Adolfo Guzmán, un hombre que no sabía decir no

Leonardo Depestre Catony
22/7/2016

Unos cuantos años atrás, el ya fallecido compositor y musicólogo Hilario González tuvo la gentileza de escribir para un texto mío estas palabras, aquí extractadas:

Cuando se ha producido belleza del más alto nivel, sostenidamente, a través de una vida creadora; cuando esa belleza ha traspuesto las fronteras de la patria y ha devenido heraldo de la idiosincrasia de su pueblo; cuando el pueblo ha constatado que el autor le ha sido y es solidario en los buenos y los malos momentos, en las grandes felicidades y en las grandes amenazas y los grandes dolores; cuando para ese pueblo se ha trabajado hasta el momento de la muerte; cuando, en suma, se es Adolfo Guzmán, se es acreedor a que los hechos de la vida y de la trayectoria creadora sean reflejados en trabajos que los proyecten hacia las generaciones futuras. 

La trayectoria del maestro Adolfo Guzmán como músico y ciudadano ejemplar le ganaron la admiración de cuantos lo conocieron. Por ello, cuando en 1978, dos años después de su muerte, el Instituto Cubano de Radiodifusión (ICR) celebró su primer Concurso Anual de Música Cubana, lo denominó Adolfo Guzmán, sin que tal decisión —en una tierra de tan buenos compositores como lo es Cuba—, fuera considerada arbitraria ni azarosa, sino justo reconocimiento a la obra de un músico integral, uno de los genuinos valores de la canción cubana, con un desempeño musical que abarcó diversas aristas.


Foto: Archivo La Jiribilla

Sus inicios fueron como pianista acompañante de Florito Costa, en 1936, fecha en que contaba solo 16 años. Luego llegaron Los Románticos Gauchos, con su repertorio de tangos, dos bandoneones, dos violines, un pianista, un bajista y un cantante. En Cuba, el pianista se separó y hubo necesidad de buscar a otro. Sería Guzmán.

Ricardo Dantés, uno de los miembros de la agrupación, contó mucho después a este redactor: “una tarde nos quedamos Guzmán y yo en la emisora [RHC Cadena Azul]. Ya habíamos terminado y él se puso a improvisar al piano. Luego llegó Luis Vilardel, abogado y poeta, lo oyó tocar y le dijo: `Espérate, que te voy a traer un poema para que le pongas música´. Adolfo lo leyó, empezó a tocar y le puso la música al momento. Como aquello no parecía posible a Vilardel, le trajo un libro de poesías, lo abrió por una página cualquiera y se lo puso delante a Adolfo, quien lo leyó por arriba y repitió la operación de musicalizarlo”. La anécdota, por supuesto, es real y no requiere comentarios.

Pero es a partir de su entrada en la emisora Mil Diez, del Partido Socialista Popular, cuando se produce un verdadero despegue y lucimiento de las facultades de Adolfo Guzmán, tanto dentro de la ejecución pianística como en la conducción orquestal. Fue nombrado director musical de la emisora y con su “orquesta de tangos” acompañó a varios cantantes célebres argentinos que visitaron el país.

La irrupción de la televisión le abrió nuevas posibilidades como director, orquestador y pianista acompañante. Trabajó para el Álbum Phillips de la televisión y en el decenio del 50 llegó a ser uno de los directores de la Orquesta de CMBF Canal 4, dirigió igualmente la Riverside y trabajó en las orquestas de diferentes centros nocturnos.

A partir de 1959 ocupó diversas responsabilidades. Junto a Isolina Carrillo participó en la creación del Coro Gigante de la CTC Nacional y presidió el Instituto Cubano de Derechos Musicales, en cuya condición viajó por Europa. En Álbum de Cuba, programa del que fue director musical por varios años, aún muchos lo recuerdan acompañando al piano a Esther Borja, o tocando junto al maestro Frank Emilio Flynn, gran amigo suyo, en El piano, por el Canal 6.

Dirigió además la orquesta del Teatro Musical de La Habana, asesoró musicalmente al cuarteto Los Modernistas y formó parte de la delegación cubana a la Expo Mundial de Montreal ´67. También compuso música para teatro, ballets y series televisivas, e hizo arreglos para interpretaciones corales.

Se afirma que no sabía decir no. Y como tal entrega al trabajo no podía pasar inadvertida, se le confirió la Orden Raúl Gómez García por sus 30 años de servicio en el sector artístico y en 1976, poco antes de morir el 30 de julio, a los 56 años, la Orden de Héroe Nacional del Trabajo.

Del maestro Guzmán, en su faceta de compositor de canciones, tenemos abundantes muestras: “No puedo ser feliz”, de 1954; Profecía (1955); Libre de pecado (1958); Es tan fácil mentir (1962) y Te espero en la eternidad (1963), piezas antológicas de la cancionística cubana de todos los tiempos que alcanzaron enorme difusión en las voces de importantes intérpretes.

“Guzmán tomó —son palabras de la musicóloga María Teresa Linares— los elementos de la canción lírica tradicional y los actualizó. Sus canciones requieren una voz de gran extensión, de ahí que su producción encaje dentro del estilo de la canción de concierto”.

Como “arreglista fabuloso” lo consideró Esther Borja. Poseedor de un oído extraordinariamente bien dotado para la identificación de los sonidos (un oído absoluto, en opinión de los especialistas), Guzmán reveló concepciones modernas acerca de la instrumentación y patentizó un buen gusto inobjetable.

Pianista, compositor, orquestador, director de orquesta, hombre de bien, Adolfo Guzmán es uno de los músicos cubanos de más honda huella en el contexto artístico cubano del siglo XX.