El Martí de Retamar. Más allá de “Calibán”
La palabra no es para encubrir la verdad, sino para decirla
José Martí[1]
I
“Introducción a José Martí” (1973)[2] es una reelaboración de “Martí en su (tercer) mundo” (1963-1964), donde Roberto Fernández Retamar, aquel poeta sobrio de porte elegante y verbo reposado, recorre sucintamente la vida del Maestro y esboza algunas claves de su pensamiento y acción. El vínculo es tan orgánico que el autor llega a afirmar que “el pensamiento de Martí es la conciencia de sus actos”.[3] Frase que, como toda relación esencial, funciona también a la inversa: la vida de Martí es una función de su pensamiento.
“El pensamiento de Martí es la conciencia de sus actos”.
Martí vive en el ecuador de dos épocas: entre la declinación del imperio colonial español y el auge del imperio neocolonial norteamericano; y esa tensión histórica, como la llama Retamar,[4] define su proyección. Pero cuando se habla de un espíritu excelso, la relación entre el ser y el pensar debe estudiarse como los puercoespines hacen el amor. Es peligroso atar al hombre a su circunstancia, subvalorando el hecho de que la circunstancia es también producto del hombre. Y eso es algo que Retamar, como intelectual, tiene muy claro. Es cierto que su texto no es más que una “introducción”, pero es una introducción nada más y nada menos que al más grande de los cubanos.
II
La patria de Martí es el equilibrio, porque de él viene y hacia él va su visión del mundo. Parte del equilibrio que, en lo más recóndito del espíritu, allá donde brota la espiral del alma, produce la armonía y la hermosura; aspira a llegar al equilibrio que, en la realidad social, acá donde los hombres conviven y batallan, hace felices y prósperos a los pueblos. Para Martí lo feo hiere tanto como lo injusto mancha. Ama la belleza en el arte y la verdad en la ciencia, lo mismo que la virtud en la ética y la justicia en la sociedad. No busca equidistancias, sino balances: cuando elogia a nuestra América no elude sus manchas, y cuando critica a la otra América no olvida sus luces.
Ese fino sentido del equilibrio está también en Retamar cuando perfila el contexto martiano, anclándolo al Tercer Mundo, que ha sido, según el momento y quien lo nombra, “bárbaro”, “de color”, “colonial”, “semicolonial”, “neocolonial”, “subdesarrollado”, de “nación proletaria”, “periférico, “sur”. El pensamiento de Martí es histórico, pues corresponde a un contexto y evoluciona: “Martí —apunta Retamar— fue un demócrata revolucionario que vivió en el límite extremo de las posibilidades de su circunstancia, y previó incluso no pocas de aquellas tareas que, según comprendió con claridad, no le correspondía realizar en ese momento”.[5]
III
En el pensamiento político de Martí el problema fundamental no es la enajenación, sino, como diría Roque Dalton, la nación ajena. Por eso su foco no está en la lucha de clases, sino en la unidad en favor de la independencia nacional. Martí no es el socialista impostado ni importado, es el genuino y original patriota. Ya que su contexto no es Europa, sino nuestra América; sigue a Bolívar, no a Marx. Aunque es de suponer que, por su sentido de la justicia y consecuencia, una vez conseguida la independencia nacional, su pensamiento se hubiese radicalizado aún más en aras de la justicia social. Tal es el sentido de sus palabras a Baliño: “La Revolución no es la que vamos a iniciar en las maniguas, sino la que vamos a desarrollar en la República”.[6] Pero los hombres no se miden por lo que pudieron ser, sino por lo que fueron.
Martí combate a las metrópolis incluso desde el lenguaje, asunto que es de una actualidad absoluta. No olvidemos que vivimos en tiempos de neoimperialismo y que este constituye la época en que la oligarquía global exporta su ideología, a través de los monopolios de la información, para repartirse el mundo culturalmente. Al respecto, Retamar cita un ejemplo de la capacidad martiana para descolonizar el lenguaje y llamar las cosas por su verdadero nombre:
El pretexto de que la civilización, que es el nombre vulgar con que corre el estado actual del hombre europeo, tiene derecho natural de apoderarse de la tierra ajena perteneciente a la barbarie, que es el nombre que los que desean la tierra ajena le dan al estado actual de todo hombre que no es de Europa o de la América europea.[7]
Por algo Michel de Montaigne reconocía que nada había de bárbaro en las naciones americanas: lo que ocurre es que cada quien llama “barbarie” a “lo que es ajeno a sus costumbres”.[8] Roma llama “bárbaros” a los que no son romanos.
