José Martí desde muy temprano conoce en París las creaciones de los pintores impresionistas franceses, demostrando en lo adelante su admiración por estos.

“Martí se convirtió en un agudo crítico del arte y un adelantado en la valoración del impresionismo”.

A través de su texto “Nueva exposición de los pintores impresionistas”, publicado el 19 de agosto de 1886 en el diario La Nación de Buenos Aires, después de visitar la exposición, Martí se convirtió en un agudo crítico del arte y un adelantado en la valoración del impresionismo.

Se le considera uno de los primeros en América en valorar el arte de los pintores impresionistas, tras haber contemplado su obra y comprender en ellos el deseo de atrapar la luz en el rejuego de sus pinceladas nerviosas e inteligentes; por eso los admira y los llama “los vencidos de la luz”, por ese logro audaz de asir la luz de un instante de la vida y en la naturaleza. Tal audacia merecía un cantor, ese fue Martí.

Escribe una de sus crónicas más hermosas y, quizá, una en la que exponga con mayor certeza y elegancia la esencia del legado impresionista. La exposición de los pintores impresionistas en Nueva York, según expresó Martí, mostró la lucha con la luz y los colores, y en correspondencia con ello él también llegó a señalar que “esos regueros de color ardiente (…) parecen la sangre viva que echa por sus heridas la luz rota”.

“Esos regueros de color ardiente…”. Obra: “Carrera de caballos en Longchamp”, Edouard Manet. Imágenes: Cortesía del autor

En pocas pinceladas, Martí irá esbozando temas que coinciden con las que serán grandes discusiones propias de la historia del arte y la estética modernas, demostró su genial valoración temprana de la pintura del impresionismo (anterior incluso a lo expresado en la propia Francia sobre dicho movimiento) y, con agudeza, descubrió que el eje del mercado del arte estaba pasando del viejo mundo francés al nuevo mundo neoyorkino.

“Fundirse con la multitud, ir a donde todos van”; así comienza el texto de Martí, con una fórmula de arranque que empleará también en algunas otras de sus crónicas. Ir con la multitud es mostrar indirectamente que se participa en un fenómeno compartido, y esto justifica el carácter representativo de la noticia.

“La exposición de los pintores impresionistas en Nueva York, según expresó Martí, mostró la lucha con la luz y los colores”.

Comenta, “aquí está de cada gran pintor la maravilla”. Martí, quiere hacernos caminar junto a él por las salas de la exposición, “cuesta trabajo abrirse paso por las salas llenas”; quiere que veamos a través de sus ojos a “Manet con sus crudezas”. 

Para Martí:

En esta “Carrera de Caballos”, como en otros cuadros suyos, sólo una belleza cabe al cuadro, que la tiene en eso suma: con pintas, con motas, con esfumos, con montículos de color, sin una sola línea, se ven carruajes, caballos, parejas sueltas en mucha amistad, las tribunas cargadas de gentes, las oleadas de sombreros, cintas y sombrillas: detrás el cerro, casas, arbolillos, grietas, y el sol, que lo inunda y baña todo: por el borde del cuadro, junto al espectador, bruñido, como figuras de Alma Tadema, pasan dos magníficos caballos, de ojos redondos e hinchados, que flamean como los de las quimeras.

En Eduardo Manet señala Martí, “el asombro y la comparación que enaltece con los grandes maestros de la pintura española, Velázquez y Goya al contemplar su obra, “Carrera de Caballos”, como en otros cuadros suyos, Manet es el Goya de los castigos y las profecías”.

Al decir de Martí:

Los Renoir lucen como una copa de borgoña al sol; son cuadros claros, relampagueantes, llenos de pensamiento y desafío; de verdad y luz. Desórdenes del color. El vigoroso remador, de pie tras ellas, oscurecido el rostro viril por un ancho sombrero de paja con una cinta azul, levanta sobre el conjunto su atlético torso, alto el pelo, desnudos los brazos, realzado el cuerpo por una camisilla de franela, a un sol abrasante. Las mozas, abestiadas, contratan favores a un extremo de la mesa improvisada bajo el toldo, o desgranan las uvas moradas sobre el mantel en que se apilan, con luces de piedras preciosas, los restos del almuerzo.

“Los Renoir lucen como una copa de borgoña al sol; son cuadros claros, relampagueantes, llenos de pensamiento y desafío; de verdad y luz”. Obra: “El almuerzo de los remeros”, Pierre Auguste Renoir.

Pero su rendición ante el hechizo de la impresión, la luz y el movimiento vendrá líneas después al comentar un cuadro de Edgard Degas:

“Las bailarinas” es el cuadro atrevido que levantó tormenta, y en el que unas cuantas manchas de color que parecen desleídas con el dedo, reproducen fielmente el vago y vaporoso espectáculo que en noches de fiesta presentan los bastidores de un teatro de baile. Dijérase que esta escuela, noble por lo sincera, ha cometido sólo un error de distancia, aunque no acaso de lógica. Hace sus cuadros tales como la escena representada en ellos se vería a la distancia necesaria para que los objetos tuviesen el tamaño con que se les representa; y no los hace, como es de uso y de mayor razón, en atención a la distancia en que deben ser vistos.

“‘Las bailarinas’ es el cuadro atrevido que levantó tormenta…” Obra: “Las bailarinas en azul”, Edgard Degas.

Considerado uno de los fundadores del Impresionismo, aunque él mismo rechazaba el nombre y prefería llamarlo realismo o arte realista. Degas fue uno de los grandes dibujantes de la historia por su magistral captación de las sensaciones de vida y movimiento, especialmente en sus obras de bailarinas, carreras de caballos y desnudos. Sus retratos son muy apreciados por la complejidad psicológica y sensación de verdad que transmiten.

