Antón Arrufat tomó posesión del sillón I, como miembro numerario de la Academia Cubana de la Lengua el 26 de mayo de 2008. Era una plaza que se le debía desde hacía mucho. Antón no fue un niño prodigio, incluso aprendió a leer tarde, culpa de una miopía no detectada pronto. Por supuesto, en cuanto el pequeño de los Arrufat tuvo espejuelos se puso a garabatear poemas, juguetes escénicos, y hasta una novela en libretas escolares que se extraviaron, según se dice. Pero Antón sí fue un joven prodigio, y desde su mocedad, que es como decir desde hace tantísimo, ha sido una presencia de las que llaman insoslayables.
Da igual que los orígenes de su familia anden repartidos por Cataluña y por El Líbano, o que haya vivido en New York, o que naciera en el Oriente de la Isla, yo veo el Morro de La Habana y me digo, es como Antón. Ninguno de los dos puede faltar en el mapa más elemental de la cultura habanera, y por extensión de la cultura cubana.
“En estos tiempos de déficit de atención, de celebración de lo efímero, de amasijo de sandeces, con redes sociales que hacen leer y escribir a raudales malas lecturas de pésima escribanía, son imprescindibles autores, como Antón Arrufat”.
Quiero señalar algunos hitos de esta presencia obvia.
Primero. Antón fue fundador de revistas clave, como Ciclón y Casa de las Américas, amén de frecuentar Lunes de Revolución, Unión, La Gaceta de Cuba y un etcétera inacabable. Por cierto, dirigió durante cinco años la revista Casa.
Segundo. Antón fue asesor de la mejor compañía teatral cubana de todos los tiempos. Me refiero al Grupo Teatro Estudio.
Y tercero. Como escritor, es dramaturgo, poeta, cuentista, novelista, ensayista, e incluso memorialista, sin que se pueda discernir en cuál de los géneros goza de mayor magisterio.
Como dramaturgo, comentaré sólo tres piezas.
Una precoz, El caso se investiga, donde la crítica ve la convivencia de la vanguardia europea con el teatro vernáculo. A mí me parece que experimentación y gracejo son los verdaderos ingredientes que Antón va a prodigar, y no solo en El caso se investiga.
La segunda pieza es de una joven madurez, se titula Los siete contra Tebas y le trajo un manto de silencio que duró catorce años. De hecho, Alberto Sarraín estrenó Los siete contra Tebas cuarenta años después de que pasara lo que pasó.
Y me gustaría llamar la tercera pieza, por mera crueldad, pieza de senectud, pero mejor pongo pieza reciente. Me refiero a Las tres partes del criollo, donde da gusto palpar cómo los modos de habitar el lenguaje definen estatus social, neurosis, grado de estupidez, nivel de sinvergüencería. Además, Las tres partes del criollo tiene un tercer acto que es de lo mejor, o lo mejor, que ha escrito Antón en su vida, lo que no es poco decir.[1]
Como poeta, voy a destacar solo dos obras.
En claro, que es un oscuro cuaderno adolescentario, al decir de Lezama, donde queda “claro”, al modo serpenteante de Antón, que la sociedad no es un perpetuo alumnado que necesita ser instruido.
La segunda es el mentido poemario que tituló Repaso final, y digo mentido porque Antón ha continuado repasando, y esperemos que siga, repaso tras repaso, revelándonos con fuerza de qué modo las ideas tienen textura, producen ecos. Me ocurre no solo con Repaso final, sus palabras me mueven las cuerdas vocales, aunque lea en silencio, y sus imágenes se me reflejan en la retina, aunque mis ojos persigan letras. La desgracia que arrastro es que montón de veces lo he escuchado hablar y leer a su manera parsimoniosa, y la dichosa experiencia me arruina la velocidad de lectura. [2]
Como cuentista, escogeré también dos libros singularísimos.
Ejercicios para hacer de la esterilidad virtud, que es un alarde de fecundidad y de un arte análogo al kintsugi japonés. No, el kintsugi no está traído por los pelos. Lo explico rápido. Cuando una cerámica se quiebra, los artesanos del kintsugi insertan polvo de oro en los intersticios de las grietas, y también disponen de oro para el reajuste de los trozos dispersos. De este modo las cicatrices quedan no solo expuestas, sino subrayadas, ennoblecidas. Ejercicios para hacer de la esterilidad virtud es también un acto de ennoblecimiento. Lo que sufrió maltrato o desdén o erosión o ruptura, no sólo revive, es más valioso y bello.
El otro libro se titula De las pequeñas cosas. Más que el anterior, no clasifica ni como conjunto de cuentos ni como colección de ensayos, ni como quién sabrá qué, y qué nos importa.[3]
El ensayista que es Antón juntó algunos trabajos en dos libros que me han acompañado desde que los leí.
