III
Dios es luz. Este concepto heredado en el tránsito de la antigüedad a la Edad Media europea se desarrolló bajo las enseñanzas neoplatónicas, pero solo hay luz cuando se tiene por referente la oscuridad. Se rescató a Dionisio y se identificó con San Pablo en las traducciones del griego realizadas por el irlandés Juan Escoto Erígena. La doctrina cristiana se completó en corrientes que tributaban a la luz, establecida en la iconografía del arte con rayos estelares e iluminaciones, y la jerarquía celeste que ubicaba a Dios en la cúspide. Este espacio había que crearlo también en la construcción de las iglesias.
En la sociedad medieval contrastaban dramáticamente los reyes y ricos señores feudales que habitaban castillos y palacetes con los desheredados, pobres campesinos y masas hambrientas; esta polaridad social se debatía entre la opulencia y la miseria endémica. Las vestiduras de gran riqueza se enfatizaban con el púrpura y apenas podían verse los gastados tejidos grises y el marrón sucio de los labradores. Las casacas carmesíes o verdes brillantes con oro y piedras preciosas de los potentados destacaban por sobre los atuendos casi invisibles de los siervos. Los espléndidos mármoles relucientes de las mesas incrustadas con gemas coexistían con los rústicos tableros de las tabernas populares. En el color medieval resaltaba el encendido escarlata de túnicas enjoyadas; un colorismo correspondiente a la reafirmación de quienes ostentaban el derecho divino sobre la tierra, aunque aún perdure el estereotipo de la opacidad medieval. Este espacio había que ganarlo desde la oscuridad y contrastarlo: el poder en la tierra y en el cielo era rico.
En la antigüedad Plinio había afirmado que los colores principales eran tres: el negro, el blanco y el rojo. Sin embargo, admitía que los colores necesarios para miniar —ilustrar en miniaturas— eran ocho: además de los mencionados, el amarillo, el azulado, el violáceo, el rosáceo y ciertas tonalidades de verde. Para él resultaban naturales el azul ultramarino y el azul de Alemania; el negro de determinadas piedras y el rojo de algunas tierras; el verde de la naturaleza y el otoñal dorado o azafrán del crepúsculo. Distinguía rojos diversos como el cinabrio o el mercurio, y blancos como el plomizo. Tal estudio antiguo de los colores demuestra el interés que el arte expresara en la riqueza de estos. Sin embargo, solo en la Edad Media se realizaron dichas combinaciones, aunque faltara la brillantez. En el siglo XIII Giacomo da Lentini, poeta de la escuela siciliana, componía canciones de amor cargadas de gemas como el diamante, la esmeralda, el zafiro, el topacio, el rubí; todas le parecían bellas a partir del color que tomaban con la incidencia de la luz. Joyas y damas ricas se exaltaban entre suntuosos materiales en escenarios reales y ficticios. La meta era conseguir espacios luminosos y brillantes.
El cuerpo humano fue uno de los soportes principales para la belleza; sin adornos no se muestra riqueza, y la riqueza es el poder colgado del cuello, ajustado a la muñeca o a los dedos; en las cejas, las orejas, el ombligo… pero sobre todo, adosado a las ropas. Hildegarda de Bingen, en sus libros miniados y códices morales, describía la hermosura del primer ángel —Lucifer antes de su caída— adornado con piedras preciosas como la luz de las estrellas en el firmamento; los rayos iridiscentes de las joyas fueron como las centellas que alumbraron el mundo. Los ricos materiales se exponían a la vista en las recepciones de los palacios con la decoración de paredes, el adorno de candelabros, las vajillas pintadas y las mesas engalanadas. Los arquitectos y la mística tenían que contribuir a guiar el encuentro del oriental zafiro con las mejores visiones de la luz cristiana en el escenario europeo. El hábitat de los poderosos y la Iglesia debían resplandecer.
