Clínica del paisaje. Paisaje de la disciplina: a propósito de un libro de Basilia Papastamatíu
12/1/2017
Unos versos epigramáticos de Yeats parecen contener la esencia del libro[1]Cuando ya el paisaje es otro,de Basilia Papastamatíu, y de sus cuadernos anteriores: “Estamos encerrados bajo llave, / La de nuestra incertidumbre”. La plegaria de la inconformidad y la culpa tiene cabida aquí, y el minuto de reflexión ante la impotencia, de conciencia ante el error que se asume tranquilo. Es un yo lírico, como el de sus otros libros, que se asoma cada vez a los abismos de las conciencias que no quieren reconocerse o se desconocen. Es un ser inquisitivo que invalida y proclama; en ese sentido, quizá sea también concluyente y participativo, “conducido insensiblemente hacia un sentido aceptable de la realidad”[2]. Circundamos una escritura donde se reconoce la no pertinencia del molde de lo heroico para describirse y para percibir la realidad, y en la que con sutileza se propone un nuevo tipo de “héroe”, ¿o tal vez nos entrega el infierno de los infiernos de sus propias pasiones? Todo esto no invalida el secreto homenaje que la autora rinde en su poesía a los grandes líricos griegos y romanos de la antigüedad —en general, a los bardos clásicos—, apreciable en su preocupación por temas como el destino humano, el pecado, la culpa, el castigo, y en el hecho de servirse de un imaginario y tono épicos para trasmitir desolación.
Basilia. Foto: Internet
Aunque vuelve a ser protagonista el inconforme, el frustrado, sientonuevo en la poeta el ansia narrativa. Y, a pesar de que el grado de penetración en su escritura ha sido caracterizado como un signo relevante, que trasciende su gesto, junto a las varas de una intelección que traza un cuerpo reflexivo sobre los despojos del ser sufriente, dicho rasgo es el que le ha permitido, en un camino inexplorado, entregarnos un retrato del cubano, en mi opinión, a veces escalofriante, amargo, desolador. Pareciera invisible, pero asoma una cartografía de los gestos nacionales, legitimados en sus excesos, los ecos de la aldea hacia dentro y hacia fuera[3]. Se levanta una imagen cruel que adivinamos nuestra al tiempo que la descreemos, pues quien la forja se ha convertido en nuestro por permanencia y penetración, no por origen. En esos retratos, la autora suele hilvanar lo físico con lo metafísico, a veces con más holgura, otras evidenciando inconscientemente, aún en el cuerpo del poema, que entre ambos existe un dique.
Hay poetas que pretenden ser diferentes para cada nuevo libro, aunque el estilo juegue a dejar sus marcas. Quizá en esencia todo libro sea distinto ante las pretensiones del autor y las buenas intenciones del lector, pero, en el caso que nos ocupa, los libros anteriores han descrito una línea de continuidad que insiste en la culpa, en la desidia, en la inercia de la vida y en la autoconciencia como asuntos que engloban el paso por la Tierra de todo ser humano. En Cuando ya elpaisaje es otro persisten los mismos conflictos, con una mirada más detenida y distendida de la existencia del cubano y del que vive en Cuba, como la propia autora. En la aparente contradicción, fluye la vida. Su continuo enjuiciamiento a posturas humanas contrastables traspasa la autoconciencia.
Paladeamos la inconformidad como aliento, la visión trascendente en la médula del juicio, desatados los rituales del silencio y la impotencia. El autocuestionamiento tiende hacia la anulación del yo y hacia la inercia de un ser diabólicamente práctico. Nos asombran los perfiles sicológicos que emanan de esta escritura. Si se puede afirmar que el libro traza una especie de anatomía de la inconformidad y los deseos muertos, también es posible advertir, luego de su lectura, el invisible paso de la impotencia y el silencio a la conformidad y la resignación, en el que se respiran ciertas dosis de cinismo, de paja caliente que se procura para, de vez en vez, analizar la culpa. Los pusilánimes, los seres de doble moral, los aparentemente vencedores, son los cantados aquí. El doblez, la línea de fuga, el escamoteo, también terminan en una pregunta. Por eso afirmaba en un acercamiento anterior a su poesía: “Bien viva la procesión de pecadores desafía los confines dantescos” [4]. Dante y los clásicos sobreviven allí junto al pecado, lo irreversible. Son frutos el enigma y el cuestionamiento, y la vía, la intelección. Hay como un Dios que juzga pecadores. Son retratos de seres abyectos con la profunda culpa de engañarse a sí mismos. El proceso intelectivo desemboca en cápsulas que dejan ver la naturaleza sabia del juicio sobre quienes nos rodean:
“no cumplir su destino de héroe y no haber sabido entonar el himno triunfal de la patria” [5].
“cuando la memoria se vuelve encarnación del saber” [6].
“comerciamos con nuestro pánico como único consuelo” [7].
“buscando el equilibrio entre el deber y la pasión” [8].
Se percibe a las claras el peso del espacio en su escritura, si juzgamos el sentido de los títulos y las intenciones de la mayoría de sus libros. Parece que el hombre a través del tiempo es el mismo culpable al que solo salva el lugar en que decida permanecer, éticamente hablando, pues “el espacio se adivina como larga mancha u orificio donde transcurre una temporalidad vencida, fácil de helar porque ya ha helado [9].
Del libro prefiero su primera parte por su sostenida efectividad, donde en los lugares próximos al fin del poema se respira un clima teatral, y los símbolos, las metáforas, vienen de la fiera naturaleza [10].Donde la aliteración puede inaugurar el desgarramiento:“tenue sombra de lento temblor” [11], y se atreve a cerrar sus poemas con versos de otro ―Roque Dalton―.Para esto se requiere osadía e infinita confianza en sus dotes poéticas [12]. Se adoptan, en ocasiones, las formas de la imprecación o de la plegaria, al tiempo que se produce un acercamiento irónico a la realidad. Entre el tono docto y el aliento apocalíptico avanzan estos sombríos retratos, hechizados entre el saber y la memoria.