Me refiero a El hombre discursivo, donde demuestra, de hacer falta, que todo arte es, por naturaleza, inútil, y que lo que está aquí, está en todas partes, y lo que no está aquí, no está en parte alguna.
El segundo libro es Las máscaras de Talía. Como no quiero extenderme más de la cuenta, solo resumiré que ahí se juntan en una misma mesa El Tiburón y La Sardina.
Como novelista tenemos sólo dos trabajos.
La visita que hace Antón al ambiente provinciano que llamó La caja está cerrada, una obra que llamaría magna, si no fuera porque los prejuicios epocales me exigen moderación. Recuerdo que cuando preparaba la segunda edición de La caja está cerrada le aconsejé que no añadiera páginas o la caja sería hermética. No me hizo caso y la caja ha seguido abierta.
La otra novela es La noche del aguafiestas, que apareció por entregas en la revista Revolución y Cultura, y que provocó una conversación entre nosotros que tuvo consecuencias. Esa misma tarde escribí un texto que mantengo inédito y que nadie va a tomar por fidedigno cuando lo publique, lo he titulado Un día de modestia de Antón Arrufat.
Capítulo aparte es el memorioso Virgilio Piñera: entre él y yo. Por un tris, nuestro autor no comete hagiología. Y, además, revela de soslayo su historia familiar. El abuelo vendedor ambulante, que iba por las calles con una cesta de huevos. El padre viajante de comercio que amaba la zarzuela y era amigo de comerciantes españoles.
Llegado a este punto toca decir que obra tan extensa y autor tan excelente han merecido galardones, como los cuatro premios de la Crítica, la Distinción por la Cultura Nacional, la Medalla Alejo Carpentier, el Premio Nacional de Literatura.
“(…) obra tan extensa y autor tan excelente han merecido galardones, como los cuatro premios de la Crítica, la Distinción por la Cultura Nacional, la Medalla Alejo Carpentier, el Premio Nacional de Literatura”.
En los libros nombrados y en los callados, está de muchas maneras el niño que pasó la primaria en los colegios Dolores de Santiago y Escolapios de La Habana, el joven que cursó el bachillerato en varios Institutos de Segunda Enseñanza, el señor de cuarentaicinco años que se graduó de filólogo en la Universidad de La Habana después de mucho abandonar y retomar unos estudios que para algo le habrán servido, aunque yo no alcance a imaginar ese algo.
En las fotos de joven, Antón da el plante de un seminarista circunspecto, más bien de un pichón de papa. Mucho conserva Antón de aquel garbo y de su educación bajo vigilancia jesuita, hoy que es, por derecho propio, no por elección conciliar, un pope de las letras.
En estos tiempos de déficit de atención, de celebración de lo efímero, de amasijo de sandeces, con redes sociales que hacen leer y escribir a raudales malas lecturas de pésima escribanía, son imprescindibles autores, como Antón Arrufat, que nos regalan textos para en verdad disfrutar, y nos revelan el indiscreto encanto del arte de escribir.
Empecé diciendo que Antón ha sido una presencia perenne. Permítanme compartir un chisme que es la demostración fehaciente del aserto. Juana Bacallao cantó en el areíto de bienvenida que los taínos representaron ante Colón y sus secuaces en aquel memorable primer viaje. El guion de ese areíto lo escribió Antón Arrufat. Que aquello no haya servido para nada no es culpa del guionista ni de la voz cantante.
Me da igual que los presentes saquen cuentas y enarbolen cronologías, y concluyan que por supuesto Juana Bacallao sí, pero Antón sí que no. Seamos serios, Antón tiene que ser anterior a El Morro. Les aseguro que Antón, de siempre, ha estado aquí, y en otras partes.
Muchas gracias.
*Leído durante la celebración del Día del Idioma en el Aula Magna de la Universidad de San Gerónimo.
Ante el fallecimiento hoy del reconocido dramaturgo, novelista, cuentista, poeta, ensayista, académico de número y honorario de la Academia Cubana de la Lengua, Antón Arrufat, La Jiribilla comparte nuevamente estas palabras que le dedicara el destacado intelectual Reinaldo Montero en un merecido elogio pronunciado el pasado mes de abril, en el aula magna del Colegio Universitario San Gerónimo de La Habana, vísperas del Día Internacional del Idioma Español.
Notas:
[1] Además, son suyas las piezas El vivo al pollo, El último tren, La repetición, La zona cero, Todos los domingos, La tierra permanente, Cámara de amor y La divina Fanny.
[2] Además, son suyos los poemarios Escrito en las puertas, Lirios sobre un fondo de espadas, El viejo carpintero, Vías de extinción.
[3] Además, son suyas las colecciones de cuentos Mi antagonista y otras observaciones, ¿Qué harás después de mí?, Los privilegios del deseo.