El primer estilo que incidió en la arquitectura medieval europea llegó desde Bizancio e influyó en todo el período, y hasta más allá, tanto en construcciones religiosas y civiles como militares. La arquitectura bizantina en las catedrales desarrolló la planta centralizada en forma de cruz latina que perduró mucho tiempo con todas sus variantes. La basílica ortodoxa conocida como Santa Sofía —posteriormente convertida en mezquita y actualmente museo en Estambul—, de los arquitectos Isidoro de Mileto y Antemio de Tralles, fue construida en el siglo VI, constituyó un modelo durante muchos años y su inmensa cúpula fue muy imitada. Estableció un ejemplo de armonía arquitectónica bajo religiones diferentes, pues los elementos cristianos del altar se fundieron con los islámicos en las pechinas.
La erección de abadías medianas, y hasta pequeñas, igualmente contribuyó a enriquecer la arquitectura medieval desde sus inicios. La abadía de Iona, uno de los centros religiosos más antiguos y significativos de Europa Occidental, localizada en el archipiélago de las Hébridas —isla de Iona—, en Escocia, Reino Unido, fundada en 563 y saqueada por los vikingos al comenzar el siglo XIII, se convirtió en monasterio de benedictinos. Unos 48 reyes de Escocia, Irlanda, Noruega y Francia están enterrados allí, y entre los más famosos se encuentra Duncan I de Escocia, asesinado por Macbeth en 1040. Este tipo de construcción comenzó a proliferar por toda Europa.
La abadía cisterciense de Notre-Dame de Sénanque, en la histórica región de Provenza, Francia, se fundó a mediados del siglo XII. Su iglesia fue concebida en forma de cruz de tau —llamada también cruz de San Antonio Abad o cruz de Santa Tecla, con los extremos de sus brazos ampliados, como la letra griega de igual nombre—; se caracterizó por su ábside —parte de la iglesia situada en la cabecera, que acoge la mesa de altar— proyectado más allá de las paredes exteriores; en su época de esplendor, en los siglos XIII y XIV, llegó a poseer mucha riqueza, con molinos, granjas y numerosas tierras, y son legendarias su austera belleza y su refinada acústica.
Los edificios religiosos en la Edad Media se reutilizaron una y otra vez, según las circunstancias de sucesivas conquistas, pérdidas y reconquistas de territorios, a favor de uno u otro sistema religioso y político. Las numerosas batallas y conflictos entre fronteras que aún perduran condicionaron los cambios constantes, y elementos de la arquitectura persa, indostánica, visigoda, bizantina, etc. pueden observarse en construcciones europeas de esta época, por lo que es posible afirmar que no poseen un estilo autóctono, sino una refundición de estilos con aportes de sus vecinos o de tierras lejanas. Sus monumentos más importantes son los erigidos por la fusión de diferentes culturas. La proverbial amnesia europea borra de un plumazo siglos de historia.
“Sus monumentos más importantes son los erigidos por la fusión de diferentes culturas”.
La mezquita-catedral de Córdoba —Gran Mezquita de Córdoba y Santa María Madre de Dios—, en la ciudad española homónima, es un ejemplo. Se comenzó a construir como mezquita en 785 y se amplió durante el emirato y el califato, como una de las mayores del mundo, con mezclas de estilos que van desde los islámicos, el gótico y el renacentista, hasta el barroco. Su extraordinario esplendor exhibe una espectacular multiplicidad de espacios y elementos constructivos: la capilla mayor con núcleo cruciforme y decenas de pequeñas capillas, recintos reservados propios de las mezquitas —maqsura— y nichos o pequeños espacios a los que se entra por una puerta con arco en forma de herradura —mihrab—; sala hipóstila que alguna vez tuvo 19 naves; numerosas torres, cúpulas, puertas, patios, balcones, galerías, columnas, arcos y fuentes, así como cuantiosas imágenes y decoraciones diversas, muestran una magnificada belleza, con gran refundición de símbolos asimilados en Europa.
