Para que no haya lugar a dudas, y no creo que las haya, declaro que esto no pretende ser ni por asomo una presentación impersonal, de puro compromiso académico, pues mi admiración de siempre por la escritura de Juan Manuel Roca, y el privilegio de considerarme su amigo, pana, llave… hacen de estas palabras una toma de partido por la persona y el intelectual que es Juan Manuel. 

A mi modesto entender, es uno de los poetas latinoamericanos más importantes de su generación. Cantar de lejanía, antología personal dada a conocer primeramente por el Fondo de Cultura Económica, y que publicará en una cuidada segunda edición el Fondo Editorial Casa de las Américas, a tenor de que en el 2007 recibiera merecidamente el Premio “José Lezama Lima”, es solo un ejemplo cercano que ilustra entre nosotros lo antes afirmado.

Juan Manuel Roca, poeta colombiano.

Lo conozco desde inicios de los ochenta, en esta Habana que le es tan familiar. Recuerdo, por ejemplo, que hace treinta y cinco años él estaba sentado en la sala de mi casa cuando llegué con la noticia de que me habían propuesto ser director de La Gaceta de Cuba. Desde un principio su poesía, su periodismo, su conversación, dieron fe de una persona por la que vale la pena apostar y ser su amigo. En sus viajes a la Isla; en su Medellín de la eterna primavera; en la Morelia colonial; en el Quito del centro del mundo; en la Caracas de mi primera infancia, o en la conversación telefónica que una amiga nos propició en Manhattan, pero sobre todo en sus libros y cálidas dedicatorias donde se define como “bateador de naderías”, o en decenas de publicaciones literarias, por más señas en el suplemento Magazín Dominical de El Espectador,del que fue editor durante más de diez años,se ha encontrado y reencontrado nuestra amistad. Y también en sus otros ejercicios: narrador (su novela Esa maldita costumbre de morir, finalista del Premio Rómulo Gallegos de 2007, o el libro de cuentos Las plagas secretas); gestor de antologías; proyectos culturales; revistero nato —incluyendo esa rica vertiente que es su periodismo—, y en especial sus crónicas.

He seguido su poesía, esa pasión que “nace de su insatisfacción con la realidad”, y compartido con amigos esas lecturas, ya sea con Enrique el escultor, Ramoncito el poeta, Greco el agrónomo, o Gisela la arquitecta. Ahí está, en el póster con el poema de amor, o en la amistad compartida con el entrañable Albertico Rodríguez Tosca, que con conocimiento de bares y lecturas supo en su momento definir esa búsqueda, donde el hombre “se asume como realidad cuestionable”, por esa insatisfacción ya mencionada.

Desde que leí sus primeros poemas, sentí que muchos de esos textos me hubiera gustado escribirlos, revelando el máximo de complicidad como lector, y la agonía del oficio de la escritura. De eso habla un escriba mayor como Gonzalo Rojas, “tanta es la afinidad entre la visión y lenguaje”, en su “Carta a Juan Manuel”, que sirve de pórtico a Cantar de lejanía.Y agrega Gonzalo: “Poeta mío entre los míos, lo que más celebro en él es la fiereza, esa amarra entre vida y poesía que llega a lo libérrimo, el tono, el tono, como dijo Vallejo, el epicentro de decir el mundo”.

“(…) lo que más celebro en él es la fiereza, esa amarra entre vida y poesía que llega a lo libérrimo”, dijo Gonzalo Rojas de Juan Manuel Roca.

La idea de que casi todo escritor es autor en su vida de un solo libro, es una constante en la escritura de Roca. En la poesía se puede ser más absoluto: ser recordado por unos pocos poemas, como decía Octavio Paz, o por unos pocos versos, como sentencia Rojas. En sus páginas encontramos ese discurso único, la voz de la tribu interpretando todo un magma de experiencias, sentimientos, deslumbramientos, diálogos con la otredad y el tiempo. Él mismo declara “la posibilidad de monologar desde el otro, de uno y los demás, todo esto envuelto en lo que creo el tema único en mi poesía: el tiempo”. De esos vasos comunicantes rimbaudianos, de esa lección del tiempo, de antigua raíz en el dilema sanagustiano, donde cruza su admirado Eliseo Diego del que recuerda sus versos “la extraña conciliación de los días de la semana con la eternidad”, vienen los títulos de dos de sus poemarios más significativos: Monólogos y La hipótesis de Nadie.  

“La idea de que casi todo escritor es autor en su vida de un solo libro, es una constante en la escritura de Roca”.

La Historia y las historias le obsesionan. O su mirada sobre las historias menudas protagonizadas por el poder de las cosas, que dota a su lírica de una alegoría constante como ciudadano de los objetos, de profesión anticuario o relojero, atravesadas sus páginas de silogismos, que pueden ser visibles u ocultos. Lo que escribe sobre Silva, “tiende a ver el reverso de las cosas, a otorgarles un animismo propio de magos o de niños”, le corresponde cabalmente.

