, específicamente en lugares pobres de las ciudades de La Habana —en los barrios de El Cerro y Luyanó— y Matanzas, y también en Bolodrón, Cárdenas, Occitania, Sagua la Grande, Unión de Reyes, Isla de Pinos, Santiago de Cuba, etc. Algunos de los misioneros protestantes participaron en la Guerra de Independencia o fueron conspiradores contra España.
En los años finales del siglo y con la intervención estadounidense, se produjo un proceso de descubanización de las iglesias evangélicas en la Isla y los patriotas protestantes cubanos fueron desplazados por misioneros estadounidenses y atendidos por Juntas de Misiones Domésticas y no Foráneas de Estados Unidos —home missions—, que pronunciaban discursos en inglés durante la ocupación, pues entre 1899 y 1902 Cuba legalmente formaba parte de la Unión. Con la declaración del Estado laico en la primera constitución republicana en el poder, se favoreció la difusión del protestantismo, sin subvención para ninguna religión, iglesia o culto con libre profesión por el Estado cubano, según la Constitución de 1901. Los protestantes tuvieron un mayor financiamiento desde Estados Unidos y erigieron centros docentes, ampliándose el protestantismo con los Adventistas del Séptimo Día y las iglesias presbiterianas reformadas.
En 1924 nació en La Habana el Bando Evangélico de Gedeón, fundado por el comerciante estadounidense radicado en la ciudad, Ernest William Sellers. Otras denominaciones protestantes se expandieron por toda la Isla, como el Ejército de Salvación, bautistas y otras de fe pentecostal; estas últimas con un crecimiento notable después de los años 30. En 1940 se fundó la primera iglesia pentecostal. El pueblo cubano continuó con una “catolicidad difusa”, sincretizada con religiones africanas y de otros lugares del mundo, incluyendo otras creencias que venían del vecino del Norte, como el espiritismo, entre otras. Trabajos investigativos recientes han revelado el impacto de las creencias cubanas en los Estados Unidos.
Los primeros sacerdotes católicos que estuvieron en los territorios norteamericanos dominados por España vinieron de Cuba. Luis Ignacio de Peñalver y Cárdenas, quien fuera obispo de Santiago de Cuba, y posteriormente de La Habana, inauguró la diócesis de Luisiana y de las dos Floridas, en 1795; allí publicó Instrucción para el govierno de los párrocos de la diócesis de la Luisiana. En 1837 Félix Varela fue nombrado vicario de la diócesis de Nueva York y fundó varias iglesias católicas, entre ellas La Transfiguración, y participó como consultor del episcopado norteamericano al Tercer Concilio de Baltimore en 1846, y en el Sexto, cuando se declaró a la Inmaculada Concepción como patrona de la Unión. Varela fue un fecundo activista católico. El primer culto a la Virgen de la Caridad del Cobre se ha documentado en San Agustín de la Florida, en 1738; en 1879 se erigió un altar en Cayo Hueso, y en 1920 otro en la Iglesia de Nuestra Señora de la Esperanza en Nueva York. Actualmente la presencia de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, ascienden a unas 200 imágenes en más de 100 ciudades de 35 estados de Estados Unidos, El máximo exponente de su culto es la Ermita de La Caridad en Miami.