IV
Siguiendo la pauta de Martí, que fue un “gran descolonizador verbal”,[9] Retamar rebautiza a los llamados “países capitalistas desarrollados” como “subdesarrollantes”, lo que constituye, sin duda, un toque genial. Consigue anudar el fin admirable con el medio execrable: el Norte se ha desarrollado subdesarrollando al Sur. Por consiguiente, si los países capitalistas desarrollados son subdesarrollantes, los países subdesarrollados son desarrollantes. Apodo y nombre: meta y camino. La lección histórica está clara: el subdesarrollo no es la antesala del desarrollo, sino su otro polo. No es un escalón inferior, es un hueco; no es una esperanza, es una condena. Retamar denuncia así la táctica ideológica neoimperialista que consiste en nombrar las cosas incómodas para la oligarquía global con pseudónimos convenientes, mediante lo que he denominado una metamorfosis paradójica o paramorfosis.
“En política y en historia no hay nombres inocentes”.
En la medida en que hace esto, Retamar —sin decirlo— redefine aún mejor el contexto martiano: Martí pertenece al universo colonial, que se atrasa a medida que contribuye al avance de la metrópoli, lo que hace más profundo su drama, ya que la libertad no admite moldes, ni cadenas el pensamiento. La frente martiana es un grillete abierto.[10]
La descolonización empieza por el lenguaje, es decir, por nombrar las cosas desde nosotros mismos. Algo así como lo que hizo Marx con la teoría del valor en El capital, pensada desde el obrero, no desde el capitalista; o como lo que propuso Howard Zinn en La otra historia de los Estados Unidos, al contarla desde la visión del aborigen, del negro o del obrero. Como dijera Galeano, 1492 no fue solo el año en que Europa descubrió a América, fue también el año en que América descubrió el capitalismo. En política y en historia no hay nombres inocentes. Por su significado, un nombre no es un mero significante atado a un referente, sino una toma de partido. La plusvalía no es un concepto: es una denuncia.
V
Hay vasos comunicantes entre la “Introducción a José Martí” (1973) y “Calibán” (1971). En este último Retamar toma como pretexto La tempestad de Shakespeare y hace una lectura descolonizadora que asume a Calibán como el nativo esclavizado; a Ariel, genio del aire, como el intelectual también esclavizado, y a Próspero como el colonizador europeo. Allí defiende tesis como las siguientes: 1) Dudar de nuestra cultura es dudar de nuestra existencia;[11] 2) Somos Calibán;[12] y 3) Nuestra cultura solo puede ser hija de la revolución.[13]
Tiene razón Retamar al advertir que no existe verdadera polaridad entre Calibán y Ariel, pues ambos son esclavos de Próspero; en todo caso, las figuras antagónicas son Calibán y Próspero.
Sin embargo, yerra al darle a este nexo un matiz estático, que le impide llevar el discurso descolonizador hasta las últimas consecuencias. Bien mirada la cuestión, la extrapolación apuntada no es tan rígida: Calibán es próspero en potencia, ya que no está condenado a la esclavitud, y Próspero es un caníbal[14] simbólico, puesto que vive de explotar a otros. Vistos de esta manera, Calibán, Ariel y Próspero se erigen ante nosotros, no como personajes de La tempestad shakesperiana, sino como factores del huracán que es la historia del Tercer Mundo, donde:
-La calibanidad define la mera existencia de los pueblos económicamente atrasados, herencia de su condición colonial o semicolonial.
-La arielidad señala el sentido de su cultura, su autoconciencia.
-La prosperidad anuncia su capacidad para salir del atraso, para autosostenerse, para desarrollarse.
Por tanto, la calibanidad es el ser en sí de los pueblos tercermundistas; la arielidad, su ser para sí; y la prosperidad, su ser por sí mismos. Pasado, presente y futuro. ¿Estamos acaso ante las fases de un proceso histórico, en el que la calibanidad define el punto de partida; la arielidad, el medio, y la prosperidad el fin? ¿Y cuál sería la relación precisa entre estas fases? La calibanidad elevada a la arielidad es igual a la prosperidad. Ca = P. Si Sarmiento apostó por Próspero, Rodó por Ariel y Retamar por Calibán, el pensamiento descolonizador martiano, tal como lo asumimos, nos induce a dibujar un arco que va de nuestra condición a nuestro desarrollo a través de nuestra cultura. ¿Y qué si no es una revolución? Es así como la última tesis de Retamar en su ensayo “Calibán”, por esencial, cobra sentido a la inversa: no solo nuestra cultura es hija de la revolución, también la revolución es hija de nuestra cultura.
