Conspiradores, alienígenas y terraplanistas
Ignacio Ramonet es un intelectual completo, que posee la habilidad de explicar fenómenos complejos a una amplia audiencia y entregarnos de esta forma un universo de sabiduría en medio del marasmo de la vida cultural insulsa marcada por el consumo y la mediatización del caos. La era del conspiracionismo, su última entrega, aborda desde el lenguaje del ensayo toda ola de odio y de mentiras que se ha desatado a partir del uso de las redes sociales y de su impacto en las realidades políticas concretas de la humanidad. Con un tono didáctico, desde el uso de resortes narrativos, Ramonet propone que el lector reflexione y se acerque críticamente a los contenidos de Internet, ya que en los años más recientes se dieron sucesos en el hemisferio occidental que apuntan hacia una redefinición de lo que se conoce como democracia. Este rostro monstruoso de la política aparece en las páginas del volumen y ello nos coloca ante el fenómeno de las teorías de la conspiración como un ente de peso en el pensamiento social y en la conformación del poder desde la desconfianza hacia las élites y los grupos influyentes.
El libro comienza explicando cómo desde que se produjo la globalización neoliberal del siglo XX, la verdad y sus derivaciones se deformaron para ser un elemento más de la mercadotecnia anexo a la centralidad del capital como fuerza dominante. Ello dio paso al surgimiento de plataformas que poseen la potencialidad de impulsar comportamientos de odio y por ende de violencia política contra todo lo que no se pliegue a una determinada voluntad. Para Ramonet, las redes sociales van unidas a una manera de construir el poder que las antecede y que las impacta, atravesándolas con la fuerza de un portentoso huracán. El neoliberalismo no solo destruyó el estado de bienestar en los países occidentales, sino que creó las plataformas para que el odio y la frustración también se volviesen elementos comprables y reutilizables para las élites en su proyecto de dominación y perpetuidad del régimen. El ciudadano blanco y anglosajón pobre que había vivido en la ilusión del american dream de pronto se vio marginalizado y en peligro de desclasarse. Siglos de miedo y de odio se desataron a partir de la desindustrialización de los Estados Unidos, pues los empleos desaparecieron y con ellos todo atisbo de bienestar. En la tierra profunda norteamericana, el sujeto que por décadas había sostenido su fe en el sistema de consumo ya no valía nada y era un simple juguete en manos de las voluntades caprichosas de las élites financieras de Wall Street, los únicos que sacaban ganancia de la deslocalización de las industrias hacia los países del sur y que por ende comenzaron a ser señalados como los culpables de la ruina del país. Poco a poco, la leyenda de un Estado perverso y oscuro se iba imponiendo entre los blancos pobres, así como el anhelo de que apareciera un líder mesiánico que con un discurso milenarista salvara a Estados Unidos y restituyera el viejo sueño. El imperio decadente, sin embargo, está siendo objeto de las mismas lógicas del capital que antaño sostuvieron su prosperidad. Los flujos del mercado, al carecer de otra ideología que la renta absoluta, se van hacia el sudeste asiático. Ahí reside el origen del mal que desata la era del conspiracionismo. El ciudadano común no puede rastrear todo el devenir del desmonte del Estado y de la privatización, así como las líneas derivadas de dicha transición dentro de Occidente entre las décadas de 1980 y 1990. Entonces, esa gente común lo que hace es tejer un relato en el cual se busca un otro cultural que cargue con la culpa y de tal manera establecer una lucha contra dicho enemigo, lo cual justifique y le dé entidad al viejo sueño perdido.
El fenómeno de las teorías de la conspiración constituye un ente de peso en el pensamiento social y en la conformación del poder desde la desconfianza hacia las élites y los grupos influyentes.