También la arquitectura civil progresó con la introducción de componentes culturales de diferentes pueblos y la asimilación de numerosos estilos sometidos a diversas funciones o refuncionalizaciones. La Torre de Londres, o Palacio Real y Fortaleza de Su Majestad, en el Reino Unido, está constituida por un histórico castillo fundado en 1066 en la ribera del Támesis, como símbolo de una ocupación normanda; ha sido usada como prisión —allí fueron ejecutados Tomás Moro y Ana Bolena, entre otros—, armería, tesorería, zoológico, Real Casa de la Moneda, edificio de registros públicos y casa de las joyas de la Corona. Con varios patios exteriores e interiores, torres, salones y capilla, representa un compendio de funciones a través de la historia.
El Real Alcázar de Sevilla, en España, fue un palacio fortificado, con construcciones de diversas etapas. En su inicial edificación pueden notarse vestigios del arte islámico, el mudéjar y el gótico, y, posteriormente, reformas renacentistas, manieristas y barrocas. Uno de los conjuntos constructivos o ciudad palatina más famosos es la Alhambra de Granada, al sur de la península ibérica, un conjunto de palacios con generalife —el yannat al-arif es una villa con jardines y fuentes usada por los dignatarios musulmanes como lugar de retiro y descanso—, baños con aguas termales, patios interiores, torres admirablemente adornadas, bóvedas mozárabes, paños de azulejos, salas muy decoradas para múltiples funciones, etc., que lo caracterizan como uno de los más altos exponentes del arte andalusí.
Torres, castillos y murallas como ejemplos de fortificaciones de la arquitectura militar abundan en Europa, con elementos funcionales y decorativos ─almenas, torreones, puentes, bastiones, fosos— adecuados al terreno y la tecnología militar de cada época, según las particularidades de las regiones donde fueron emplazados. Las apropiaciones del Asia Menor son evidentes.
Poco a poco la luz entró en las construcciones. La arquitectura románica —en los territorios europeos conquistados por Roma— había llegado a una manera armónica de integrar los elementos constructivos y ornamentales heredados de la cultura grecolatina, asimilando, como hemos visto, los de procedencia bizantina, árabe, persa, incluso los de pueblos que alguna vez se llamaron “bárbaros”: celtas, germánicos, normandos, etc., como parte de la fusión de culturas con que se compuso el mapa de Europa medieval después de la caída del imperio romano. La belleza de lo edificado se alcanzó mezclando o fusionando, y se puso de manifiesto la voluntad de asimilar factores externos, de muchos pueblos no europeos, especialmente en iglesias, catedrales, monasterios, etcétera.
“El románico se distinguió en las construcciones religiosas por servir a los mensajes cristianos”.
Se había rescatado, definitivamente, del arte constructivo antiguo, el arco de medio punto, aunque con técnicas diferentes; la bóveda de medio cañón aprovechaba un mayor espacio para socializar en las iglesias; las cúpulas poligonales contribuían a integrar las enseñanzas de la cristiandad en su proyección al cielo; los contrafuertes, arcos, frisos, esculturas interiores y otros ornamentos, bajo un escenario de seguridad y belleza, propiciaban las condiciones para educar a feligreses en el mensaje cristiano; en su iconografía no solo se incluían la vida, pasión y sufrimiento de Cristo, sino además leyendas de santos y santas.
El románico se distinguió en las construcciones religiosas por servir a los mensajes cristianos. La abadía benedictina de Santa María Laach, en la ribera del lago de igual nombre, en Renania-Palatinado, Alemania, fundada en 1093, fue un centro de estudios que llegó a convertirse en importante foco humanístico. Se distinguió por su robustez no exenta de gracia, y está construida con piedra volcánica negra y arenilla amarilla ocre, por lo que la ambientación garantiza seguridad y ofrece colorido. La catedral de San Pedro de Angulema, en Francia —1110-1128— comienza a exponer la doctrina desde su fachada. La catedral de Aviñón o Notre-Dame des Doms —iniciada desde el siglo XII sobre la base de una basílica católica muy anterior— es otro ejemplo de conjunto románico, con clásica torre rematada por una escultura de plomo dorado de la Virgen María, de seis metros de altura, erigida a mediados del siglo XIX. Sin embargo, la arquitectura románica aún no conseguía conquistar el máximo de luz posible para el interior. Algunas edificaciones religiosas se iniciaron como románicas y fueron reconstruidas hasta convertirse en una mezcla de estilos en las cuales no es posible definir uno predominante, como en la catedral de Santiago de Compostela, que pese a su construcción románica empezada hacia 1075, hoy tiene componentes del gótico y hasta del barroco.