VI
América Latina es una síntesis de pueblos y, por tanto, una síntesis de culturas. Si el ser es la envoltura del tiempo, nuestra América es un nudo de muchas épocas. Todas las eras del hombre nos habitan. Por eso Retamar acierta al decir que el mayor mestizaje de nuestras tierras es el cronológico.[15] Y en este sentido defiende el aporte poético de Martí al modernismo, no como una simple actualización de la literatura hispanoamericana, injertándole el parnasianismo y el simbolismo, sino como un acto de descubrimiento y de conquista de nuestro tiempo real.[16] Siguiendo esta línea de razonamiento, Retamar afirma algo inolvidable: Martí es una posibilidad que anhela ser:
Martí sabe desde muy joven que él está “al día”; pero, por eso mismo, que estará obligado a ir a rastras de una realidad ajena. ¿No tiene él una realidad propia? Sí y no. Existe, pero más bien como una posibilidad. A convertirla en lo que es, para ser real él mismo, dedica su vida.[17]
Por tanto, y esta es una de las tesis principales de Retamar, Martí es producto de una circunstancia que él mismo necesita cambiar, es fruto de un mundo y semilla de otro. Él es lo que hace y, sobre todo, lo que hace para cambiar lo que es. Calibán es una flecha que tensa el arco de Ariel y apunta a la diana de Próspero. Dicho en lengua martiana, los “pobres de la tierra” quieren “ser cultos para ser libres” en la república “con todos, y para el bien de todos”.
VII
El Martí de Retamar es Cuba cobrando conciencia de sí misma (“El mundo colonial y semicolonial”); es América reconociéndose en el espejo (“Nuestra América”); es la Humanidad saliendo de la prehistoria (“La batalla social”); es el Verbo encarnando en la Realidad (“Sobre su pensamiento”); es el tiempo original y novedoso penetrando los entresijos de la poesía (“La tarea literaria”). Es tan difícil ser martiano y no abrazar el idealismo más noble, ese que, sin desdeñar el placer y la belleza aparentes o sin dejar de fundar el criterio en los objetos reales, encuentra lo más bello en las sutilezas del espíritu y lo más placentero en las delicadezas del alma.
“El Martí de Retamar es Cuba cobrando conciencia de sí misma”.
Retamar no es Mañach: “Martí, el Apóstol” se centra en el ser humano; “Introducción a José Martí”, en sus ideas. Siendo ensayos los dos, esto es, ejercicios de pensamiento subjetivo, el periodista carga la mano en la subjetividad y el poeta en el pensar. El Martí de Mañach nos da la idea de una vida; el de Retamar nos acerca a la vida de una Idea. Pero, ya que ambos se complementan y enriquecen mutuamente, uno y otro resultan igual de imprescindibles.
Notas:
[1] “Ciegos y desleales”, Patria, Nueva York, 28 de enero de 1893, Obras completas, t. 2, p. 216.
[2] Roberto Fernández Retamar, en Para el perfil definitivo del hombre, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1995, pp. 36-77.
[3] Ídem, p. 71.
[4] Ídem, p. 56.
[5] Ídem, p. 65.
[6] Ibídem.
[7] “Una distribución de diplomas en un colegio de los Estados Unidos”, OO.CC., t. 8, p. 442.
[8] Citado por Retamar en “Calibán”, p. 133.
[9] “Introducción a José Martí”, Para el perfil definitivo del hombre, p. 71.
[10] Metáfora inspirada en un cuadro de Ernesto Rancaño.
[11]“Poner en duda nuestra cultura es poner en duda nuestra propia existencia” (“Calibán”, en Para el perfil definitivo del hombre, p. 128).
[12] “Nuestro símbolo no es, pues, Ariel, como pensó Rodó, sino Calibán” (Ídem, p. 140). Y esto trae consecuencias: “Asumir nuestra condición de Calibán implica repensar nuestra historia desde el otro lado, desde el otro protagonista” (p. 143).
[13] “Nuestra cultura es —y solo puede ser— hija de la revolución, de nuestro multisecular rechazo a todos los colonialismos; nuestra cultura, al igual que toda cultura, requiere como primera condición nuestra propia existencia” (Ídem, p. 164).
[14] No olvidar que Calibán es un anagrama de caníbal.
[15] “Introducción a José Martí”, p. 71.
[16] Ídem, p. 74.
[17] Ibídem.