El Martí de Mañach
“Las ideas son las riendas de las piedras”
Martí[1]
Cada pueblo es una Biblia. Cuba tiene en su historia su Viejo Testamento y, en la vida de José Martí, su Evangelio.[2] Así como hubo varios evangelistas, que pintaron con matices diferentes al Nazareno, ha habido y habrá distintos intérpretes de la vida del cubano.
“Cada generación de cubanos tiene su Martí”.
La biografía Martí, el Apóstol, escrita por Jorge Mañach, ha sido tan celebrada por su arte como criticada por sus inexactitudes históricas y las inconsecuencias de su autor. Ciertamente, la obra de Mañach se distingue más por el color de la palabra que viste al pensamiento que por la precisión del pensamiento que desnuda las cosas. Es más novela que historia. Ni siquiera las citas de Martí traen al pie la referencia. Por si fuera poco, la distancia en cuanto a pensamiento político entre ambos es inconmensurable: José Martí guio a un pueblo esclavo hacia la independencia y la república, mediante una guerra inevitable, mientras que Jorge Mañach jugó a la equidistancia entre los de arriba y los de abajo y quiso ser la cabeza de una burguesía sin cabeza,[3] y esa toma de partido de ambos signó sus ideologías respectivas. JM el biógrafo no llega a la altura de JM el biografiado.
Sin embargo, Martí, el Apóstol es un libro fluido, amable, resplandeciente, inolvidable,[4] en el que la palabra escrita goza de elegancia y soltura. No hay por qué desecharlo, ni por sus errores, ni por las ideas políticas de su autor: hay que penetrarlo con serenidad y sentido de la justicia, como lo haría Martí.
Texto versus contexto
Lo primero que debiera considerarse, a la hora de valorar el texto de Mañach, es el contexto en que apareció: el año 1933.[5] Eso significa que, justo cuando caía la dictadura machadista en Cuba, se le erigía un monumento literario a Martí. Paradojas de la historia: la revolución la firmaban los comunistas; la biografía, un anticomunista; y ambos provenían y tributaban al pensamiento del Maestro. Así de compleja es la vida.
Cada generación de cubanos tiene su Martí. La generación antimachadista lo encontró en los versos de Villena y en las glosas de Mella; la del Centenario, en la Marcha de las Antorchas y en el asalto al Moncada; la de la Revolución, en la combinación del estudio y el trabajo y en la musicalización de sus versos.
“Martí es tan abarcador y profundo que a nadie le es indiferente”.
Cada grupo social se apropia la imagen martiana de un modo peculiar. Hay diferencias entre el Martí de las mujeres y el de los hombres, el de los negros y el de los blancos, el de los niños y el de los ancianos, el de los obreros y el de los burgueses, el de los residentes y el de los emigrados, el de los cubanos y el de los extranjeros.
Cada época pinta su Martí, según sus urgencias históricas, sea con el pincel de Valderrama o el de Menocal, el de Arche o el de Carlos Enríquez, el de Raúl Martínez o el de Pedro Pablo Oliva, el de Kamil Bullaudy o el de Rancaño.
Y eso no es un indicador de debilidad, sino de fortaleza: Martí es tan abarcador y profundo que a nadie le es indiferente.
Cómo era Martí versus cómo lo vemos
A pesar de que intentemos ser objetivos en el estudio de la vida del Maestro y domar la emoción que se desboca cuando evocamos su imagen, no vemos a Martí como era sino como somos.[6] El propio Martí ―basta con leer sus semblanzas de figuras ilustres― no resaltaba en otros sino las virtudes que en sí mismo poseía. Análogamente, Mañach interpreta a Martí según su naturaleza: admite al poeta sensible y armonioso, al intelectual excelso y extraordinario, pero no al pensador radical, que va a la raíz del problema cubano y echa su suerte con los humildes.
