Michelangelo infinito en Cuba
22/12/2016
Su confirmación definitiva fue durante la duodécima edición de la Bienal de La Habana, pero su Tercer Paraíso ya había estado unos meses antes en esta ciudad. El mismo día en que los presidentes de Cuba y Estados Unidos anunciaban al mundo sus nuevos acuerdos diplomáticos, el Malecón habanero recibía decenas de embarcaciones que dibujaban en gesto performático el símbolo infinito de Michelangelo Pistoletto. Las gestiones de Galería Continua fueron el precedente y el pretexto inicial de la relación que estableció luego con Cuba el maestro italiano del Arte Povera. Relación que aumentaría con su primer y segundo Foro Rebirth “Geografías de la Transformación”, y que ahora se consolida aún más con la gran exposición que ocupa varios espacios del edificio de Arte Universal del Museo Nacional de Bellas Artes.
Expo de Pistoletto en Bellas Artes. Fotos: Abel Carmenate
Con eso, la obra de Pistoletto está lejos de ser desconocida en Cuba. Probablemente pocos de los que abarrotaron las salas del Museo el día de la inauguración hayan visto con sorpresa algunos de sus cuadros espejos, o a su famosa Virgen de los Trapos o el recuento fotográfico de las representaciones del Tercer Paraíso. Sin embargo, es Pistoletto el tipo de artista que se revela en una nueva arista para cada exposición. Hablamos del maestro povera, claro, pero hablamos también del hombre que transfigura las posibilidades del nuevo realismo y que al final es más definible por su actitud ante la vida y el arte. Frente a un modo único de representación conceptual, Pistoletto destruye y hace aparecer el objeto, justamente como hace la vida misma.
En La Habana, el artista italiano sale a la calle. Busca escenas y personajes, los capta en una o varias fotografías, y luego los selecciona. Encuentra madres y niños, ancianos, carretilleros con frutas, muchachas, hombres trabajando… No es La Habana comercial la que le interesa. Es La Habana urbana y profunda, la del día a día, la del sol y el calor, la del transporte público y las colas. Esa es la ciudad que fotografía y luego imprime sobre nuevos y enormes cuadros-espejos. Es así que en la exposición, la gente puede reencontrarse o confundirse en el cuadro, al tiempo que se reflejan a sí mismos en tiempo real. Esa es la mayor declaración de verdad en el arte de Pistoletto: porque el espejo —dice— no permite falsificación, muestra la vida como es.
Esa doble presencia sugerida es también una de las poéticas más estables a lo largo de su carrera. Aunque son los cuadros-espejos con temática cubana sus piezas más actuales, en las primeras obras de la década del 60 ya resaltaba esa alusión al momento histórico en guiño con la imagen y el reflejo. Para este momento ya miraba al espejo no como elemento concreto, sino como objeto metafísico que no es nada en sí mismo mientras no proyecte un reflejo. Su poética de entonces consistía en situarse él mismo frente a él, en plan de autorretrato. Cuando aparentemente les daba la espalda a quienes disfrutaban de sus obras, en realidad los estaba observando, reflejo mediante. Sin embargo, más que autorretratos, aquellas se convertían en imágenes colectivas, o retratos del infinito, como él mismo prefería llamarlos.
La Virgen de los Trapos.
Están en la exposición, además de aquellos primeros cuadros y los de reciente creación, sus obras más reconocidas: la famosa Virgen de los Trapos, uno de sus manifiestos povera; y el Globo Terráqueo, que mostrara por primera vez en 1966 y ahora adaptara una versión en 2016, construida con los periódicos cubanos de mayor circulación. Además de las obras que mostró durante la Bienal de La Habana, esos gigantescos espejos rotos que descubren el color tras la fractura en el cristal. Y está también El tiempo del Juicio, la obra que en 2009 lo llevó a colocar frente al espejo a las cuatro grandes religiones mundo. Es así que en el vestíbulo mismo del Museo Nacional de Bellas Artes, budistas, hebreos, católicos y musulmanes se pueden ver todos delante de sí mismos, y frente a cada religión el artista les ofrece la libertad de explicarse cómo vivir.
Es ese el arte que sale del Museo, que trasgrede las fronteras de la institución y va a la calle como concepto. No únicamente en intención performática, sino más bien en inherente gesto artístico, en provocación de un pensamiento más allá de los límites físicos de una obra. Esa filosofía es la que ha intentado proponer en Cuba Michelangelo Pistoletto y es esa la que se resume en las muchas fotografías documentales de su ya famoso Tercer Paraíso. El símbolo manipulado del infinito viene a resumir aquí la poética toda de una vida de trabajo. Para el artista hay un antes y un después en la vida, pero ambas fases tienen un centro más poderoso llamado infinito. En ese infinito está la vida real para Pistoletto, la creación y el equilibrio.