Lo que Ramonet nos propone es conocer esa genealogía del odio. Los blancos pobres se desclasan, pero no asumen su conciencia de clase, sino que erigen guerras identitarias que mantengan en vilo el hallazgo metafísico de un sentido mayor. Las élites, responsables del fenómeno, usan ese odio para que sea un arma electoral arrojadiza. Conspiradores que creen que el país está gobernado por una secta satánica que consume la droga del adrenocromo se preparan para crear milicias de asalto y de hecho atentan contra la legalidad del Congreso de los Estados Unidos. Otros, hablan de que la Tierra es plana y que los medios y el cine han mentido en torno al viaje a la Luna. Se realizan reuniones y simposios y las redes se inundan con el mismo mensaje. Millones profesan los bulos, aunque todo sea un desastre carente de lógica. Un estudiante crea una teoría de la conspiración para evidenciar las falacias conspiranoicas y durante meses las personas comparten la hipótesis de que las aves murieron hace mucho y que lo que se ve ahora son drones encubiertos de la CIA. El mismo joven desmiente su propia mentira, pero es inútil, el fenómeno ha tomado vida propia y millones siguen con la etiqueta en las redes y sostienen que en efecto las aves son robots espías al servicio del gobierno. El entorno, la arquitectura de Facebook y Twitter favorecen que las ideas más locas se difundan y tengan millones de compartidos. En cambio, los debates en torno a estas cuestiones son mínimos. La polarización aumenta, pues las personas sostienen su fe y no son tolerantes ante la razón o cualquier otra ideología. Del odio se pasa a la organización de grupos extremistas de la llamada Alt Right (derecha alternativa) y a partir de ahí se suceden los incidentes que ya traspasan las redes sociales. Las teorías de la conspiración ya no son extrañas y fantasmales historias, sino que toma fuerza el identitarismo y por ende otras son las tentativas: los blancos pobres culpan a los emigrantes de robarles los puestos de trabajo y cobra auge otro conspiracionismo en torno a una invasión hispana. Dichas incursiones, a diferencia de un ejército, se proponen barrer con la identidad blanca anglosajona a partir de la reproducción de mexicanos dentro del territorio de los Estados Unidos. Y del caos surge Donald Trump, el esperado mesías. Devenido político, el empresario se hizo famoso por sus desplantes en los medios de prensa y por su postura egocéntrica. Un profundo amor a sí mismo lo lleva a presentarse por el Partido Republicano y gana las elecciones luego de una campaña en la cual se echa mano a todo tipo de ataques personales. El país termina mucho más dividido.
En la crónica que refleja el libro de Ramonet, hay un país que ha enfermado de narcisismo. Esa república que posee una existencia de imperio hacia el exterior de sus fronteras, está a punto de resquebrajarse si alguien no hace algo para recomponer los pedazos rotos de su gobernabilidad. Pero la clase política está desmoralizada y por ende no hay otra forma de participación que a partir de las redes sociales y de las acciones por fuera de la institucionalidad. Los blancos pobres sobre todo odian al Partido Demócrata que posee un acercamiento más o menos con los emigrantes. Estados Unidos comienza a sufrir el resurgimiento de la vieja narrativa del separatismo y de la guerra civil. Los grupos extremistas de la derecha reviven los símbolos perdidos de un pasado supremacista. El sur y su esclavismo antinegro y antisemita es el caldo de cultivo y allí se dan los choques entre los wokes y los conservadores. Unos y otros son formas del neoliberalismo en crisis, derivaciones de la decadente agenda cultural del imperio y no ofrecen alternativas para salvar a la mayoría de la crisis. Asesinan a un joven negro, George Floyd, y se movilizan los grupos antirracistas. Hay disturbios y en medio de todo se desata la pandemia global de la COVID-19. Trump aparece en la televisión y recomienda beber lejía para frenar los efectos del virus. Todo ofrece un aspecto pantagruélico y grotesco, sin lógica, propio de la corte de Calígula o quizás peor. Las elecciones entre los dos partidos hegemónicos no pueden ya solucionar las heridas del conspiracionismo y el odio está bien acentuado en la sociedad.
Esa Roma decrépita solo se mantiene a causa del poder del dólar, un papel que imprimen sin que les cueste absolutamente nada. El mundo acepta dicha inflación a punta de misiles, pues el Pentágono sigue teniendo el monopolio de la fuerza y de las alianzas bélicas internacionales. Pero China y Rusia han creado un rosario de uniones que amenazan el viejo orden y que pudieran ponerle fin al imperio y así generar hacia el interior de la república la crisis definitiva. Las propias élites anglosajonas están amedrentadas por este panorama y arremeten con rabia fundando una agenda cultural canceladora que prohíbe la libre opinión y que crea el estigma moral y el asesinato de carácter para todo el que disienta. Ello impacta también de forma negativa en la relación de esta élite con sus gobernados, quienes fungen como carne de cañón sacrificable.
“Ramonet coloca una piedra medular para los análisis en torno a la vida irracional de hoy”.
Los tambores suenan por todas partes y alguien hasta se atreve a hablar de la guerra atómica apocalíptica definitiva. La locura ha tomado dimensiones inmensas y pareciera que no va a detenerse. Las redes son la caja de resonancia de todo y el entorno en el cual poderosas inteligencias artificiales cobran fuerza y son capaces de elaborar peligrosos juicios que pudieran pasarle factura a la humanidad. Si el dólar cae, se resiente el mundo, pues nos hemos globalizado. Ni a China le conviene. Pero tampoco es saludable seguir engordando una inflación monetaria que puede explotar de un momento a otro generando un panorama bélico aún peor. Las contradicciones que se evidencian son las del capital en su fase decadente de dinero especulativo y sin valor real que frena las potencialidades de las fuerzas productivas. La política es el correlato de todo ese desastre y una de las herramientas de alienación del pensamiento. El wokismo y la agenda conservadora son dos caras del neoliberalismo que ha privatizado el planeta y que ya no puede ofrecer otra cosa que crisis. A la gente solo le queda asirse a un relato, a una mentira conveniente o a una verdad alternativa.
