Zaida del Río y el copón divino
“Todo lo que es profundo ama la máscara”
Nietzsche
Zaida del Río pertenece a la corriente más auténtica de la pintura cubana. Con su origen en las campiñas aledañas a la villa de Remedios, su relación con las vanguardias nacionales y ese tono tan propio para reflejar los conflictos interiores; la artista continúa haciendo una obra que se desmarca del resto de lo que se expone en Cuba y en el mundo. Su última entrega, la muestra Ellas las del vino, es una idea surgida en la casa del poeta santaclareño Arístides Vega Chapú y que tiene como tema central la hechura, el consumo y todo lo que rodea el mundo de la vinicultura. Son piezas que, a la par que retratan el objeto abordado, van hacia diferentes zonas de la producción de Zaida de décadas pasadas. Allí están desde la devoción a Cristo hasta el budismo y el hinduismo, pasando por el sincretismo afrocubano. La pintora no se queda corta en ninguna de las piezas y da rienda suelta a su habitual imaginación, cualidad que la hace pródiga en criaturas, en fantasmagorías y alusiones a la existencia dura pero feliz y realizada de una artista que ha llegado a su consagración.
Ellas las del vino descansa en la galería Pórtico de Santa Clara, en el boulevard y a pocos pasos del Proyecto Sigfredo Ariel (un bazar librería que abre sus puertas a presentaciones y recitales de poesía). Por ello se puede decir que esa esquina de la urbe posee toda la magia de la cultura cubana, reúne a dos importantes figuras relativamente contemporáneas y de la misma tierra a la vez que dispares y diversas en sus discursos artísticos. Si Sigfredo era la forma comedida del verso y el coloquialismo lúcido —ese de la luz, brother, la luz—, Zaida parecía un huracán el día de la inauguración de la muestra. Casi incapturable y esquiva ante la prensa, la autora de la exposición nos dio unas breves, pero concisas claves para entender esta nueva epifanía. Se trata de una celebración a la vida desde un punto de vista báquico. El dios del vino y de la belleza, de la felicidad y de la embriaguez deja caer sus efluvios sobre el centro de Cuba en unos tiempos en que requerimos de esas luminiscencias irreverentes. Zaida entiende como nadie que el ethos actual solicita de un toque de epicureísmo, de placer que sin dejar de ser majestuoso nos adentre en aristas menos enseriadas de la realidad. En tiempos difíciles a nivel global, la gente necesita un respiro mitológico que haga revivir esos significantes de la vida y de la imaginación. No se trata de evasiones ni de alienarse, sino de hallar una conciencia otra del mundo a partir de los símbolos.
“En tiempos difíciles a nivel global, la gente necesita un respiro mitológico que haga revivir esos significantes de la vida y de la imaginación”.
Zaida es una artista que no descansa, sino que incluso en sus momentos de sosiego hace que la paleta del color nos traiga lo mejor de un alma a veces atribulada, pero siempre alegre, activa en sus iridiscencias y luces. Ella, al igual que su coterráneo Carlos Enríquez, está consciente de formar parte de una vanguardia no solo pictórica, sino intelectual y creativa. Las piezas de la muestra Ellas las del vino pueden ser no solo observadas, sino leídas, son como poemas en los cuales se asoma un sujeto lírico espléndido, cuyo mensaje vitalista va más allá de la embriaguez física. Como el dios Baco —que inspirara tanto a Nietzsche—, beber no solo es un asunto de festejos, sino de acercamiento a una lucidez que no puede hallarse en condiciones normales. Zaida accede a regiones del conocimiento a partir de ese néctar preciado del vino, el cual nos conduce a creaciones y a tesis concretas en el panorama de la pintura. Uno de los cuadros de la exposición, titulado “El copón divino”, juega con la percepción popular en torno a las proporciones. Un gigantesco recipiente rebosa en vino mientras se hace alusión al culto sincretizado de Santa Bárbara y Changó. En el fondo, los colores se mueven entre el ocre y el rojo y nada queda libre de alegorías y figuras. Hay una voluntad vitalista y poderosa que se levanta como un ente creador que le da aliento a un mundo nuevo. Zaida en dicha pieza, de alguna forma, resume la naturaleza de su exposición: alcanzar el cenit del goce estético, hacer del vino la promesa de algo mucho mayor y más edificante, el pretexto para ascender hasta el copón divino, que es lo mismo que decir el súmmum o la quintaesencia de la vida.
“(…) beber no solo es un asunto de festejos, sino de acercamiento a una lucidez que no puede hallarse en condiciones normales”.
