“Llevaba mucho tiempo ya con esa espina clavada. Siempre he querido hacerle un homenaje a mi tierra, a la tierra de mis abuelos, un lugar de tierra colorada y de gente noble. Hoy fue el gran día, hoy cumplí con la promesa que me hice. Por primera vez pude ofrecerle al público cubano la música de mi tierra”.

Rodrigo Sosa estaba súper emocionado, después del concierto que regaló este viernes en la Sala Covarrubias del Teatro Nacional como parte del Jazz Plaza 2023. Muchos motivos tenía. No solo el homenaje a su tierra natal, en Misiones, Argentina; sino también el poder reencontrarse con el aplaudido Chango Spasiuk 20 años después, y por si fuera poco, el haber compartido juntos con Omara Portuondo. Todo ello explica que el público se pusiera de pie mientras aplaudía, al finalizar el concierto, y tomara fotos desde la distancia y elogiara el espectáculo. Fue muy emotivo.

La primera parte del concierto fue puro latin jazz “a la quena”. Temas de la autoría del pianista Alejandro Falcón para comenzar: “Obba Meyi”, “Que nadie se meta con Rodrigo” y “Un son para la quena”. Al también compositor y arreglista le une una profunda amistad con el quenista querido, y esas piezas han sido regalos exclusivos para quien decidió otorgarle a este instrumento andino otra sonoridad en el mundo. 

Alternó Falcón con el joven pianista Rodrigo García en par de temas, y se sumaron Diego Arolfo, en la voz y la guitarra y Marcos Villalba en la percusión y el cajón (músicos del afamado Chango) para interpretar piezas imprescindibles del cancionero tradicional de Argentina como “El cosechero”, de Ramón Ayala.

Imágenes de la tierra natal de Rodrigo Sosa se proyectaban en una gran pantalla, a la que hizo referencia el quenista con profunda emoción.  Chango sabe lo que se extraña el lugar donde uno nace.

“…Pero ha sido este muchacho como un galopeador contra el viento, diría Atahualpa Yupanqui, pues vino muy lejos, a este país musical, a darle nueva vida a la quena. Le agradezco infinitamente el haber estirado la mano para lograr que yo viniera a Cuba y viviera la experiencia intransferible de caminar por sus calles.

“La Unesco debería nombrar la amabilidad y la sensibilidad del pueblo cubano como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Me encanta estar aquí. ¿Saben lo que son las riendas? Pues pareciera que Cuba no tiene riendas, pero te ata”.

Sudaban mientras la quena y el acordeón se acoplaban. Exclamaban, se miraban y sonreían; se impulsaban con la mirada, sonreían con la complicidad propia de quien sabe que llena el alma de mucha gente con música sincera. Hubo música cubana tocada por misioneros y chamamé tocado por músicos cubanos.

Se le cumplió el sueño a Spasiuk cuando la diva del Buena Vista Social Club se acomodó en su butaca de mimbre y comenzó a cantar “Yo vengo a ofrecer mi corazón”. El mismísimo autor de la canción, Fito Páez, hubiera sentido que su piel se le erizaba palmo a palmo al ver el rostro feliz de Omara y la complacencia de los argentinos con ella.

“Yo vengo a ofrecer… ¿El tuyo? ¿O el mío?”, le preguntó Omara y Sosa dijo: “El de todos, Omara, el de todos los que estamos aquí”. Y fue así. Todos ofrecimos nuestro corazón en ese instante, cuando comprendimos que la música llevó a Rodrigo y a Chango a su casa y los puso de vuelta frente a nosotros, agradecidos.

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