La presencia de la tradición familiar, de la que es emblema su tío y amigo Luis Vidales (“Soy Roca por lo terco, Vidales por lo muy terco”): “Mi madre paseaba por la alcoba limpiando el ojo a los retratos de los muertos”(“Mester de ceguería”). O en “Crónica familiar”, se interroga desde el ámbito doméstico: “¿Y la patria? Es todo aquello, / Todo aquello que no tengo”. Aquí tocamos a Colombia, que es protagonista, visible o subterránea, en angustias, desaliños, peleas y esperanzas, de todos sus libros: “Aquí crecen la rabia y las orquídeas por parejo”(“Una carta rumbo a Gales”). El país que siempre le acompaña, ya sea el Magdalena triste y luminoso “En la ruta del agua”, o la Candelaria con sus aldabones de bronce en “Monólogo de José Asunción Silva”. Todo un desamparo y una pertenencia cuando cavila: “Ahora mismo ignoro, como todos los nativos del país, el lugar donde me encuentro”.La violencia soterrada de ese país real y ese país formal, que nos describe y sobre del que me hablara, en la casa habanera de su hija, el lúcido Diego Montaña Cuéllar.

“La Historia y las historias le obsesionan”.

Los viajes han ido alimentando sus palabras, dándole la ubicuidad de estar en Medellín, México DF, o La Habana, cuando sentencia: “Pero no hay nadie que sea mortal mientras baila un danzón”(“Salón Colonia”). Esa declaración de principio y final que es El rock de los adioses,dedicado a los cubanos Wichy Nogueras y Ramón Fernández Larrea: “Y todos los poetas, los engolados, los puros/ Los amorosos los solemnes y los piojosos/ Todos los arrogantes y soberbios poetas/ ¿Van a morir? ¡Yeah! ¡Tres veces yeah!…”

El humor es otra forma de dialogar e interpretar al mundo; junto a la poesía, un ejercicio para vencer la oscuridad. “No hay rasgo más humano que el que descansa en el humorismo”. Algo tan orgánico en Juan Manuel, que le acompaña siempre, lo sobrepasa, es una segunda piel, llega a hacerse insoportable para él mismo. Desde celebrar el graffiti anónimo, hasta los juegos verbales y retruécanos con que sazona, incluso traicionándose, toda conversación. Pero siempre es un humor sutil, como lúcida es su poesía, en este territorio calcinado por las desigualdades y la violencia que es el mundo y la época en que vivimos, que no deja de explorar convencido de que nada humano le es ajeno; donde la emoción pasa por la imagen, se levanta en la estructura del poema, se da a conocer en sus silencios, poemas tan parecidos a su autor de tanto andar juntos. Saetas como las letras de canciones populares que tanto le gustan; en especial la música cubana, los bolerones de Orlando Contreras resonando en el Bulevar de Junín, su devoción por Sindo Garay, Carlos Embale, Bola de Nieve o el Benny —escuchados en la terraza de mi casa o en la sala antioqueña del amigo Samuel Vásquez—, las crónicas que ha publicado a montón sobre los temas más diversos o esos mismos graffitis: “Las putas al poder, sus hijos han fracasado”, donde el humor y la síntesis implacable se dan la mano.

Como lo definiría un ilustre compatriota suyo, el gran Héctor Rojas Herazo, “nos habla de nosotros”. Recorriendo los pasillos de la Casa Silva, o los predios de La Candelaria, la cachaca o la morocha, o El Vedado, con su tremenda capacidad de asociación, tanto para la conversación como para la escritura, para el humor como para la metáfora, nos acompaña en travesías donde se identifica con los “maliciosos” colonizando la noche, a lo Villon o Barba Jacob, “confabulados con el tiempo”.Todo en constante juego y descubrimientos de silogismos, sello que lo distingue, común denominador en su obra. En ese caldo de cultivo están sus preferencias: José Asunción Silva, Vallejo, Rimbaud, en primer lugar, o toda una pandilla de autores como los varios Pessoa, o Dylan Thomas, —etnia espiritual—, o su amigo Fayad Jamís, cuya tumba buscó en vano.

Roca y Jamís comparten el amor por la poesía de Vallejo y la francesa.

Fui testigo, con Víctor Rodríguez Núñez y Arturo Arango, de cuando Fayad y Roca se conocieron, y del afecto y admiración que surgió entre ellos desde el primer momento. Ambos comparten tendencias, como pueden ser César Vallejo y los poetas franceses; o la ambición de una poesía abarcadora en la acumulación de vivencias que es la odisea de vivir. En el caso de Jamís, igual desde las dos hambres seculares, sabiduría que viene con la cultura bosquimana hasta su admirado Vallejo; que nutrió con su aventura en aquel París, que no era una fiesta, y donde prefirió “la prosa de los periódicos de que hablaba Apollinaire”. Es significativo que en fecha tan temprana como 1952 Cintio Vitier dijera sobre él: “La angustia, los oscuros parlamentos de la soledad, se mezclan en su mundo a cierto sabor de interiores sombríos…”[1].

El principio de que el código de cada poema sea independiente a las leyes del autor, la palabra que se burla en el límite de su aparente creador, y posible “recreador”, como un símbolo mutante entre el poeta y sus futuros lectores, es una experiencia renovada en la obra del Moro, que nos da la posibilidad de descubrir reiteradas asociaciones naturales entre Jamís y Roca, por lo que me gustaría terminar parafraseando libremente al segundo: “Festejemos a Fayad… y a Juan Manuel, que nos permiten presumir que somos Alguien”.

*Presentación de Juan Manuel Roca, y la conferencia “Fayad Jamís revisitado”, en la Feria Internacional del Libro de La Habana 2023, 15 de febrero, Sala Alejo Carpentier.


Notas:

[1] Cintio Vitier. “Fayad Jamís”, Casa de las Américas, no. 172-173, p. 24.