La copa, en efecto, es uno de los símbolos que distingue a la deidad católica de Santa Bárbara, una mujer cuya historia entraña la resistencia y la dureza, la transfiguración en fuego y en guerra. A partir de estos elementos simbólicos, Zaida es capaz de construir un discurso poético que la define y que evidencia los pasajes de su propia existencia. El rojo, color de la vida y del disfrute, es también el de la muerte en ocasiones. Hay una dualidad en tal sentido: por un lado, la violencia y por otro, la creación. Pareciera que uno y otro momento son inevitables a la hora de concebir cualquier obra. El copón rebosa de vino, pero no es eso lo que nos interesa, sino el significante que de ahí se desprende. Cuando miramos bien la pieza percibimos que se trata de un simbolismo mucho más ambicioso y logrado. Ella, sin embargo, es capaz de hilvanar imaginerías universales sin perder jamás la frescura y el tono de ingenuidad. Zaida es profunda, pero la sentimos como leve y pasable. Su trazo no pesa, no cae sobre el mundo como una sentencia, sino que posa ante todos como una exótica pregunta lanzada al vuelo.
En las pinturas de esta muestra hay una presencia constante de estas copas, pero colocadas en sitios insospechados. Por ejemplo, en la pieza “San Cristóbal” —que recrea el mito cristiano del gigante que ayuda a un niño (Jesús) a pasar un río y ve cómo el pequeño se transfigura a medida que cruzan el torrente— hay una profusión de copas que hacen que el cauce no sea acuoso, sino de la sustancia del placer. Ello resignifica esa referencia universal y la torna otra cosa, otra cuestión filosófica y mítica. Cristóbal (que significa “el que lleva a Cristo”) ya no va con su carga a través de las límpidas aguas, sino que lo levanta en medio de un inmenso derramamiento de copas. El placer y la vida, la fuerza de la sangre, caen, y todo queda transfigurado, pero desde una arista pagana. Zaida ha creado otra historia a partir de lo que conocemos de las hilachas de los mitos y con esa genialidad nos trajo el mundo del goce y de lo sacro en una misma propuesta. Su virtud es esa unión constante de luces y de sombras que recrean, a partir de las ideas de los tiempos, otra vida, otro enamoramiento más allá de lo banal y consabido. Porque la pintura de esta artista va sobre eso, amar la realidad y verla desde un ángulo insospechado y sutil.
“Su virtud es esa unión constante de luces y de sombras que recrean, a partir de las ideas de los tiempos, otra vida, otro enamoramiento más allá de lo banal y consabido”.
Incluso en su pieza “Un viaje a Egipto”, hay una referencia directa a las cortes del antiguo Imperio, en las cuales no obstante se hace evidente que la autora resignifica y cuenta la historia a su manera. La profusión de mujeres y de copas, nuevamente, nos hace pensar en el goce estético y sensual y en la búsqueda de otro sentido más allá del simple viaje cognoscitivo. Zaida logra que su paleta transfigure cada civilización y de esa forma existen apropiaciones cubanas del budismo, del brahmanismo, de las míticas leyendas y de las diosas de las islas del Pacífico. Todo ello es traspasado orgánicamente sin que haya esnobismo en el proceso y aun así se mantiene el sello de dichas construcciones históricas y sociales tan distantes de la realidad cubana. La devoción a Buda ocupa un puesto importante en la muestra y por eso se coloca dicha figura en una especie de centralidad bien pensada dentro de la propia galería. La artista ha hallado en Siddhartha un maestro que interpreta los anhelos de trascendencia desde lo sencillo, lo bello, lo humano. Zaida no desea el oropel, sino el goce sano y poderoso de la vida. En ese ascenso, la idea de un nirvana y de una totalidad no deja de ser atractiva. En tal entuerto se puede encontrar la metáfora escondida de buena parte de la obra de esta mujer, que ha bebido de lo mejor de las antiguas civilizaciones y sabe llevarlo a pincel y lienzo sin que nos queden dudas acerca de la originalidad ni el carisma inmenso de quien está detrás de las piezas.
Un cuadro llama poderosamente la atención y es su homenaje a José Martí. Sabidos son los pasajes en la obra de nuestro Apóstol donde él habla del vino. La imagen se usa para recrearnos a un hombre capaz del goce. Su ideal de justicia permanece representado en tonos azules y pálidos. Si el resto de la muestra es una explosión de rojo, Martí aparece incólume, aunque rodeado también de copas. Hay un instante de respeto y de seriedad en ese espacio y el héroe nos mira con fijeza desde su tiempo detenido. Zaida quiso decirnos que el vino también nos procura pensamiento y acción comprometidos con el cambio social y con un mejoramiento humano. Por contradictorio que parezca, la bebida es también un vehículo para la lucidez y el viaje a las regiones más preclaras de la mente en las cuales nace el ideal cimero de la libertad. José Martí tiene que ser necesariamente el ícono que Zaida realce en este pasaje de su obra y por ende más allá de una intención ideológica está el propio derecho de la artista de apropiarse de la historia y rehacerla a su manera, con todos los trazos y las vivencias posibles.
