Un acercamiento a la poesía que forjamos
Ser juez y parte de un fenómeno siempre desborda un sinnúmero de aristas no del todo favorables, ni consideradas como índices de apertura; no obstante, como piensan muchos, entre los que se incluyen los que en nuestro país han escrito sobre la poesía, a veces los mejores críticos suelen ser los mejores poetas.
Con sendas de delimitación en las maneras y aportes de la generación a la que pertenezco, y en algunas ideas polémicas esbozadas en la bibliografía sobre la poesía cubana actual que se someten a revisiones, operará mi acercamiento.
Había un mago que reinaba casi totalmente cuando mi promoción, integrada por los nacidos en la década del 60, y que comenzó a publicar propiamente, con regularidad y soltura en la década de los 90, sintió que le llegaban los primeros frutos poéticos a considerar, un hechizado. El sistema poético de José Lezama Lima había entronizado sus maneras en nuestro instinto y anhelo de decir, luego de despertar algunas inclinaciones en la generación anterior, dígase Ángel Escobar, Raúl Hernández Novás, Reina María Rodríguez, entre otros. Aquella poesía hermética, como gustan de calificarla algunos miembros de otras generaciones posteriores a la del gordo de Trocadero y anteriores a la nuestra, floreció en los nuevos tiempos con su carga de intimismo, intenso metaforizar, contraria a la grafomanía y con una manera más sutil de subvertir y rescatar lo conversacional. La problematización del lenguaje, el deseo de reflexionar sobre el acto / hecho de la escritura, fue una preocupación esencial que posteriormente nos definió como grupo generacional.
Se avizoraba la presencia de tres figuras irradiadoras: los casos de Ángel Escobar y Raúl Hernández Novás, cuyas escrituras, según nos confiesa Walfrido Dorta, se presentan en la antología Usted es la culpable, preparada por Víctor Rodríguez Núñez y publicada por la Editorial Abril en 1995, como “dos proyectos diferenciales en cuanto a las coordenadas desde las cuales se proyectaban”. Y el caso de Reina María Rodríguez, cuya obra, muy en consonancia con su accionar como figura de la intelectualidad cubana, aunó tendencias y voluntades entre poetas de la generación de los 90, e incluso en escritores más jóvenes. Quiero decir que la tendencia civilista de su propia obra, y el intenso mutar de los cánones de su escritura acercándose a la práctica de vates más jóvenes, la convirtió en un ente nucleador de anhelos y propuestas transgresoras.
Las visiones perturbadoras de la poesía de Ángel Escobar le allanan un camino a través del cual el poeta accede a la originalidad en una obra donde vida y escritura, como ha dicho el poeta Efraín Rodríguez Santana, están muy vinculadas. En mi caso particular fue uno de los primeros poetas que conocí de cerca. Con el poeta Rito Ramón Aroche visité su casa de Alamar numerosas veces y tuve pruebas de su afable y enigmática personalidad. No hablaba de poesía. No daba criterios por versos que se le mostraran. Era así, muy ensimismado y cordial.
Imagen: Tomada de Cubaliteraria
En cuanto a cómo percibimos la generación nuestra que emergía, y qué preguntas o ideas de la poesía impulsamos, puedo decir que nos libramos un poco de aquella preceptiva que reza que un poeta debe conocer al dedillo, en primer lugar o únicamente, la literatura de su lengua materna, la de los autores españoles que tanta prosapia han derramado a lo largo de los siglos. Nos interesaba toda literatura, toda poesía que estuviera bien escrita. Pertenezco a un grupo generacional que comenzó a publicar en la década de los 90, cuando se recrudeció la falta de papel, y que debido a esta eventualidad pudo madurar, pulir más lo que ya tenía escrito y quería publicar. Es decir, hubo una decantación. Involuntaria o por fuerza del azar, pero la hubo. Fueron años de intensas lecturas donde nos unimos todos y nos convertimos en una especie de agenciadores de libros para un grupo. Lecturas tensas en la Biblioteca Nacional. Recuerdo que algunas veces copiábamos libros de poemas y los mecanografiábamos, haciendo curiosas ediciones que circulábamos entre los amigos escritores del grupo. Teníamos un deseo profundo de hacernos de una biblioteca prodigiosa, pues, como dijo Marx, tus libros son tus guerreros, y como tal hay que acudir a alguno de ellos en cualquier momento. Es decir, que miramos al tiempo a la tradición y contemporaneidad de tu país y de tu lengua, y a la tradición y contemporaneidad de la literatura toda. Esto nos permitió distinguirnos más claramente de la generación anterior. Fue innegable, como ha dicho el crítico Enrique Saínz, el diálogo con la poesía de todas las latitudes coetáneas o anteriores y con ideas de la Postmodernidad, que entre los poetas cubanos tuvo una curiosa asimilación sin tener que ver nada con aquello del fin de la historia, sino con una profunda indagación sobre el acto / hecho de la escritura, sus causas y consecuencias. Reaccionamos contra la grafomanía, contra la palabrería y un tanto contra el conversacionalismo. Nos caracterizó un anhelo de búsqueda aún más arduo, acaso tensar por igual inteligencia y sensibilidad, todo inflamado por un cambio brusco en la realidad social: la caída del campo socialista, serias restricciones económicas. Dimos rienda suelta a la exploración del lenguaje, y establecimos cierta “consonancia entre la fractura y la coherencia de un pensamiento en perpetua interpretación de su propia realidad y dimensión”.
Víctor Fowler. Foto: Archivo de La Jiribilla
Es muy ilustrativo recordar aquí el enjuiciamiento de Enrique Saínz cuando abordaba las rupturas radicales dentro de la generación: “Estos autores se propusieron, ciertamente, romper con la cosmovisión de aquellos maestros, negación que implica una relectura de nuestra historia y del paisaje, de la gran tradición que delimitó y conformó las respectivas poéticas de aquellos y, en no menor medida, de sus diálogos con la cotidianidad y con el porvenir. Así, en autores como Rolando Sánchez Mejías, Carlos Alberto Aguilera, Rogelio Saunders, Pedro Márquez de Armas, Ricardo Alberto Pérez, Rito Ramón Aroche, Caridad Atencio, Antonio Armenteros, Juan Carlos Flores, Víctor Fowler”, Ismael González Castañer “entre otros, hallamos obras relevantes de la poesía cubana de estos primeros años del siglo XXI, todas ellas caracterizadas por un discurso desestructurador, que quiere desentenderse de los cánones de la lírica cubana precedente, y con un léxico y una sintaxis que nos revelan de manera muy evidente esa necesidad de reescritura, atentos como están a realidades marginales, periféricas, sucias, desprovistas de toda belleza a la manera clásica y cualquier teleología o pretensión idealizadora de interpretar, la realidad, el suceder, la Historia”.
En cuanto a nuestra recia voluntad de ruptura tenemos como precedente innegable a la generación de Orígenes, y en lo tocante a la afición, sin ser muy exhaustivos, ya que encontramos motivos en todo lo bien escrito, realzan la poesía francesa, la poesía norteamericana, la poesía china, la poesía rusa y el campo indeclinable de las filosofías.