Ballet 101 en el repertorio cubano: ¿reto o pleitesía?
En el año 2006 el destacado bailarín, coreógrafo y músico canadiense Erick Gauthier creó un trabajo muy novedoso y experimental que tituló, de manera jocosa, Ballet 101. Lo definió con los siguientes términos: “Es como un curso acelerado de ballet que, partiendo de las cinco posiciones básicas de la danza académica, extiende las posibilidades expresivas del bailarín con referencias a ballets del repertorio y alude a formas características empleadas por famosos coreógrafos. En el primer tiempo se muestran las posiciones de la danza académica, en el segundo estas se combinan al azar para crear una sorpresiva coreografía”.
Dicho así, de manera tan simple, el espectador no se percataría del fuerte reto a vencer por el bailarín seleccionado para interpretar tan complejo solo, (giros, saltos, baterías, equilibrios, expresividad y ductilidad estilística), pero otra cosa es cuando tiene la posibilidad de ver su ejecución sobre el escenario. Ese es el reto de Ballet 101, bailado en galas, festivales y concursos por rutilantes estrellas masculinas y que el 6 de noviembre de 2010 el bailarín Jason Reilly, estrella del Ballet de Stuttgart, en Alemania, estrenara en Cuba, en el Teatro Mella, durante la celebración del XXII Festival Internacional de Ballet de La Habana, y que esta semana pasa a integrar el repertorio del Ballet Nacional de Cuba. Erick Gauthier inició su carrera artística en Les Grands Ballets Canadiens, y los continuó en el Ballet Nacional de Canadá hasta 1996, cuando pasó a formar parte del elenco del afamado Ballet de Stuttgart, donde actuó con el rango de solista y a partir del 2005 como coreógrafo. Buscando un espacio para dar rienda suelta a sus inquietudes creativas, en 2007 fundó la Compañía de Danza que lleva su nombre, y donde hasta hoy se mantiene exitosamente activo. Una parte valiosa de su labor coreográfica pone énfasis en la presencia masculina y en el rescate del papel fundamental del hombre en la danza escénica, como había sucedido en los siglos XVII y XVIII, en que las máximas estrellas, algunas llamadas Dioses de la Danza, fueron bailarines de la talla de un Louis Dupré, Louis Pécourt o Gaetano Vestris y su hijo Augusto. Luego del apogeo del romanticismo y el clasicismo en el siglo XIX, en que las mujeres fueron el centro de todo lo creado por coreógrafos de la talla de Filippo Taglioni, Jules Perrot, Jean Coralli, Josep Mazilier, Jean Aumer o Arthur Saint León, a inicios del siglo XX los ballets rusos de Sergio de Diaghilev, con la legendaria figura de Vaslav Nijinski, lucharon por restablecer un justo equilibrio de los roles sobre la escena del ballet a nivel mundial, desde su primera temporada en el Teatro del Chatelet de París en 1909. A partir de entonces nombres como los de los ruso-soviéticos Igor Youskevitch, Rudolf Nureyev, Vladimir Vasiliev y Mijail Barishnikov; el danés Erik Bruhn, el inglés Anthony Dowell, el francés Patrick Dupond, el italiano Paolo Bortoluzzi o los argentinos Julio Bocca y Maximiliano Guerra, revalidaron el prestigio de la danza masculina, que ha tenido a Maurice Béjart como máximo vocero y eje creativo en sus célebres compañías Ballet del Siglo XX, con sede en Bruselas, y Ballet Béjart de Lausana, en la ciudad suiza del mismo nombre.
“Los bailarines cubanos, especialmente los hombres, actúan por todo el planeta, y esto despierta la curiosidad, porque en el mundo del ballet los bailarines de tan alta calidad escasean”.
Uno de los aspectos más relevantes y elogiados de la Escuela Cubana de Ballet, gestada tras la fundación del hoy Ballet Nacional de Cuba el 28 de octubre de 1948 y desarrollada luego del triunfo de la Revolución en 1959, que rompió prejuicios y dio total apoyo material y moral al arte del ballet en nuestro país, ha sido el de la presencia masculina en su quehacer, especialmente después de la primera graduación de la Escuela Nacional de Ballet en 1968. A partir de entonces sucesivas oleadas de bailarines nuestros ganaron prestigio mundial, tanto en eventos competitivos del mayor fuste como en las giras de la compañía por 62 países de los cinco continentes. Numerosa es la lista en que figuran nombres tan ilustres como los de Jorge Esquivel, Orlando Salgado, Lázaro Carreño, Pablo Moré, José Zamorano, Andrés Williams, Fernando Jhones, Jorge Vega, Rolando Candia, Julio Arozarena, Lienz Chang, José Manuel y Joel Carreño, Carlos Acosta, Rolando Sarabia, Osiel Gouneo, Alejandro Virelles y Dani Hernández. Alicia Alonso, con su infalible sabiduría, dejó para la posteridad la mejor definición del fenómeno al decir: “Los bailarines cubanos, especialmente los hombres, actúan por todo el planeta, y esto despierta la curiosidad, porque en el mundo del ballet los bailarines de tan alta calidad escasean. Nosotros lo hemos logrado con un trabajo duro, muy duro diría yo, ya que exige al mismo tiempo que este sea un atleta de alta potencia y un artista”.
La exaltación de la danza masculina en el ballet de nuestro tiempo ha tenido valiosos antecedentes, basta mencionar Variaciones para cuatro, creado en 1957 por el inglés Anton Dolin, que ha sido bailado por las más refulgentes estrellas masculinas del ballet en el siglo XX y XXI, y Canto vital, que en 1973 el soviético Azari Plisetski creara para Esquivel, Salgado, Carreño y Willians, y que fue luego bailado en numerosos países por las sucesivas generaciones de bailarines cubanos con éxito rotundo.
Ahora el coreógrafo canadiense, con la ayuda de su maître asistente, el filipino César Sonny Locsin, ha apostado por cuatro jóvenes talentosos, todos egresados de la Escuela Nacional de Arte: Darío Hernández, Yankiel Vázquez, Yasiel Hodelín y Pedro Alcántara. En las funciones del 17 al 19 de marzo, y del 26 al 29 de marzo, en la Sala Avellaneda del Teatro Nacional, ellos tendrán la tarea de revalidar tan honrosa herencia.