La arquitectura gótica se desarrolló entre los siglos XII y XV, y buscaba, sobre todo, la luz en el cielo; los vidrios coloreados de los vitrales de las iglesias desplegaban una técnica figurativa para aprovechar las entradas luminosas, cuya combinación provocaba haces y láminas de claridad que penetraban por las ventanas y lucernarios de las altas catedrales. La bóveda ojival contribuía a la elevación al cielo. Los rosetones acentuaban el espacio colorido de luces en las alturas, y los contrafuertes y arcos rampantes apoyaban la elevación de esas estructuras.
La belleza de las catedrales góticas fue el gran espectáculo del hombre medieval, superando la pesantez del románico. Se discute si su desarrollo se debió a la prevalencia del “alma nórdica” sobre la mediterránea por el desafío técnico que implicaba su construcción, o a la necesidad de expresión basada en una mayor acumulación de conocimientos y saberes religiosos que necesitaban elevarse. Lo cierto es que ese estilo nacido en Francia se fue imponiendo con sus innovaciones técnicas y constructivas para permitir esbeltez y ligereza con materiales más sencillos.
“La belleza de las catedrales góticas fue el gran espectáculo del hombre medieval”.
Las plantas y arcos, la bóveda de crucería, las finas columnillas, lo cónico de los capiteles, los calados florales, las radiantes cúpulas sostenidas por equilibrada nervadura, la abundancia de ventanales y vidriería, la elevación y riqueza de sus puertas y el conjunto armonioso consiguen conquistar una nueva hermosura. Se logra, al fin, apresar las alturas: desde la Basílica de Saint-Denis —siglos XII-XIII—, cerca de París, hasta la impresionante catedral de Amiens —iniciada en 1220 y construida bajo la influencia de las de Notre-Dame de París y Notre-Dame de Chartres—, la mayor y más alta de las catedrales góticas francesas, con 42,3 m de altura en su bóveda y según algunos, cerca del máximo soportable para este tipo de arquitectura.
La basílica catedral metropolitana de Santa Maria dei Fiore, comenzada en 1296 por Arnolfo di Cambio con el objetivo de convertirla en el templo católico más grande del mundo —hoy sede de la arquidiócesis de Florencia, Italia—, es considerada una de las maravillas del arte gótico. Uno de sus atractivos más singulares es la espectacular cúpula levantada en 1471, estructura isostática de 100 m de altura interior y 114,5 m de altura exterior; 45,5 m de diámetro exterior y 41 m de diámetro interior; obra maestra de Filippo Brunelleschi. Su campanario independiente trazado por Giotto tiene 84,70 m de altura.
Otras catedrales como la de Nuestra Señora de Reims, en esa ciudad francesa, construida en el siglo XIII, siguió el modelo de París y Chartres, y resulta muy curiosa la historia de la enorme y exquisita catedral de Milán, empezada a levantar en 1386 y terminada “casi definitivamente” en 1965. Las construcciones civiles asumieron también la majestuosidad encumbrada del gótico; los ayuntamientos de París, construido en 1357, y de Bruselas, edificado entre 1402 y 1420 —conocido como Hôtel de Ville—,albergan instituciones de gobierno que siguieron estos modelos. La conquista de la belleza que significó la arquitectura gótica trascendió su época y protagonizó no pocos resurgimientos; los cubanos que aún nos orientamos en la ciudad por las flamígeras torres de las iglesias de Reina en Centro Habana o Los Pasionistas, en la Víbora, somos deudores del genio de los arquitectos medievales y del sudor de los anónimos albañiles y artesanos de entonces.