Así describe Martí lo plasmado en los lienzos:

(…) Ellos la asen [la luz] por las alas impalpables, la arrinconan brutalmente, la aprietan entre sus brazos, le piden sus favores; pero la enorme coqueta se escapa de sus asaltos y sus ruegos, y sólo quedan de la magnífica batalla sobre los lienzos de los impresionistas esos regueros de color ardiente que parecen la sangre viva que echa por sus heridas la luz rota (…).

¡Algunos lienzos subyugan al instante! Señala a continuación,

Quieren pintar en el lienzo plano con el mismo relieve con que la Naturaleza crea en el espacio profundo. Quieren obtener con artificios de pincel lo que la Naturaleza obtiene con la realidad de la distancia. Quieren reproducir los objetos con el ropaje flotante y tornasolado con que la luz fugaz los enciende y reviste (…) Quieren, por la implacable sed del alma, lo nuevo y lo imposible. Quieren pintar como el sol pinta, y caen. ¡Ya es digno del cielo el que intenta escalarlo! (…) Monet con sus desbordamientos.

El cuadro que dio el nombre al movimiento, “Impresión, sol naciente” inauguró el nuevo movimiento, y por extensión el arte moderno. Monet fue la figura clave del movimiento impresionista. Sus innovaciones en el estudio del color y la luz causaron tanta admiración como rechazo, pero como bien sabemos, se adelantó lo justo a su tiempo como para ser considerado un innovador y tener éxito al mismo tiempo.

“Quieren pintar como el sol pinta, y caen. ¡Ya es digno del cielo el que intenta escalarlo!”. Obra: “Impresión, sol naciente”, Claude Monet.

Los impresionistas usaban colores puros, sin mezcla, sobre todo los colores primarios y sus complementarios, y prescindían de negros, pardos y tonos terrosos. Manejaban la pintura más libre y sueltamente, sin ocultar sus pinceladas fragmentadas. La luz fue el factor unificador de la figura y el paisaje.

Para Martí:

toda aquella colección de obras maestras, con ser tan opulenta y varia, no dejaba en el espíritu, como deja la de los impresionistas, esa creadora inquietud y obsesión sabrosa que produce el aparecimiento súbito de lo verdadero y lo fuerte. Ríos de verde, llanos de rojo, cerros de amarillo: eso parecen, vistos en montón, los lienzos locos de estos pintores nuevos.

Ninguno de ellos ha vencido todavía. La luz los vence, que es gran vencedora. Ellos la hacen por las alas impalpables, la arrinconan brutalmente, la aprietan entre sus brazos, le piden sus favores; pero la enorme coqueta se escapa de sus asaltos y sus ruegos, y sólo quedan de la magnífica batalla sobre los lienzos de los impresionistas

Calificó a los integrantes del movimiento como “los pintores fuertes, los pintores varones, los que, cansados del ideal de la Academia, frío como una copia, quieren clavar sobre el lienzo, palpitante como una esclava desnuda, a la naturaleza. ¡Sólo los que han bregado cuerpo a cuerpo con la verdad, para reducirla a la frase o al verso, saben cuánto honor hay en ser vencido por ella!”.

“¡Parece una cesta de rayos de sol este cuadro dichoso!”. Obra: “La playa de Portici”, Mariano Fortuny.

De Fortuny está aquí “La playa de Portici”, el cuadro no acabado donde parece que la luz misma, alada y pizpireta, sirvió al pintor de modelo complaciente: ¡parece una cesta de rayos de sol este cuadro dichoso!

Martí expresó: “Pissarro con sus brumas realizó una serie de pinturas del Boulevard Montmartre en diferentes momentos del día y en diferentes momentos durante el año”. Los Pissarro son vapores, diría Martí, trata de mostrarnos los efectos de la luz y el tiempo, recurriendo a pinceladas toscas y colores llamativos.

“Los Pissarro son vapores, diría Martí”. Obra: “Boulevard Montmartre”, Camille Pissarro.

Para Martí,

Los pintores impresionistas vienen ¿quién no lo sabe? de los pintores naturalistas: —de Courbet, bravío espíritu que ni en arte ni en política entendió de más autoridad que la directa de la Naturaleza; de Manet, que no quiso saber de mujeres de porcelana ni de hombres barnizados; de Corot, que puso en pintura, con vibraciones y misterios de lira, las voces veladas que pueblan el aire.

(…) Lo que los pintores anhelan, faltos de creencias perdurables por que batallar, es poner en el lienzo las cosas con el mismo esplendor y realce con que aparecen en la vida.

Pero el espíritu humano no es nunca fútil, aun en lo que no tiene voluntad o intención de ser trascendental. Es, por esencia, trascendental el espíritu humano. Toda rebelión de forma arrastra una rebelión de esencia. Y esa misma angélica fuerza con que los hijos leales de la vida, que traen en sí el duende de la luz, procuran dejar creada por la mano del hombre una naturaleza tan espléndida y viva como la que elaboran incesantemente los elementos puestos a hervir por el Creador (…)

“Francia y sus artistas marchaban un paso delante de los demás y Martí fue de los primeros en valorarlo y exaltarlo”.

Martí se convierte en crítico de la exposición y es allí donde alcanza un grado más de genialidad en este texto porque, como lo mostraron los estudiosos que se han dedicado a Martí como crítico de arte, él fue pionero en la valoración justa y realmente avanzada del impresionismo.

Era una revolución en la apreciación del arte, de la captación de la realidad en su objetividad temporal y que desató la tormenta de lo novedoso entre los críticos de arte y los coleccionistas de arte. Francia y sus artistas marchaban un paso delante de los demás y Martí fue de los primeros en valorarlo y exaltarlo.

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