De esta forma, los votantes de Trump viven metidos en Parler o consumiendo medios de ultraderecha en los cuales se miente descaradamente. Muchos usuarios por su parte, hastiados de la política, prefieren seguir noticias triviales y foros de debate en los cuales se habla sobre el affaire entre Shakira y Piqué. La respuesta ante lo incomprensible es esconder la cabeza en la tierra como el avestruz. La gente no halla sentido en un mundo en caos. Surgen más y más teorías de la conspiración. Un supuesto viajero en el tiempo declara que para el jueves 23 de marzo del 2023 se iniciaría una invasión alienígena al planeta y cientos de miles se aterrorizan y se preparan para el golpe del rayo pulverizador. Otros sostienen que en realidad ya los extraterrestres están aquí y son una raza reptiliana que maneja las finanzas y que decreta las crisis, las hambrunas y las pandemias para el común de los seres humanos. La información ha perdido tanto su racionalidad que ya ofrece pocas ideas conexas y coherentes. Los hechos dejaron de importar y lo que se sucede es una avalancha de interpretaciones y de creencias que atizan el odio y las emociones confrontacionales.
Cuando termino de leer el libro de Ramonet, echo un vistazo a las redes sociales y hay millones de personas compartiendo unas imágenes muy realistas de una supuesta detención policial de Trump. Es obvio que se trata de fotos trucadas por una inteligencia artificial, pero no faltan esas muchedumbres crédulas que asumen las estampas como serias. Pasarán semanas debatiendo en torno a ello y surgirá una nueva teoría de la conspiración que articulará a otro grupo de seguidores fanáticos. Las burbujas de consumo de información son alimentadas a partir del mismo mecanismo que hace que la gente sustente sus miedos a partir de hechos sin conexión. Trump está libre en algún punto de los Estados Unidos y prepara su candidatura a las elecciones presidenciales. A su vez, sus fieles recrean otras tantas ideas y relatos en torno al líder y se frotan las manos con las acciones extremistas que realizarían en caso de darse un retorno del expresidente al poder. La verdad sigue alejándose y sufriendo metamorfosis.
A la altura del 2023, los medios de prensa carecen de fuerza para detener las narrativas y se han sumado a las mismas por la propia dinámica del mercado. Las agendas estatales de Occidente asumieron la cancelación del debate como asunto de Estado y la han legitimado; ya se puede decir que se está en una tercera guerra mundial al menos desde el punto de vista de la cultura y de la información. El divisionismo, el odio, las emociones han bloqueado todo tipo de seriedad y solo se trasciende a partir de una ideología light de los desclasados de hoy que ayer fueron los beneficiados del american dream. La conciencia de clase de estos grupos es una guerra civil de culturas e identidades que va a desembocar en una noche de San Bartolomé global. Como en las guerras de religión del siglo XVI, las hogueras funcionan a diario y la cancelación cobra vidas sin que a los victimarios les tiemble la mano.
El libro La era del conspiracionismo ofrece unas claves para entender este mundo, pero es sobrepasado por una complejidad que lo desborda. Ramonet coloca una piedra medular para los análisis en torno a la vida irracional de hoy; pero a la vez queda claro que a la confusión y la falacia del presente se ha llegado solo a partir de la construcción de un poder político fallido y alienante que lleva las riendas del mundo. Los conspiracionistas son como virus que se reproducen y mutan, y que al inicio simulan incluso ser parte de nuestro organismo y entonces estallan como el capullo de una flor y generan la invasión alienígena de las mentiras.
El círculo vicioso de los bulos no parece acortarse. Más allá de un estudio como el de Ramonet, la hidra prosigue su maldad y la verdad pierde aún más su rango. Las conspiraciones se relevan o coexisten y el caos es la única realidad palpable que permanece por encima del bullicio semántico. Los laboratorios lanzan una y otra falacia con el pretexto de que quieren matar los virus, o sea, las mentiras; pero las cepas se reproducen y generan picos de infección informativa. Hay un mercado y una lógica dentro del sistema que se nutre de este desastre. La conciencia se diluye en la única compulsión clara, que es la de la renta absoluta del capital. Más que una enfermedad de los pobres es una plaga que amenaza incluso a los ricos. Cuando caiga el castillo de naipes no habrá refugios posibles. Todos lo murmuran, aunque sigan con sus rutinas diarias y las peleas en los chats y los grupos de debate.
El conspiracionismo reina y pareciera que no va a marcharse, sino que hunde su raíz en nuestro cerebro colectivo. A lo lejos, los tambores anuncian un horizonte oscuro. ¿La guerra?, ¿otra teoría loca y deforme? Los fanáticos se afilan los dientes y se lanzan a especular en un bucle infinito y casi propio de los más míticos infiernos.