“Los monstruos existen porque son parte del plan divino y en las horribles características de esos mismos monstruos se revela el poder del Creador”
Umberto Eco, El nombre de la rosa
Me declaro admirador de la poética desarrollada por Ángel Ramírez. En gran medida, debido a esa aura posmedieval que la envuelve; también por su fino humor, a ratos cáustico, a ratos reflexivo, rayano en el choteo. Ramírez parte de lo sagrado para desacralizar; a la usanza de los artistas barrocos, trae el misterio del pasado y lo representa aquí y ahora, como si el pasaje bíblico, la reverberación mística o la escena bizantina ocurriese frente a nuestros ojos, al doblar de la esquina, hábilmente matizada por una cubanísima jocosidad que trastrueca sentidos, nos sorprende y solaza en un proceso de re-contextualización que abarca tanto lo técnico como lo eidético.
Mucho de ello hay en El caos y los hijos de la Bestia, muestra sustentada en una particular y muy interesante relación entre arte y literatura que por estos días acoge la capitalina galería Villa Manuela. Se trata de un peculiar bestiarium vocabulum o compendio de criaturas concebido por la imaginación del artista, quien asume el papel de demiurgo y, a partir de la Bestia, va desgranando seres fabulosos que mucho deben a las teogonías de aquí y de allá, siendo, a la vez, únicos e insustituibles.
En cuanto modalidad literaria, los bestiarios presuponen una mezcla indisoluble entre ilustración y escritura. Los animales reales o imaginarios incluidos en ellos eran cuidadosamente representados y descritos en un rejuego de sentidos donde verbo e imagen se complementaban para fascinar al lector, atemorizarlo y aleccionarlo sobre principios éticos, teológicos o filosóficos. Esta es, también, la esencia de El caos…, aunque en ella lo religioso, inherente al trabajo de Ramírez, cede espacio a lo mitológico (en cuanto narración) y lo puramente alegórico.
Ángel ha recurrido a procedimientos contemporáneos (ensamblajes, instalaciones, ready mades) para concebir su colección de seres maravillosos, cada uno debidamente acompañado por un texto que lo identifica y describe. El ejercicio ha sido complementado con la incorporación/exhibición de grabados, dibujos y tacos xilográficos de altísima calidad estética.
Bestias zoomorfas y teriomorfas, acuáticas o terrestres; criaturas prehistóricas cuyos costillares emergen del carbón o cuelgan de la pared como fósiles en un instituto de paleontología; sorprendentes híbridos que muy bien pudieron figurar en los ya extintos gabinetes de curiosidades, antecedentes de los actuales museos… Ramírez se/nos divierte concibiendo imposibles, mezclando opuestos, conjurando lo terrible, fabricando monstruos presentados mediante textos poéticos, crípticos en su mayoría (como las propias bestias), que forman parte de las obras y a la vez gozan de independencia: pasajes literarios sobre realidades y circunstancias, arquetipos y poses, ética y filosofía; sobre la vida hecha arte.
“Disfrutar del arte es, también, descubrirse”.
Ello transforma a la muestra en una suerte de libro expositivo que habrá de leerse/recorrerse con calma y, más importante aún, en una propuesta ideal para el disfrute de los públicos más jóvenes, específicamente de niños y adolescentes, espectadores que usualmente no son tomados muy en cuenta a la hora de concebir exposiciones. No todos los días se tiene la posibilidad de entrar en contacto con un bestiario contemporáneo repleto de seres inéditos, nunca vistos anteriormente, cuyos orígenes y devenires son sometidos a nuestra consideración por la persona encargada de soñarlos.
En cuanto a la puesta en escena, las piezas se adecuan con soltura al espacio galerístico y el oportuno cotejo de luminarias crea atmósferas atractivas que aportan lo suyo. La mano experta de Virginia Alberdi y su equipo devuelven, por lo general, interesantes propuestas respaldadas por rigurosos procesos de selección y cuidadosas museografías. El caos… no es la excepción. Con ella, Villa Manuela pone broche de oro a un año de riguroso trabajo que ha aglutinado a significativos creadores, miembros de la Uneac, pertenecientes a diversas generaciones.
Sometidos a la reproducción de patrones de representación más o menos rígidos, los ilumineros medievales recluían a las marginalia la figuración de criaturas hijas de la imaginación. Los bordes de los documentos se transformaron, entonces, en espacios para la libertad creativa. En su más reciente exposición, Ángel Ramírez se refugia en los márgenes del arte (al menos, del más tradicional) para mostrarnos parte de la inquietante zoología concebida por su subjetividad. Acudamos a ella con la misma fruición con que nos acercaríamos a la Teogonía de Hesíodo, Las metamorfosis de Ovidio o a un manual de criaturas imposibles escrito por Borges. De paso, busquemos entre las tantas bestias ejecutadas por el artista cuál (o cuales) se corresponde(n) con nuestro(s) monstruo(s) interior(es). Disfrutar del arte es, también, descubrirse.