Esta muestra de Zaida del Río, que estará brevemente en Cuba y luego partirá hacia Argentina, es un resultado de los muchos meses de creación post pandemia, en los cuales la artista resurgió. Luego del encierro, lo primero que llega es el deseo de vivir, de irnos de copas, de excedernos y de llegar hasta el desmadre. Esas proporciones inmensas del placer están ahí enfocadas desde el buen gusto. En la exposición hay, además, una alusión a la belleza del cuerpo de la mujer, con resonancias de erotismo y misterio. El territorio femenino es explorado desde la embriaguez y allí también hay que detenerse para analizar cómo las mujeres pintadas por Zaida resignifican la historia y la vuelven a contar desde un paradigma más cercano al universo personal de la autora. El parecido entre los rostros de estos personajes y el de la propia Zaida apunta hacia el uso de la figura del alter ego y de la participación de la subjetividad del ente creador en la hechura de un mundo a su imagen y semejanza. La pintora simplemente quiere expresar que su potencia mágica es tan fuerte que resulta abarcadora de toda complejidad humana.
“Zaida ha sido por décadas un referente de lo más hermoso de nuestra pintura”.
Ellas las del vino narra la existencia universal y mínima del ser desde sus símbolos más entrañables y nos invita de tal forma a una o varias copas. Pareciera que la bebida y su exquisito sabor son condiciones que se asemejan a la propia Zaida, para quien no solo existe la belleza pictórica sino el goce de consumirla. Placer y vida, vino y alegría. La autora nos regala esos caminos y los coloca ante la gente para que no nos perdamos en un mundo donde hay demasiado dolor y escepticismo, duda, escasez, problemáticas. Ella quiere que miremos por un instante hacia otra porción del universo y nos reconozcamos como parte de esa evidencia luminosa de la vitalidad. Zaida ha sido por décadas un referente de lo más hermoso de nuestra pintura y esta muestra es una prueba de que su salud como artífice sigue en buena forma.
Queda saber si a partir de esta exposición habrá una continuidad en la temática del vino como elemento aglutinador de historias. Haber introducido ese punto simbólico pudiera ser una nueva etapa en la creación de Zaida. No debería extrañarnos que a partir de Ellas las del vino, surja una variante báquica en los temas de la autora y ello determine un discurso irreverente y fresco, como ya nos tiene acostumbrados. La propia génesis de esta idea, en la casa de un poeta, apunta a que Zaida conoce los entuertos deliciosos del vino como potencia creadora y que quizás pudiéramos aventurarnos en una nueva faceta semántica dentro del tratamiento pictórico. Ella es, a fin de cuentas, una artista integral que cultiva la literatura y que sabe calibrar bien cuándo un tema ofrece entidad suficiente para ser trasladado al plano de lo metafórico y artístico. No hay oquedades en Zaida, sino nichos de sentido, hallazgos y luces.
El copón divino es esa expresión de corte popular, también resulta un referente totalizador o el símbolo que identifica una estela mayor de significaciones. Zaida del Río alude a un elemento que resume todo lo posible y lo imposible, y lo coloca en un recodo de su obra en una galería. Dicha copa de copas no solo posee el mejor vino, sino que es la quintaesencia de todo. Una especie de cáliz de la vida. Todo lo que se mueve a nivel metafórico ya está de alguna forma inscrito en la grandeza de la obra. Cuando observamos la exposición Ellas las del vino, no solo conocemos mejor a la artista, sino que intuimos su eternidad a partir de la grandeza de lo que se muestra y lo que se oculta. Ese juego de luces y de sombras, de rojos y de ocres que posee en Martí un breve oasis de azules tenues, es de por sí una propuesta conceptual que tendría que ser pensada como un gesto totalizador o sea como el copón divino.
“No hay oquedades en Zaida, sino nichos de sentido, hallazgos y luces”.
Quizás cuando Zaida pase al nirvana que tanto refleja en sus cuadros, nos queden las hilachas de estos hallazgos para comprender la luz de su camino hacia la perfección. Contradictoriamente, dicha estela está repleta de goce sensual, erotismo y de una fe inusitada en el placer como vehículo de realización del misterio.