Por ejemplo, él subraya una contradicción en Martí entre el revolucionario que toma partido por los pobres de la tierra y el artista refinado que puede codearse de tú a tú con la aristocracia.[7] Y hay que admitir que, de cierto modo, la hay. Cualquiera que opte por los de abajo y esté en posesión de la cultura más elevada se debatirá dentro de una contradicción. Pero lo que no entiende Mañach es que Martí no se siente desgarrado por esta antítesis, sino que la resuelve en una síntesis superior. Del pobre, toma la humildad, no la vulgaridad; del rico, asume la cultura, no el elitismo. Martí es humilde y culto, no vulgar ni elitista. Mañach se atasca en la contradicción porque es su naturaleza; Martí la rebasa porque está naturalmente por encima de ella. Como buen pequeñoburgués, Mañach es la personificación de la antítesis; como gran revolucionario, Martí es la encarnación de la síntesis. Mañach apela al punto medio entre los ricos y los pobres; Martí, al equilibrio, que solo habita el punto medio en el supuesto ideal de que los dos brazos de la balanza pesen lo mismo. Por eso, en la sociedad, es prácticamente imposible decir la verdad sin tomar partido.
“A pesar de que intentemos ser objetivos en el estudio de la vida del Maestro y domar la emoción que se desboca cuando evocamos su imagen, no vemos a Martí como era sino como somos”.
Se cuenta que, en un almuerzo que se dio en honor de Martí en un restaurante de Nueva York, un hombre se bebió el contenido de un enjuagatorio creyendo que se trataba de una limonada. Ante la sorna de los presentes y la vergüenza del incauto, Martí, en solidaridad, se bebió el suyo. Eso dice que, puesto a escoger, para él la humanidad estaba por encima de la cultura, que la empatía con otro ser humano era más importante que la demostración de su propio conocimiento. ¿Estaría Mañach dispuesto a hacer lo mismo?
Vocación pública versus devoción privada
Hay belleza en la prosa de Mañach, hay dominio del oficio de la palabra, así como también hay respeto y amor por la obra martiana. Pero la virtud mayor de su enfoque es definir el drama martiano como un conflicto entre su “vocación pública” y su “devoción privada” (p. 107), y exponer cómo en el primer polo están la patria, el continente americano y la humanidad, mientras que en el otro laten su familia, su esposa y su hijo. Hábilmente, el escritor desplaza esta contradicción por los diferentes escenarios que dibujan el peregrinar martiano y, de este modo, el Martí de Mañach resulta ser un personaje creíble por humano y vivo por dinámico. En consecuencia, el frío mármol estalla en pedazos, la imagen desciende del pedestal y el hombre camina entre nosotros como un enigma trascendente.
Hay belleza en la prosa de Mañach, hay dominio del oficio de la palabra, así como también hay respeto y amor por la obra martiana. Pero la virtud mayor de su enfoque es definir el drama martiano como un conflicto entre su “vocación pública” y su “devoción privada”.
Mañach nos dibuja un Martí despierto a su época, que sabe el valor de un trazo del ruso Vereschaguin, de un verso de Whitman o de un pensamiento de Darwin; que está atento a una opinión desalentadora como la de Ramón Roa, a un concepto filosófico de Emerson o a un periódico norteamericano que nos desprecia. El mundo cabe en Martí, como el manantial en la cáscara de nuez de Meñique.
Genio versus grandeza
Hay genialidad en Martí, pero, sobre todo, hay grandeza. Y ese debate entre ambas virtudes es solo una variante del drama martiano. El genio, absorbente y poderoso, planta su estandarte en la colina más alta de sí mismo; la grandeza, más tibia y empática, anida en los plácidos valles del otro. En Martí, el genio no es jinete sino corcel de la grandeza. Su ser para sí es un ser para otros. Su autoconciencia individual se vuelve, poco a poco, nacional, continental, universal. En un despertar progresivo a todas las escalas, Martí es Cuba, es América, es Humanidad.
Martí es un cubano que se va volviendo universal, pero es también y sobre todo un universal que nació en Cuba. Es un alma grande, capaz de empatizar, de comprender, de abrigar en su seno el dolor ajeno. Martí es nuestro Mahatma. Pero es un Mahatma que no apela a la “resistencia pasiva”, a la satyagraha[8] del inmenso Gandhi, sino, muy a su pesar, a una guerra inevitable, pero sin odios, que implicaba su propia extinción. Asumiéndola, Martí vive para su muerte y encara su destino. No es un suicida, sino un hombre que sabe desaparecer. Y no hay grandeza que supere al hecho de morir por los demás.
Equilibrio versus desequilibrio
Si por nuestra diversidad de orígenes y la complejidad que nos caracteriza, “los cubanos o no llegamos o nos pasamos”, es sano reconocer que el espíritu de concordia que actúa como aglutinante de la nación cubana ―sin conciliación cobarde ni ardid populista― proviene de la herencia martiana. Martí es el equilibrio de nuestras imperfecciones, la armonía de nuestras discordias, la belleza de nuestras fealdades.
Él comprendió que, en Cuba, donde elementos muy heterogéneos coexisten en una isla pequeña, quien quiera hacer una revolución debe cumplir la ley del imán, o sea, debe saber imantar la Fe[9] de los cubanos con la prédica patriótica y antimperialista, hasta que todos apunten al enemigo histórico del Norte. De este modo convierte la amenaza que constituyen los EE.UU. para la nación cubana en factor externo de cohesión interna. Sin Fe no hay Cuba.
Prohibición versus lectura crítica
Cuando yo era adolescente, guardaba unos tomitos grises sobre Martí que pertenecieron a mi madre, que era martiana por opción, no por adoctrinamiento. Un día mi padre, cauteloso, me vio leyéndolos y me recomendó que no lo hiciera, o que no les diera tanto crédito pues su autor, Jorge Mañach, no se había comportado como un patriota entero. Y es cierto que su prosa es tan transparente como turbia es su ideología: donde Martí ve a un “monstruo” cuyas entrañas conoce bien, Mañach cree ver “la esperanza del mundo”.
Pero no sería martiano prohibir el libro de Mañach, ni escarnecerlo, mucho menos condenarlo al olvido. Lo martiano sería ponerlo en el justo lugar que merece y tomarlo como una invitación literaria a investigar la rica historia de un ser extraordinario. Se dice que Mañach fue un martiano con defectos burgueses; yo, que admito sus flaquezas, prefiero verlo como un burgués con virtudes martianas. De aquel modo se le condena, de este se le salva. ¿Y acaso no es martiano salvar incluso al que nos envenena?
Tampoco Stefan Zweig o Emil Ludwig son dechados de precisión, pero sucesivas generaciones los siguen leyendo con devoción. Mañach es literatura, no historia; es arte, no ciencia. Como literatura es un clásico; como historia, apenas un primer escalón. Su don es el ensayo, suerte de rapsodia que va más allá del arte, pero se queda más acá de la ciencia. Si el arte es contemplación subjetiva y la ciencia es pensamiento objetivo, el ensayo ―que está a medio camino entre ambos― es pensamiento subjetivo. Y esa es una de las claves para justipreciar el aporte de este escritor: Mañach es Montaigne, no Hobsbawm.
“(…) no sería martiano prohibir el libro de Mañach, ni escarnecerlo, mucho menos condenarlo al olvido. Lo martiano sería ponerlo en el justo lugar que merece y tomarlo como una invitación literaria a investigar la rica historia de un ser extraordinario”.
Sea como sea, lo martiano no es prohibir libros sino cultivar lectores críticos. Las contradicciones no se matan: se reconocen, se estudian, se superan, porque solo lo contradictorio se mueve y solo lo que se mueve está vivo.
Hay un punto en el que Hegel y Martí coinciden. El alemán tenía un verbo favorito: Aufheben, que significa “superar preservando”, y toda su dialéctica no es más que una aplicación consecuente de este principio. El cubano, enfocado en una obra superior a sí mismo, estaba por encima de todas las antítesis que desunían a sus compatriotas, fuesen raciales o sexuales, generacionales o clasistas, regionales o de cualquier otro tipo. Lo que quiere decir que, tanto Hegel como Martí, cada uno a su manera, eran maestros de la síntesis dialéctica.
Arte versus ciencia
La verdad de un hombre no está solo en el arte o en la ciencia con que se cuenta su vida, no está en la floritura ni en la exactitud. Al arte lo que es del arte y a la ciencia lo que es de la ciencia. La verdad de un hombre es un proceso que se va develando, poco a poco, a medida que identificamos las contradicciones que determinaron su dinámica y estimularon su vida, en cada coordenada de espacio y tiempo. Los hombres son como las montañas: su estatura real solo se ve de lejos, pero para entenderlos hay que escalarlos hasta la cima.
Martí, el Apóstol revela entre líneas a Mañach, el periodista. Vistiendo al Maestro de letras, se desnuda el alumno. Hablando de JM el biografiado, JM el biógrafo habla, sin querer, de sí mismo: confiesa sus virtudes y sus defectos, sus odios y sus amores, sus luces y sus sombras. Biografiar es autobiografiarse.
La buena literatura es como una flecha que penetra con la punta lo que engalana con la cola. Es verdad y belleza. Y en ese sentido, el Martí de Mañach, gústele a quien le guste y pésele a quien le pese, es un acierto que agradecemos los que amamos a Martí. Quien quiera tener un juicio sereno y balanceado, es cierto que ha de embridar las piedras.
Notas:
[1] “Dos damas norteamericanas”, La América, New York, junio de 1883, t. 13, p. 251.
[2] Resulta discutible que le llamemos Apóstol a quien en verdad fue un Evangelio vivo.
[3] “…Para algunos, el gran drama de Jorge Mañach fue el tratar de ser el ideólogo culto y consciente de una burguesía que nunca lo reconoció como tal, porque no estaba a su altura” (Salvador Arias, Introducción a Martí en Jorge Mañach, p. 8).
[4] “…A pesar de los reparos que se le han hecho, Martí el apóstol (sic) continúa siendo hoy día el mejor vehículo para un primer acercamiento general a esta gran figura…” (Salvador Arias, Ídem, p. 28).
[5] Escrito entre 1931 y 1932, Martí, el Apóstol fue publicado por Espasa-Calpe, S. A., en Madrid, en 1933.
[6] Las implicaciones de una sentencia como esta son tan interesantes como sus fundamentos científicos. Es un hecho demostrado que los animales no ven el mundo como los seres humanos y que, incluso, cada uno de nosotros ve el mundo de un modo peculiar. No vemos las cosas como son sino como somos: el universo es un conjunto de relaciones que cada especie, cada individuo, de acuerdo con su naturaleza, percibe como un conjunto de cosas. Por consiguiente, los científicos chilenos Maturana y Varela, autores de una teoría que identifica a la vida con el conocimiento, a la que denominan autopoiesis, no dicen que NOTHING EXISTS (nada existe) sino que NO THINGS EXIST (no existen las cosas).
[7] Dice Mañach en 1941:
…Que no se intente ahora, por menesteres actuales de propaganda, presentarnos a un Martí precursor del radicalismo social. Sobre sus ideas al respecto no puede existir género alguno de dudas. En el conflicto de las humanas fortunas, la ternura nativa le pone del lado de los “pobres del mundo” y frente a las clamantes injusticias sociales. Pero hay también en él un difuso aristocratismo de artista, y sobre todo una intensa observación de la variedad humana, que pugnan con la tentación igualitaria del demócrata… (Pensamiento político y social de Martí, en Martí en Jorge Mañach, pp. 76-77)
[8] El vocablo satyagraha combina dos palabras: sat (verdad) y agraha (firmeza), se interpreta como resistencia pasiva y fue el método de lucha de Mahatma Gandhi contra el colonialismo inglés en la India.
[9] Fe es el signo químico del Hierro.